25 noviembre 2013

La caída de Teshaner (XVII)

En ese instante, Lor Amant se puso en pie y con voz queda rompió el largo silencio que reinaba en el salón desde la llegada de los tres Lores.
- Muchas gracias a todos ustedes por venir a esta reunión -dijo, las palabras sonaban quebradas en su garganta. Tras este breve saludo el anciano tragó saliva con dificultad y pudo continuar hablando-. Sé que todos estamos muy ocupados, pero la situación de urgencia en que nos encontramos obliga a actuar con la máxima premura. -se detuvo de nuevo y dedicó una larga mirada a todos los invitados. Sus ojos vidriosos y enrojecidos pasaron cansinamente de uno en uno de los consejeros sentados a la mesa-. Hemos pedido vuestra presencia aquí para encontrar una explicación a lo sucedido esta tarde, para saber quién son y de dónde ha salido ese ejército que se ha aposentado a las puertas de la ciudad. Entre todos debemos buscar la verdad y hallar una solución para este grave problema.
El viejo Lor pareció dispuesto a decir algo más, pero tras un instante de duda, acabó sentándose de nuevo en su sillón e hizo un gesto a Lor Omek para que continuara. El joven señor se puso en pie y apoyó las manos sobre la mesa, como tratando de reforzar sus palabras.
- Todos ustedes han visto al numeroso ejército al que nos enfrentamos -dijo con voz pausada, aunque sin poder disimular cierto nerviosismo-. Corren rumores de que la horda de orkos es inmensa, decenas de miles se rumorea. Nuestros observadores nos han asegurado que eso es una exageración; no hay tantos enemigos alrededor de la ciudad.
- ¿Y cuántos son en realidad? -preguntó un rico e influyente mercader desde uno de los extremos de la mesa.
Lor Omek miró al hombre y una mueca de enfado se adivinó en sus finos rasgos.
- No se puede precisar con exactitud –respondió, dejando de mirar al comerciante-. Lo que es seguro es que se trata de un gran ejército, mucho mayor del que podemos hacer frente con nuestra milicia.
Un quedo murmullo recorrió los bancos de los invitados al oír las palabras del Señor.
- Sin embargo, no hay que desesperarse -repuso éste alzando una mano para detener los comentarios-. Las murallas de la ciudad son altas y resistentes, y con nuestros valerosos soldados defendiéndolas serán inexpugnables para esas bestias primitivas y salvajes. -dicho esto, se dirigió hacia Gorka-. Nuestro Capitán, aquí presente, me ha informado que podemos contar con un millar de soldados en plenas condiciones, eso sin tener en cuenta a todos los ciudadanos que ya han pedido unirse a la milicia.
Gorka asintió con la cabeza aprobando las palabras del noble.
- Por desgracia, no podremos resistir eternamente -continuó Lor Omek-. Es por ello que debemos buscar una solución más allá de nuestras murallas. Por suerte, un destacamento de caballeros de Stumlad se encuentra acampado a unos pocos días al oeste. Me gustaría presentarles al Capitán Pendrais de Stumlad.
El noble invitó con un gesto al veterano caballero y éste se levantó de su asiento para realizar una reverencia en señal de saludo.
- Me hubiese gustado presentarme en otras circunstancias -dijo con voz profunda y seca-. Mi presencia aquí es puramente fortuita. En realidad, mi destacamento y yo nos dirigíamos hacia el sur. Al pasar cerca de Teshaner, mi guardia personal y yo nos desviamos para traer unos mensajes de Su Majestad el Rey Edoar para los dirigentes de esta ciudad. -el hombre dirigió una mirada al anciano Lor Amant, quien le respondió con un asentimiento de cabeza-. Pero, tras los graves sucesos acaecidos hoy, he decidido alterar nuestras prioridades. -el caballero realizó una pausa, casi disfrutando de la tensión que sus palabras habían creado entre los asistentes-. Nuestra misión en el sur puede esperar. Por tanto, ordenaré a mis caballeros que se dirijan hacia aquí y nos ayuden a arrasar a esos monstruos.
Todos los invitados no pudieron evitar prorrumpir en gritos de alegría y alivio. Algunos, rompiendo el protocolo y los bueno modales, se pusieron en pie y llegaron incluso a aplaudir.
- ¡Nos ayudarán! -gritó uno.
- ¡Gracias, gracias, gracias! -no paraba de decir otro.
Josuak miró desde su asiento a los enfervorizados hombres. Gorm y Kaliena también mantuvieron la calma y permanecieron en silencio.
- Por favor, por favor. -el caballero Pendrais alzó una mano enguantada en cota de malla para acallar los gritos-. Es nuestra obligación proteger a todos los territorios adheridos a nuestra corona. El honor de Stumlad está en entredicho si hordas de orkos osan atacar a nuestros aliados. Por ello, debo pedir calma y tranquilidad; los caballeros lucharemos y expulsaremos al enemigo.
Nuevamente los gritos renacieron en los bancos. Los hasta hacía un instante asustados asistentes vieron renacer la esperanza en las seguras palabras del caballero.
- ¿Cuándo llegarán los refuerzos? -preguntó una voz anónima desde los bancos.
El capitán apaciguó de nuevo a los invitados con su mano antes de responder.
- Mi destacamento no se haya lejos de aquí, a no más de cuatro o cinco jornadas a caballo.
- ¿Cinco días? ¡Eso es mucho tiempo! -exclamó otro invitado y varios más se quejaron de lo lejos que se encontraba el ejército.
Ante el revuelo desatado, Lor Amant se levantó de su asiento.
- ¡Silencio todos! -bramó, su frágil voz convertida en un chillido. Al momento, el silencio más absoluto se hizo en los bancos. El anciano noble dirigió una furibunda mirada a los asistentes-. Esto no es la plaza del mercado -les recriminó-. Han sido invitados a esta reunión pero no están autorizados a hablar a menos que se les pregunte. A la próxima interrupción haré que los soldados los echen a patadas y así quizás podamos conversar con tranquilidad.
Nadie respondio, nadie osó siquiera levantar la cabeza. Como si de unos niños recibiendo una reprimenda se tratase, los invitados guardaron silencio y esperaron a que el noble dejara de escrutarles con la mirada.
- Puede continuar -dijo entonces Lor Amant al capitán Pendrais.
- Como ya he dicho -repitió el caballero-, mi destacamento se encuentra a tan sólo cinco días de las puertas de la ciudad. Es por ello que enviaré mañana mismo a varios de mis hombres para que avisen al resto de nuestras tropas.
- ¿Cómo dice? -preguntó la señora Selvil, llevándose una rechoncha mano a los labios en señal de preocupación-. ¿Acaso el ejército de los caballeros no conoce la existencia de la horda de orkos?
- Es muy probable que en unos días lo sepan -contestó calmadamente Pendrais-. Sin embargo, no podemos perder el tiempo esperando. Será mejor enviar a varios mensajeros que les alerten y les lleven mi orden de socorrer la ciudad.
La señora Selvil no dijo más, aunque el temor no había desaparecido de sus ojos.
- Todo eso es muy interesante -intervino entonces Lor Amant-. Aunque, antes de decidir cual será nuestro plan de acción, es conveniente que oigamos a algunos invitados que se han encontraron con los orkos anteriormente.
El viejo se volvió hacia los bancos y buscó hasta dar con Kaliena.
- Hay una monje de la hermandad de Korth a quien quiero que escuchen -dijo el anciano Lor-. Es una de los pocos supervivientes del monasterio que había en las montañas. Por favor, hermana Kaliena, levántese y acérquese a la mesa.
Josuak vio cómo Kaliena respiraba profundamente y, con un gesto de extrema seriedad, se levantó y caminó hasta situarse ante la mesa. Una vez allí, esperó a que Lor Amant le hiciera un gesto para iniciar su relato.
- Todo sucedió hace menos de una semana -dijo la mujer con voz átona y evitando mirar directamente a ninguno de los miembros de la mesa-. Varios de mis hermanos y yo misma abandonamos la abadía para descender de las montañas y venir a Teshaner. -a continuación, Kaliena explicó el repentino ataque de los orkos y la caída del monasterio. Los asistentes escucharon en silencio la historia, sin decir ni una palabra y tan sólo realizando algún gesto de preocupación o rabia al oír el trágico fin de muchos de los religiosos.
Josuak escuchó sin mucha atención una historia que ya le era conocida, cuando la mujer explicó algo que le sorprendió.
- No he contado esto antes porque en aquel momento pensé que mis sentidos me habían traicionado –dijo la mujer, bajando la mirada-. Sucedió al dejar atrás el monasterio. Mientras huíamos, sentí un terror irracional, como si una invisible garra se hubiese cerrado sobre mi cuello. Me detuve un instante y me volví para mirar atrás. Por un momento todo pareció quedar en calma. Un instante después, las columnas de humo que se alzaban en el cielo se abrieron y una figura alada se lanzó sobre los restos de la abadía. Apenas pude verlo, y pensé que no era más que una alucinación. Era una criatura de escamas negras y alas membranosas, que abrió unas fauces repletas de colmillos y arrasó con un aliento de fuego a un grupo de clérigos que luchaban en lo alto del campanario. –la mujer hizo una pausa antes de concluir-. Era un dragón.
Un murmullo de asombro resonó en la sala al escuchar las palabras de la muchacha. Varios asistentes protestaron en voz alta, argumentando que era imposible, que los dragones habían desaparecido hacía más de cien años. Kaliena se mantuvo firme y siguió hablando:
- En un principio pensé que no había sido más que un producto de mi imaginación. Sin embargo, quiero que escuchen las palabras de uno de los aventureros que nos ayudaron a escapar de esa matanza. –acto seguido, Kaliena invitó a Josuak a levantarse y tomar la palabra.




22 noviembre 2013

Más ilustraciones libro avanzado

Posiblemente, muchos de vosotros lo habréis visto en las redes sociales, pero para aquellos que no, aquí tenéis nuevas ilustraciones que acompañarán el Libro Avanzado de El Reino de la Sombra.
En ellas vemos, a un guerrero usando su dote desafío ante un troll.



También a un hechicero conjurando unos tentáculos oscuros para apresar a sus rivales.


Y a un mago desatando su poder sobre los elementos.






20 noviembre 2013

Crónicas de Valsorth - Turno 45

TURNO 45 – Seis de marzo del año 340, Eras-Har.

Con el nuevo día, Fian se dirige a la abadía de Sant Foint, para ofrecer sus servicios. Allí, después de saber que el paladín ha ayudado a la ciudad en el reciente caso de corrupción de uno de los sargentos de los Yelmos Negros, le ofrece una misión en concreto.
- Necesitamos fieles como vosotros, dispuestos a defender con bravura nuestras ideas. -os dice el religioso antes de proponeros una misión-. Se trata de recuperar las Tablas de Rezo, objetos de los antiguos clérigos de nuestra orden que fueron perdidos en los días antiguos. Abad Auril, líder de este templo, ha estado estudiando en los viejos volúmenes y ha descubierto que una de las tablas desapareció en el Bosque de la Araña, cuando el clérigo que la custodiaba fue atacado durante un viaje. Esos objetos son sagrados para nosotros y sería un gran servicio a nuestra orden si pudierais devolver las tablas al templo. Según lo viejos volúmenes, hace más de cuarenta años, el clérigo Jocan custodiaba la Tabla de Rezos. Dedicado al estudio, partió hacia el bosque de la Araña para examinar las raras plantas que allí crecen.
Fian le indica al monje que le propondrá la misión a sus compañeros y vendrá con una respuesta. A su vez, aprovecha para ir a ver al Abad Auril, al que pregunta sobre el colgante que encontró en el cadáver del elfo oscuro.
- Os veo muy interesado por los elfos oscuros –le explica el religioso-. Este colgante es un símbolo de Izz, la diosa de esta raza de herejes. Es una diosa malvada y corrupta, que promueve el uso de venenos y otras sustancias para eliminar a los hombres que se guían por la palabra de Korth.

Tras esta reunión, Fian regresa al fuerte de la milicia, donde se reúne con sus compañeros para decidir qué hacer con el ofrecimiento que les han hecho.


18 noviembre 2013

La caída de Teshaner (XVI)

Las puertas de la muralla que rodeaba la hacienda de los Lores se abrieron ante Josuak y Gorm. El mando de los milicianos ocupados de salvaguardar la entrada miró con ojos desconfiados al hombre y al rudo gigante que le acompañaba. En el rostro del guardia se advertía su contrariedad al tener que abrir las puertas para aquellos dos bribones, pero las instrucciones del Capitán habían sido claras respecto a los asistentes a la reunión y esos dos indeseables estaban en la lista de invitados. De tal forma, no tuvo más remedio que echarse a un lado y dejarles pasar, enojándose aún más al descubrir una socarrona mirada en el hombre de largo y oscuro cabello.
- Malditos perros falderos -murmuró Josuak una vez pasaron la puerta, y lanzó una rápida y despreciativa mirada a los soldados. Algunos de los rostros de los milicianos le eran vagamente familiares, de haber coincidido en alguna patrulla hace años, aunque apenas se acordaba de ellos.
Gorm no hizo ningún comentario. El gigante se quedó paralizado apenas pisó el jardín de la hacienda.
- Por la gran montaña de Orn -pudo decir apenas, mudo de asombro ante el espectáculo que se desplegaba ante sus ojos.
El jardín consistía en una cuadrada extensión de césped, atravesada por setos recortados con mimo que delimitaban sendos paseos. Flores diminutas y de pálidos colores adornaban cual lejanas estrellas los bordes del camino, empedrado en losas blancas, mientras que una fuente de piedra bañaba con un riachuelo cristalino el centro del jardín. La nieve caída durante la mañana había sido apilada junto a los muros, sobre los cuales, en cada uno de los cuatro puntos cardinales, se alzaba la mansión de uno de los Lores de Teshaner. Eran magníficas construcciones de piedra pulida, con grandes ventanales y balcones, cubiertos por cortinajes de seda que tan sólo permitían imaginar la suntuosidad y el lujo que se ocultaba tras ellos. Cada uno de los edificios se alzaba en una estrecha torre, coronada por una afilada punta de color encarnado que brillaba a pesar del negro atardecer que se cernía sobre la ciudad.
- Parece que los Lores no se privan de nada -dijo Josuak, mirando también enderredor y, aunque sus palabras no lo expresaban, en sus ojos se intuía cierto asombro.
Los jardines estaban poco concurridos; apenas una decena de guardias patrullaba entre los setos y algún que otro criado se apresuraba en cumplir con su cometido. Josuak tardó unos segundos en descubrir a Kaliena apoyada en una de las columnas del pabellón que había cerca de la muralla oriental. La mujer iba vestida con una capa de piel que la cubría por completo, dejando libre su largo pelo azabache que ondeaba mecido por el viento. Al ver acercarse a los dos mercenarios, los ojos azules de la mujer brillaron levemente.
- Ya habéis llegado -les saludó con un tono gélido como el clima del anochecer, sin que su pálido rostro expresara la menor emoción.
- Sí, ya estamos aquí -respondió Josuak mientras seguía observando a su alrededor-. Bonito jardín tienen los Lores. Mucho dinero habrá costado a las arcas de la ciudad construir este lugar para que sólo las familias de los dirigentes puedan disfrutar de él.
- No creo que sea el momento de discutir sobre las diferencias sociales -le cortó Kaliena y, al momento, se apartó de la columna para volverse hacia la doble puerta del pabellón-. Será mejor que entremos, la mayoría de los invitados han llegado ya. –dicho esto, subió los pocos peldaños que conducían a la entrada del edificio.
Josuak musitó una maldición y miró a Gorm. El gigante se encogió de hombros y siguió a la mujer. El hombre renegó de nuevo antes de adentrarse también en el pabellón.
Dos soldados montaban guardia flanqueando la puerta. Tras saludarles, Kaliena guió a Gorm y Josuak por un alfombrado pasillo hacia la gran sala que se adivinaba al fondo. El murmullo de voces y conversaciones que llegaban desde la estancia acompañó los pasos del silencioso trío por el largo corredor.
Era un gran salón de paredes de piedra gris y altos techos cruzados por vigas de madera. Una veintena de invitados charlaba en reducidos grupos, sin levantar la voz y lanzando fugaces miradas hacia la puerta. Había ciudadanos de muy diferente índole, desde ricos e influyentes comerciantes hasta algún representante de la milicia. Josuak reconoció con desagrado al capitán Gorka, que fanfarroneaba junto a un par de sus hombres.
Kaliena se encaminó hacia dos ancianos religiosos que esperaban cerca de la gran mesa que ocupaba el centro de la estancia, frente a la que se alineaban los bancos para los invitados menos importantes.
- Buenas tardes, padre, hermano -saludó respetuosamente la mujer inclinándose brevemente ante los dos clérigos, envueltos ambos en el tradicional sayo de su orden.
- Oh, Kaliena, al fin has llegado. -el más viejo de los monjes le devolvió el saludo y le dedicó una sonrisa, entrecerrándose sus ojos durante un instante. Al momento, se fijó en los dos guerreros que acompañaban a la muchacha y su sonrisa se esfumó.
- Estos son los mercenarios que nos ayudaron a escapar del Paso del Cuenco -se apresuró en explicar Kaliena, adelantándose a la pregunta del clérigo e invitando con la mano a Josuak y Gorm para que se acercaran.
- Os presento al padre Arsman y a Frau Alfres –les dijo. Los dos religiosos saludaron con una inclinación de cabeza para al momento devolver sus miradas hacia Kaliena.
- Veo que en tu viaje hiciste extraños aliados, hermana -dijo el padre Arsman, tiñendo de un cierto desprecio sus aparentemente inocentes palabras.
- Gracias a ellos, mis hermanos y yo salvamos la vida en las colinas de Terasdur -repuso la mujer en defensa de sus compañeros de viaje-. Fueron valientes y lucharon contra los monstruos que arrasaron nuestro monasterio.
- Sí, hermana, nadie duda de su valía -asintió cansinamente el viejo-, pero no me negarás que son ciertamente... -el hombre buscó las palabras- peculiares -dijo al fin, como si Josuak y Gorm no pudiesen oírle.
- Si no te gustan los gigantes -empezó a decir con rudeza Gorm, dando un paso al frente y mostrándose enorme ante el pequeño monje. Josuak posó con rapidez su mano sobre el pecho de su amigo y le retuvo antes de que continuara hablando.
- Tranquilo, Gorm -dijo esbozando una sonrisa-. El padre Arsman no pretendía ofendernos. ¿Verdad que no, padre? -la sonrisa del mercenario se mantuvo inalterable, aunque sus ojos lanzaron una velada advertencia-. ¿Verdad, padre? -repitió la pregunta.
- Por supuesto -afirmó el padre Arsman-. Nada más lejos de mi intención que faltar al respeto de los valerosos héroes que salvaron a mis hermanos. -el hombre se dio la vuelta-. Bueno, creo que es hora de ocupar nuestro puesto en la mesa del consejo -le dijo a Kaliena y, junto con Frau Alfres, se encaminó a cortos pasos hacia la mesa alrededor de la cual los miembros consultivos iban tomando asiento. Kaliena llevó a sus dos acompañantes a los bancos y se aposentaron en la primera fila.
Las conversaciones continuaron entre los asistentes hasta que tres figuras hicieron su aparición en la estancia. Al instante, las voces cesaron y todo el mundo observó en silencio cómo los tres recién llegados cruzaban el salón para ocupar los asientos del centro de la mesa. Eran los Lores de Teshaner, los representantes de las tres familias más poderosas e influyentes de la ciudad.
El primero era un anciano encorvado y de frágil constitución llamado Amant, que iba vestido con un abrigo de piel con amplias bandas de cuero cruzando su cintura. El hombre tenía unos ojos casi transparentes, sin cejas o pestañas, y que unido a lo pálido de su rostro le conferían un aspecto débil y moribundo. A su derecha se sentó una oronda mujer ya entrada en años. Era Selvil de Hayol, la matriarca de una poderosa familia de comerciantes. Su corpulencia contrastaba con la delgadez del viejo Lor Amant, ocupando la mujer por completo el sillón de madera. Su rostro era redondo, de fofo cuello y con unos ojos que eran apenas dos diminutos puntos. Un rico vestido de seda roja y adornos dorados era su indumentaria, completada con una infinidad de collares que caían sobre su abultado pecho. El tercer Lor ocupaba el asiento a la izquierda de Lor Amant. Se trataba de Lor Omek, un joven de rizada y rubia cabellera, cuyos rasgos ambiguos y finos causaban multitud de suspiros entre las damas de mejor condición. Era alto y delgado, vistiendo con sumo gusto una chaqueta de ante azul y unas calzas grises. Un pañuelo blanco anudado al cuello era el único adorno de su indumentaria. Un cuarto sillón permanecía vacío junto a Omek. Se trataba del asiento de la familia Luruian, que había caídos en desgracia con la muerte de su patriarca, asesinado un año atrás. Sentados a la mesa, además de los Lores, había una decena de personas en total. El Capitán Gorka ocupaba con visible orgullo uno de los asientos. El Padre Arsman también tenía un sitio en la mesa principal, así como varias personalidades más. Entre ellos destacaba la imponente figura de un caballero de Stumlad. El hombre era el capitán de la guarnición recién llegada a la ciudad. Vestía la misma armadura con la que había desfilado por las calles a su entrada en Teshaner, mientras su puntiagudo casco reposaba sobre la mesa a su lado. El rostro sereno del caballero emanaba una absoluta confianza y seguridad. Era un hombre veterano, con el cabello oscuro y liso ribeteado de canas plateadas. Sus ojos castaños permanecían perdidos en algún lugar del fondo del salón, ausente a pesar del importante debate que iba a comenzar.



15 noviembre 2013

Crónicas de Valsorth - Turno 44

TURNO 44 – Cuatro de marzo del año 340, Eras-Har.

El grupo se presenta a primera hora en el patio de la fortaleza de los Yelmos Negros para su guardia diaria. Dele’Or les encarga vigilar la plaza del mercado, y a eso se dedican durante la mañana, tan sólo teniendo que intervenir en un caso de un ladrón que trata de hacerse con las ventas de un alfarero.
Por la tarde, un soldado aparece e informa al sargento de un crimen. La patrulla se dirige a la posada Cielo del Norte, donde se encuentran con dos Yelmos Negros que vigilan la puerta. En el interior, hay una veintena de clientes, que aguardan a un lado, mientras que en el centro de la estancia yace el cuerpo de un hombre vestido con ropas baratas de cuero. El sargento pregunta por lo sucedido, y el dueño de la posada explica la historia:
- Todo empezó cuando Faese –dice señalando al cadáver- se encaró con otro cliente. Empezaron a discutir, y la cosa hubiese llegado a mayores si yo no llego a intervenir. Al llegar los soldados, Faese se calmó y siguió bebiendo en su mesa. Pero, de pronto, se derrumbó sobre el suelo. Al acercarme, ya estaba muerto.
Tras investigar en la posada, Mirul encuentra señales en el cadáver de que ha sido envenenado. A su vez, al registrar sus bolsillos, encuentra un saquito con un polvo en su interior. La elfa reconoce que se trata de polvo de Sueño de Liz, una de las drogas más populares en la ciudad. Se lo comunica al sargento, que requisa la droga y argumenta que se lo explicará al capitán.
Por otro lado, al preguntar a los clientes, averiguan que Faese era un cliente habitual, pero que esa noche estaba especialmente nervioso. Cuando se encaró con el otro hombre, perdió los papeles al momento. Parecía muy asustado.
También hablan con el hombre que tuvo el conflicto. Se trata de Harly, un ratero local que ha permanecido todo el rato en un rincón. El hombres dice que él no sabe nada, que sólo quería hablar con Faese, pero que éste se encaró con él.
Al oír su pobre explicación, Dele’Or decide dar el caso por cerrado:
- Está claro que este bribón es el culpable –exclama el sargento-. Detenedlo ahora mismo y encerradlo en las celdas de lo alto de nuestro fuerte. Así daremos una lección a estos granujas que se creen que todo está permitido en Eras-Har. Está claro que estos dos estaban discutiendo por algún tema de drogas y por eso lo mató. Ahora pagará el precio en la horca.
Al instante, dos yelmos negros apresan a Harly y lo llevan a empellones hacia la fortaleza, mientras el ratero pide clemencia al sargento a gritos.

A pesar de la decisión del sargento, el grupo no ve nada claro el asunto, así que decide investigar por el barrio norte. Tras en un encuentro con un grupo de traficantes, detienen a uno de ellos, Fier, y lo llevan al cuartel. Su sorpresa es mayúscula cuando el sargento Dele’Or les da la orden de soltar al prisionero y no remover más el tema del asesinato.
Por otro lado, Fian se acerca a la abadía para hablar con los monjes que recogieron el cadáver. Los religiosos le explican que han examinado el cuerpo, y han descubierto que alguien pinchó en la mano Bilis de Dragón, un poderoso y costoso veneno que pocas veces se ve. Alguien había usado un veneno muy valioso con el Faese, y Harly no parecía el tipo que pueda comprar algo así.

Decididos a descubrir qué está pasando, y al no poder hablar con Harly, ya que el sargento se lo impide, deciden ver al prisionero antes de que sea ejecutado al amanecer. Para ello, Orun trepa por la fachada de la fortaleza, evitando el encuentro con los guardias que vigilan los torreones, y se reúne con el pobre prisionero, que tirita de frío en lo alto de la celda.
Harly no duda en explicar que forma parte de una banda que trafican con drogas en la ciudad, y que deben pagar parte de sus ganancias a Dele’Or por su cobertura. También les relata que Faese se negó a seguir pagando al sargento, y que él intentó convencerle para que no lo hiciera. Al saber de sus intenciones, Dele’Or usó a sus soldados para asesinar a Faese, y ahora le utiliza a él como cabeza de turco.
Harly le explica también que trabajan desde un edificio en ruinas que hay junto al río. Allí es donde esconden la droga, donde la recogen, y donde llevan las ganancias cuando acaban su jornada. Este escondite es una vieja torre de piedra que está en la orilla sur del río

El grupo se dirige entonces a la torre en ruinas. Se trata de una torre circular de tres plantas de altura, pero cuya fachada está resquebrajada en varios puntos. Una montaña de escombros cubre la puerta, pero una grieta en un lado lleva al interior, custodiada en plena noche por dos Yelmos Negros. Orun se acerca en sigilo a la torre y espía el interior, donde ve al sargento que habla con seis traficantes que hay dentro, repasando lo que han logrado vender durante el día. Entonces el sargento se queda con una parte del dinero ganado, que reparte con sus soldados antes de volverse.

Con esta información, a primera hora del día se presentan ante el capitán y acusan al sargento. El capitán se muestra dudoso, pues la acusación es muy grave. Por su parte, Dele’Or se muestra indignado y pide que expulsen a esos indeseables.
Para probar sus palabras, van al dormitorio del sargento. Allí, Mirul encuentra un tablero suelto, y bajo él varias bolsas con grandes cantidades de dinero.
Al descubrir las monedas, el capitán da la orden de arrestar al sargento, mientras que Harly es puesto en libertad. Dele’Or, entre gritos y amenazas, es conducido a la celda en lo alto del torreón, para ser ejecutado al día siguiente.