29 octubre 2013

El gran kraken



Hoy traemos una ilustración del Libro Avanzado, en que se puede ver al Gran Kraken, dios de los hombres del sur, en una imagen de cuando destruyó la ciudad Il·Solaz. Esperemos que os guste.




28 octubre 2013

La caída de Teshaner (XV)

Kaliena recorría a toda prisa la avenida en dirección al centro de la ciudad. La mujer caminaba a rápidas zancadas por el empedrado, resbaladizo por la nieve y el hielo, sin reparar apenas en lo que sucedía a su alrededor. La avenida continuaba prácticamente desierta, con tan sólo unos pocos y solitarios transeúntes circulando por ella, también presurosos por llegar a su destino. Los edificios que franqueaban la vía tenían las puertas y ventanas cerradas a cal y canto. El brillo de las lámparas y las velas se adivinaba en su interior, donde los ciudadanos se habían guarecido del frío y el miedo.
La mujer siguió su camino sin levantar apenas la mirada de la blanca calzada, los ojos fijos en las puntas de sus botas que pisaban con fuerza sobre la nieve, dejando un solitario rastro tras ella. La cólera producida por su conversación con el mercenario apenas había disminuido desde que había abandonado la posada. Las palabras de Josuak le habían alterado profundamente y su enfado iba en aumento a medida que caminaba, sin lograr calmarse o contener su furia.
¿Quién se creía que era ese mercenario? Kaliena maldijo en silencio. Sus creencias le hacían confiar en la buena voluntad de la gente, en la generosidad, en la ayuda mutua. El egoísmo era uno de los mayores pecados que alguien podía cometer y Josuak era sin duda el mayor egoísta que había conocido nunca. Era valiente y se había comportado con firmeza en la batalla del Paso del Cuenco, pero, a pesar de ello, era un hombre que sólo miraba por su propio interés, sin importarle nadie más. Sin duda alguna, él y el gigante que le acompañaba les hubiesen abandonado en la montaña si así hubiesen podido salvar sus miserables vidas. Y ahora que el caos había alcanzado las propias puertas de la civilización, la mujer sospechaba que los dos mercenarios no sentirían ningún remordimiento en huir de la ciudad y dejar a sus habitantes a su propia suerte. La clérigo volvió a maldecir entre dientes y trató otra vez de calmarse. No podía dejar que el enfado turbara sus sentidos. Tenía que controlarse y evitar que aquellos dos buscavidas le hicieran hervir la sangre con su falta de humanidad y valores morales.
Respirando profundamente, la mujer alzó la mirada y continuó en dirección a la abadía de su orden. Ésta se encontraba cinco calles más allá, poco antes de llegar a las murallas de las haciendas de los Lores de Teshaner. Su nombre era Abadía de San Frair, en honor del monje que había dedicado su vida a ayudar y sanar a los desamparados primeros pobladores del sur de Valsorth. El edificio constaba de una gran iglesia de altas y apuntaladas torres, de paredes de roca gris salpicadas por alargados y estrechos ventanucos. A los lados se abrían dos secciones independientes, construidas con posterioridad, como delataba los grandes bloques de terrosa piedra azulada que habían sido empleados en su construcción. Se trataba de dos edificios más bajos, de apenas diez metros de altura, y que albergaban las celdas de los monjes. Un sendero de negros adoquines discurría entre cuidados setos desde la avenida hasta la grandiosa puerta principal de la iglesia. Las estatuas de santos enmarcaban la entrada, contemplando con ojos piadosos a la recién llegada.
Por encima de las figuras se extendía una red de filigranas grabadas en la piedra, que se entrecruzaban como si de plantas trepadoras se tratase hasta alcanzar la cúspide, donde un elaborado tejado triangular servía de balcón para más estatuas.
La mujer se detuvo un instante antes de empujar los pesados portones. Cerrando los ojos, suspiró profundamente, tratando de expulsar los últimos restos de agitación o intranquilidad que aún albergaba en su ser. Una vez hecho esto, empujó una de las puertas, que se resistió levemente a ser abierta, y pasó al oscuro interior de la iglesia. Cerró la puerta tras de si y el rumor del viento que soplaba fuera murió, siendo reemplazado por un silencio absoluto.
La estancia era inmensa, abriéndose las paredes a los lados y perdiéndose en la penumbra. Una corta escalera se abría al fondo, conduciendo a un altar de doradas vasijas. En el centro de la tarima se alzaba una delgada figura de madera; un frágil hombre de rostro sereno a pesar de las heridas que surcaban sus brazos y piernas. Era la figura de Korth. Una alfombra roja marcaba el camino entre dos hileras de bancos, desde la puerta hasta el altar. Kaliena caminó silenciosa por él y, al llegar a las escalera, se arrodilló y hundió la cabeza. Un momento después, sus labios se movieron en una susurrante plegaria.
- Por la vida, por la luz, por el alma de todos -empezó a rezar, su monótona voz rompió con su leve murmullo el silencio de la iglesia-. Más allá de todo aquello que vemos, tocamos u olemos, más allá de todo lo material, más allá del mundo que hay ante nuestros ojos, más allá de nuestras vidas y las vidas de nuestros hijos, nuestra alma es eterna, nuestro ser permanecerá, la vida no termina nunca y nunca terminaremos con la vida.
La mujer continuó con sus oraciones durante un par de minutos. Al acabar, se levantó lentamente y por fin levantó la mirada con un respetuoso gesto. La estatua de Korth se alzaba ante ella como un padre protector. Kaliena observó el bello símbolo de su divinidad y realizó el gesto de la vida sobre sus labios. Acto seguido, se dio la vuelta y emprendió el camino hacia una de las puertas laterales que yacían ocultas en la oscuridad de las paredes.
Dejando la vacía iglesia, siguió por un pasillo hacia el ala oeste de la abadía. Sus botas de cuero resonaban sobre la suelo de piedra. Pasó sin detenerse ante numerosas puertas cerradas, luego cruzó otro salón que albergaba una gran mesa rodeada de innumerables sillas. Todo era silencio y penumbra, la trémula luz de las pocas velas y antorchas que pendían en las paredes conferían un aspecto lóbrego al amplio comedor.
Kaliena echó una rápida mirada a la sala y la abandonó por un nuevo pasadizo que se abría en la pared opuesta. Siguió caminando en dirección a las escaleras que conducían a su habitación, cuando se topó con uno de los novicios. Era un joven vestido con la toga marrón del monasterio y que llevaba la cabeza rapada por completo como correspondía a todos los estudiantes.
- Señora, el padre Sebashian me ha mandado en vuestra búsqueda -dijo el muchacho inclinando la cabeza y pronunciando cada palabra con excesiva formalidad.
- ¿Sebashian quiere verme? -preguntó Kaliena, extrañada, y esperó a que el estudiante levantara la vista y la mirara-. ¿Ya se ha recuperado?
- No, continúa guardando reposo en su celda. El padre Arsman se ha ocupado de curar sus heridas.
- Está bien. Gracias -dijo la mujer con aire ausente-. Ahora puedes retirarte -añadió antes de pasar junto al muchacho y emprender el camino en dirección a la habitación de Sebashian.
La cámara del religioso se encontraba en el segundo piso del edificio. Una pequeña puerta de madera se abría a un minúsculo habitáculo de paredes de piedra desnuda. Un catre de rústica factura y una mesa con una lámpara de aceite sobre ella eran los únicos muebles de la habitación. Las danzantes luces de la lámpara iluminaban los rostros anaranjados de dos hombres ya mayores y de nevados cabellos. En la cama, cubierto hasta el cuello por una manta de pieles, el padre Sebashian conversaba con los dos hermanos de la orden.
Al entrar Kaliena, los tres hombres se quedaron mirándola. Los cansados ojos de Sebashian brillaron levemente al reconocerla.
- ¡Kaliena! Pasa, no te quede ahí -le saludó con aire jovial, aunque no pudo evitar que un leve rastro de fatiga amargara su voz.
- Gracias, padre -asintió Kaliena y entró en la celda.
- Estaba conversando con Frau Alfres y el padre Arsman -siguió el convaleciente monje, dedicando una rápida mirada a sus dos acompañantes-. Les estaba relatando la increíble aventura que tuvimos en las colinas de Terasdur.
- Sí, debió ser muy duro cruzar las colinas con este temporal -dijo Frau Alfres, un hombre mayor y de ojos lechosos-. Todos estamos muy apenados por lo sucedido en el monasterio.
- Nos gustaría poder realizar un entierro ceremonial -dijo entonces el padre Arsman, otro hombre de más de sesenta años, aunque lo arrugado de su rostro le hacía parecer aún más viejo-. Si pudiésemos, haríamos un gran rito en honor de todos los hermanos que murieron a manos de esas salvajes criaturas.
Kaliena se limitó a bajar la cabeza, evitando que el resplandor de la lámpara iluminara sus ojos.
- Por desgracia, no hay tiempo para recordar a los muertos -dijo Frau Alfres y volvió a centrar su atención en el herido Sebashian-. Los Lores han convocado una reunión esta tarde. Han sido convocados todos los parlamentarios con derecho a voto así como varios invitados. En la asamblea se debatirá la estrategia a seguir ante la terrible situación en que nos encontramos.
El padre Arsman continuó explicándole la situación al herido monje.
- Según los cálculos de varios observadores, estamos rodeados por unos diez millares de orkos -dijo, sus palabras adquiriendo involuntariamente un tono funesto.
- ¿¡Diez millares!? -exclamó alarmado Sebashian-. ¡No puede ser! ¡No puede haber tantos enemigos rodeándonos!
- Me temo que es verdad. -Kaliena volvió a tomar la palabra-. Creo que hasta puede que esos cálculos se queden cortos. -la mujer miró brevemente a Frau Alfres y al padre Arsman-. Yo misma he visto con mis propios ojos cómo incontables campamentos se han establecido en las afueras de la ciudad, tantos y tantos que casi parecen llegar hasta el horizonte.
- No hay que ser pesimista -le regañó veladamente el padre Arsman-. Puede que haya muchos de esos monstruos, pero no hay nada que puedan hacer contra nuestras murallas.
- Además, están los caballeros de Stumlad -añadió Frau Alfres-. El grueso de las tropas se encuentra al oeste, a tan sólo unos pocos días de marcha, y cuando sepan de la situación que ha acontecido aquí vendrán en nuestra ayuda.
- Con semejantes guerreros de nuestro lado no tenemos nada que temer -dijo el padre Arsman, aunque, a pesar de lo seguro de su tono, un atisbo de duda brillaba en sus ojos.
- No es bueno confiarse -repuso Kaliena, tratando de que su voz sonara lo más respetuosa posible-. No cuando a las puertas de la ciudad se ha instalado un ejército de seres malignos.
- ¡Los orkos apenas son bestias! -clamó Frau Alfres. Al instante, al sentir la desaprobadora mirada del padre Arsman, el monje recuperó su monótona entonación-. No creo que haya que ser catastrofista. Hay muchos orkos, eso es verdad, pero por la gracia de nuestra señor Korth, jamás podrán derrotar a nuestra milicia. Eso sin contar el seguro apoyo de los caballeros de Stumlad.
- Sin duda tenéis razón -intervino Sebashian inclinándose con dificultad en su lecho-. Pero lo que nos pasó en las colinas no es un buen presagio -el gordo monje se acomodó apoyando los codos sobre la almohada-. Los orkos iban acompañados de unos seres brutales y malvados. Eran como lobos, pero más grandes, y llenos de odio y cólera. El gigante mercenario que nos acompañaba los llamó... ¿Cómo era? -el hombre interrogó con la mirada a Kaliena-. Hiaullus creo que los llamó -siguió antes de que la mujer pudiese responder-. Esas bestias acabaron con varios de los soldados, sin que estos pudieran hacer nada por defenderse. -en ese momento, un rápido gesto de dolor cruzó el rostro del monje. Sus ojos se tornaron blancos durante un instante y su boca dejó escapar un débil quejido.
- ¿Qué os sucede? -preguntó alertado Frau Alfres, acercándose un poco más a la cama de Sebashian.
- Nada, no es nada -negó con la cabeza éste-. Tan sólo un repentino mareo.
- Bueno -el padre Arsman apoyó una mano sobre la del Frau Alfres-, será mejor que dejemos descansar a nuestro buen Sebashian. Ya tendremos tiempo para hablar cuando esté del todo recuperado.
- No, padre, en verdad que me encuentro perfectamente -trató de impedir Sebashian que sus hermanos se fueran.
- Ya nos veremos a la hora de la cena -dijo el padre, haciendo abandonar la celda a Frau Alfres y Kaliena.
Una vez en el pasillo, los dos hombres se despidieron y se alejaron por el pasillo en dirección a la iglesia. Kaliena dudo en volver a entrar en la cámara de Sebashian. Tras meditarlo un instante, decidió que era mejor no molestarle más e irse a su propia celda. La mujer se encaminó por la silenciosa abadía hacia las escaleras y subió hasta su habitación.
Era una celda muy pequeña, más aún que la del monje Sebashian, y el modesto catre ocupaba casi por completo toda la superficie. En las paredes tan sólo había colgada una medalla de madera con el símbolo de Korth, una cruz cornada por un semicírculo. Al ver la cama, un repentino cansancio invadió a la mujer. A punto estuvo de dejarse caer sobre el colchón, pero sabía que no podía descansar, aún no. La asamblea tendría lugar en apenas un par de horas y debía preparar su discurso por si acaso su palabra era solicitada.
Tras sacudir la cabeza para despejarse, se sentó en un taburete frente a la mesa que había en el rincón y buscó en el cajón un pergamino y una pluma. Miró el blanco papel durante largos segundos, buscando una forma de empezar a contar lo sucedido. Entonces recordó las llamas devorando el monasterio. Casi pudo ver cómo las torres y los establos eran incendiados, el humo alzándose en una densa nube negra. Luego recordó la imagen de los asustados monjes tratando de defenderse, sus gritos cortando la fría mañana, cayendo ante las hordas de sanguinarios orkos. Decenas de amigos, rostros conocidos, compañeros, todos asesinados. La pluma empezó a temblar entre los dedos de la mujer. El crepitar del fuego seguía resonando en su cabeza, al igual que los gritos de auxilio de sus hermanos al ser exterminados. Kaliena dejó la pluma a un lado e inclinó la cabeza, posándola sobre los brazos, tratando fútilmente de contener las lágrimas.



23 octubre 2013

Crónicas de Valsorth - Turno 43

TURNO 43 – Tres de marzo del año 340, Eras-Har.

Por la mañana, los aventureros disfrutan de su merecido día de descanso después de haber pasado la noche protegiendo a la Mariscala y al Capitán Orlant del ataque de los elfos oscuros.
Olf permanece en los barracones, para descansar y curarse las heridas. Echado en la cama, valora la posibilidad de contactar con Viesa de Liriam, pero no tiene forma de contactar con ella. Fian utiliza sus rezos a Korth para ayudar a su compañero, y recita varios milagros de curar heridas. Tras conseguir 6 aciertos, desiste de seguir rezando a su dios.
Por su parte, Miriel se dirige al despacho del capitán a hablar con él. La elfa registró los cuerpos de los asesinos elfos, pero no encontró nada que indicara de dónde venían.
- Los elfos oscuros rara vez dejan las profundidades –le dice Orlant-. Pero ahora se han aliado con las hordas de orkos, y está claro que tenían un objetivo claro anoche; eliminar a los líderes de la región.
- ¿Quién los envía entonces? –pregunta la elfa.
- El mismo que lidera a las tropas que asolan nuestros campos desde hace años –responde el capitán-. No sabemos quién comanda los ejércitos de orkos, pero sí que lo hace desde las ruinas de Agna-Anor, donde un destacamento completo de caballeros impide su avance.

Tras hablar con el capitán, la elfa coincide en la avenida de Korth con el carruaje que vieron el día anterior, que se dirige hacia la puerta sur. Se trata del séquito de Viesa de Liriam. Mirul se acerca y pide hablar con la dama. La mujer, al reconocerla, acepta que la elfa suba a su carroza y siguen avanzando por las calles nevadas.
- No deberíais iros tan rápido –le dice Mirul-. Olf está herido, y podríais quedaros a cuidarle. ¡Al fin y al cabo, os salvó la vida!
- ¿Yo quedarme a cuidar a un bárbaro? –se burla la mujer-. ¿Por quién me has tomado? Tengo una reputación. No negaré que disfruté con tu amigo, pero soy una viuda decente, y así debe seguir si no quiero perder mi título. Dale recuerdos y dile que venga a verme si alguna vez pasáis por Liriam.

Mientras, Fian decide pasar el día en la abadía, tranquilo, sumido en la meditación, recuperando la fe en su Dios y así poder aceptar mejor ser el único hombre que abraza el celibato. El paladín se refuerza en sus votos, y no se deja llevar por el ambiente sórdido y pecaminoso que impregna los callejones de la ciudad.
Por la tarde, Fian se encuentra con Abad Auril y le explica la aventura de la noche, y la lucha contra los elfos oscuros.
- Los elfos oscuros son una raza de criaturas crueles –le explica el Abad-. Son seres corruptos y blasfemos, que sirven a una diosa sanguinaria llamada Izz, cuyo símbolo es una daga rodeada por una serpiente. Hay muchas leyendas sobre los elfos oscuros, pero en esta región es conocido que se mueven por el Bosque de la Araña, y se cree que allí tienen su guarida.
Fian se dispone a dejar el despacho del abad, cuando el anciano le hace un gesto para que se quede.
- Sois un buen creyente –le dice-. Habéis demostrado vuestra dedicación a Korth, así como la fuerza de vuestro brazo para llevar su palabra.
Fian observa al anciano, pero este le despide con un gesto y vuelve a la lectura de un libro.


Tras una noche de descanso, los aventureros reciben su pago diario y se reúnen con el sargento Dele’Or para recibir órdenes. Ese día, tienen el encargo de patrullar las calles cercanas a la plaza del mercado. El grupo pasa un largo y frío día resolviendo las pequeñas disputas y su guardia acaba sin mayores incidentes. Al atardecer, se acaba su trabajo y se despiden del sargento hasta el día siguiente. Con toda la tarde y la noche por delante, el grupo regresa de camino al fuerte de los Yelmos Negros.

21 octubre 2013

La caída de Teshaner (XIV)

Josuak permanecía junto a la ventana cuando la puerta de la posada se abrió. El mercenario y Gorm se giraron para ver entrar a una conocida figura, una encapuchada monje guerrera cubierta por un grueso manto marrón. Nada más cerrar la puerta, apartó la capucha y un torrente de cabellos oscuros cayó sobre sus hombros. Los negros ojos de Kaliena se iluminaron brevemente a causa de la sorpresa al descubrir a los dos mercenarios en el vacío salón.
- Vaya, no esperaba encontraros fuera de vuestras habitaciones -dijo la mujer a la vez que se frotaba las palmas de las manos, tratando de hacerlas recobrar el calor-. Tras un viaje tan duro suponía que estarías todo el día descansando.
- Es difícil dormir sabiendo lo que está pasando -dijo Josuak y, apartándose de la ventana, se acercó al centro del salón donde Gorm estaba incómodamente sentado en una de las sillas. Kaliena llegó a la mesa también y tomó asiento junto a ellos.
- ¿Qué sucede aquí? -inquirió mirando extrañada a su alrededor-. ¿Dónde están los clientes y los borrachos que siempre abarrotan este sitio? -miró la vacía y limpia barra del fondo-. ¿Es que no hay siquiera un camarero?
- Creo que todo el mundo ha abandonado la posada -respondió Josuak, mirando también la anormalmente silenciosa estancia-. La llegada de las tropas orkas ha provocado una estampida y casi todas las habitaciones han quedado vacías. Los viajeros han salido a buscar una forma de abandonar la ciudad, de escapar cuanto antes y huir hacia el sur. Hemos recibido muchas ofertas para sacar de la ciudad a grupos de ricos mercaderes y guiarlos hasta Shalanest y las tierras élficas.
- ¿Salir de la ciudad? ¿Con esos monstruos acampados a las afueras?
- Orkos -rugió bruscamente Gorm y pareció a punto de ponerse en pie, la furia reflejada en la tensión de su rostro.
- Tranquilo, amigo -trató de apaciguarle Josuak y posó una mano sobre el ancho hombro del gigante-. Los orkos están fuera. Aún no ha empezado la lucha.
- ¿Cuándo? -preguntó simplemente el gigante, clavando sus claros ojos grises en los de su compañero-. ¿Cuándo mataremos a esos bichos asquerosos? -gruñó y de mala gana retomo a su pequeño asiento.
- Supongo que la lucha no tardará en empezar. -Josuak miró a Kaliena-. Quizás tú nos puedas decir algo al respecto. ¿Cuáles son los planes de los Lores y de los caballeros de Stumlad?
- No lo sé, aún no he sido recibida -respondió ella-. Precisamente he venido a buscaros para que nos acompañéis a mis hermanos y a mí cuando vayamos a ver al Consejo de la ciudad. Ya te lo dije, quiero que confirméis nuestra historia y que expliquéis lo que visteis en el poblado arrasado.
- Ya se lo contamos al Capitán de la guardia. -Josuak escupió las palabras-. Pero supongo que ahora nos harán más caso, ¿no? -volviéndose hacia Gorm, le echó una rápida mirada de complicidad. Sin embargo, el gigante seguía alterado por la presencia de los orkos, millares alrededor de la ciudad, despertando en él un odio que albergaba su raza desde tiempo inmemorial.
- Nos esperan dentro tres horas -dijo Kaliena mientras se ponía en pie-. Se ha convocado una reunión para debatir los últimos acontecimientos. Yo he sido invitada y he pedido vuestra presencia. Habrá representantes de los Lores, los caballeros de Stumlad y demás personalidades de la ciudad. Vosotros vendréis conmigo -dijo sin querer entrar en más detalles-. Ahora tengo que irme. Nos encontraremos a las puertas de la hacienda de los Lores. -dicho esto, se dio media vuelta hacia la puerta.
- ¿Acaso crees que vamos a conseguir algo? -dijo Josuak sin moverse de su asiento.
La mujer se detuvo con el pomo de la puerta en la mano.
- Ahí afuera hay un maldito ejército -siguió hablando el explorador-. No se trata de una simple horda de vagabundos. Son guerreros natos, bien armados y organizados. -Kaliena se giró y miró en silencio a Josuak, que continuó con tono duro-. Nos odian y quieren matarnos a todos. -el mercenario hizo una pausa y se irguió un poco en su silla-. No se detendrán ante nada.
- Podemos defendernos -replicó ella, dejando la puerta y dando un par de pasos hacia el hombre-. Tú mismo dijiste que los muros resistirán si los guerreros que los defienden son valerosos. Mientras luchemos con todas nuestras fuerzas, ningún ejército de orkos podrá traspasar las murallas.
- ¡Abre los ojos! -exclamó Josuak y señaló la vacía avenida que se vislumbraba a través de las ventanas-. La milicia son unos cuantos centenares de soldados, demasiado gordos después de décadas de paz. Los caballeros de Stumlad son sólo unos pocos y dudo que sus bonitos caballos y relucientes armaduras sirvan de mucho contra miles de flechas envenenadas y cimitarras. Puede que esto sea una guerra, pero aquí sólo hay un ejército, y está al otro lado de las murallas. Si no recibimos ayuda, la ciudad no tendrá ninguna posibilidad de resistir.
Kaliena no contestó y se quedó mirando con furia contenida al mercenario.
- ¿Nosotros lucharemos? -preguntó Gorm al oír las ambiguas palabras de su amigo.
- Sí, nosotros lucharemos -asintió Josuak.
- ¿Por qué? ¿Por qué os quedáis? -le espetó Kaliena-. Necesitamos guerreros valientes y no mercenarios que sólo miran por sus intereses y por salvar el cuello cuando las cosas se ponen mal. Si estáis asustados será mejor que busquéis cuanto antes una forma de escapar. Yo de vosotros lo haría ahora, cuando la batalla aún no ha empezado. O no, quizás sea mejor esperar a que empiece la lucha y las barreras cedan y los orkos estén demasiado ocupados saqueando y asesinando para prestar atención a un par de cobardes. -la mujer quedó en silencio, mirando en tensión a Josuak, que no se alteró en absoluto ante las airadas palabras de ella.
La monje guerrera se dio la vuelta y abrió la puerta.
- Iremos al Consejo -dijo Josuak desde su mesa-. Les contaremos a los Lores todo lo que hemos visto.
Luego espero que los rezos a tu dios sirvan de algo. Si no, todos estaremos perdidos.
Kaliena no prestó atención a Josuak y salió de la posada cerrando con un sonoro portazo.
- Creo que le has hecho enfadar -dijo Gorm, el hosco gesto del gigante transformado por una leve sonrisa.
- Es que no soporto a los idealistas -respondió Josuak sin dejar de mirar la puerta cerrada-. Y los monjes son los mayores idealistas de todo Valsorth. Su creencia en los dioses, pensando que nunca dejarán que nada malo les suceda, que siempre les ayudarán y les salvarán. -el mercenario negó con la cabeza y se volvió hacia su amigo-. Me pone enfermo esa fe ciega, sin ver lo que sucede a nuestro alrededor cada día. –el hombre pareció ir a decir algo más, pero volvió a renegar y, en vez de hablar, emitió un gruñido.
- Mi raza no cree en ningún Dios -dijo Gorm-. Nosotros sólo creemos en las montañas y en su poder sobre todas las cosas. -Josuak no contestó y dejó que el enorme y musculoso guerrero continuara hablando-. No sé si existen los dioses, pero los orkos son muchos -dijo, pronunciando el nombre de los sanguinarios seres con duro acento teñido por el odio.
- Estoy de acuerdo contigo -confirmó Josuak y, reclinándose en su silla, buscó a la camarera con la vista-. Supongo que tenemos tiempo para una jarra de cerveza antes de ir a ver al Consejo y a los estirados Lores.
Gorm asintió y Josuak llamó a la muchacha, que salió de la cocina para atenderles. Al cabo de un instante, regresó con dos jarras de espumante cerveza. Los dos mercenarios hicieron chocar las jarras y el cristal tintineó en la vacía posada.


07 octubre 2013

Crónicas de Valsorth - Turno 42

TURNO 42 – Dos de marzo del año 340, Eras-Har.
Tras una noche de descanso, el grupo se reúne por la mañana con el sargento Dele’Or, que les informa de que el capitán quiere hablar con ellos.
- Después del buen trabajo que hicimos al acabar con los encapuchados, el capitán quiere reunirse con nosotros.
Así, suben al torreón principal del fuerte, hasta el despacho del capitán Orlant.
- Hoy se celebra una importante reunión en el Palacio de Invierno –les explica el capitán, que luce su mejor aspecto, con el pelo bien cortado, el rostro afeitado, y vistiendo la inmaculada armadura de los caballeros de Stumlad-. La Mariscala celebra una cena con los terratenientes y nobles más importantes de la región. Como estamos en guerra, puede aprovechado por nuestros enemigos para atacar, por lo que debemos vigilar que la reunión se celebre sin incidentes. Viendo que resolvisteis satisfactoriamente el asunto de los raptores, quería pediros que me acompañéis esta tarde y ayudéis en la vigilancia del palacio.
El grupo acepta el encargo, y así quedan con el capitán de salir por la tarde.
Durante la mañana, Olf y Fian aprovechan para ir a la calle de las Vasijas, donde Olf vende su antigua armadura, y obtiene 10 monedas por ella.
El capitán Orlant, junto a cuatro caballeros de Stumlad y el grupo de aventureros, dejan el fuerte y caminan por la atestada avenida de Korth. En su camino hacia el palacio, ven todo tipo de caravanas y compañías llegadas a la ciudad. Se trata de las comparsas de cada noble y terrateniente, algunos no más que un grupo de viajeros, mientras que otros, como Viesa de Lirian o el viejo Tiorn Daren, llegan con toda su cohorte al completo, y desfilan por la ciudad mostrando su señorío.
Mientras el grupo observa el paso de la señora Viesa, que saluda a la gente desde su carroza, un ladronzuelo le arranca una pulsera de oro y sale a la carrera, lanzándose bajo las ruedas del carruaje. Orn reacciona yendo tras él, mientras que Olf corre para cerrarle el paso. Ambos logran atrapar al ladrón, que se vuelve con un puñal, pero que cae ante un hachazo del bárbaro. Una vez recuperada la pulsera, Olf se la devuelve a la dama, que sonríe al ver al bárbaro y le da las gracias, a la vez que espera que puedan volver a verse.
Una vez en el palacio, el Capitán Orlant ordena al grupo que monten guardia en el pasillo de entrada, donde deben permanecer durante toda la velada y evitar que no entre nadie que no sea invitado. Durante la tarde llegan todos los invitados, al igual que varios grupos de actores, músicos y acróbatas que animarán la velada. Entre ellos destaca la llegada de la Mariscala, una dama alta y delgada, vestida completamente de blanco y cuyas manos están recubiertas de vendajes, mientras que una máscara de plata le cubre el rostro.
Sin embargo, un embaucador se logra colar en la sala del consejo, y es el capitán Orlant el que lo descubre. Tras echar al indeseable, el capitán les advierte que vigilen bien y que no aceptará otro error.
Tras la puerta, el grupo se percata de que la reunión discurre con bastantes problemas, pues la petición de la Mariscala de más oro para la guerra no es bien recibida por los nobles, especialmente por el viejo Tiorn Daren, que clama indignado y manifiesta que aceptará órdenes de una fulana leprosa cubierta de vendajes. Estas palabras provocan un gran revuelo y casi una pelea en el mismo salón entre los asistentes. Para calmar los ánimos, el Capitán Orlant pide un pequeño descanso para estirar las piernas, y algunos de los asistentes se levantan de las mesas y salen al vestíbulo de entrada.
Durante este receso, la dama Viesa reconoce a Olf, y le pide que le acompañe a estirar las piernas. El bárbaro lleva a la mujer del brazo por los pasillos del palacio, notando que ella se acerca a él de forma más que necesaria. Viesa abre una puerta que da a una habitación interior junto a las escaleras que suben al torreón. Olf, sin saber qué hacer, balbucea una excusa, cuando la mujer le agarra del pantalón tirando hacia una de las camas.
- No te necesito para hablar –dice la dama y cierra la puerta.
Mientras, Orun, Fian y Mirul siguen vigilando la entrada, pues los asistentes regresan a la sala del consejo y se reemprende la reunión. Es el momento de entrar de los acróbatas, que pasan por el pasillo sin que Mirul vea nada raro en ellos.
Tras un rápido escarceo, la dama Viesa se viste de nuevo y le dice a Olf que debe volver a la sala. El bárbaro, abre la puerta del cuarto para acompañarla, cuando se encuentra de frente con tres figuras armadas con espadas. Se trata de asesinos elfos oscuros, de cabellos blancos, pieles negras y que blanden espadas largas. Al encontrarse con ellos, los elfos les atacan para silenciarles. Olf aparta a la chica a un lado, mientras que blande su hacha y grita pidiendo ayuda.
Mirul escucha el grito de su amigo, y junto a Fian corren por los pasadizos, para encontrarse al bárbaro haciendo frente a tres asesinos elfos, envueltos en un círculo de oscuridad mágica convocada por ellos. La elfa, recita un conjuro y alza sus manos, de las que brota un proyectil de fuego.
- ¡Olf, salta! –le grita.
El bárbaro, cegado por la oscuridad, salta hacia atrás, cuando una explosión inflama en llamas toda la escalera, matando a un elfo e hiriendo a otro. Olf se recupera de las quemaduras con rapidez, y decapita de un tajo al asesino herido. El último asesino, se da la vuelta para huir, pero el bárbaro lanza su hacha de batalla y le alcanza en la espalda, partiéndole la columna.
En ese momento, gritos y ruido de lucha llegan desde el salón del consejo. Mirul y Fian emprenden la carrera hacia allí, donde se encuentran con una batalla campal. Una decena de asesinos elfos atacan a los nobles, mientras Orun y los caballeros les hacen frente. El capitán Orlant defiende a la Mariscala del ataque de tres elfos que les acosan con sus espadas.
Mirul recita sus conjuros, mientras Fian blande su maza y el capitán usa su espadón. Tras una dura lucha, los asesinos son derrotados y el salón queda sembrado de cadáveres, entre ellos el del noble Tiorn Daren. Olf, con múltiples heridas ayuda a la dama Viesa, que solloza en un rincón asustada. Mientras, el capitán les explica que los asesinos se colaron por el torreón, asesinaron a los acróbatas y les suplantaron para entrar en la sala. Por suerte, el ruido de la lucha en los pasillos les alertó y pudieron defenderse antes de que los asesinos adoptaran su verdadera forma.
Ya entrada la noche, los nobles se retiran a sus aposentos. La dama Viesa se despide del bárbaro y le agradece su ayuda.
- Regreso a Lirian –le dice-. Quizás si alguna vez paséis por allí podamos volver a vernos.

Por su parte, el capitán les agradece su ayuda y les indica que regresen al fuerte a descansar y curar sus heridas. Además, tendrán libre el día siguiente, como pago por su buen trabajo en la cena. Así, el grupo se retira y llegan al dormitorio común cuando quedan pocas horas para el alba. 

04 octubre 2013

Reseñas de Leyenda Élfica

Pues en el blog de Zona Zero están poniendo las reseñas de los librojuegos de Leyenda Élfica. La verdad es que es toda una alegría ver que, a pesar del tiempo que hace que escribí estas historias, siguen siendo entretenidas y el lector puede meterse en la épica aventura de los elfos de Valsorth.

Podéis leer las reseñas de El bosque en llamas:

http://adrzonazero.wordpress.com/2013/09/25/leyenda-elfica-valsorth-de-bolsillo/

Y de El emisario:

http://adrzonazero.wordpress.com/2013/10/02/leyenda-elfica-el-emisario/

Desde aquí, sólo dar las gracias a Santiago Torres por estas reseñas y esperar que el resto de la saga mejore aún más sus impresiones.

03 octubre 2013

Ilustración pantalla El Reino de la Sombra


Pues por si aún no la habéis visto, aquí está la ilustración para la pantalla de El Reino de la Sombra que dentro de poco publicará Nosolorol. La pantalla trae además un pequeño suplemento, escrito por otro autor, así que espero que sea un buen conjunto. ¿Y la ilustración? ¿Qué os parece?

02 octubre 2013

Ilustración Libro Avanzado, el bardo

Pues aquí tenéis una nueva ilustración del Libro Avanzado, en este caso para mostrar a una de las nuevas ocupaciones que trae el libro, el bardo, que usa su arte para liarla en una taberna cualquiera.