03 abril 2014

Crónicas de Valsorth - Turno 51

TURNO 51 – Catorce de marzo del año 340, Agna-Anor.
Las ruinas de Agna-Anor son el escenario de una matanza. Hordas de orkos saquean los edificios, eliminando a todos los caballeros de Stumlad que encuentran, sorprendidos y sin capacidad de organizarse, mientras los titanes aplastan a los pocos grupos que resisten.
El grupo de aventureros sabe que el destacamento de soldados está perdido, así que lo único que pueden hacer es huir, y cumplir el último cometido que les pidió el Capitán Caust; alertar en Eras-Har de lo que sucede en las ruinas. Buscando una manera de escapar de la masacre, al final deciden volver a las alcantarillas, y seguir sus túneles hasta las afueras de la ciudad.
De nuevo en los mohosos subterráneos, recorren los pasadizos en dirección este, cuando al llegar a un colector de aguas, se topan con una figura oculta en las sombras. Se trata de un elfo oscuro, un asesino que parece se ha infiltrado por los pasadizos hasta la retaguardia de los caballeros. El grupo acaba con el asesino, pero más de los suyos aparecen, dejando claro que los elfos oscuros se han aliado con los orkos y titanes para sorprender a los caballeros. Tras una dura lucha, el grupo de aventureros derrota a los enemigos, y sin perder más tiempo, emprenden la huída por el pasadizo principal, recorriendo una eternidad en la negrura hasta que el brillo del amanecer aparece al final del tunel.
Una vez en el exterior, emprenden el viaje de seis días de regreso a Eras-Har, evitando varias patrullas de orkos que pululan por los caminos a sus anchas. Sin mayores contratiempo, alcanzan la ciudad, y se dirigen a informar a la Mariscala y al Capitán Orlant. Al oír las noticias de que Agna-Anor ha caído, una sombra de preocupación cubre la sala. El capitán les agradece su ayuda, y les dice que al día siguiente convocará una reunión para decidir el curso a seguir. Parece ser que el capitán Dobann, el antiguo mandatario del fuerte Terain, ha descubierto algo en las montañas del norte, y quiere comunicarlo al consejo de la ciudad.
El grupo se despide del capitán y la mariscala y acaba su jornada llevando la tabla de rezos a la abadía de Korth, donde el monje Auril les agradece su ayuda y les paga el precio por su trabajo (cada uno ganáis 110 mp). El monje se muestra emocionado con este hallazgo, y se pone de inmediato a estudiar las antiguas escrituras.
Una vez fuera, el grupo se despide de Erisal, la mercenaria elfa que les ha acompañado en las últimas aventuras. La mujer les dice adiós con una sonrisa en su rostro surcado por una cicatriz y se dirige hacia la posada de la Jarra y el pincho.

Al día siguiente, en el consejo de la ciudad, se reúne un nutrido grupo de personalidades, y entre ellos se encuentran el grupo de aventureros. Mirul observa curiosa la rígida burocracia de las ciudades humanas, mientras que Olf y Orun se muestran visiblemente incómodos entre tanta palabrería y protocolo. Sólo Fian parece sentirse como en casa, e intercambia saludos y cumplidos con los asistentes.
La reunión es larga y las discusiones se suceden. Las noticias de la caída de Fuerte Terain y de las ruinas de Agna-Anor deja a la ciudad desprotegida por ambos flancos. Varios de los nobles exigen que Stumlad envíe más tropas, otros claman para que la Mariscala contrate más mercenarios. En ese momento Dobann explica que un mal acecha en el norte, y que las fuerzas que les expulsaron del fuerte no fue una simple horda de orkos.
-Temo que la sombra haya regresado –afirma-. Alguien está organizando a los monstruos y criaturas de las montañas y las ha unido bajo un mismo mando. Orkos, trolls, titanes, elfos oscuros siempre han estado ocupados matándose entre ellos, pero ahora atacan de manera organizada.
-Hay rumores de que vuelve a haber actividad en la Minas de Numbar –dice la Mariscala-. Varios exploradores afirman que han visto movimiento en las proximidades, y que sus fuegos volvían a estar activos. Quizás eso tenga algo que ver.
Entonces interviene el abad Auril:
-Pero no podemos olvidarnos de Agna-Anor –responde Caust-. Las ruinas son un punto clave para defender nuestra frontera oriental. Debemos recuperarlas y reforzar las defensas.
Se discute durante horas sobre el plan a seguir, hasta que finalmente se decide seguir dos acciones. Por un lado, el capitán Caust llevará a las tropas de caballeros y soldados a Agna-Anor, con el objetivo de debilitar las tropas enemigas y recuperar el control de las ruinas. Por otro, Dobann dirigirá un grupo de exploradores al norte, y comprobar qué está sucediendo y porqué las minas de Numbar vuelven a estar activas.
Es entonces cuando el Capitán Caust se dirige hacia el grupo de aventureros, que han permanecido en silencio durante toda la reunión.
-Por supuesto, necesitaremos vuestra ayuda -les dice-. Habéis servido bien a la ciudad, así que contamos con vosotros en alguno de estos dos cometidos. ¿Partiréis conmigo a la reconquista de Agna-Anor o preferís ir con Dobann a explorar las minas del norte?
Los cuatro aventureros no tienen claro qué hacer. Por supuesto, el capitán les explica que les pagarán por sus servicios, pero esa no es la duda. Tras un intenso debate, deciden finalmente ir al norte. Mirul está decidida a investigar que oscuro mal ha renacido en las montañas, mientras que Olf desea salir de la ciudad, al igual que Orun, que echa de menos la naturaleza. Fian por su parte está convencido de que en el norte pueden aportar mucho más en la solución, que yendo a luchar a las ruinas del este.

-Entonces está decidido –afirma la Mariscala poniendo fin a la reunión-. El futuro de Eras-Har, y quizás de todo el norte, depende ahora de vosotros –dice mirando a los dos caballeros-. Que Korth esté con vosotros.

31 marzo 2014

Viis, el no-muerto


Aquí tienen as uno de los villanos del Libro Avanzado del Reino de la Sombra. Se trata de Viis, el no-muerto y antiguo lugarteniente del Rey-Dios (que algunos conoceran del suplemento En compañía de gigantes).

06 marzo 2014

Hoja de personaje

Zapicm, en el foro de El Reino de la Sombra, se ha currado un excel que calcula automáticamente las puntuaciones de los personajes para el juego. Sólo tienes que elegir la raza, ocupación, añadir los puntos libres y el documento te hace todos los cálculos. La verdad es que es muy útil, así que aquí tenéis el link por si la queréis utilizar. Incluye además, razas y ocupaciones creadas en otros blogs.

Hoja de personaje

03 marzo 2014

Crónicas de Valsorth - Turno 50

TURNO 50 – Doce de marzo del año 340, Agna-Anor.
Por la mañana, y con el recuerdo de la dura lucha contra el titán y los orkos, el grupo de aventureros se reúne con el capitán Caust.
- Nos quedaremos aquí y resistiremos –les dice el veterano caballero-. No pienso ordenar la retirada. Estas ruinas son una posición crítica y debemos defenderlas para impedir el paso de los ejércitos enemigos. Por ello, no seguiré el consejo que envían desde Eras-Har. Lo he consultado con mis sargentos y todos estamos de acuerdo; nos quedaremos aquí. 
El capitán les pide que, cuando regresen a la ciudad, lleven este mensaje a la Mariscala. Sin embargo, el grupo le explica que han venido en busca de una antigua reliquia, la Tabla de Rezos que les pidió el Abad Auril que encontraran en la antigua biblioteca de Agna-Anor. El capitán les desea suerte, así como les explica que sus hombres han explorado las alcantarillas de la ciudad, y que no han encontrado ninguna biblioteca ni nada que se le pareciese. Además, encontraron un enorme rastrillo de hierro que cerraba el paso, así que, tras garantizar que nadie podía atacarles por esos pasadizos, decidieron cerrarlas.
- Si lo deseáis –les dice el capitán-, hay un acceso cercano al torreón del vigía, por donde pueden entrar.
Así, a media mañana el grupo se dirige a la entrada de las alcantarillas. Se trata de una losa de piedra que cierra un pozo que desciende en la oscuridad y del que sale un hedor nauseabundo. Uno a uno, bajan por el pozo hasta encontrarse en un pasadizo circular de paredes de piedra, cuyo lecho se haya inundado por el lodo y cubierto por aguas estancadas y pestilentes hasta casi cincuenta centímetros.
Empiezan a explorar los túneles, hasta que encuentran un amplio pasaje cerrado por una pesada verja de hierro negro y enmohecido, que parece tener un mecanismo de abertura, una conducción en el techo que se pierde por el pasillo al otro lado. Sin poder pasar, el grupo se dirige al norte y recorre varios pasadizos, hasta que se encuentran con un derrumbe que bloquea totalmente el paso.
En ese instante, Mirul escucha un ruido, el sonido del agua al moverse y crear un ligero oleaje. Sea lo que sea, el ruido se oye cada vez más cerca. Atrapados en el callejón sin salida, el grupo se dispone a hacer frente a lo que se acerque. Aguardan en tensión observando el oscuro túnel. Orun coloca la antorcha en la pared y blande sus dos espadas. Olf aferra su hacha. En ese instante, las aguas se sacuden por un intenso oleaje, y una babosa de cuerpo bulboso y oscuro se alza ante Orun y ataca, seguida de otras cuatro sabandijas que nadan por las aguas. La critura arrastra al salvaje al agua, y le clava sus fauces en el hombro, inyectándole el tóxico de sus colmillos. Olf despedaza a la criatura que aprisiona a Orun, mientras que la mercenaria Arisal abate a otra de un flechazo.
Entonces las babosas pasan de largo, y siguen nadando hasta el derrumbe, donde desaparecen bajo las aguas. Entonces les queda claro que esas criaturas huían de algo… el sonido del agua al desplazarse se oye de nuevo, más cerca.
Sin tiempo para prepararse, el grupo se vuelve hacia la oscuridad del túnel, donde emerge una gran sombra que parece ocuparlo todo. Mirul convoca su poder arcano y un proyectil de fuego ilumina el pasadizo, explotando en una catarata de llamas que prende fuego a su rival. Las llamas muestran la figura de piel escamosa piel y cuerpo alargado que avanza ondulante sobre las oscuras aguas. Entonces se alza rompiendo las aguas y abre unas enormes fauces plagadas de afilados colmillos a la vez que emite un agudo silbido. Se trata de una serpiente gigante, que avanza envuelta en llamas y se lanza sobre el primero que ve, Orun, que se mueve a un lado justo para esquivar los colmillos venenosos.
Mientras la enorme serpiente trata de alcanzar al ágil salvaje, el resto desatan una lluvia de ataques sobre el monstruo, que recibe flechazos, hachazos y varios proyectiles mágicos, hasta que por fin, cae muerta sobre las aguas verdosas.
Tras el duro combate, el grupo decide qué hacer a continuación. Las babosas han huido por un espacio bajo el derrumbe, y encuentran con facilidad el agujero. Usando una cuerda atada a la cintura, Olf bucea por las pestilentes aguas, siguiendo un estrecho paso que se abre entre los cascotes. Tras dos intentos, el bárbaro encuentra un pasadizo al otro lado, y tira de la cuerda para avisar a sus compañeros. Uno a uno, los aventureros pasan por el pasaje inundado, alguno tragando más agua de la cuenta, y pronto se encuentran todos en un nuevo pasaje.
Desde aquí siguen investigando los pasajes, buscando acercarse a lo que suponen es el centro de la ciudad. Tras seguir varios pasadizos, llegan a una escalera de piedra que baja hacia un nivel inferior y cuyos escalones se encuentran cubiertos de musgo. Descienden en la negrura hasta llegar a una puerta de piedra que cierra el camino, sobre el que se lee en un grabado “biblioteca de Agna-Anor” y a cuyo lado hay una herrumbrosa palanca de hierro. ” Al accionar la palanca, la puerta de piedra se abre y permite pasar al interior de una majestuosa sala de altas estanterías repletas de libros y gruesos volúmenes. Es una enorme sala, repleta de estantes en los que se apilan infinidad de documentos, libros y volúmenes. Una escalera derruida subía a un nivel superior, pero ahora no es más que un montón de cascotes y el paso hacia arriba está cerrado. En una mesa que ocupa el centro de la biblioteca destaca un soporte de piedra sobre el que hay una tabla de piedra adornada con infinidad de  antiguos grabados. El paladín Fian, con el corazón aporreando su pecho, examina el grabado y reconoce que se trata de la Tabla de Rezo que venían a buscar. Con el sagrado objeto en su poder, además de algunos libros con aspecto de ser muy antiguos, los aventureros buscan la manera de abandonar estos pasadizos.
Tras llegar a la sala de control de los rastrillos, logran levantar la verja que cerraba el paso y por allí pueden llegar al pozo por donde entraron en las alcantarillas. Ansiosos por salir de esas profundidades, escalan hasta la superficie, donde salen en medio de noche.
Sin embargo, les recibe el sonido de la guerra, de los gritos y el entrechocar del metal de una batalla. La calle y el torreón están plagados de cadáveres de caballeros y orkos, mientras que varios titanes se vislumbran al este, atacando la torre del capitán Caust.
Apesumbrados, los aventureros ven que se trata de un ataque a gran escala, en que orkos y titanes arrasan a las fuerzas de Stumlad y aniquilan a los humanos. A simple vista, parece el fin de los caballeros.


24 febrero 2014

Crónicas de Valsorth - Turno 49

TURNO 49 – Once de marzo del año 340, Eras-Har.

Después de dedicar la tarde a realizar varias tareas, entre ellas aprovisionarse con ingredientes curativos, con los que Mirul elabora una poderosa pócima curativa basada en la planta Etalan, el grupo dedica la noche a descansar.

A la mañana parten junto a Erisal en dirección este, siguiendo río arriba el Durn, y adentrándose en las tierras abandonadas cercanas a las montañas. Durante seis días viajan sin imprevistos, hasta que una tarde, entre la niebla que cubre el nevado paisaje, Orun detecta alguien que se acerca.
Rápidamente, todos se ocultan a un lado entre los árboles, desde donde ven pasar a toda velocidad a un grupo de cuatro hiallus montados por orkos. Las criaturas no les descubren, y siguen su carrera hacia el oeste, mientras su líder les exhorta algo en orkan.
Una vez pasado el peligro, Erisal les explica que el orko gritaba “¡Más rápido! Tenemos que encontrar a ese hombre antes de que escape”.

Sin mayores contratiempos, el grupo corona una colina y tras dejar atrás un bosque de abetos de hoja negra, contemplan los restos de la antigua ciudad de Agna-Anor. Se trata de lo que siglos atrás debió ser una majestuosa urbe, de altos edificios de piedra gris, desmoronadas por el paso del tiempo y la guerra. Torres y cúpulas se alzan todavía sobre los restos de las casas, aunque sus piedras erosionadas les otorgan un aspecto fantasmal. El centro de la ciudad se encuentra anegado por las aguas del río Durn que baja desde las montañas, inundando las calles centrales y con un grupo de edificios sobresaliendo como una isla en medio de su cauce.
Ya está anocheciendo cuando se acercan a los restos de las desmoronadas murallas, momento en que se topan con cuatro caballeros que aparecen entre los edificios y les apuntan con arcos, dándoles el alto. Tras identificarse, los caballeros les dejan pasar y les guían al interior, hacia el campamento de los caballeros. Durante la marcha entre las calles derruidas, uno de los caballeros les explica el curso de la guerra.
- La situación es desesperada. Hemos luchado durante meses contra los orkos que ocupan la parte oriental de la ciudad, y los habíamos mantenido a raya sin demasiados problemas. Pero hace una semana cambió todo. El enemigo lanzó un ataque a gran escala, y al frente de las tropas iban una decena de titanes, criaturas altas como un edificio que arrasaban con todo a su paso. Decenas de compañeros murieron ese día, mientras que sólo conseguimos derribar a uno de ellos. Así, nos vimos obligados a retroceder y ahora sólo controlamos una cuarta parte de la ciudad.
El grupo llega a la plaza del mercado, que aún conserva los edificios donde estaban los puestos y tiendas. En la actualidad, estos edificios son el refugio de los caballeros de Stumlad, siendo casi veinte locales y tiendas donde se han instalado catres, armerías y almacenes. Al Nordeste de la plaza, en el gran torreón de piedra, tiene sus dependencias el capitán Caust, así como sus sargentos y los miembros de su guardia. Se trata de un edificio de cinco plantas de altura, que ha permanecido indemne al paso del tiempo. El Capitán ocupa la planta superior, y allí se dirige el grupo para entregar el mensaje del capitán Dobann de Eras-Har.
El capitán es un veterano guerrero enfundado en la pesada coraza de la orden de Stumlad. Tiene el cabello corto ya salpicado por las canas, y sus ojos azules han perdido el brillo de la juventud. Con gesto hastiado, lanza el pergamino al fuego de la chimenea y maldice.
- Necesitamos tropas y simplemente recibo una nota en que me plantean la posibilidad de abandonar la ciudad y regresar a Eras-Har. ¿Para eso hemos luchado tanto? –niega con la cabeza-. En fin, mañana tendré una respuesta, pues debo departir con mis sargentos. Hasta entonces, quedaros en el campamento y seguir las órdenes. Recordad que estamos en guerra.
Mientras, Olf habla con un clérigo que ofrece una misa a los caballeros en medio de la plaza y le pregunta sobre la tabla de rezos que han venido a buscar, y donde puede estar la antigua biblioteca. El clérigo no sabe nada al respecto, y dice que no ha visto ninguna biblioteca en las ruinas.
Fian reflexiona al respecto y considera que la biblioteca debe estar en algún lugar protegido, pues antiguamente los libros eran objetos aún más valiosos y se guardaban a salvo de los elementos y otros peligros.
Al ir a pasar la noche, el grupo decide repartirse y Mirul, Fian y Erisal van a la torre del campanario para ayudar en la vigilancia, mientras que Orun y Olf se quedan en el campamento. Las dos elfas y el paladín se apostan en lo alto de la torre y ayudan en las guardias.
Durante el turno de Mirul, la elfa le parece ver una torre que se mueve en las cercanías, alerta a sus compañeros y uno de los caballeros duda en dar la alarma. Al final, Mirul tira de la cuerda y la campana resuena en la noche, justo cuando un grupo de orkos surge entre las calles sale a la carrera hacia la torre. Al frente avanza una criatura enorme, de casi diez metros de altura y de amplia constitución, abultado estómago y fuertes brazos que blanden un tronco de árbol a modo de garrote. Tiene la cabeza calva y el rostro grotesco, adornado con aros de hierro y macabros pendientes, mientras viste con largas pieles y sus poderosas piernas pisotean con rabia haciendo temblar el terreno a medida que avanza.

La elfa reacciona conjurando uno de sus hechizos y un proyectil brillante cruza la noche, para impactar de pleno en el gigante y llenar la calle de llamas, matando a varios de los orkos. A pesar del fuego, el enemigo sigue avanzando bajo el ataque de las flechas, y alcanza la torre donde se enfrentan a los caballeros. El titán describe un tremendo golpe con su garrote que alcanza a Fian, aplastándolo y dejándolo moribundo. Después se vuelve y destroza a otro caballero de un golpe que lo lanza al vacío. Mirul aparta a Fian del combate y le aplica la pócima curativa que había creado, salvándole la vida. Justo en ese momento aparecen los refuerzos que llegan del campamento, con Olf y Orun al frente. El bárbaro carga contra el titán, cortándole los tendones de la pierna de un terrible hachazo. El gigante se desploma como un árbol talado y cae muerto entre los cascotes.

15 febrero 2014

Crónicas de Valsorth - Turno 48

TURNO 48 – Diez de marzo del año 340, Eras-Har.

A la mañana siguiente, después de una noche de descanso, el grupo se presenta primero en el fuerte de los Yelmos Negros, donde acompañan al Capitán Dobann y los caballeros supervivientes. La noticia de que la caída de fuerte Terain ha corrido como el fuego por la ciudad y cuando los aventureros cruzan las nevadas calles hacia el centro de la urbe muchas personas les preguntan por estos rumores. Algunos se lamentan, mientras que los más agoreros claman diciendo que esta es otra señal del mal que resurge en el norte.
Una vez en la fortaleza, el Capitán Orlant saluda a los recién llegados, intercambia varias impresiones con Dobann y deciden mantener una reunión privada, a la que invitan a los miembros del grupo que sobrevivieron.
- Sin duda no son buenas noticias –asiente Orlant al oír la marea de orkos que asoló el fuerte y exterminó a los caballeros-. Las fuerzas enemigas se multiplican a nuestro alrededor. Nosotros apenas conseguimos hacer frente a los ataques que asolan los campos. Luchamos sin descanso día tras día, pero vamos perdiendo terreno poco a poco.
- La presencia de algo terrible en el norte es una realidad –interviene Dobann-. No soy de esos que se creen las historias de viejas que cuentan algunos sobre el nigromante en el norte y demás, pero lo que he visto estos meses en las montañas no tiene otra explicación. Además… -hace una pausa antes de seguir, mira a quien les rodea y parece plantearse si hablar en voz alta-. Hay algo que sucedió en  nuestros últimos días en el norte y que no he explicado aún.
El capitán relata entonces la historia de una patrulla que envió a una exploración al norte de Terain. Pero fueron atacados y masacrados, y sólo uno regresó con vida. Moribundo, habló de que les había atacado un dragón.
- ¿Un dragón? –salta Orlant-. ¡Eso es imposible! Los dragones no son más que leyendas, historias para asustar a los niños.
- Sólo sé lo que dijo el caballero –continua Dobann-. Entre delirios, habló de un gigantesco dragón rojo que apareció en el cielo, mientras se dirigían a las minas de Numbar. Su fuego mató arrasó a la patrulla, y sólo él sobrevivió fingiendo estar muerto.
Yo tampoco creería esas historias, si no hubiese visto al caballero. Tenía todo el cuerpo quemado y lleno de ampollas. Aún me pregunto de donde sacó las fuerzas para recorrer el camino de regreso al fuerte y explicar lo sucedido.
- Estamos en una situación crítica –asiente Orlant-. Nuestras fuerzas se debilitan mientras el enemigo aumenta su poder… no podemos continuar así. Enviaré un emisario a Solak informando de lo sucedido, y pediré refuerzos. Mientras, lo que me preocupa es el destacamento que defiende las ruinas de Agna-Anor. El Capitán Caust lidera a los caballeros que resisten el ataque principal de los ejércitos orkos. Sin duda, debe saber lo que aquí está pasando.
- No podemos perder esa posición –advierte Dobann-. Pero está claro que debe saber que está en peligro, sobre todo si un dragón rojo surca los cielos del norte.
- Bien, entonces este será el plan –dice Orlant-. Enviaré un grupo a las ruinas para alertar a Caust, a la vez que puede ayudarle a mantener la defensa del río. Por otro lado, necesitamos alguien que vaya a la capital, Solak, e informe de lo sucedido, alguien con autoridad para hablar con el mismo Rey Edoar.
- Yo iré a Solak –afirma Dobann-. Explicaré la derrota de Terain y aceptará el castigo por mi fracaso. Si el Rey mantiene su confianza en mí, volveré para continuar la lucha, espero que al frente de un gran destacamento de caballeros.
- Bien, ahora necesitamos alguien que pueda llegar a Agna-Anor e informar a Caust –sigue Orlant y se vuelve hacia los aventureros-. En estas semanas que lleváis a mi cargo habéis demostrado ser dignos de confianza y llenos de recursos. Os pido ahora que crucéis el territorio hacia el este y vayáis a Agna-Anor para poneros al servicio de Capitán Caust. La exploradora Erisal será vuestra guía.

El grupo abandona el fuerte poco después del mediodía. Es entonces cuando se dirigen a la abadía de Sant Foint, para encontrarse con el Abad Auril y darle la Tabla de Rezos que encontraron en el bosque de la araña.
El religioso se muestra muy agradecido con ellos por haber completado el encargo, y les recompensa con 100 monedas de plata a cada uno.
- Sin duda, habéis demostrado ser dignos servidores de Korth –asiente el anciano.
Fian le explica que han recibido el encargo de ir a Agna-Anor, para alertar del peligro que se cierne desde el norte.
- Sin duda la oscuridad y la blasfemia se ciernen sobre nosotros –afirma Auril-. Pero quizás podáis ayudarnos también durante vuestro cometido en la ciudad en ruinas. Veréis, la recuperación de la Tabla de Rezos y el diario de Jocan me ha permitido estudiar sus grabados y descubrir que un mensaje se ocultaba entre sus runas. Sin embargo necesito el resto de las tablas para poder descifrar por completo el mensaje. Según el diario del Padre Jocan, la segunda de las tablas se encuentra en las ruinas de Agna-Anor, la antigua ciudad que hay al Este y donde nuestras tropas se enfrentan con las hordas de orkos que han invadido la región. Ya que os dirigís hacia allí, os pido que encontréis entre las ruinas la segunda de las Tablas de Rezo, antes de que los efectos de la guerra la destruyan. Por lo que he podido descifrar, la tabla puede estar en la antigua biblioteca que había en el centro de la ciudad.
Con esta información, el grupo se despide del religioso y sale de la abadía.


27 enero 2014

La caída de Teshaner (XXVI)

El encapuchado fue el primero en atacar, saltando hacia adelante mientras realizaba sendos cortes circulares con ambos puñales. Josuak agachó la cabeza para esquivar la primera estocada y rechazó la segunda interponiendo su espada. El encapuchado se revolvió con sorprendente velocidad y lanzó un nuevo ataque, dirigiendo su puñal derecho al pecho del mercenario. Éste evitó a duras penas la afilada punta y lanzó una patada baja a las desprotegidas piernas del hombre, alcanzándole en una rodilla y haciéndole caer de espaldas sobre el estrecho paso. Moviéndose con rapidez, Josuak situó la espada sobre su enemigo, apuntando directamente al rostro, que había quedado al descubierto al caer la capucha a un lado.
- Bien, hablemos ahora -dijo Josuak. La punta de su espada se posó suavemente sobre la garganta del fugitivo. Se trataba de un hombre joven, apenas un muchacho imberbe, de facciones lampiñas, pelo rubio sedoso y unos luminosos ojos verdes. No aparentaba tener más de dieciséis años, pero en su determinada mirada no se descubría signo de temor ante la delicada situación en que se hallaba.
- ¿Quién eres y qué relación tienes con la mujer de la que te he hablado? Ya sabes quien, la chica del pelo blanco que me desvalijó la otra noche.
El muchacho se negó a responder en un primer momento. Josuak posó el pie sobre el agitado pecho del caído y presionó el filo de su espada sobre el cuello del muchacho.
- Es la última advertencia -le amenazó con frialdad-. O me cuentas lo que quiero saber o empezaré a llenar de cortes esa bonita cara que tienes -añadió, a la vez que la punta de su espada abría un finísimo hilillo de sangre en la piel del chico.
- Soy un miembro de la Mano Silenciosa, la cofradía de ladrones -respondió éste con rapidez al sentir el frío contacto del acero. Sus ojos habían perdido la confianza y ahora relucían de temerosa ansiedad-. Somos un grupo de ladrones que nos ganamos la vida cómo mejor podemos. La chica de la que hablas debe ser Izana, una hermana de la cofradía. Ella se corresponde con esa descripción.
- Bien, bien, veo que vamos entendiéndonos -asintió Josuak sin aligerar la presión de su arma-. ¿Dónde está ella? ¿Dónde os ocultáis?
- Eso no puedo decírtelo -protestó el ladrón con un chillido-. Si lo hago, Tauds me matará por traicionarles.
- Si no lo haces, morirás ahora -repuso Josuak sin variar su duro tono de voz.
Los ojos del muchacho le miraron suplicantes. Los copos de nieve caían sobre su rostro y el viento agitaba su fina melena rubia. Al instante, su resistencia se quebró y continuó hablando en voz apenas audible bajo el sibilante viento.
- Nuestro refugio está en las alcantarillas, en los túneles abandonados del norte. Solemos usar la entrada que hay cerca de la plaza de...
En ese momento, un grito cortó la confesión del chico.
- ¡¿Eh, quién hay ahí arriba?! -inquirió un hombre desde la calle que discurría bajo el arco en que se hallaban el mercenario y el ladrón.
Josuak apartó la mirada de su presa y se volvió hacia la callejuela para descubrir a una patrulla de milicianos observándole desde la calzada. Eran cuatro hombres, armados con espadas y portando antorchas. Uno de ellos les señalaba directamente con el dedo.
- ¡Vosotros, bajad ahora mismo de ahí! -ordenó mientras los otros tres soldados desenfundaban sus aceros.
Aprovechando la distracción, el ladrón se escabulló entre las piernas de Josuak y le propinó una fuerte patada en el talón del pie derecho. Josuak perdió el equilibrio y cayó cuan largo era sobre el duro suelo de piedra. El ladrón se puso en pie de un salto y, sin demorarse un segundo, huyó hacia el tejado del edificio contiguo.
- ¡Quietos, quietos! -gritó el jefe de la patrulla.
Josuak no hizo caso de sus palabras y se levantó con rapidez. Maldiciendo la interrupción de aquellos soldados, se apresuró en pos del joven ladrón, quien saltaba ágilmente la separación entre dos tejados. Los guardias repitieron su orden, pero fugitivo y perseguidor ya habían desaparecido en el laberíntico entramado de tejados y callejuelas. Josuak cruzó varios edificios siguiendo la sombría figura del ladrón. Sin embargo, el mercenario dejó deliberadamente que la distancia que les separaba fuese en aumento. Ralentizó el paso, lo justo para no perder de vista a su objetivo y continuó la persecución desde una distancia prudencial. Tras superar un nuevo tejado, el ladrón bajó a la calle descolgándose por una viga de madera. Josuak se desvió a un lado y bajó del edificio por una fachada lateral, cayendo a un oscuro callejón cubierto de nieve y desperdicios.
Corrió hasta la esquina y espió con cuidado: el muchacho se alejaba por una nueva avenida, echando rápidas miradas a su espalda pero sin descubrirle. Josuak siguió los pasos del ladrón por varias travesías, hasta que el chico por fin redujo el paso y volvió a examinar la calle que había dejado atrás. Al no ver a nadie, se cubrió con la capucha de su capa azulada antes de continuar andando, confiado en haberse desembarazado de su perseguidor.
Josuak no se expuso a ser descubierto y siguió al muchacho. Después de descender una de las cuestas que llevaban a la muralla, su presa le llevó hasta una plaza circular. El ladrón se detuvo justo en su centro, al lado de una fuente de piedra adornada con las estatuas de dos querubines alados, y echó una mirada alrededor. Josuak permaneció parapetado tras la fachada del edificio y aguardó en tensión. En ese momento, el joven ladronzuelo se llevó una mano a los labios y emitió una leve llamada, un murmullo que recordaba al canto de una urraca. Por unos segundos, el encapuchado permaneció en pie sin moverse del centro de la plaza y pareció que nadie respondía a su llamada. Entonces, tres figuras surgieron de las sombras y de los callejones circundantes. Eran altas y alargadas, vestidas también con capas de tonos azulados que les cubrían hasta los pies y con las capuchas echadas sobre los rostros. Los cuatro ladrones se reunieron en el centro de la plaza, intercambiaron unas breves palabras y se apresuraron en dirección norte.
El mercenario los siguió por el laberíntico entramado de callejuelas hasta una plazoleta en cuya cara occidental se abría un oscuro y siniestro desagüe. Era un túnel de apenas metro y medio de diámetro, con el moho y la podredumbre adheridos a los adoquines de piedra. Una destartalada verja de barrotes oxidados cerraba la entrada. Josuak, agazapado tras una esquina, observó cómo los cuatro encapuchados abrían la verja y desaparecían en la oscuridad de las alcantarillas.

Tras aguardar un instante, Josuak cruzó la plaza para observar el agujero por el que habían entrado los fugitivos. El mercenario se dio por satisfecho con saber donde se ocultaban y, dándose la vuelta, decidió regresar a la posada. Ahora que conocía el cubil de la cofradía de ladrones, no tardaría en encontrarse de nuevo con la misteriosa ladrona de argenteo cabello. Entonces saldaría la deuda pendiente que tenía con ella.

20 enero 2014

La caída de Teshaner (XXV)

Con la llegada de la noche, Josuak consiguió que Gorm guardara reposo en su habitación. El gigante había protestado ante los cuidados de una de las posaderas, quejándose como un niño cuando le aplicaron los ungüentos curativos sobre las heridas que salpicaban su corpachón.
- ¡No son más que rasguños! -bramaba, insistiendo en que no necesitaba tantas atenciones. Josuak logrado convencer a su compañero para que dejase hacer a la muchacha. Una vez Gorm dejó de protestar, Josuak salió de la habitación y bajó al salón.
Pocos clientes se habían congregado aquella noche en la posada, no más que una decena de solitarios y taciturnos hombres que bebían ensimismados en sus propios pensamientos. El crepitar de la hoguera era el único sonido que se oía. Incluso las camareras permanecían calladas con gesto serio, sin rastro de la habitual alegría que iluminaba sus sonrisas.
Josuak ocupó una de las mesas y pidió algo de vino caliente. La muchacha le sirvió una humeante taza de barro y Josuak la abarcó con ambas manos para calentárselas. No le había dicho nada a Gorm, pero una idea revoloteaba en su mente desde hacía días. No podía dejar de pensar en la noche en que salió a dar un paseo por a muralla y fue asaltado por aquella ladrona encapuchada. Desde entonces, no había día en que un sentimiento de resquemor le abrasase el estómago al recordar el suceso. Aquella ladrona le había tomado el pelo como si fuese un vulgar palurdo de pueblo. Eso le enfurecía a Josuak. De una forma u otra, iba a encontrar a aquella bribona para recuperar el dinero que le había robado, y de paso restablecer su dignidad.
Dio un lento trago de vino y tomó una decisión. Sin avisar a nadie, recogió su capa, su espada, depositó una moneda sobra la mesa y abandonó la posada poco antes de que el tañido de las campanas sonara en la ciudad anunciando la medianoche. Una vez fuera, cerró la puerta y el cálido confort del salón fue reemplazado por el inclemente viento invernal. La noche era oscura, las estrellas eclipsadas por negros nubarrones que vertían una copiosa nevada sobre la ciudad. Josuak se arrebujó en su capa verde y echó la capucha para protegerse el rostro. Tras echar una mirada a un lado y otro de la desierta calle, emprendió un rápido paseo en dirección al barrio viejo de la ciudad.
Recorrió la larga avenida sin encontrarse más que unos pocos soldados que bajaban de las murallas tras terminar su turno de vigilancia. Josuak abandonó entonces la vía principal y se internó por los empinados callejones del barrio viejo. Caminó encorvado para protegerse del viento que soplaba en la estrecha calle, internándose entre los adornados arcos que formaban los viejos edificios. Los pocos fanales que pendían de los muros iluminaban tenuemente los pasos del mercenario, que caminaba decidido hacia el lugar donde la misteriosa ladrona le había asaltado pocos días antes.
Una vez alcanzó la empinada callejuela donde se había producido el asalto, el mercenario se arrimó a la fachada de una de las antiguas casas y se refugió en las sombras que se abrían bajo una balconada de piedra. Desde allí tenía un buen ángulo de visión de toda la calle y nadie que pasase por ella repararía en él.
Aguardó en su escondite durante lo que le pareció una eternidad. El viento silbaba alrededor y le golpeaba con fuertes ráfagas. La nieve se colaba bajo su capa, empapándole las ropas. Se arrimó aún más a la pared aunque poco podía hacer para protegerse de la fría noche. Por la calle apenas discurrieron algunos milicianos que volvían de las murallas y un par de hombres que regresaban con prisa a sus hogares. Josuak se frotó las enguantadas manos, tratando inútilmente de calentarlas, y volvió a examinar la calle, sin ver más movimiento que el danzante brillo de las antorchas. Se maldijo una y otra vez por estar allí pasando frío y perdiendo el tiempo en vez de descansando en la posada. Su tozudez le iba a costar una pulmonía y puede que eso lo pagase muy caro en la batalla del día siguiente. Pasaron largos minutos sin que nadie apareciera por la callejuela. Josuak renegó de nuevo y soltó un bufido. Ya estaba harto, aquello era una estupidez, sería mejor darse por vencido y olvidarse de aquella ladrona y de la bolsa de monedas de oro que le había robado.
Resignado, se apartó de la fría piedra del edificio y se dispuso a regresar a la posada. En ese preciso instante, una figura apareció en lo alto de la cuesta, surgiendo de una callejuela lateral. Josuak reaccionó instintivamente y regresó a la oscuridad que le ofrecía el balcón. Contuvo el aliento para que el cálido vaho de sus pulmones no delatara su posición y contempló cómo la figura, alta y de delgada constitución, se encaminaba a pasos ligeros a lo largo de la calle, evitando exponerse a los claros de luz que se abrían bajo los fanales. A pesar de la penumbra que reinaba en la calleja, Josuak pudo distinguir los ropajes que vestía el nocturno caminante. Los reconoció al momento; una liviana capa de tela azul con la capucha echada y ocultando el rostro. Eran las mismas ropas que llevaba la ladrona, aunque este misterioso personaje parecía algo más corpulento. Con tan poca luz era difícil apreciarlo.
El mercenario aguardó en su escondite mientras la encapuchada figura se deslizaba calle abajo, sin dejar de echar nerviosas miradas a su espalda para asegurarse de que nadie le seguía. Josuak se mantuvo en tensión, preparado para salir de improviso y atraparle antes de que el desconocido pudiese reaccionar. El misterioso personaje se detuvo tras dar unos pocos pasos más y se volvió de nuevo para investigar la callejuela que había dejado atrás. Josuak se dispuso a lanzarse sobre él, cuando un tenue brillo iluminó fortuitamente el rostro que se ocultaba bajo la capucha. No era una mujer, sus rasgos eran estilizados y lampiños, pero mostraban claramente que se trataba de un joven varón. Josuak refrenó su impulso y se guareció en la sombra, temeroso de que el extraño le hubiese descubierto.
El encapuchado dejó de investigar la callejuela y reemprendió su rápido caminar por la cuesta. Josuak dejó que la sombra azulada se alejara unos cuantos metros antes de abandonar el escondrijo y seguir sus pasos.
No se trataba de la ladrona que él conocía, pero los ropajes eran los mismos, de eso estaba seguro, y el hecho de pasearse por la misma zona a esas altas horas de la noche y vistiendo de igual manera le parecían demasiadas coincidencias. Seguiría al encapuchado para descubrir que relación tenía con la ladrona.
Josuak avanzó hasta la esquina que la azulada capa acababa de doblar. Se asomó con cuidado y descubrió al encapuchado internarse por un nuevo callejón que llevaba hacia el norte. Con sigilosos movimientos, el mercenario corrió sobre el manto de nieve en pos de su predecesor. Al asomarse a la esquina, vislumbró fugazmente el revoloteo de la capa justo antes de doblar un nuevo recodo y perderse por otro callejón. Josuak recorrió la calle y espió con precaución. Su sorpresa fue mayúscula al descubrir que el encapuchado había arrancado a correr, pudiendo apenas verle desaparecer tras una nueva esquina. Josuak maldijo en un murmullo antes de salir corriendo tras su presa. De alguna manera, el extraño se había percatado de que le seguía y había decidido dejarle atrás. El mercenario cruzó la calle a máxima velocidad, sin importarle ya que sus pasos resonasen en la silenciosa noche, preocupado tan sólo por no perder de vista al hombre de la capa azul. Tras girar el recodo resbalando en la fina nieve, siguió corriendo por la nueva callejuela, sin ver a nadie en ella, por lo que temió haber perdido el rastro de su presa. Entonces descubrió una figura que trepaba ágilmente por encima de una de las verjas que se abrían a un lado del callejón. El extraño salvó el obstáculo antes de perderse al otro lado. Josuak corrió raudo y saltó para encaramarse sobre las rejas, cuidando de no herirse con las afiladas puntas que la coronaban. Al caer al otro lado, reemprendiendo la persecución del encapuchado, que huía a la carrera. Josuak sonrió satisfecho al comprobar que la distancia con su presa se había reducido. A ese ritmo no tardaría en darle alcance.
El fugitivo se desvió nuevamente a un margen de la calle y trepó a un voluminoso montón de heno que había apilado a un lado. Desde allí saltó para encaramarse al tejado de la casa. Una vez en lo alto del edificio, echó una fugaz mirada abajo. Josuak, sintiendo la mirada del encapuchado sobre él, imitó sus movimientos y salto sobre el montón de heno. El mercenario se aferró con sus enguantas manos al helado borde y trepó al tejado para descubrir que el encapuchado corría hacia el otro lado.
La persecución prosiguió por encima de los tejados. El hombre de la capa azul corría con asombrosa velocidad sobre el resbaladizo piso, saltando ágilmente de un edificio a otro. Josuak tuvo que emplearse a fondo para no quedar atrás. Recorrió a largas zancadas el tejado de la primera casa y se lanzó al vacío por encima de uno de los estrechos callejones, aterrizando con una voltereta al otro lado. Incorporándose con rapidez, cruzó el tejado, desde donde saltó hasta el siguiente edificio. Voló en la oscuridad de la noche y cayó con ambos pies para continuar su carrera, vislumbrando brevemente al encapuchado, que atravesaba en ese instante uno de los arcos que cruzaban la calle. Tras superar el puente, el misterioso hombre se detuvo para echar un rápido vistazo atrás y comprobar que su perseguidor había reducido considerablemente la distancia que les separaba. Entonces, sus manos se ocultaron bajo sus ropajes para reaparecer sujetando un par de alargados puñales. Asiendo uno en cada mano, se situó sobre el abombado arco de piedra y adoptó una posición de guardia.
Josuak detuvo su carrera nada más pisar el arco en cuyo extremo opuesto le esperaba el fugitivo. Con un gesto, el mercenario echó atrás la capucha, dejando al descubierto sus rasgos y clavando una dura mirada sobre su oponente. Durante un instante, ambos contendientes se observaron en silencio, mientras el viento hacía revolotear sus capas.
- No es a ti a quien busco. -Josuak habló con voz pausada-. Mi objetivo es una mujer, una chica de pelo largo y claro, que viste una capa muy similar a esa que llevas -dijo mientras avanzaba lentamente hasta alcanzar el centro del arco de piedra-. Ella y yo tenemos un asunto pendiente y estoy seguro de que tú podrías decirme dónde encontrarla.
Como toda respuesta, el encapuchado dio un paso al frente, alzó ambas manos y cruzó los puñales ante la sombra que era su rostro. El filo de las armas relució plateado en la oscuridad de la noche en silencioso desafío.
- Entonces será por las malas -dijo Josuak y, con un rápido movimiento, desenvainó su espada.


16 enero 2014

Más Libro Avanzado

Pues aquí tenéis algunas ilustraciones más del Libro Avanzado. Además, y tal y como ha comentado Nosolorol en las redes sociales, se confirma que el libro saldrá en el segundo semestre del año. Ya queda menos.




13 enero 2014

La caída de Teshaner (XIV)

Kaliena y los monjes de la orden de Korth recorrieron a toda prisa la abrupta callejuela, abriéndose paso entre la riada de fatigados soldados que bajaba por ella. Una vez alcanzaron el alto de la muralla, la mujer tuvo que reprimir un grito de horror al contemplar el aspecto que presentaba el bastión. La amplia vía era un lugar arrasado: los muros de piedra habían sido destrozados, convertida su parte superior en un amasijo de escombros y cascotes. El regular perfil de las almenas aparecía ahora mellado, plagado de grietas y socavones. La calzada se hallaba cubierta por una masa informe de cadáveres entrelazados. Los soldados caídos se adivinaban entre los montones de orkos muertos, mirando con ojos vidriosos desde los pálidos rostros manchados de sangre. Junto a ellos había también una infinidad de caras perrunas en cuyos ojos permanecía un apagado fulgor rojizo. Las fauces de colmillos amarillentos restaban abiertas, entre las que asomaban las hinchadas lenguas ennegrecidas. Grupos de soldados se dedicaban a vaciar el paseo. Sin miramientos, arrojaban al vacío los cadáveres de los orkos, que impactaban con un sonido hueco contra el suelo. Algunos hombres cargaban sobre los hombros a sus compañeros heridos, mientras otros apartaban los grandes pedruscos que aún permanecían en la muralla.
Aquella era una imagen de pesadilla. Como en los peores sueños sobre el infierno, la muralla era un lugar de almas torturadas y cuerpos castigados, en la que sólo se escuchaba el murmullo de los heridos y sus súplicas en busca de ayuda. Ajenos a todo el horror, los soldados seguían trabajando en medio de aquella barbarie.
Sacudiendo la cabeza, Kaliena apartó cualquier pensamiento funesto y se apresuró en socorrer a varios de los heridos que aguardaban tirados junto a los muros. Se dedicó a un joven soldado, apenas un niño, que yacía apoyado de espaldas contra la piedra. Sus piernas, flácidas y sin fuerzas, aparecían ensangrentadas en el punto donde los huesos habían sido astillados por un proyectil de catapulta.
- Rápido, hay que sacar de aquí a este hombre -oyó gritar a uno de los monjes.
Kaliena mantuvo su atención en el joven soldado. Los ojos del chico la miraban distantes, con una frágil sonrisa dibujada en los labios de los que brotaba un hilillo de sangre.
- ¡Éste primero, éste primero! -los urgentes gritos de los sanadores y de los monjes se repetían por toda la muralla.
Kaliena posó una mano sobre la despejada frente del soldado, que reaccionó volviéndose y dándose cuenta de su presencia. Su boca se abrió para decir algo, pero una brusca convulsión lo invadió antes de soltar un espumajo sangrante sobre su cota de mallas.
- No hables, no pasa nada -trató de tranquilizarle la mujer, frotando con suavidad la frente del muchacho. El chico se quedó quieto y Kaliena situó la mano abierta sobre la fría piel del herido. Al momento empezó a entonar un monótono murmullo, pronunciando un rezo curativo. Los gritos se sucedían. Los heridos se quejaban y pedían auxilio. Los soldados arrojaban sin cesar los cuerpos de los orkos por encima de los muros. Otros apartaban a un lado los compañeros, amigos y conocidos que habían caído durante la lucha, amontonando sus cadáveres en uno de los márgenes del paseo. Kaliena no prestó atención a todo el dolor que sucedía a su alrededor. Concentrándose en la plegaria, continuó recitando los versos, hasta que su mano brilló con un fulgor azulado. El soldado musitó algo incomprensible. La mujer le silenció posando un dedo sobre sus labios y siguió con el proceso curativo. La luz de su mano parecía propagarse hacia el muchacho e insuflar nueva vida en él. Unos momentos después, los ojos del herido se cerraron, mientras su respiración se prolongaba de forma suave y uniforme. A continuación, Kaliena se puso en pie y llamó a dos soldados que había próximos para que transportaran al joven a la abadía. Los hombres cargaron con el adormecido herido y se encaminaron hacia la empinada calle que descendía de la muralla. Kaliena se apartó el sudor de la frente con un rápido gesto mientras miraba en derredor. Había tanto por hacer.


08 enero 2014

La caída de Teshaner (XXIII)

Con la llegada del atardecer, Josuak y Gorm abandonaron la muralla, junto a decenas de soldados que descendían cansinamente por la rampa que llevaba desde la muralla a las calles de la ciudad. Había sido una dura jornada, combatiendo durante horas contra los interminables ejércitos de orkos. Lo peor fue la mañana, cuando los combates resultaron más duros, aunque después, por fortuna, el enemigo se limitó a lanzar pequeñas acometidas que fueron repelidas por las defensas de la ciudad. Aún así, el número de muertos era muy alto, igual que el de heridos, que eran transportados en literas o simplemente en brazos hacia la abadía de Korth.
Gorm caminaba con su hacha apoyada en el hombro, su musculoso salpicado de innumerables manchas de sangre, algunas propias de color carmesí y muchas otras negras de sus enemigos. A pesar de las heridas y los cortes, no demostraba signos de dolor o debilidad, regresando de la batalla con un gesto de tranquilidad en sus acerados ojos grises.
Un vendaje manchado de sangre rodeaba la frente de Josuak. El escudo había desaparecido, desechado en pleno combate después de resquebrajarse por el ataque de una maza. Sus ojos miraban indiferentes la riada de hombres que descendía por la avenida. Había decenas de heridos, algunos con simples cortes y magulladuras, otros con miembros amputados. La comitiva pasaba con lentitud entre las viejas casas, en cuyas ventanas multitud de curiosos, niños y mujeres en su mayoría, observaban en silencio la macabra procesión.
- Tienes que ir a que te miren esa herida -le dijo Josuak a Gorm, indicando el corte que cruzaba la parte baja de la espalda de su compañero.
- No es nada -respondió éste.
- Ya lo sé, pero será mejor que alguno de los curanderos te eche un vistazo. ¿Quién sabe la porquería que llevaba el arma del orko que te hizo eso?
Gorm no replicó esta vez. Continuó caminando, sin prestar atención a varios soldados que se habían detenido a un lado para coger fuerzas.
- Está bien -aceptó el gigante tras recorrer unos metros más-. Iré a la abadía. -hizo una pausa para mirar a Josuak.- Aunque ya sabes que no me gusta que esos viejos debiluchos me pongan las manos encima. Sus ungüentos huelen a orín de caballo. Josuak no pudo más que esbozar una cansada sonrisa.
- Pues tendrás que apañártelas tú solo con ellos -dijo con un leve tono de maldad-. Porque yo me voy a la posada a comer y dormir.
- ¿Cómo? -Gorm le cogió del brazo y le obligó a detenerse-. ¿Yo a la abadía y tú a comer y dormir? De eso nada, ya iré en otro momento a que me curen. Josuak estaba demasiado cansado como para reírse del preocupado gesto del gigante.
- Vamos a la posada -le dijo-. Ya le diremos a alguna de las camareras que te vende ese corte mientras nos comemos una buena ración de carne.
- Sí, eso está mejor -dijo Gorm borrando la inquietud de su rostro.
- Eso, claro, si es que no hay racionamiento de la comida -añadió Josuak un momento después.
- No, racionamiento no -se quejó Gorm, cerrando los ojos con una nueva mueca de preocupación.
Ambos prosiguieron el descenso entre la multitud. Los soldados, los campesinos, tantos y tantos hombres que habían sobrevivido a aquel espantoso día, todos caminaban en ominoso silencio. Josuak no pudo evitar un fugaz pensamiento acerca de aquellos que no habían sido tan afortunados. Pasaron bajo uno de los arcos que cruzaban la avenida y se encontraron con varios monjes que se abrían paso en dirección contraria, ascendiendo hacia la muralla. Los dos mercenarios reconocieron al instante a Kaliena entre el pequeño grupo de religiosos. La mujer levantó una mano en señal de saludo. Al cruzarse con ellos se detuvo y les indicó a sus compañeros que continuaran caminando, que les alcanzaría en breve.
- Gracias a Korth que estáis bien -les dijo, mirando impresionada el aspecto que los dos guerreros presentaban. Su atención se centró en Gorm, y en la infinidad de rastros de sangre reseca que cubrían su poderoso torso. Los soldados y los heridos transitaban por el lado de los tres, apenas reparando en ellos.
- Desde la muralla oeste hemos visto la lucha -siguió Kaliena, los ojos castaños velados por una bruma de tristeza-. Ha debido ser horrible. Parecía imposible que resistierais el ataque de las catapultas.
- Hemos tenido suerte -dijo Josuak-. Muchos otros que se han quedado en la muralla no pueden decir lo mismo.
- Hemos aguantado -dijo Gorm, para al momento exclamar-. ¡Y matado a muchos orkos!
Kaliena posó una mano sobre el ancho antebrazo del gigante azul.
- Me alegro -dijo, tratando de sonreír pero no logrando más que un leve gesto-. Al menos los orkos se lo pensarán mejor antes de lanzarse otra vez sobre la ciudad. Josuak estuvo a punto de decir algo, aunque en último instante guardó silencio y se volvió a un lado para ver pasar a una camilla con un hombre moribundo. Entonces sintió la mano de la mujer que se apoyaba en su hombro.
- No podrán vencernos -le dijo ella, mirándole directamente a los ojos-. Mientras haya guerreros como vosotros la ciudad no caerá ante esos diablos. El mercenario no respondió.
- Lamento lo que dije el otro día -añadió ella sin apartar sus bellos ojos de Josuak-. No tienes nada que demostrar, ya que tus acciones hablan por ti mejor que tus propias palabras. Kaliena mantuvo un instante más su mano sobre el hombro del mercenario, antes de apartarla con brusquedad-. Tengo que irme -se despidió, dándose la vuelta-. Hay muchos heridos por atender y no puedo perder más tiempo. -internándose entre los milicianos que caminaban en sentido contrario, la mujer desapareció en dirección a la muralla.

Josuak y Gorm reemprendieron también el lento descenso por la avenida. El aire era aún más frío al acercarse el anochecer y el cielo negro amenazaba con otra nevada sobre la sitiada ciudad. Josuak, sintiendo un escalofrío, echó en falta su gruesa capa de piel. 

03 enero 2014

Feliz navidad y feliz 2014


Nada, aprovecho esta felicitación tan chula que han hecho Jolan en el blog de Adalides para felicitar el año y ver que el anterior ha sido un año increíble en cuanto a librojuegos publicados en España. ¿Quién iba a pensar en 2006-2009, cuando sólo se publicaron los de Nosolorol, que ahora estaríamos así? Sin duda, somos pocos, pero aquí estamos.


02 enero 2014

Crónicas de Valsorth - Turno 47

TURNO 47 – Ocho de marzo del año 340, Eras-Har.

Tras el duro combate contra las arañas gigantes y la sorpresiva aparición del capitán Dobann y sus caballeros, el grupo tan sólo tiene tiempo de intercambiar unas palabras con el caballero de Stumlad, que les explica su historia:
Hace diez días, por la noche, un ejèrcito de orkos dirigidos por elfos oscuros asaltó Fuerte Terain, matando a mucho, y sólo unos pocos consiguieron huir al sur. Perseguidos por una horda de orkos y elfos, se vieron obligados a entrar en el Bosque de la Araña, donde fueron emboscados en un sendero. Sólo ellos tres escaparon al ataque y huyeron al sur.
Sin tiempo para más, el grupo de aventureros y los caballeros se dirigen por los senderos al sur, recorriendo el camino de vuelta mientras sienten el apremio de ser perseguidos. Al poco tiempo, una explosión retumba en el bosque, señal de que alguien ha activado el glifo explosivo que Mirul había puesto en el claro del gran olmo.
Con la llegada de la tarde, una fuerte tormenta se desata en el bosque y los senderos se convierten en un barrizal. Uno de los caballeros, herido en una pierna, no puede seguir más y necesita hacer un descanso. El grupo se detiene en un claro, donde Fian atiende la herida del caballero, mientras Orun y Olf montan guardia a ambos lados.
Olf vigila el sendero occidental, pero la lluvia y la vegetación impide ver más allá de unos metros. De pronto siente un movimiento entre las ramas, y un leve chasquido es seguido de una pua afilada que se clava en su cuello. El bárbaro se dispone a dar la alarma, pero no puede moverse, paralizado por el veneno. Al momento aparece descolgándose de los árboles una gran criatura de cuerpo de serpiente y torso humanoide de cuatro brazos acabados en garras. Su rostro es una máscara monstruosa, con leves rasgos de mujer. Se trata de una salamandra de los bosques, que se mueve sigilosa para acabar con el bárbaro sin que sus compañeros se percaten de ello. Por fortuna, Olf logra recuperarse de la parálisis y responde con un grito y un golpe de su hacha, que apenas hiere a la salamandra, que le provoca graves heridas con sus garras. El bárbaro, retrocede al interior del claro, donde Irasal, la mercenaria elfa, reacciona con rapidez, carga su arco y acierta con una flecha en pleno rostro de la salamandra, que cae al suelo entre convulsiones, moribunda.
En ese preciso instante, Orun alerta de que alguien se acerca por el otro sendero. Sin tiempo para planear una estrategia, todos se ocultan entre la vegetación, justo antes de que un grupo de tres elfos oscuros irrumpan por el sendero al mando de veinte orkos. Su capitán es un elfo con el rostro cruzado por una cicatriz, que observa el claro con desconfianza y dice algo en su idioma a los que le siguen. Fian, temiendo que les van a descubrir, le pide a Mirul que utilice su magia. La elfa entonces se mueve entre los árboles y recita su conjuro. El líder de los elfos oscuros descubre a la mujer, y puede alertar a los suyos, justo antes que un proyectil flamígero surja de sus manos y estalle en una gran explosión de fuego en el centro del claro. Muchos orkos y elfos caen malheridos por el fuego y esta situación la aprovechan para irrumpir en el claro y acabar con el resto. A pesar de usar sus capacidades mágicas para envolver de oscuridad, el grupo de aventureros junto a los caballeros acaban con todos los enemigos.

Una vez finalizada la lucha, siguen huyendo hasta salir del bosque, donde toman los caballos que habían dejado fuera y emprenden el camino de regreso a Eras-Har, donde llegan ya bien entrada la noche.

30 diciembre 2013

La caída de Teshaner (XXII)

Kaliena observaba el desarrollo de la batalla desde un bastión de la muralla oriental. La mujer, junto a otros tres monjes guerreros de su orden, estaba al mando de una guarnición formada por una veintena de hombres y mujeres, civiles todos, y cuya misión era proteger aquella sección. Por el momento, todos los ataques se habían concentrado en la parte norte de la ciudad, de modo que lo único que podían hacer por ayudar a sus compañeros era rezar.
Negras columnas de espeso humo se elevaban en la pradera. El ejército orko lanzaba una tropa tras otra contra las murallas, trepando por cuerdas y escalas, en número tan superior a los defensores que estos no podían evitar que muchos alcanzasen la cima. Las flechas surcaban el cielo, los cuerpos caían como pesados fardos desde las almenas, los gritos de júbilo y furia se confundían con los estremecedores alaridos de dolor.
Centenares de diminutas figuras se batían a muerte en la atalaya, los orkos resaltando como negras manchas entre los pálidos rostros de los soldados humanos. Kaliena contemplaba sin aliento aquel dantesco espectáculo, sosteniendo con fuerza la vara y lamentándose por no poder acudir en ayuda de los defensores.
Sin embargo, a pesar de las infinitas unidades orkas, los muros resistían los embates, y cada ataque era saldado con cuantiosas bajas para los invasores. Los arqueros enviaban a decenas de orkos al infierno y los soldados expulsaban a los demás atacantes a base de estocadas. Un rechinar atrajo la atención de la mujer.
Sus ojos castaños se apartaron de la cruenta batalla y se dirigieron hacia los campos que rodeaban la ciudad. Allí, sobre la nieve, una treintena de grandes carromatos se habían situado en perfecta formación.
Nuevos chasquidos se sucedieron mientras los orkos manipulaban aquellos aparatos que Kaliena no podía reconocer.

La primera descarga fue demoledora. Inmensos bloques de piedra trazaron una trayectoria parabólica y alcanzaron la parte más alta de las murallas. Los proyectiles cayeron por todas partes, destrozando los muros, abriendo profundos socavones en la vía y aplastando a decenas de soldados. Josuak vio cómo un pedrusco del tamaño de una rueda de carro sepultaba a dos hombres, salpicando de sangre la almena. Otro proyectil impactó en el muro, desintegrando la piedra en una lluvia de virutas y polvo. Un soldado saltó evitando otra roca, pero salió despedido y cayó de espaldas al suelo, quedando indefenso ante las cimitarras de los orkos. Un pedrusco atravesó el torreón, pulverizando sus paredes y matando a los tres arqueros que había en su interior. Josuak buscó a Gorm en medio de la desesperada. Los orkos, aprovechando la cobertura de las catapultas, habían invadido el bastión y masacraban a los confusos soldados. Las cuerdas colgaban por todas partes y más de aquellas criaturas trepaban la muralla con las cimitarras atenazadas en las mandíbulas. Un soldado fue acuchillado por tres enemigos, un arquero disparó una flecha casi a ciegas un momento antes de ser atravesado por una lanza. Josuak escuchó un colérico rugido que le era familiar y dirigió su atención hacia el lugar donde se agolpaban los luchadores.
En pleno fragor del combate encontró a Gorm, blandiendo su hacha en círculo a la vez que bramaba con furia animal. El filo del arma decapitó a un orko. Por desgracia, una decena de aquellos seres rodeaba al gigante. Josuak, lanzando también un grito de rabia, se abrió camino a espadazos entre el mar de enemigos.
Gorm abrió en canal a un orko y se volvió para evitar un ataque traicionero. Josuak saltó sobre el borde de la muralla y corrió por encima de las almenas, cortando numerosas cuerdas en su camino hasta el lugar donde el gigante destripaba a otro rival.
Las catapultas lanzaron una nueva lluvia de piedras sobre la muralla. Un proyectil aplastó a varios hombres y orkos. Otro destrozó una parte del muro y arrojó los cascotes sobre los asaltantes que trepaban por él.
Josuak saltó de la almena justo en el momento en que uno de los pedruscos la convertía en polvo. El mercenario cayó sobre un orko, hundiéndole la espada entre los omoplatos. Gorm recibió una herida en el brazo. Inmune al dolor, replicó con un golpe de hacha que arrojó al agresor por encima del muro. Otra piedra estalló en el centro del paseo, reventando a más hombres y abriendo una telaraña de grietas en el suelo. Josuak alzó instintivamente su escudo para detener una cimitarra. Un orko rasgo la espalda de Gorm, abriendo una profusa herida en la azulada piel del gigante, que se desembarazó de su atacante lanzándolo contra el suelo para aplastarlo a continuación con su hacha. Un silbido cruzó el cielo y un bloque de piedra destrozó otra parte de la muralla. Una flecha se hundió en el rostro de un atacante. La batalla continuaba sin ningún orden; las tropas defensoras superadas en todos los sentidos y sin tener tiempo para reorganizarse y plantar cara a los invasores.
La lluvia de pedruscos cesó mientras las catapultas eran recargadas. Josuak, tras matar un nuevo enemigo, consiguió llegar junto a Gorm.
- ¡No podemos seguir aquí! -le gritó a la vez que destripaba de un tajo a uno de los orkos que acosaban al gigante. Gorm, por su parte, balanceó su enorme hacha y cortó las piernas de otro atacante.
- ¡Las catapultas acabarán con nosotros! -siguió gritando Josuak-. ¡Hemos de retirarnos!
El gigante rugió otra vez y aplastó uno de los perrunos cráneos de un poderoso mandoble. Sin prestar atención a su amigo, se dio la vuelta y se dispuso a enfrentarse a la nueva hornada de enemigos que acababa de alcanzar la cima de la muralla.
En ese instante, las catapultas fueron accionadas de nuevo y por tercera vez el cielo se llenó de enormes pedruscos. Otra sección del muro se convirtió en ruinas ante los terribles impactos. Nuevas cuerdas volaron y los garfios encontraron asideros en las piedras y los cuerpos caídos. Gorm cargó con su hacha, empujando a tres orkos fuera del muro y haciendo frente a los cinco restantes. Josuak maldijo entre dientes y saltó por encima de varios cadáveres para ir en ayuda de su amigo de piel azul. Una piedra cayó unos metros más allá y fulminó a dos soldados, convirtiendo sus cuerpos en una pulpa de carne, sangre y huesos rotos. Gorm y Josuak lucharon espalda contra espalda. La cruenta batalla prosiguió, cayendo hombres y orkos por igual, pero, mientras que los primeros eran cada vez menos numerosos, los segundos parecían no tener fin.
Un gran orko de poderosa musculatura evitó el ataque de Josuak y le alcanzó de refilón con un tajo de su cimitarra. El mercenario sintió un doloroso relámpago en su frente. Reponiéndose al instante, logró detener el siguiente golpe y estampó el escudo en el cuello del orko, que boqueó sin aire y cayó de rodillas. Josuak prosiguió con un rápido tajo descendente y decapitó limpiamente a la inmunda criatura.
Sin tiempo para reponerse, se pasó una rápida mano por la frente y se enjugó la sangre. Un instante después ya se enfrentaba con otro de aquellos monstruos. Su brazo empezaba a cansarse y sus movimientos eran cada vez más lentos y torpes. El ágil mercenario amputó la garruda mano izquierda de su adversario y se volvió para encarar a otro más. La situación era desesperada; no aguantarían mucho más.
Las catapultas lanzaron la siguiente andanada de piedras. Los proyectiles cayeron sobre la muralla como inmisericordes castigos divinos, aplastando hombres y resquebrajando aún más las debilitadas defensas.
Gorm luchaba convertido en una bestia furiosa. Josuak, exhausto, cortó una de las cuerdas que colgaban de la muralla y se preparó para recibir a un nuevo rival.
De pronto, el poderoso sonido de un cuerno resonó por encima del fragor del combate. Humanos y orkos detuvieron la lucha durante un instante mientras los ecos de la llamada retumbaban en el paseo.
- ¡Adelante, por Stumlad! -se escuchó un grito.
Josuak se volvió hacia la empinada avenida que llevaba a la muralla desde el interior de la ciudad. El mercenario a punto estuvo de perder la cabeza cuando el orko con el que luchaba aprovechó su despiste para atacar. Hombre y monstruo rodaron por el suelo, forcejeando. Josuak sintió una garra arañar su brazo.
Liberándose de la presa, pudo abrir el cuello del orko con su espada. De una patada se quitó al cadáver de encima y se incorporó justo en el momento en que un nuevo canto del cuerno se imponía sobre el tumulto de la batalla.
- ¡Sin piedad, no dejéis ni uno con vida! -ordenó una poderosa voz.
Abriéndose paso por el acceso a la muralla surgió una decena de caballeros, vestidos en brillante armadura y montados sobre impresionantes corceles. A la cabeza del grupo, cabalgando con increíble seguridad a pesar de lo resbaladizo del piso, iba Pendrais, con la espada alzada y pronunciando una nueva orden con voz profunda y segura. Los cascos de los animales aplastaron a varios de los sorprendidos orkos mientras las
espadas acababan con que intentaban huir.
Tras los caballeros, aprovechando la vía abierta por estos, un batallón de arqueros corría pendiente arriba y se apresuraron a tomar posiciones en la muralla. Tensaron sus cuerdas y, a la señal de su capitán, lanzaron una densa lluvia de saetas sobre las catapultas. Muchos de los orkos encargados de manejarlas cayeron muertos sin poder activarlas de nuevo. Los arqueros enviaron una nueva ráfaga que acabó con todos los
orkos que había junto a los malditos ingenios de guerra.
Josuak, agotado, respiraba aceleradamente sin poder hacer más que observar a su alrededor. La muralla, hasta hace unos momentos un lugar de caos y pesadilla, permanecía en una paz casi irreal. Incontables cuerpos yacían desparramados por el suelo, inmóviles y con los rostros contraídos en horribles muecas. Los grandes pedruscos que habían destrozado la cumbre del bastión ocupaban buena parte del paseo, sepultando los cuerpos de innumerables soldados. Los supervivientes se movían de un lado a otro, encargándose de ayudar a los compañeros heridos a la vez que daban muerte a los del ejército invasor.

Entretanto, los arqueros prendieron sus flechas en fuego y dispararon sobre las catapultas. Como si de brillantes estrellas fugaces se tratase, los proyectiles cruzaron el encapotado cielo e impactaron sobre la madera, haciéndola arder y convirtiendo los pesados carros de combate en grandes piras de fuego. La batalla había concluido, por el momento.

27 diciembre 2013

Reflexiones 2013


Un año acaba y como siempre me siento este día de fiesta, con algo de resaca de los excesos de añoche, a plasmar en esta entrada mis pensamientos sobre el año que dejamos atrás.

Para mí 2013 es el año en que la saga de librojuegos de Leyenda Élfica ha llegado a su conclusión, con la publicación de los libros 3 y 4. La historia que lo empezó todo veía así su final, en una edición que creo ha quedado muy digna y que permiten ver en conjunto toda la historia del príncipe Araanel, su compañera Miriel, Pendrais y demás personajes. La recepción de los librojuegos ha sido buena, con varias reseñas que constatan que la saga ha ido ganando en calidad e intensidad con cada volumen. Para mí, ha sido todo un placer ver los cuatro libros juntos, y que los seguidores pudieran completar la historia.
La publicación de estos libros ha coincidido con el resurgir de los librojuegos en nuestro país, con la salida de otros libros de diferentes autores y editoriales, como La feria tenebrosa, Héroes del acero, o los importados Destiny Quest. La verdad es que es una gozada ver que los librojuegos no están muertos y que siguen siendo un medio tan válido como cualquier otro para contar historias.

Respecto al juego de rol de El Reino de la Sombra, la verdad es que ha habido dos aportaciones importantes durante este año. Por un lado, la publicación del Libro Básico en tapa dura ha sido una apuesta de Nosolorol por el juego, corrigiendo el mayor error que tuvo la primera edición, como fueron unas tapas algo endebles, y dándole robustez al libro. Además, ha sido una oportunidad para que nuevos lectores conocieran el juego y se hicieran con él, comprándolo en cualquier tienda especializada.
El segundo punto importante del año ha sido la publicación del suplemento de Defensores de Korth, el tercero de la serie, y que sirve para dar continuidad a la línea.
Por supuesto, muchos hubiésemos querido que el Libro Avanzado hubiese salido en este 2013 que ahora acaba, pero el trabajo que está dedicando Nosolorol ha revisarlo requiere de tiempo, y al final es mejor tener un manual bien trabajado que no sacar un producto mejorable por ir con prisas.

El tercer punto que querría destacar es el movimiento que se ha ido produciendo este año de reconocimiento de El Reino de la Sombra, y que tengo la sensación que se ha acentuado en los últimos meses. Me refiero a reseñas en blogs, comentarios, etc que han ido saliendo en internet, en que aficionados comentaban los puntos fuertes del juego, y creo que hacían una revisión del juego mucho más a fondo que simplemente decir que es otro clon de Dungeons and Dragons.
A este debate seguro que ha contribuido también la salida en castellano del todopoderoso Pathfinder, al que siempre me he referido en broma como la llegada del señor de la sombra... Sin duda, Pathfinder es un juegazo y el volumen y ritmo de sus publicaciones puede arrasar con todo. Para mí, el hecho de que haya habido gente que se haya manifestado a favor de El Reino de la Sombra en vez de Pathfinder no puede sino ser un gran orgullo, y que me da más fuerzas que nunca para seguir escribiendo.

¿Y qué nos depara el futuro? Pues está claro que el objetivo para 2014 es publicar finalmente el Libro Avanzado de El Reino de la Sombra, que está suponiendo un esfuerzo titánico, tanto para JC, Pedro J, así como Xavi Tarrega que se está encargando de ilustrarlo. Por mi parte, espero que el manual cumpla las espectativas y amplie y mejore el juego. Ni se me ocurre hablar de fechas, pues eso depende de Nosolorol y yo creo que aún quedan unos cuantos meses hasta que podamos tenerlo en nuestras manos. Sólo espero que sepáis entender esta demora y que la espera valga la pena al final.
A su vez, Nosolorol tiene un producto en mente que relaciona los librojuegos de Leyenda Élfica y el juego de El Reino de la Sombra. Esperaré a que sean ellos quienes comenten algo al respecto, pero será una nueva aportación al mundo de Valsorth.
Respecto al Reino, este año también se publicará la pantalla del Director de Juego, y quizás incluso alguno de los suplementos que aguardan en cola, como el de los elfos salvajes o el de los clanes bárbaros. Por mi parte, este año lo dedicaré a seguir escribiendo el Libro Experto, y así dar más trabajo a Nosolorol cuando acaben con el Libro Avanzado...

Como podéis ver, proyectos en marcha no faltan, y es el ritmo de revisión y corrección de los libros, así como la estrategia editorial de Nosorol, lo que marcan la publicación de los libros. Muchos de vosotros habéis manifestado que se está tardando demasiado tiempo en sacar el siguiente manual, o que corremos el riesgo de que la línea muera si no nos damos prisa en publicar más material. Desde aquí, sólo puedo esperar que compartáis conmigo la idea de que mejor esperar y garantizar un producto de calidad, como ya hicimos con el Libro Básico.

Nada más, sólo desearos a todos unas felices fiestas y un feliz 2014. Aquí seguiremos en enero, en nuestra lucha por salvar Valsorth y no doblegarnos ante la llegada de la oscuridad. ¡Aquí seguimos!


PD: Para ilustrar estos desvaríos, esta vez he escogido una foto que me hizo una persona hace unos meses. Le dije que algún día lo usaría en mi blog y así ha sido.




25 diciembre 2013

Campaña de El Reino de la Sombra en La Puerta Negra.


Simplemente hacer una nota de la campaña que están llevando a cabo la gente del blog de La Puerta Negra, en su regreso a Valsorth y a El Reino de la Sombra, después de aquellos míticos podcasts (el sacrificio del gigante azul fue épico). Podéis seguir sus aventuras gracias a la narración de las mismas que están haciendo en su blog.
Desde aquí, muchas gracias, y mucha suerte en Teshaner!

Descenso a Gradzvayr II





23 diciembre 2013

La caída de Teshaner (XXI)

La primera acometida se produjo contra la puerta norte. Josuak, Gorm y el resto de la guarnición contemplaron desde las almenas cómo las tropas orkas cargaron contra los muros. Los arqueros recibieron a los atacantes con una lluvia de flechas. Muchos orkos cayeron heridos o muertos, pero el resto prosiguió su alocado avance hasta alcanzar la base de la muralla. Las saetas siguieron cruzando el cielo y provocando más bajas. Los orkos se agolparon contra los muros en busca de protección. Otros dispararon sus arcos contra las almenas, aunque sus flechas quedaban cortas y se quebraban contra la piedra muchos metros por debajo de las posiciones de los milicianos, quienes seguían repartiendo muerte desde su aventajada posición.
A pesar de que los orkos caían a decenas, más y más enemigos cruzaban las chabolas de los alrededores de la ciudad, guareciéndose en ellas para alcanzar las murallas. Escalas de cuerda volaron sobre los muros. Más silbidos de flechas, más gritos de muerte; el caos se desató en aquella sección de la muralla. Los arqueros no pudieron evitar que los orkos más rápidos treparan hasta la cima. La lucha se recrudeció entonces. Los milicianos se batieron a espadazos, expulsando a los invasores, pero sin poder evitar que varios de los suyos cayeran al vacío junto a los orkos.
Josuak contempló a los defensores resistir el asalto y hacer retroceder a los orkos. A su lado, los hombres de la guarnición prorrumpieron en gritos de júbilo y alegría. Los ánimos renacieron entre el destacamento de soldados y campesinos, confiando en que quizás las altas murallas podrían detener a la negra marea que se les venía encima.
Entonces, cortando los cantos de alegría, tres escuadrones de soldados orkos arrancaron desde la retaguardia y se dirigieron hacia la sección que ellos defendían.
- ¡Ya vienen! -alertó innecesariamente uno de los vigías.
Los orkos se internaron a la carrera entre el laberinto de casuchas, prendiéndolas en llamas. La humareda se elevó en el cielo justo en el momento en que los arcos de los soldados empezaron a chascar. Las flechas cruzaron el grisáceo amanecer y muchos de los bramidos de los atacantes se quebraron en breves alaridos de dolor. Los orkos recibieron la fatal lluvia arremolinándose en la base de la muralla, desde donde empezaron a lanzar cuerdas hacia lo alto. Los garfios aparecieron por todas partes, aferrándose a cualquier saliente que encontraran. Los soldados recorrían el baluarte cortando cuerdas y lanzando a muchos orkos hacia una muerte segura. Sin embargo, las cuerdas seguían cayendo sobre la muralla.
Josuak se apresuraba en cortar todos los cabos que encontraba a su alrededor. Los arqueros disparaban una y otra vez en un intento de detener a los trepadores que ya se encontraban cerca de las almenas. Gorm arrancó con la mano uno de los garfios y dejó que la cuerda se escurriera como una veloz serpiente hacia el abismo. El gigante se giró para ver aparecer a los primeros enemigos que alcanzaron la cumbre, portando las cimitarras entre los dientes y con los ojos rojizos refulgiendo con salvajismo.
Gorm se apresuró en hacerles frente. Describiendo un amplio tajo con su hacha, alcanzó en el pecho a uno, arrojando con el impulso a otros dos fuera de la muralla. Josuak se situó al lado del gigante y de una estocada envió a otro orko hacia las piedras de abajo.
La batalla estalló en la muralla. Los milicianos aferraron las espadas y se enzarzaron en una lucha cuerpo a cuerpo con los atacantes. Un soldado fue arrojado por el borde, un orko graznó de dolor con una profunda herida en el cuello, las flechas silbaron por encima de los combatientes. Gorm rugió con furia y, de un hachazo, abrió en canal la cabeza de un enemigo. Josuak detuvo con su escudo una cimitarra y lanzó una estocada a las piernas de su rival. El orko se desplomó entre lloriqueos, ocasión que aprovechó el mercenario para acabar con él. Seguidamente, cortó dos nuevas cuerdas que habían aterrizado en la muralla. Una vez hecho esto, se acercó al borde para expulsar a dos atacantes. Pateó a uno por la espalda y amputó la mano del otro de un tajo. El orko chilló de dolor y perdió el equilibrio, siguiendo a su compañero en la caída. Josuak pudo entonces mirar por encima de las almenas y ver cómo se desarrollaba la batalla en el exterior.
Las hordas de orkos atacaban ya toda la muralla norte. El fuego arrasaba los alrededores de la ciudad y la humareda se alzaba en fluctuantes columnas negras. El grueso del combate se desarrollaba en las inmediaciones de la gran puerta, cuyos rastrillos de acero permanecían bajados e impedían el paso. Los soldados de la milicia repelían una tras otra las oleadas de asaltantes, enviando cientos de cadáveres de vuelta a las afueras de la ciudad. Josuak descubrió entonces un movimiento en las filas de los ejércitos orkos que aguardaban en los alrededores: Varios escuadrones se dispersaron hacia diferentes puntos de la muralla, tirando con cuerdas de unos artilugios que la distancia impedía precisar.
Nuevos enemigos surgieron ante Josuak en ese momento. El mercenario mató de un sorpresiva estocada al primero y con el escudo evitó el ataque del segundo. Retrocediendo varios pasos, logró contraatacar y hundir su espada en el estómago del orko. Gorm apareció entonces y agarró por la espalda al tercero, levantándolo con sus poderosos brazos y arrojando al aterrado orko al vacío. El cuerpo rebotó duramente contra la piedra, arrastrando a varios escaladores con él.
- Tenemos problemas -le gritó Josuak al gigante, recuperando su posición en las almenas y señalando a los lejanos grupos de orkos que proseguían su lenta aproximación-. Mira aquello -añadió como única explicación.
La distancia era menor ahora, de modo que pudieron distinguir los grandes aparatos que los orkos arrastraban con cuerdas. Eran pesados carros de madera, de grandes ruedas y del tamaño de una vivienda.
En su centro, en un complejo entramado de cuerdas, reposaba un alargado brazo acabado en una cesta de metal.
- Catapultas -anunció Josuak.
Gorm no contestó. Tras sacudir la cabeza para olvidarse de las catapultas, se lanzó sobre los orkos que coronaban la cumbre de la muralla. Josuak, tras echar un último vistazo abajo, se adentró en la caótica batalla. Un orko apuñaló por la espalda a un desprevenido soldado. Josuak se deslizó a su lado y vengó al caído de un espadazo, esquivando a continuación el ataque de otro enemigo. Tras darle muerte, prosiguió avanzando entre los luchadores, distinguiendo brevemente a Hilnek. El mando y varios soldados protegían el torreón de un numeroso grupo de orkos. Uno de los defensores recibió una estocada en el estómago. El orko no pudo disfrutar de su victoria, ya que otro soldado le atravesó con su espada. Josuak apareció a la espalda de uno de los monstruos y, agarrándole el cuello con el brazo del escudo, le abrió la garganta en un sangrante corte. Dándose la vuelta, describió otro tajo y acabó con el último de los enemigos.
- ¡Hilnek, se acercan catapultas! -gritó Josuak al veterano soldado, que yacía encorvado hacia delante mientras recuperaba el aliento. Éste levantó los ojos y le miró sorprendido.
- ¡Catapultas! -repitió Josuak señalando con la mano hacia el exterior-. ¡Los orkos traen catapultas!
Hilnek miró hacia donde indicaba el mercenario y su semblante quedó lívido. Los otros soldados reconocieron también la poderosa maquinaria de guerra y un velo de desesperanza cubrió sus miradas.
- ¡No puede ser! -negó Hilnek asomándose a la almena, obviando la lucha que seguía desarrollándose a su alrededor-. ¡No puede ser, esos salvajes no saben construir catapultas! -gritó sin poder creer lo que estaba viendo.

Josuak no se molestó en responder. Los escuadrones orkos se habían alienado ya a un centenar de pasos de la muralla y se apresuraban en preparar las catapultas para lanzar la primera andanada.