25 julio 2013

Bestiario (XVI) - Contemplador


CONTEMPLADOR             90 PUNTOS
Un contemplador es una figura circular, un gran orbe de oscura carne bulbosa, que se desplaza levitando a un metro del suelo. El orbe tiene un enorme ojo sin párpado, su iris salpicado de venas enrojecidas y que mira con odio mientras unas fauces se abren bajo él y muestran una ristra de afilados colmillos que franquean una lengua verdosa. A su alrededor, una miríada de apéndices terminados en pequeños ojos, cada uno de los cuales puede ejecutar diferentes ataques mágicos, aunque sin duda el más peligroso es el gran ojo central, capaz de desintegrar a sus enemigos con una simple mirada.

Tipo de criatura: Aberración grande
Características: Fuerza 10 (+0), Destreza 14 (+2), Constitución 22 (+6), Inteligencia 17 (+3), Sabiduría 15 (+2), Carisma 15 (+2).
Rasgos raciales: Ataque en vuelo, Arma natural 4 (fauces), Arma natural (Ojo central desintegrar), Arma natural (ojo cono antimagia), Arma natural (ojo cono de frío), Levitar, Infravisión 2, miembros adicionales 3 (ojos).
Habilidades: Atención +10, Atletismo +0, Buscar +10, Saber (Arcano) +15, Sigilo +0.
Bonificaciones: Ataque +8, Fortaleza +9, Reflejos +5, Voluntad +11.
Combate: Iniciativa +6, Velocidad 6 m (levitando), Defensa 15 (desprevenido 12), Mordisco +8 (3d8), Ojo rayo desintegrador +8 (4d6, Fortaleza CD 20 o desintegrado), Ojo cono de frío (cono de 10 metros, 5d6+10, Reflejos CD 16 reduce a la mitad), Ojo cono antimagia (cono de 10 metros, que inutiliza toda la magia), Presa +12.
Salud: Puntos de resistencia 72, Umbral de herida grave 15.


22 julio 2013

La caída de Teshaner (V)

Josuak terminó por levantarse de la mesa y se acercó a una de las camareras para abonarle el importe de la cena. Una vez hubo pagado, se dirigió hacia la puerta y salió a la calle.
Nada más cruzar el umbral, una fría ráfaga de viento invernal le recibió al dejar atrás el sofocante salón. Josuak cerró la humedecida puerta de la taberna y se sintió satisfecho al quedar el bullicio dentro de ella. La calle en cambio estaba silenciosa. La noche era ya cerrada, con las estrellas y la luna brillando plateadas en el oscuro cielo. La avenida tan sólo era recorrida por algún solitario Teshanerin que caminaba apresurado de regreso al hogar. Las pocas antorchas que prendían en los altos postes de madera sufrían la virulencia del aire y sus llamas se agitaban, frenéticas, pero sin llegar a apagarse. Josuak se cubrió con su gruesa capa verde y echó la capucha para protegerse el rostro de las acometidas de la gélida ventisca. Una vez abrigado, emprendió el camino hacia el norte a lo largo de la desierta avenida.
La ciudad estaba en calma. La nieve no hacía acto de presencia aquella noche, pero aún así el ambiente era glacial. Josuak no le prestó importancia al frío. Al contrarió, el gélido clima le resultaba reconfortante y le despejaba la cabeza, embotada por el calor, el griterío y la cerveza de La Buena Estrella. Bajo el azote del fuerte viento, el guerrero dirigió sus pasos hacia la muralla norte de la ciudad. Sus botas resonaban sobre los adoquines de piedra y, aparte del silbante aire, era lo único que se oía en la avenida. Tras cruzar una pequeña plazoleta totalmente desierta, decidió internarse por una callejuela que llevaba al este. Las casas eran más rústicas aquí, alineándose una tras otra sin separación entre ellas. Tampoco se veía a muchos ciudadanos. Josuak recorrió un centenar de pasos cruzándose tan sólo con un hombre que caminaba encorvado para protegerse del viento. Unos metros más allá se encontró con una patrulla de soldados de la milicia. Los guerreros pasaron de largo refunfuñando y quejándose del frío.
Josuak subió una escalinata de piedra que llevaba a una empinada vía, franqueada por viejas viviendas y antiguas mansiones, cuyas fachadas se unían formando arcos de piedra por encima de la calzada. El solitario mercenario pasó bajo uno de estos arcos y observó en la penumbra de la noche la arquitectura de estas casas: Eran edificaciones de varios pisos de altura, que nacían en las calles de abajo y se elevaban sobre este ascendente camino. Bellos miradores adornaban las fachadas y daban un toque de distinción a las viviendas. Sin embargo, las grises piedras estaban agrietadas por el paso del tiempo, con manchas de fuego y suciedad que denotaban su abandono. Aquel había sido un buen barrio, había oído decir Josuak, aunque poco a poco se había degradado. Las Torres, así era conocido debido a sus altas casas. Ahora era un lugar poco frecuentado por los opulentos habitantes del centro de la ciudad, quienes temían la falta de seguridad y a los ladrones que se rumoreaba campaban a sus anchas por sus calles. Eso era cierto, aceptó Josuak, incluso las patrullas de vigilancia solían evitar recorrer esa zona, pero él no temía adentrarse en aquel barrio. Lo hacía con bastante frecuencia y pocas veces había tenido problemas. Los habitantes de Las Torres eran pobres, sí, pero no había allí más bandoleros o ladrones que en el resto de la ciudad. En cambio, aquellas casas, aquellas torres con su belleza perdida, conferían un bonito paisaje que el mercenario gustaba de disfrutar cuando necesitaba pasear.
Josuak franqueó un último arco y vislumbró el final de la empinada calle, que desembocaba en las almenas. La cúspide de las murallas era un amplio paseo que circundaba la ciudad, con varias torres de poca altura situadas cada cincuenta metros. Eran pequeñas edificaciones con alargados ventanales que servían como puestos de defensa, aunque sus puertas barradas señalaban que hacía mucho tiempo que no eran utilizadas.
El largo paseo estaba prácticamente desierto, a excepción de alguna patrulla de soldados y algún ciudadano que se había aventurado a ir a la muralla a pesar del inapacible clima. Josuak se acercó a las almenas y contempló las danzantes luces de las barriadas que rodeaban la urbe, casi una treintena de metros más abajo. Las chabolas y las cabañas se amontonaban sin ningún orden y sus callejuelas estaban mucho más concurridas que las de la ciudad. Diminutas figuras pululaban por aquel laberinto como frenéticas hormigas.
Al elevar la mirada, vislumbró la negrura que se extendía desde el punto en que acababan las rústicas viviendas. La oscuridad era completa más allá; ni la luna ni las estrellas llevaban ninguna luz a aquellos parajes, como si el mundo terminase con la última de las cabañas. Con un gesto, apartó esos pensamientos de la cabeza y se volvió hacia el paseo al oír unos pasos que se aproximaban. Se trataba de otra patrulla de soldados. El aventurero esperó hasta que los milicianos llegaron junto a él.
-Hace una mala noche para estar aquí -le dijo uno, teniendo que elevar la voz para imponerse al ulular del viento.
-No creas, Haldik -respondió Josuak y apartó la capucha para descubrir su rostro.
-¡Josuak! -exclamó el soldado al reconocerle-. ¡No sabía que eras tú! -exclamó y pasó a estrechar la mano que le tendía el mercenario.
- Sí, hacía tiempo que no coincidíamos -asintió éste, observando a su antiguo compañero. Haldik era un hombre bastante alto y corpulento, con el cabello castaño muy corto y una abundante barba negra. Se trataba de uno de los mejores amigos que Josuak tuvo durante su estancia en la milicia. A pesar de su marcha, habían mantenido una buena relación.
- Sí, hacía tiempo -dijo Haldik mientras le observaba también. Los otros tres soldados aguardaron mientras su mando conversaba con el mercenario-. Estuve un tiempo destinado en la hacienda de los Señores -explicó con una sonrisa-. Muy aburrido, tan sólo vigilar y procurar no caer dormido durante la guardia.
-Ya veo, parece un trabajo peligroso -bromeó Josuak. Haldik respondió con una breve carcajada.
- Sí, mucho más que las aventuras que habrás corrido tú en este tiempo -dijo-. ¿Sigues trabajando como mercenario?
- Sí, no hay muchos encargos pero pagan buen dinero.
- Tenemos que seguir con la guardia -dijo.
Uno de los soldados se acercó a Haldik.
-Ya va, ya va -le contestó el mando y se volvió de nuevo hacia Josuak-. Bueno, tengo que irme.
- Espera un momento -le detuvo el mercenario, posando la mano sobre el hombro de su amigo-. ¿Has oído lo del ataque orko sobre el poblado leñador de las colinas?

Haldik le miró extrañado.
- ¿El pueblo de los leñadores atacado? -preguntó, incrédulo.
Josuak negó con la cabeza, maldiciendo en voz baja.
- Gorka no os ha contado nada, ¿no?
- Esta es la primera noticia que tengo. ¿Qué ha sucedido?.
- Bueno, -Josuak hizo una pausa y relató brevemente su encuentro con los lobos y la huida al pueblo abandonado. El soldado le miró atentamente mientras explicaba el estado de los cadáveres que encontraron en la cabaña.
-¿Todos los leñadores asesinados? -el rostro de Haldik se iluminó con la sorpresa.
- Sí, incluso los niños. Nadie escapó a la matanza.
-Bueno, debía tratarse de una horda de orkos realizando una de sus incursiones -supuso Haldik encogiéndose de hombros.
-No era una horda -le cortó Josuak-. Encontré las huellas de cientos de ellos.
- ¿Cientos?
- No estoy seguro del número, pero creo que eran más de trescientos -las palabras de Josuak fueron barridas por el viento. Haldik se quedó callado, pensativo.
- Esta mañana fui a hablar con Gorka -siguió explicando Josuak-. Le dije que enviase algunos exploradores a investigar lo sucedido. Pero veo que no me hizo caso.
- Bueno, Gorka no te tiene mucho aprecio. -Haldik hablaba mientras observaba el negro paisaje-. De todas formas, es su obligación comprobar lo sucedido. Veré si puedo enterarme de algo. Si estás en lo cierto, puede significar una unificación de los clanes orkos de las colinas. -hizo una breve pausa y miró directamente a los ojos de Josuak-. ¿Estás seguro de lo que viste?
- Sí -afirmó escuetamente el mercenario.
Haldik se volvió hacia los otros centinelas. Estos le apremiaron con la mirada a que terminara laconversación.
- Bueno, tenemosque irnos -dijo y se apartó de su antiguo compañero-. ¿Dónde estás alojado? – le preguntó a Josuak mientras los soldados empezaban a alejarse.
-En La Buena Estrella -respondió el aventurero sin moverse del mirador.
- Bien, puede que pase a verte y podamos hablar más tranquilamente. -la patrulla caminó varios pasos, pero Haldik se detuvo y se volvió de nuevo-. Y no te quedes por aquí a estas horas. Es peligroso -le gritó antes de seguir en pos de sus compañeros.
Josuak vio desaparecer a los soldados por el largo camino. Una vez solo se apoyó sobre las frías piedras de las almenas y contempló de nuevo el negro horizonte. La agitación continuaba en las callejuelas de abajo, los aldeanos caminando por las tortuosas calles, cubiertas aún por la blanca nieve caída en los últimos días. El mercenario permaneció varios minutos en la atalaya, pensativo, sin importarle el azote del viento y su gélido abrazo. El hombre yacía encorvado hacia adelante y observaba sin atención el espectáculo que se desarrollaba bajo él. Una disputa estalló a la puerta de una taberna entre un grupo de diminutas y embriagadas figuras. Uno de los contendientes recibió un puñetazo y cayó sobre la nieve. Su agresor se arrojó sobre él y siguió golpeándole en el suelo mientras el resto de presentes gritaba y les animaba a su alrededor. Josuak alzó la mirada y volvió a escrutar la insondable negrura. La órbita lunar brillaba blanca y radiante en medio de aquel manto negro salpicado de innumerables estrellas. El viento había expulsado las nubes y el cielo despejado mostraba una visión impresionante. Los gritos de la pelea continuaban a los pies del muro.
Josuak se apartó de la almena y emprendió el camino de vuelta por la larga muralla. Una vez llegó a la empinada calle por la que había venido, se introdujo por el desfiladero que formaban los altos y viejo edificios, salvaguardándose de las agresiones de la fuerte ventisca. En el descenso por la empedrada calzada se cruzó con una pareja de borrachos mercaderes, que se tambaleaban agarrados el uno al otro para no caer al suelo. Josuak dio un rápido vistazo a los dos hombres y descubrió que ninguno llevaba bolsa alguna atada al cinturón. El barrio de Las Torres hacía honor a su fama; aquellos dos desgraciados lo comprobarían al despertar y descubrir que habían sido despojados de su dinero. El aventurero sonrió y tanteó inconscientemente la pequeña bolsa que llevaba atada a su cinto. Aquel era su dinero, el de Gorm lo llevaba guardado dentro de la camisa, no era cuestión de ir mostrando dos bolsas de dinero como si de un vulgar fanfarrón se tratase. Satisfecho, siguió avanzando a paso vivo, sus finas trenzas negras danzando sobre sus hombros con cada una de sus amplias zancadas.
-Eh, guapetón -le llamó una voz desde uno de los oscuros portales que se abrían a los lados. Josuak vislumbró a una mujer en su interior, apoyada sensualmente sobre la puerta y con el faldón levantado más allá de la rodilla para mostrar una pierna rolliza y pálida. La mujer tenía el pelo muy negro y rizado, sonriéndole con descaro mientras volvía a hablar.
- Hace mucho frío ahí fuera, ¿no crees? ¿Por qué no vienes aquí dentro conmigo?
Josuak se quedó un instante observando a la prostituta.
-Lo siento, chica -dijo, devolviéndole la sonrisa-. Esta noche no estoy interesado. -y prosiguió su camino.
La mujer le espetó desde el portal.
- Tú te lo pierdes -retumbó el grito en el callejón su voz ajada.
Las botas del mercenario resonaron sobre la fría piedra mientras la brillante luz del orbe lunar menguaba lentamente. Josuak vio cómo las nubes cubrían con su oscuridad el manto de estrellas. Volvió la vista al frente y recorrió la callejuela pasando bajo los encorvados arcos y sus oscuras cristaleras. Las viviendas estaban en silencio, el chisporroteo de las antorchas que iluminaban la calle y el susurro del viento era lo único que se oía.
En ese momento, una menuda y delgada figura surgió de las sombras del fondo de la calle. Josuak siguió caminando tranquilamente, pero acercó con disimulo la mano hacia su espada, tan sólo hasta sentir el contacto de la empuñadura. El desconocido se acercaba a cortos pasos, mirando las fachadas de la callejuela, a uno y otro lado, como si buscase una en particular. Su menudo cuerpo y las pequeñas botas que calzaba delataban que se trataba de una mujer, de baja clase social a juzgar por la calidad de sus ropajes. Josuak pasó a su lado y continuó sin detenerse.
- Perdón, señor -le llamó dubitativa la extraña con voz débil y susurrante.
El mercenario se volvió a mirarla, mientras la encapuchada daba un par de cortos pasos hacia él.
-Verá, creo que me he perdido -dijo, llegando a su lado. Su rostro seguía siendo una mancha de oscuridad bajo la capucha -. Estoy buscando la casa de un hombre... un amigo mío - rectificó y un cierto tono de rubor se delató en su voz.
- Lo siento, -le cortó Josuak antes de que siguiese explicándose -la verdad es que no conozco esta zona y no creo que pueda ayudarle -el mercenario no pudo evitar esbozar una sonrisa al sospechar que se trataba de una prostituta que buscaba la casa de un cliente.
- Bueno, en ese caso seguiré buscando -dijo ella.
-Buenas noches -respondió Josuak y se dio la vuelta.
Demasiado tarde se dio cuenta de su error. De pronto, algo furtivo se movió a su espalda y, antes de poder volverse, un puñal relució sobre su garganta.
- La bolsa -dijo la mujer, su aliento pegado a su oído-. Dame la bolsa o te abriré una segunda boca - amenazó, el tono de fragilidad sustituido por uno duro y lleno de seguridad.
- Espera un... -empezó a decir Josuak mientras trataba de darse la vuelta.
-No te muevas ni un centímetro más -le advirtió la ladrona.
Josuak se quedó quieto. El filo del puñal presionó helado sobre su piel. Una ágil mano rastreó su cintura hasta dar con su bolsa y la desprendió de su cinto.
- No puedes hacerme esto -dijo Josuak-. No puedes quitarme todo el dinero.
-Claro que puedo -dijo la mujer-. Lo estoy haciendo -sentenció.
Al instante, un terrible porrazo estalló en la nuca de Josuak. El relámpago recorrió su cráneo y sus rodillas se doblaron, sin fuerza, incapaces de sostenerlo. El mercenario se derrumbó lentamente sobre el empedrado, cayendo de espaldas y golpeándose de cabeza contra la dura piedra. Desde el suelo, a punto de perder la consciencia, vislumbró a su asaltante:
La capucha que cubría el rostro de la ladrona se había desplazado ligeramente, liberando un torrente de sedoso cabello, tan claro que relucía plateado bajo la luz de la luna, recogido en una gruesa trenza que caía más allá de su cintura. Los pálidos y delicados rasgos de la mujer contrastaban con unos felinos y penetrantes ojos grises, que miraban fijamente al caído, decidiendo quizás si acabar con su vida allí mismo. En un último instante de lucidez, Josuak reconoció unos afilados oídos, que asomaban apenas entre la argentea cabellera de la muchacha. La oscuridad le envolvió entonces, mientras el aullido del viento resonaba en la estrecha callejuela. 




17 julio 2013

Crónicas de Valsorth - Turno 39

TURNO 39 – Veintinueve de febrero del año 340, Eras-Har.
Tras recibir el encargo de descubrir que le ha sucedido al joven Eban, el grupo de aventureros y su compañero Dhao se infiltran al caer la noche en el barrio norte. Sin los uniformes de la guardia, tratan de pasar desapercibidos y buscan más información sobre el desaparecido y los encapuchados negros.
Por desgracia, cuando están preguntando por el Agujero de Ratas, un ratero reconoce a Fian como miembro de la milicia. Esto, junto a la violenta intervención de Olf, desencadena una pelea, en que los lugareños rodean a los dos soldados y a punto está de correr la sangre en la calle, y en la que Olf se lleva un navajazo en el costado. Evitando el enfrentamiento, el grupo se aleja de la plaza y recorre la zona de almacenes, que es donde las habladurías sitúan los raptos. Ya de noche, se reparten por el barrio en diferentes puntos, Mirul simulando ser una prostituta callejera, Fian un cliente que busca algo, Olf por otro lado, y Orun y Dhao como traficantes de poca monta. Pasa un tiempo sin ningún resultado, pero entonces Orun, que aprovecha su habilidad para el disfraz para pasar desapercibido, descubre a una figura que se mueve sigilosa sobre los tejados. Tras alertar a sus compañeros, sigue sin ser visto al encapuchado, que baja a la calle y sigue moviéndose entre las sombras. Por desgracia, el salvaje tropieza con los restos de una caja rota y el ruido alerta a su presa, que se  vuelve y saca una maza de sus ropajes para hacerle frente. Orun esquiva el ataque, y blande sus espadas para herir al encapuchado. Al llegar el resto de compañeros, el hombre se vuelve y trata de huir, pero es atrapado rápidamente.
Se trata de un hombre normal, pero vestido de negro y que lleva un colgar con el símbolo del triángulo invertido con una llama en su centro, el cual reconoce Fian como símbolo del Rey Dios.

El hombre admite que forma parte de un grupo de religiosos seguidores de la sombra, que tienen su base en una iglesia clandestina en un almacén abandonado.
Tras quitarle la toga negra, que se pone Orun sobre sus ropas, dejan atado al hombre en un portal y se dirigen al almacén. Se trata de un edificio de piedra en ruinas, con parte del techo en mal estado. El interior es un cúmulo de cascotes y cajas rotas, pero buscan alguna entrada al templo secreto, encontrando una trampilla que lleva a unas escaleras que descienden en la oscuridad.
Por desgracia, mientras buscan, Mirul no se percata de que entra en una zona inestable, y al mover una caja, una viga de madera le cae sobre la rodilla, lastimándole severamente.

En ese momento, el grupo duda qué hacer a continuación, si entrar a investigar la iglesia subterránea, o ir en busca del resto de patrullas y regresar con una fuerza mayor.

15 julio 2013

La caída de Teshaner (IV)

-¿Todo bien? -preguntó Gorm una vez dejaron atrás la plaza.
-No, todo bastante mal -respondió Josuak con rudeza.
-¿Qué ha dicho el capitán?
-Ese estúpido retrasado -maldijo el hombre sin detener la marcha-. Ese bastargo engendro de troll.
-No pareces muy contento -murmuró Gorm.
-No, ese idiota no me ha creído. -Josuak se detuvo y observó a su amigo-. Le he contado la historia y lo único que me ha dicho es que es imposible que haya tantos orkos en las colinas, que ni en todo Valsorth puede haber semejante ejército. -soltó un nuevo rugido de frustración-. Le he dicho que envíe algún explorador a las colinas, aunque no creo que me haga caso. Ese hombre ha sido un retrasado toda su vida.
-¿Le conocías? -las cejas de Gorm se arquearon con gesto extrañado.
-Sí. Fue hace unos años -contestó con desgana Josuak-. Cuando llegué a la ciudad lo primero que hice fue alistarme en la milicia. Gorka era ya Capitán de la guardia. Pasé dos años a su servicio, aunque lo único que hacíamos era vigilar las puertas y encarcelar a bandidos y borrachos. -hizo una pausa y observó brevemente el grisáceo cielo de la mañana. La bruma ya se había levantado, pero el sol seguía escondido detrás de las nubes-. Tuve algunos problemas durante ese tiempo -continuó explicando mientras reanudaba el paso-. No le gustaba al capitán y, después de algunos altercados con otros soldados, acabaron expulsándome. El muy cerdo se reía a carcajadas el día en que fui a los barracones a recoger mis cosas. Desde entonces no nos hemos llevado bien precisamente.
-Ya -asintió Gorm-. Me gustaría intercambiar un par de palabras con ese capitán. -el gigante hizo una breve pausa antes de añadir- Me gustaría romperle las piernas.
-A mí también -corroboró Josuak. Los dos se miraron durante un instante y soltaron una larga carcajada. Luego continuaron caminando por la avenida, la cual se encontraba mucho más concurrida entonces. Los comercios ya habían abierto y los vendedores gritaban anunciando sus mercancías. Decenas de personas pululaban de un lado para otro. Los niños corrían y jugaban entre risas y gritos. La ciudad había despertado ya.
Josuak observó a toda esa gente que vivía una época de tranquilidad, sin demasiadas preocupaciones. Seguramente pocos de ellos se acordasen de la última guerra. La gente olvidaba rápido aquello que era desagradable. El aventurero recordó los rostros huecos de los leñadores, mirándole sin ojos desde la pila de huesos. Probablemente, los leñadores también lo habían olvidado y creyeron que estaban a salvo, que ya no había peligro.
Un niño pasó corriendo junto a ellos, perseguido por otro chico.
-No podrás atraparme -gritó el primero al amigo que le seguía unos metros más atrás. Sin embargo, apenas avanzó un par de pasos, el niño tropezó y cayó de bruces al suelo de adoquines. Su amigo aprovechó la oportunidad y se abalanzó sobre él, atrapándole.
Poco después del mediodía, Josuak y Gorm fueron a visitar al Canciller Real, el representante en la ciudad de la monarquía de Stumlad. El Canciller vivía en un palacete situado cerca de la hacienda de los Señores, junto a varias mansiones de familias adineradas. La casa consistía en una pieza principal de tres niveles, con bellos balcones adornando su fachada, y un par de edificaciones más pequeñas en los laterales del inmueble. Una corta escalera de piedra conducía hasta una puerta doble de ébano, franqueada por columnas de granito blanco cuidadosamente talladas. Josuak llamó a la puerta golpeando con los nudillos. Pasó un minuto antes de que obtuviesen respuesta. Una mirilla corredera se abrió en una de las puertas y dos ojos les escrutaron.
-¿Qué desean? -les preguntó la hosca voz de un hombre.
-Venimos a ver al Canciller -respondió Josuak.
- ¿Cuál es el propósito de su visita? -inquirió el hombre, su tono bañado de un cierto desdén.
-Somos los mercenarios que el Canciller contrató -dijo Josuak y emitió un suspiro de resignación-. Vaya a decirle al Canciller que estamos aquí.
Los ojos le miraron a través de la abertura.
-Un momento -respondió el hombre y la mirilla se cerró.
Los dos guerreros aguardaron. La calle era un ir y venir de gente que caminaba con prisa por el empedrado suelo. Una mujer vestida con una túnica oscura pasó portando un cesto de mimbre. Josuak se encontraba observando el balanceante andar de la joven cuando la puerta de la mansión se abrió.
-Pueden pasar -les informó el hombre, un criado ya mayor, bajito y prácticamente calvo-. El Canciller les espera en el salón -dijo, guiándoles al interior de la casa.
Gorm y Josuak siguieron al hombre por el recibidor. Varios cuadros adornaban las paredes. Josuak echó un rápido vistazo a la pintura de una mujer desnuda postrada sobre una piel de oso. Dejaron el vestíbulo por un largo pasillo, en el que numerosas puertas se abrían a los lados, y llegaron a otra doble puerta de oscura madera que daba a un amplio salón. Los dos mercenarios entraron y el criado se retiro tras realizar una leve reverencia.
El fuego de una chimenea caldeaba el ambiente de la estancia. La luz del mediodía se filtraba a través de las cortinas de seda, iluminando tenuemente una gran mesa que ocupaba el centro. Varios muebles y sillones de cuidada factura abarrotaban el espacio, haciendo ostentación del poder adquisitivo de su dueño. Sentado en uno junto a la chimenea les aguardaba el Canciller. Era un hombre bajito y regordete, de cara redonda y con un pliegue de blanda grasa bajo la barbilla. Unos estrechos ojos apenas aparecían bajo las pobladas cejas y un fino bigote le daba un aspecto ridículo. Iba vestido con lujosos ropajes de tenues colores en los que destacaban unos largos calcetines de gruesa lana que le llegaban hasta las rodillas.
-Buenos días -les saludó el Canciller mientras hacía un amago de ponerse en pie, pero sin llegar a  incorporarse en realidad.
Josuak y Gorm respondieron al saludo y se acercaron hasta la chimenea.
            - Sentaros, por favor -les invitó el Canciller señalando dos sillas frente a su sillón-. Espero que me traigáis buenas noticias -dijo una vez los aventureros habían tomado asiento.
Como toda respuesta, Josuak extrajo el anillo de su bolsillo y lo mostró al noble. La serpiente enroscada que lo adornaba relució con brillo dorado.
- Bien, veo que sí -dijo el Canciller y su rostro se iluminó.
Josuak le tendió el anillo, que el hombre cogió con manos ávidas.
- Le atrapamos cruzando las colinas del norte -explicó Josuak al Canciller, que seguía observando con regocijo el anillo-. Tuvimos problemas con algunos lobos, pero nada que nos impidiera realizar la misión.
-¿Está muerto? -preguntó el noble levantando la mirada.
Josuak asintió.
El gordo hombre cerró el puño con fuerza alrededor del anillo.
- ¿Había alguien con él? -preguntó, guardando el anillo en uno de los numerosos pliegues de su túnica.
- No, estaba solo.
- Bien. -el Canciller se puso en pie y dio un corto paseo alrededor del salón. Josuak y Gorm le siguieron con la mirada desde sus asientos.
-Ese cerdo se lo tenía bien merecido -dijo sin dejar de caminar dando vueltas entre los muebles que atestaban la estancia-. He sido el hazmerreír de toda la nobleza -seguía diciendo, hablando muy rápido, casi para sí mismo-. Pero ya me he vengado, oh sí, ese cerdo ha pagado bien caro el burlarse de mí y de mi hija. -sus pasos le llevaron hasta la gran puerta de entrada al salón, y a punto estaba de perderse por ella cuando Josuak le llamó.
-Perdone, Canciller -dijo Josuak poniéndose en pie-, pero, según nuestro acuerdo, nos debe algo de dinero.
-¿Dinero? -preguntó el hombre desde el alféizar de la puerta. Sus ojos se cruzaron brevemente hasta que por fin pareció entender-. ¡Ah, dinero! -exclamó-. ¡Claro, mi buen amigo, el dinero! -dejó la puerta y volvió al centro del salón-. Ahora mismo le diré a Afrede que os traiga vuestra recompensa. Cien monedas de oro para cada uno, si mal no recuerdo -dijo mirando alternativamente a los dos aventureros.
-En efecto -respondió Josuak.
- Bien, esperad aquí. -el Canciller se dirigió de nuevo hacia la puerta- Afrede os traerá vuestro dinero ahora mismo. Hay asuntos urgentes que debo atender, así que debo abandonaros. Esta tarde llega una compañía de caballeros de Stumlad y tengo que estar en la recepción que se dará en la Hacienda de los Señores. Tengo que arreglarme, buscar las ropas adecuadas... Hay un millar de cosas por hacer. Estoy muy ocupado ¬insistió y abrió la puerta-. De todas formas, ya sé donde puedo encontraros en caso de que vuelva a necesitar de vuestros… -hizo una pausa buscando la palabra adecuada- ...servicios. -dicho esto salió de la estancia y se internó por el pasillo.
Josuak y Gorm esperaron largo rato en el salón hasta que el criado apareció por fin. El hombre, con el mismo semblante serio de antes, apenas les dirigió un par de palabras y les dio una bolsita de cuero a cadauno. Josuak guardó la suya en sus pantalones mientras que Gorm sostuvo la suya en su gran manaza sin saber muy bien que hacer con ella.
-Si quieren acompañarme hasta la salida -les invitó educadamente el criado a irse.
Una vez en la calle, Gorm le pasó su bolsa de oro a Josuak.
- Toma, guárdame el dinero -le dijo-. A ti se te dan esas cosas de los números mejor que a mí.
Josuak depositó la bolsa del gigante en otro bolsillo.
- No sé en que gastarme tu dinero -dijo Josuak esbozando una sonrisa y se mesó la barbilla con una mano-. Puede que en vino.
-Sé que no lo harás -respondió Gorm con tono calmado-. Además, si lo hicieses, te rompería el cuello -añadió.
- En ese caso guardaré tu dinero como si fuese mío -dijo Josuak bajando los escalones de la mansión.
La calle bullía de agitación. Los dos mercenarios se internaron entre el gentío y emprendieron el camino de regreso a la posada. Tras recorrer unos cien pasos, escaparon de la aglomeración a través de una estrecha callejuela lateral. Siguieron el callejón hacia el norte y fueron a parar a la zona del mercado. La calle estaba atestada de gente, los comercios abiertos y los dependientes anunciaban a gritos sus productos. La multitud se agolpaba sobre los puestos y gritaba también. Josuak y Gorm recorrieron la calle sin intercambiar ni una sola palabra hasta que llegaron a la posada.
El salón central de la taberna empezaba a estar concurrido a medida que llegaba la tarde. Los mercaderes, acabados su negocios, conversaban en las mesas bebiendo cerveza. La sala aún no estaba llena, aunquesólo era cuestión de tiempo. Los dos mercenarios se sentaron en una mesa y aguardando a que una de las camareras les atendiera.
-Hola, Josuak -le saludó la rubia moza, cuyos labios sonrieron con complicidad.
-Hola, Teena -respondió el hombre devolviéndole la sonrisa-. ¿Qué tal el día?
-Bien, aunque estoy un poco cansada -la chica se acarició fugazmente la mejilla-. Después de lo de anoche... -insinuó coquetamente, sin llegar a completar la frase.
- Sí, yo también estoy algo cansado.
-Bueno, ¿qué queréis tomar? -preguntó la chica y miró por primera vez a Gorm. El gigante tenía la vista perdida en alguna parte de la pared del fondo del salón.
-Dos jarras de cerveza -pidió Josuak. La chica asintió y se retiró.
Los dos guerreros permanecieron en silencio. La camarera regresó al poco tiempo con sus bebidas.
- ¿Vais a quedaros a dormir hoy? -preguntó mientras depositaba las grandes jarras de cristal sobre la vieja mesa.
-Sí -respondió Josuak a la vez que ayudaba a la chica a dejar la segunda jarra.
-Vaya, quizás nos podamos ver entonces, esta noche, cuando acabe de trabajar... -dijo ella, dejando en el aire sus últimas palabras.
-Sí, quizás nos veamos -asintió Josuak. La camarera se dio la vuelta y se retiró contoneándose de forma exagerada. Josuak contempló el balanceo de sus caderas y dio un trago de su cerveza.

Pasaron un par de horas. Los dos compañeros disfrutaron de la cerveza en la mesa de la taberna mientras el salón iba estando cada vez más concurrido. Varios comerciantes locales ocupaban una mesa contigua. Algunos soldados fuera de servicio conversaban a gritos en la barra, sus bravuconadas oyéndose en toda la estancia. Una pareja de extraviados viajeros eran el objeto de las burlas de un grupo de aventureros. El salón estaba abarrotado y el estruendo de voces y gritos se imponía a todos los demás sonidos.
- ¡Aquel hombre no sabía con quien se estaba enfrentando! -exclamó uno de los soldados desde la barra mientras contaba una hazaña supuestamente realizada por él. Sus camaradas estallaron en una carcajada e hicieron chocar violentamente sus jarras.
Josuak observó a los soldados y reconoció a alguno de ellos, ninguno un amigo, compañeros de cuando formaba parte de la milicia. Los soldados siguieron gritando y bebiendo, por lo que el aventurero pasó a mirar a Gorm. El gigante se limitaba a contemplar el caótico espectáculo que ofrecía la sala, recostado en la frágil silla con los brazos cruzados sobre el desnudo pecho. Su rectangular rostro permanecía tranquilo y relajado, los distantes ojos levemente enrojecidos a causa del alcohol.
En ese momento, un hombre entró en la posada y su grito se impuso sobre el alboroto reinante.
-¡Los caballeros! -chilló con voz aguda-. ¡Los caballeros ya han llegado!
Varias exclamaciones de júbilo respondieron al anuncio. Todo el mundo se levantó de sus mesas y se precipitó hacia la puerta. Incluso el posadero Burk y alguna de las camareras dejaron sus quehaceres y se acercaron a observar. Josuak y Gorm salieron al exterior también.
La avenida estaba completamente atestada de gente, ocupando toda la calzada a excepción de un pasillo central que se abría a lo largo de la calle. Los ciudadanos que allí se agolpaban vitoreaban y loaban a los valientes caballeros de Stumlad. Las mujeres más jóvenes se peleaban por situarse en las primeras filas y ser el objeto de las miradas, mientras los hombres cargaban sobre sus hombros a los niños para que estos también pudieran ver el desfile.
Un estandarte apareció al principio de la calle y la muchedumbre estalló en un nuevo clamor. La bandera era blanca, con dos torres grises dibujadas sobre un brillante sol dorado. Era el símbolo de Stumlad, el mayor y más próspero reino de Valsorth. Tras el estandarte avanzaban en formación una veintena de tamborileros,  que tocaban una marcha militar. El desfile se acercaba. La gente se agolpó aún más sobre el centro de la calle. El redoble de los tambores cada vez era más potente. Y entonces apareció el primero de los caballeros, cabalgando sobre un precioso corcel negro. El guerrero iba cubierto por una plateada armadura que relucía carmesí con las últimas luces del atardecer. Las placas se cerraban sobre su pecho, protegiendo todo el torso y formando abultadas formas cóncavas sobre sus hombros. El casco que ocultaba el rostro del caballero era plateado también, con una visera móvil enrejada a través de la cual se distinguía apenas la sombra de un rostro. La capa roja era el único adorno en su vestimenta, que ondeaba levemente cayendo sobre el lomo de la montura.
La gente gritó al hombre, saludándole, animándole, todo el mundo enfervorizado por su presencia. El caballero alzó en señal de saludo una mano protegida en cota de malla. Los espectadores respondieron con un nuevo estruendo de aplausos.
Detrás del primer caballero seguía una hilera de soldados de Stumlad. Todos iban montados sobre magníficos caballos de guerra, fuertes y de potentes extremidades. Los caballeros desfilaban muy estirados sobre sus monturas, respondiendo con educación a los gritos de los lugareños. La hilera pasó en procesión por delante de la taberna, lugar desde donde Josuak y Gorm observaban entre el gentío. Era una escuadra pequeña, no más que una veintena de guerreros, por lo que Josuak aventuró que se trataría tan sólo de un capitán y su guardia personal. Los guerreros siguieron su lento avance por la avenida, mientras los gritos y las alabanzas de la multitud se prolongaban tras ellos.
- No sabía que los caballeros fueran tan queridos -dijo Gorm sin perder de vista a uno de los guerreros que pasaba en ese momento ante ellos.
- ¿Los caballeros de Stumlad queridos? -preguntó irónicamente Josuak y miró divertido a su gigantesco amigo-. Los caballeros de Stumlad son la fuerza militar más importante de todo Valsorth -explicó el mercenario y se volvió hacia el desfile-. Se cuentan historias legendarias sobre el valor de la caballería Stumladiana. Fueron ellos junto a los elfos y los gigantes los que expulsaron al Rey Dios. ¿Acaso no te explicaron esa historia los de tu raza? Al fin y al cabo vosotros también participasteis en la alianza contra los ejércitos de dragones.
-Bueno, sí -respondió Gorm con brusquedad-. Pero no sabía que aquí, tan lejos de Stumlad se apreciase tanto a los caballeros. -el gigante se detuvo un instante antes de seguir hablando-. A decir verdad, en las montañas no tenemos mucho aprecio por los Stumladianos. -hizo una larga pausa, los ojos fijos en la brillante armadura del último caballero que cerraba el desfile-. Más bien sentimos odio.
-¿Odio? ¿Contra los caballeros de Stumlad? -Josuak se rió-. Vaya, eso sí que es bueno. Por fin alguien deja de loar las hazañas de los caballeros y de alabarles eternamente por habernos liberado del Rey Dios.
- Los caballeros no se portaron muy bien con mi raza -dijo el gigante sin parecer oírle-. Después de la guerra, una vez se derrotó al enemigo, los caballeros nos expulsaron de los salones del palacio. Estaban ansiosos por el oro y las riquezas. No querían compartir nada. -el serio rostro de Gorm no expresaba el menor rencor-. Mataron a muchos de los míos -afirmó simplemente.
- Ya, conozco la historia; todo aquel oro significó el final de la alianza -corroboró Josuak-. La batalla que se produjo en los salones entre los caballeros humanos y los elfos de Shalanest acabó con la muerte de muchos guerreros de ambas razas.
-Y gigantes -añadió Gorm.
- Sí, y gigantes. -Josuak vio al último de los caballeros alejándose al paso sobre su montura, la gente rodeándole, estirando sus brazos para poder siquiera rozar al ídolo-. La enemistad que hay entre elfos y humanos empezó con aquella batalla -siguió explicando el mercenario-. Unos cuantos tesoros consiguieron aquello que el Rey Dios no logró; separar a las razas de Valsorth.
El desfile se perdió a lo lejos entre el mar de cabezas. El sonido de los tambores y los aplausos se apagó poco después.
- Vamos dentro -dijo Josuak. Gorm asintió y ambos se refugiaron del frío viento del anochecer en la calidez del salón de la posada.
Una vez de regreso en la mesa, pidieron una bandeja de carne para cenar. La estancia estaba aún más llena si cabe, haciendo casi imposible moverse por ella. Las camareras portaban grandes bandejas en equilibrios imposibles y se abrían paso a base de gritos. La comida tardó bastante en llegar, pero la espera mereció la pena; la rebosante bandeja mostraba una decena de gruesas chuletas de cordero, de crujiente piel y el interior crudo y sanguinolento. Los dos mercenarios agarraron una chuleta cada uno y empezaron a devorarla.
-Esto es vida -dijo Josuak sin dejar de masticar la jugosa carne-. Con el dinero del último trabajo podemos estar un par de semanas así.
Gorm asintió y desgarro con rudeza la carne.
-Sí, ya buscaremos otro encargo cuando se nos acabe el dinero. -Josuak tiró el hueso sobre la mesa y alcanzó otra pieza de carne. El bullicio dentro del salón iba en aumento a medida que nuevos clientes entraban por la puerta. Todo el mundo comentaba el desfile de los caballeros de Stumlad por el centro de la ciudad.
- El capitán era un hombre muy apuesto -argumentó una mujer, una vendedora del mercado, que debatía con una amiga las virtudes estéticas de los caballeros.
Josuak sonrió al recordar el aparatoso casco de los caballeros, que impedía ver cualquier rasgo de sus rostros.
-Sí, el capitán también era muy atractivo -siguió diciendo otra de las mujeres.
Un grupo de clientes discutía en otra mesa cercana sobre el propósito de la visita de los caballeros. Un viejo, con patentes señales de embriaguez, gritaba que algo maligno debía estar sucediendo para que los Stumladianos enviaran una compañía tan al sur.
- Stumlad nos ha protegido de los elfos durante muchos años -le contestó otro hombre-. ¿Quién ha impedido que los elfos salieran de sus bosques y nos atacaran? -preguntó echando una mirada a los que le rodeaban-. Gracias a ellos ésta es una región tranquila y libre de peligros. Por tanto yo me alegro de que las tropas se instalen en la ciudad.
-No estoy diciendo eso, maldito estúpido -respondió el borracho, hablando muy lentamente y arrastrando las eses al hacerlo-. Lo que digo es que hacía años que no aparecían por aquí. ¿Cómo es que lo hacen ahora?
Los hombres siguieron discutiendo, cada vez más acaloradamente. La gente que estaba de pie a su alrededor se retiró al presagiar que la pelea era inminente.
-¿Por qué eres tan desagradecido? -gritó el más joven-. No puedo creer lo que estoy oyendo.
- Necio, ¿es que no entiendes lo que te digo? ¿Es que eres tan estúpido que no comprendes mis palabras? -le increpó el viejo.
Los insultos fueron a mayores. Uno de los hombres se levantó violentamente y derribó una jarra, que cayó al suelo partiéndose en un estallido de cristales. El otro se puso en pie también. La gente se echó hacia atrás.
-¡Basta ya! -gritó Burk mientras se interponía entre los enfurecidos clientes-. ¡Nada de peleas dentro de mi local! Id fuera si queréis pelear -advirtió y empujó a los dos hombres, separándoles. La tensión se mantuvo durante unos instantes, pero finalmente el viejo borracho se retiró y se perdió entre la gente que abarrotaba el salón. El más joven volvió a sentarse, fanfarroneando sobre la suerte que había tenido el primero de que el posadero hubiese aparecido. Burk lanzó una despectiva mirada al cliente y se retiró para continuar trabajando.
- Creo que voy a subir a mi habitación -dijo Gorm entonces. El gigante había estado muy callado desde el desfile, y de no muy buen humor.
-¿Te encuentras bien? -preguntó Josuak.
-Sí, no es nada -respondió Gorm mientras se ponía en pie-. Sólo me siento un poco cansado -dijo escuetamente-. ¿Vas a quedarte aquí? -le preguntó.
- No, hay demasiada gente. Creo que iré a dar un paseo por la ciudad.
- Está bien. Ya nos veremos. -y sin decir nada más, Gorm se giró y se abrió paso entre la numerosa clientela. Josuak le observó desaparecer escaleras arriba, acabó su cerveza y dudó en pedir otra jarra.

- ¡Y que porte tan majestuoso tenían sobre sus caballos! -dijo a su espalda una de las mujeres, que seguían conversando sobre los guerreros Stumladianos. 

12 julio 2013

Defensores de Korth más cerca



Se bienvenido, viajero, pues el camino te ha llevado a las tierras de los hombres. Entre edificios de piedra y estatuas en honor a su salvador, los hombres del norte han sobrevivido a la esclavitud y la sombra, para resurgir como pueblo sobre los restos de otras civilizaciones ya desaparecidas. Los defensores de Korth son los heraldos de la Palabra de su dios, dedicados a convertir a los demás pueblos a sus creencias y guiarles por el sendero de la luz y la verdad, sin importar si para iluminar a los herejes deben recurrir a la oratoria o a la fuerza de las armas. 

Pues sí, poco a poco se van dando los pasos para la salida del siguiente suplemento de El Reino de la Sombra. Aquí tenéis la primera muestra del arte interior que acompañará el texto.

10 julio 2013

Gente de Valsorth (XV) - Juglar



JUGLAR (Hombre del norte, 35 puntos)
El juglar es un músico callejero que ronda por las calles, cantando y explicando historias a cambio de unas monedas.
Características: Destreza 14 (+2), Sabiduría 12 (+1), Carisma 14 (+2).
Habilidades: Acrobacias +4, Averiguar intenciones +4, Diplomacia +9, Disfrazarse +8, Engañar +8, Idiomas (Stumlades y Lirith), Interpretar +12, Juegos de manos +6, Recabar información +6, Saber (Historia) +8, Saber (Geografía) +4, Saber (Local) +6.
Dotes: Charlatanería, Encanto, Fama, Fascinar.
Bonificaciones: Ataque +4, Fortaleza +1, Reflejos +4, Voluntad +3.
Combate: Iniciativa +4, Velocidad 9 m, Defensa 14, Puños +4 (1d3), Presa +0.
Salud: Puntos de Resistencia 22, Umbral de herida grave 8.

08 julio 2013

La caída de Teshaner (III)



Josuak despertó con un horrible dolor de cabeza. En la completa oscuridad de la habitación, se incorporó de la cama y apretó la sien con ambas manos, tratando inútilmente de hacer pasar la resaca. Un pitido zumbaba en sus oídos, constante y monótono, como si su cráneo hubiese sido utilizado por un herrero a modo de yunque.
Algo se movió a su lado en la gran cama. Se volvió y descubrió una sombra acostada junto a él. En la penumbra distinguió una rizada cabellera rubia que caía sobre unos hombros desnudos. Al acariciar suavemente el bonito cabello, la figura se desperezó, estiró un brazo y se dio la vuelta, mostrando el rostro de una de las hijas del tabernero, Teena, le pareció a Josuak que se trataba, aunque no estaba seguro, ya
que le era imposible distinguir a las hermanas entre sí. La chica abrió apenas un ojo y le miró soñolienta.
-Duerme -le susurró Josuak. Ella obedeció y volvió a cerrar los ojos.
El aventurero se levantó de la cama con cuidado y buscó sus ropas por la habitación. Los pantalones, las botas, la capa y demás prendas estaban esparcidas por el suelo, cada una en un rincón diferente, arrojadas allí con premura durante el frénesis de la noche anterior. Josuak se vistió en medio de la oscuridad, guardó su espada en la funda y se dirigió a la puerta para salir sin hacer ruido al pasillo del tercer piso. La posada estaba en silencio y sólo el rasposo sonido de alguien que limpiaba el salón llegaba desde el piso inferior. Se acercó a la puerta contigua y golpeó con los nudillos en la madera. Nadie contestó. Insistió de nuevo y un gruñido llegó desde dentro de la habitación. Josuak aporreó con más fuerza. Esta vez unos pesados pasos se aproximaron haciendo rechinar la madera del suelo. La puerta se abrió y Gorm apareció en el umbral, desnudo por completo a excepción de su taparrabos de pieles. Los ojos del gigante le miraron entrecerrados.
-¿Qué pasa? -preguntó mientras se frotaba el rostro.
- Tenemos que irnos. Ya es de día -le respondió en voz baja, sin ánimo de hacer más ruido y despertar a otros clientes-. Te espero abajo -concluyó y se volvió hacia la escalera que había al fondo del pasillo. La puerta se cerró a sus espaldas.
Una vez en la planta baja, Josuak se encontró con otra de las hijas, también rubia y un poco rolliza, Launa le pareció que era. La chica limpiaba con un trapo las mesas del salón mientras canturreaba una canción. Al verle, le dedicó una amplia sonrisa.
-¿Quieres algo de comer? -le preguntó dirigiéndose hacia la cocina.
- No, gracias, tan sólo un poco de agua -respondió Josuak. Su estómago estaba demasiado revuelto como para ingerir algo sólido.
- Ahora mismo te la traigo -dijo la chica y reapareció al cabo de un instante con una jarra de agua. Josuak bebió un largo trago y su garganta se suavizó un poco. Gorm bajó entonces por las escaleras. Tras despedirse de la muchacha, los dos aventureros salieron a la calle.
Una fina nevada caía sobre la ciudad a esas primeras horas de la mañana. La bruma flotaba entre los edificios de piedra y confería un aspecto tenebroso a la calle, convirtiendo las casas en formas borrosas. Poca gente transitaba la ciudad, no más que algunos comerciantes que se dirigían hacia la zona del mercado. El resto de la población permanecía en sus casas a refugio del gélido clima.
- El peor invierno que recuerdo -les saludó sin detenerse un hombre mayor, dueño de un puesto de fruta al que solían ir a veces los dos mercenarios. Josuak devolvió el saludo con un gesto de cabeza, luego se abrigó con su capa verde y le indicó a Gorm la avenida que se abría hacia el sur. Se encaminaron por ella, andando bajo el encapotado cielo y con la suave nieve calándoles las ropas y el ánimo.
Anduvieron sin detenerse hasta llegar al centro de la ciudad, donde se alzaba el muro de piedra que delimitaba la propiedad de los Señores de Teshaner, las cuatro familias de nobles que dirigían la ciudad. Su hacienda ocupaba una amplia extensión, rodeada por una muralla que impedía el paso a todo aquel que fuese ajeno a la nobleza. Cuatro torres de afiladas cúpulas se alzaban en las esquinas de la hacienda, cada
una perteneciente a una familia distinta. Bajo ellas asomaban los techos de las mansiones, adornados con estatuas y filigranas de piedra. Los Señores llevaban siglos gobernando la ciudad y su mandato pasaba de una generación a otra sin que la
población pareciese importarle lo más mínimo. Es cierto que durante todos esos años la región había prosperado, pero también estaba claro que los más beneficiados habían sido los propios nobles. Un gobernador era nombrado por las cuatro familias, aunque todo Teshaner sabía que este cargo no era más que un simple títere para salvar las apariencias. El gobernador hacía su papel, las familias controlaban todo el comercio exterior y los habitantes de Teshaner se conformaban con seguir con sus vidas. Los dos aventureros llegaron a la plaza que se abría ante el muro norte de la hacienda. Era una gran explanada conocida como Plaza del Pecado debido a que era el lugar donde se realizaban las ejecuciones de los malhechores. La política de la ciudad era muy estricta respecto a la delincuencia, por lo que cada semana no era raro presenciar algún ahorcamiento en la plaza. Mucha gente iba a estas ejecuciones, e incluso los Señores aparecían en los altos miradores de la muralla, desde los cuales tenían una visión privilegiada del espectáculo.
La plaza estaba prácticamente desierta en aquella invernal mañana. El estrado donde pendían las sogas yacía en su centro, cubierto de nieve y con las cuerdas meciéndose lentamente. Los muros de la hacienda de los Señores también aparecían desprovistos de cualquier actividad y tan sólo unos pocos soldados montaban guardia.
Josuak y Gorm se acercaron hacia el barracón de la milicia, un gran edificio de piedra que se alzaba frente al estrado de las ejecuciones. Era una construcción sólida y robusta, salpicada de pequeñas ventanas enrejadas, aunque sin el menor interés por la armonía o la estética. Una gran puerta reforzada era la entrada principal, coronada por los cuatro estandartes de los Señores de la ciudad. Ante ella montaban guardia una decena de guerreros de la milicia, vestidos de blanco y azul, una cota de mallas y armados con espadas y ballestas. Unos cascos de formas angulosas, y aparentemente incómodos, les cubrían los rostros, adornados en su parte posterior por una mata blanca de crin de caballo.
- Buenos días, venimos a hablar con el Capitán Gorka -dijo Josuak una vez alcanzaron la entrada del edificio.
Los soldados les miraron extrañados; era muy pronto para que un par de mercenarios pidieran una entrevista con el capitán. Uno de ellos se adelantó y preguntó con voz desdeñosa sobre las intenciones de los visitantes.
- Traemos importantes noticias del exterior -se limitó a responder Josuak.
- Habla ahora, nosotros comunicaremos las noticias al capitán -dijo el soldado.
- Lo siento, pero debo hablar con el capitán en persona. Decidle que Josuak Eltar quiere verle.
Los soldados se quedaron quietos, sin aparente intención de llamar al capitán
- Es muy urgente -añadió Josuak.
Tras un instante de duda, el soldado al mando se giró y gritó a uno de sus compañeros para que fuese a avisar al capitán. A continuación se volvió hacia Josuak.
-Espero que sea importante -dijo en velada amenaza.
Nadie habló durante los siguientes minutos. Gorm se mantuvo apoyado sobre su enorme hacha, inmune al frío a pesar de ir prácticamente desnudo. Josuak aguardó observando con aburrimiento los alrededores. Por fin regresó el soldado.
- El capitán les recibirá ahora -dijo.
Josuak, sin alterar su serio semblante, se adelantó y se dispuso a entrar en el edificio. Sin embargo, el primero de los soldados levantó una mano y le detuvo.
-Tendrás que dejar tu espada aquí, mercenario -su voz se tiñó de desprecio al pronunciar esta última palabra-. Ningún extraño puede entrar armado -sentenció.
Josuak se quedó un instante observando al guardia, aunque se deshizo al momento de la correa que rodeaba su cintura y tendió la enfundada espada al soldado. Éste hizo una seña a uno de sus hombres para que recogiera el arma.
- Puedes pasar -dijo haciéndose a un lado.
-¿Y mi amigo? -preguntó Josuak en referencia a Gorm.
- El gigante no entra -negó el soldado y escupió al suelo.
-Pero el Capitán ha dicho que nos recibiría a los dos -repuso Josuak.
- He dicho que el gigante no entra - repitió hoscamente el guardia.
- No importa, Josuak -dijo Gorm, apoyándose de nuevo sobre su arma- Te espero aquí.
El aventurero se quedó mirando un instante a su enorme compañero, que le indicó con un gesto de cabeza que entrara. Josuak asintió y se dio la vuelta para seguir a los tres soldados que le condujeron al interior de los barracones.
El portal llevaba a un pasadizo abovedado, del cual salían numerosos corredores a izquierda y derecha, para acabar dando a un amplio patio de armas que se abría en el interior del edificio. A aquella temprana hora, sólo unos pocos soldados se encontraban en la explanada, realizando unos cuantos ejercicios de fuerza y resistencia. Los hombres detuvieron su rutina al ver aparecer a Josuak y su escolta. Al momento, empezaron a murmurar entre ellos. Josuak siguió a los guardias por el patio hasta otro pasadizo que se adentraba de nuevo en el edificio. El destino final del cuarteto no era otro que el comedor de los cuarteles. La gran sala se encontraba abarrotada de soldados que almorzaban sentados en largas mesas de madera. Josuak y dos guardias esperaron en la puerta de la cantina mientras el tercer soldado iba en busca del capitán. Desde el salón llegaba un gran alboroto; el ruido de platos, cubiertos y estruendosas conversaciones. Josuak se mantuvo impasible escuchando los gritos y las risas durante los cinco minutos que tardó el capitán en aparecer.
Gorka era un hombre de unos cuarenta años, alto y corpulento, de corto pelo en el que empezaban a aparecer estrías plateadas. Su rostro era duro, de gesto huraño, con una barba canosa cuidada con esmero. El hombre surgió por la puerta de la cantina limpiándose la boca con un trapo mientras escuchaba algo que le contaba el soldado. Sus ojos castaños se posaron sobre Josuak y un leve brillo se distinguió en ellos.
- Vaya, Josuak, cuanto tiempo -dijo con voz ronca y sin ningún atisbo de alegría.
- Sí, ojalá hubiese sido más -repuso fríamente Josuak.
El capitán dibujó una sonrisa bajo la barba.
- Está bien, acompáñame, hablaremos mientras hago mis ejercicios matutinos. -sin esperar respuesta, se dirigió hacia el patio de armas. Josuak le siguió y tras él fueron también los tres soldados.
Una vez en el patio, el capitán Gorka y Josuak emprendieron una suave marcha alrededor de los márgenes del edificio. El frío ambiente congelaba los pulmones de Josuak con cada una de sus respiraciones, pero el cazarecompensas se olvidó de la resaca y el dolor de cabeza, decidido a no mostrar el menor signo de flaqueza.
- ¿Qué quieres? -preguntó finalmente Gorka después de completar la primera vuelta.
- Ayer llegamos de las colinas de Terasdur -explicó Josuak, cuyas palabras eran acompañadas de un leve vaho-. Nos retrasamos y nos fue imposible alcanzar la ciudad antes de la caída de la noche. -miró de reojo a su interlocutor. El capitán corría emitiendo profundas respiraciones con la vista clavada al frente. Josuak dudó de si el hombre le estaba escuchando o si sólo estaba burlándose de él-. Pensamos en refugiarnos en el poblado leñador que hay al sur de las colinas -siguió explicando a pesar de todo-. Al llegar, descubrimos que el pueblo había sido arrasado.
- ¿Arrasado? -preguntó el capitán y la sorpresa se delató en su rostro.
- Sí, arrasado -confirmó Josuak-. Dentro de una de las cabañas encontramos los cadáveres mutilados de unas veinte personas. Hombres, mujeres, niños, nadie escapó a la matanza.
- ¿Alguna pista de quien pudo hacerlo?
- Bueno, toda la zona estaba llena de marcas de botas de suela metálica.
- ¿Orkos? -preguntó Gorka aminorando el paso.
- Sin ninguna duda.
El capitán detuvo la marcha y ambos continuaron caminando, recuperando el aliento. Gorka seguía con la vista fija al frente, pensativo.
- Es una lástima -dijo al fin-. Pero ya es habitual que una horda de orkos surja de las colinas y ataque alguna pequeña población.
-No era una horda, era un ejército -negó Josuak con un tono tan helado como el aire que se respiraba en el patio.
El capitán se detuvo por completo y miró fijamente al cazarecompensas.
-¿Un ejército? -preguntó, incrédulo-. ¿Qué quieres decir con que era un ejército?
-Encontramos rastros de los orkos. Eran muchos, varios cientos.
-¿Varios cientos de orkos? ¡Eso es una estupidez! -exclamó el capitán dándose la vuelta y dirigiéndose a paso vivo hacia el interior del edificio.
- Eran muchos, aunque no puedo decir exactamente cuantos. -insistió Josuak mientras le seguía dentro del pasadizo-. Y el rastro conducía hacia el sur, hacia aquí.
El capitán se detuvo.
- ¡¿Varios cientos de orkos?! -le espetó de nuevo, esta vez a gritos. Su voz resonó en el patio y al instante todos los soldados dejaron sus ejercicios para observar la escena-. Eso es imposible, una majadería. No hay orkos en todo Valsorth para formar un ejército así.
- Estoy seguro; eran más de trescientos guerreros -insistió Josuak.
- Menuda estupidez -negó el capitán y soltó una forzada carcajada-. Los orkos fueron exterminados hace años. Ya no quedan más que unos pequeños grupos, escondidos en sus agujeros del norte. No pueden haber reunido semejante número. Y aunque fuese verdad, ¿acaso unos pocos centenares de orkos iban a poder atacar nuestra ciudad? Les aplastaríamos con nuestra primera embestida.
- Sí, tienes razón, pero ¿y si no atacasen la ciudad sino las poblaciones de los alrededores? -le preguntó el aventurero.
La sonrisa del capitán se quedó helada en su rostro.
- Y lo que es peor -continuó Josuak-. ¿Y si hay más orkos merodeando? ¿Y si nosotros sólo nos encontramos con un grupo? Si había trescientos, también puede haber un millar, o más.
El capitán se dio la vuelta y apresuró el paso hacia el interior del edificio.
- Todo esto es una estupidez. -iba diciendo-. No sé lo que pretendes con esta historia, pero no quiero oír ni una palabra más. Suficientes problemas tenemos en la ciudad como para prestar atención a los desvaríos de un exmiliciano rencoroso. -se detuvo antes de traspasar la entrada-. No puedo prescindir de mis soldados y enviarlos a las colinas. Eso dejaría desprotegida la ciudad. Por si no lo sabes, ya tenemos enemigos dentro de las murallas, como esa maldita cofradía de ladrones de la Mano Silenciosa, por ejemplo. Sólo en la última semana ha habido más de una decena de asaltos en el barrio de las Torres.
- No puedes negar la evidencia -le reprendió Josuak-. Envía alguno de tus exploradores al poblado de leñadores, así verás que no miento.
El rostro del capitán se enrojeció de enfado.
- Deja de decir lo que tengo que hacer -bramó-. No quiero escuchar ni una sola palabra acerca de un ejército de orkos o tonterías semejantes. Cómo me entere de que vas por ahí contando esas historias te meteré en un calabozo y haré que te ahorquen por traición. -el capitán clavó una dura mirada en Josuak antes de volverse hacia los soldados que esperaban junto al corredor-. Llevaros a este fullero de aquí -les ordenó y desapareció a toda prisa por el pasadizo.
- Envía exploradores -le grito Josuak antes de que los soldados le agarraran por los brazos-. Ellos te demostrarán que no miento -consiguió añadir mientras los tres hombres lo arrastraban hacia la salida. El hombre forcejeó y se liberó de sus manos.
- Puedo andar sólo -dijo con tono gélido, y continuó caminando altivamente hacia el pasadizo por el que habían entrado. Los guardas le siguieron pegados a su espalda, pero no volvieron a tocarle. Una vez llegaron a las puertas de entrada, éstas se abrieron sonoramente para dejarles salir. Fuera aguardaba Gorm
- Vámonos -dijo escuetamente Josuak tras recoger su espada. Gorm cargó con su hacha al hombro y ambos cruzaron la plaza hacia la avenida por la que habían venido. Los soldados les observaron en silencio mientras se alejaban.

03 julio 2013

Bestiario (XV) - Gárgola rúnica



GÁRGOLA  RÚNICA         70 PUNTOS
Estos seres de piedra, animados mágicamente, son figuras aladas que se usaban para adornar fachadas y edificios, pero que en realidad son los guardianes perfectos. Se trata de estatuas de forma humanoide, con cabezas monstruosas de largas lenguas y garras afiladas como cuchillas. Pueden volar de forma pesada, a la vez que atacan en silencio, mientras las flechas y armas puntiagudas rebotan inofensivas en su piel de roca. Además, estas gárgolas pueden lanzar un rayo de electricidad por su boca, utilizando un asalto completo, que descarga sobre una línea ante ella.

Tipo de criatura: Constructo mediano.
Características: Fuerza 18 (+4), Destreza 14 (+2), Dureza 25, Inteligencia –, Sabiduría 10 (+0), Carisma 1 (–5).
Rasgos raciales: Arma natural (Garras) 4, Arma natural (Mordisco) 5, Arma natural (Rayo relampagueante; Reflejos CD 16 o 1d10+6 de daño eléctrico), Armadura natural 5, Ausencia de Constitución, Ausencia de Inteligencia, Camuflaje (roca o piedra), Crítico mejorado (mordisco), Dureza, Inmunidad (Daño de Característica, efectos de nigromancia), Inmunidad parcial (Daño cortante, elemental y perforante), No vivo, Reparable, Vista ciega, Volar 2, Vulnerable al daño (doble daño por ataques contundentes o mágicos).
Habilidades: Atención +10, Atletismo +8, Sigilo +6 (+11 en roca o piedra).
Dotes: Ataque en vuelo, Presa mejorada.
Bonificaciones: Ataque +8, Fortaleza +12, Reflejos +6, Voluntad +7.
Combate: Iniciativa +6, Velocidad 9 m (terrestre y volando), Defensa 16, Armadura natural (RD 5), Garras +8/+8 (1d10+4), Mordisco +10 (2d8+4, 19-20), Presa +10.
Salud: Puntos de Resistencia 75, Umbral de herida grave 27.

01 julio 2013

La caída de Teshaner (II)



            Las primeras luces del amanecer se filtraban a través de los innumerables agujeros del techo de cabaña, atravesando el polvoriento ambiente de la estancia como doradas lanzas que caían sobre los muebles desvencijados y el oscuro suelo de madera. La sala restaba en completa quietud, sin que nada se moviese aparte de los centenares de diminutas partículas de polvo y suciedad que flotaban en el aire, danzando suavemente hasta posarse en algún rincón.
Josuak estaba tumbado en el suelo, de espaldas sobre la manta, observando el techo y los rayos de luz que lo perforaban. A su lado, apoyado sobre el armario caído, Gorm permanecía sentado con sus enormes brazos cruzados en jarras y la mirada perdida en algún punto de la pared. El gigante aparecía pensativo, algo poco común en su comportamiento, caracterizado más por la acción que por la reflexión.
Pasaron varios minutos más antes de que Josuak decidiera levantarse.
            - Hola, buenos y prósperos días -le saludó Gorm al descubrir que por fin se había despertado.
            - Buenos días para ti también -le devolvió el saludo Josuak-. Supongo que no habrá habido ninguna novedad durante la noche.
            - Nada extraño -informó Gorm mientras se ponía pesadamente en pie-. Ni el viento ni los lobos. Nada -repitió.
Josuak le dedicó una breve sonrisa antes de pasar a investigar el interior de la cabaña, que ahora con la luz del día mostraba un absoluto y completo caos. Los armarios habían sido volcados y todo su interior se había desparramado sobre el suelo; platos, utensilios, ropas, todo hecho pedazos. Una gran mesa de madera había sido partida por la mitad y las sillas destrozadas hasta convertirlas en un montón de palos rotos. En las paredes había numerosas muescas de armas y en otros lugares se adivinaban los impactos de otros objetos que habían mellado la madera. Josuak pasó a las otras dos habitaciones y descubrió una imagen muy similar; todo había sido arrasado, sin ninguna intención más allá que la de causar el mayor destrozo posible. No habían sido ladrones, pues entre los restos se distinguían numerosos objetos de valor, tales como alguna joya o varias monedas de oro. No, pensó Josuak mientras contemplaba un colchón de plumas que había sido rasgado con salvajismo, no habían sido ladrones, los que hicieron esto no buscaban más que romper y destrozar. De nuevo se preguntó por los leñadores ¿Cómo podían haber permitido que alguien arrasase su hogar? Josuak sintió un escalofrío al pensar en lo que les podía haber sucedido a los habitantes del poblado y rogó en silencio para que hubiesen podido huir antes de que los atacantes cayesen sobre ellos. Sin darle más vueltas a la cabeza, volvió al salón donde le esperaba pacientemente Gorm. Ambos recogieron sus pocas pertenencias en silencio. El ambiente de la cabaña era opresivo ahora que la luz mostraba toda esa barbarie y ninguno de los dos sintió ganas de demorar su estancia en ella. Una vez acabaron de empacar, salieron de la cabaña.
El espectáculo que les esperaba fuera no era mucho más alentador. El sol lucía ya, asomando sobre las colinas cubiertas de blanco, en un cielo despejado y completamente azul, sin que una sola nube manchara su superficie. Las luces del nuevo día mostraron a los dos viajeros lo que quedaba del poblado: La media docena de cabañas que lo formaban habían sido arrasadas también, las puertas derribadas y las ventanas arrancadas de cuajo. Incluso dos de ellas no eran más que un negro cúmulo de cenizas y restos de madera calcinadas, únicos restos que habían sobrevivido al fuego. Sobre la nieve había desperdigados restos de muebles, así como algunas ropas reducidas a harapos y algunos utensilios, hachas en su mayoría, que permanecían semienterrados. No Había rastro de los leñadores.
Josuak caminó entre los ruinosos restos del poblado con Gorm siguiéndole de cerca. Primero observó algunas de las hachas que yacían en el suelo. Eran de las grandes, de las que usaban los leñadores para su trabajo. La cuestión era si habían sido utilizadas para defenderse o simplemente habían sido arrojadas allí por casualidad. No había ningún cadáver que demostrase que una lucha se había producido. Sin embargo, la capa de nieve que cubría las armas indicaba que hacía dos o más días desde que cayeron allí, así que cualquier cadáver podía haber sido retirado o devorado por los lobos. A continuación, Josuak pasó a investigar el interior de las cabañas que quedaban en pie. Se asomó en la primera de ellas. Estaba totalmente arrasada, igual que en la que habían pasado la noche. Salió y continuó con la segunda. El mismo espectáculo de destrozos. Cuando se aproximaba a la última de las cabañas, la más grande de todo el poblado, un fétido hedor le golpeó como una bofetada. Era un olor desagradable y vomitivo, un olor que Josuak había olido antes. Era el olor de la carne en putrefacción.
Aguantando una arcadas, se acercó a la puerta y miró en su interior. La sala principal de esta cabaña había sido reducida a escombros también. Pero en el centro de la estancia, en un claro en medio del desorden, había una pila de huesos, amontonados unos sobre otros, algunos aún con retales de carne y piel cubriéndolos. Josuak tuvo que apartar la mirada al reconocer el rostro de un humano que le miraba desde las cuencas vacías de sus ojos. Habían encontrado a los leñadores.
Los restos humanos, muchos de ellos en descomposición, formaban un cúmulo de casi dos metros de circunferencia. Los cadáveres estaban descuartizados, despedazados y amputados. Varios cráneos surgían entre la pila de huesos y sus rostros estaban cubiertos de sangre, con heridas y marcas de colmillos que habían devorado salvajemente parte de su piel. Josuak descubrió horrorizado lo que quedaba de una niña junto al pequeño cráneo de lo que debió ser apenas un recién nacido. Nadie había escapado de la matanza.
El hombre tuvo que salir de la estancia y volver a la claridad del día. Una vez en el exterior respiró profundamente el frío aire invernal y se recompuso, tratando de apartar de su mente la imagen de los rostros de los leñadores. Gorm miró extrañado a su compañero, antes de acercarse a ver que es lo que había impresionado tanto a su amigo.
            - ¡Por Orn! -exclamó el gigante y volvió a salir de la cabaña.
Josuak le esperaba fuera, una vez se había repuesto de las arcadas.
            - ¿Quién pudo hacer esto? -le preguntó a Gorm.
El gigante elevó sus anchos hombros y no respondió. No había una explicación coherente para semejante masacre.
Los dos cazarecompensas se demoraron poco tiempo en el poblado. El aire les resultaba ahora viciado y Josuak pensó que quizás era aquello lo que había mantenido alejados a los lobos. El hedor de un lugar maldito, el hedor de la muerte. Una vez cargaron con sus cosas, se dispusieron a regresar a Teshaner. Pasaron entre las calcinadas cabañas y fue entonces cuando descubrieron un rastro sobre la nieve, en el extremo sur del poblado. Josuak miró sorprendido las huellas que cientos de pies habían dejado sobre la nieve, formando un sendero de varios metros de ancho en el blanco elemento.
            - ¿Qué es esto? -preguntó al aire. La nieve caída durante las últimas horas había cubierto en parte el rastro, pero aún así la marca era tan profunda que no había conseguido ocultarla del todo. Josuak se acercó y se arrodilló para examinar el rastro más de cerca. Eran marcas de botas, con suela metálica, como las que utilizaban las tropas militares de infantería. Sin embargo la forma de las huellas era muy extraña, demasiado pequeña para pertenecer a un ser humano.
            - Orko -musitó al hallar la respuesta.
            - Sólo esos malnacidos pueden ser los responsables -añadió Gorm con tono sombrío.
Josuak no prestó atención a las palabras de su amigo. Habían sido los Orkos, pero no una horda cualquiera que hubiese surgido de las colinas para rapiñar y hacer pillaje. No, aquello era un batallón de guerra formado por varios centenares de guerreros. El rastro era demasiado confuso como para poder aventurar un número aproximado, pero lo que estaba claro es que eran muchos, cientos de ellos, salvajes, crueles y sedientos de sangre.

Las colinas de Terasdur terminaban en una planicie que se extendía infinitamente hacia el sur, hasta el mar de hojas verdes del enorme bosque de Shalanest, la nación elfa, que acaparaba el distante horizonte. La nieve invernal cubría todo el paisaje, aunque a medida que se dejaba atrás la línea de las colinas el grosor de su capa iba disminuyendo, por lo que avanzar por ella resultaba menos fatigoso.
Los dos viajeros llevaban toda la mañana en marcha, sin detenerse desde que habían abandonado el poblado leñador. Caminaban en silencio, con la mirada clavada en el piso, evitando las resbaladizas y traicioneras placas de hielo. Apenas habían intercambiado un par de palabras en toda la jornada. No les apetecía hablar. Después de haber presenciado lo que los Orkos habían hecho con los pobres leñadores, los dos compañeros se encontraban sumidos en sus propios pensamientos.
Gorm no comprendía cómo alguien, ni siquiera los orkos, podía ser capaz de realizar semejante masacre. El gigante no entendía cómo se podía ser tan cruel, tan desalmado, y tener tan poco respeto por la vida para asesinar de aquella forma a familias enteras. En todos los años que había pasado en las colinas del norte había presenciado otros asaltos, pero jamás una matanza en la que los asesinos se hubiesen recreado tanto con sus víctimas. Gorm siguió avanzando entre la nieve a grandes zancadas. El salvajismo no conllevaba la crueldad, eso era algo que el gigante sabía, aunque probablemente nunca supiese explicarlo con palabras.
Josuak seguía de cerca a su enorme compañero. Llevaba la capucha caída sobre los hombros, de modo que el reflejo de los rayos del sol le calentaba el rostro y sus largas trenzas danzaban libremente sobre su testa con cada uno de sus pasos. El hombre apartó distraídamente una de las trencitas y continuó recapacitando sobre lo que podía haber sucedido en el poblado.
El hombre sabía que los orkos hacía años que habían tenido que huir de las tierras centrales de Valsorth. La derrota del Rey Dios les obligó a abandonar los reinos más meridionales y refugiarse en las heladas montañas del norte. Durante los años siguientes habían aparecido pequeñas incursiones, alguna horda que descendía de las colinas y cuya propia codicia llevaba a terminar bajo el acero de los caballeros de Stumlad. Sin embargo, Josuak jamás había oído ninguna historia de una incursión orka tan numerosa. No debía ser tan grande como un ejército, pero tampoco era un simple clan. No, aquello era un batallón organizado, lo que sólo podía significar una alianza entre varios clanes.
            - Ya llegamos -dijo Gorm, sacando al hombre de sus pensamientos.
Josuak elevó la mirada y, cubriéndose los ojos con la mano, escrutó el brillante horizonte. A lo lejos, a unas diez millas aún de camino, había surgido una mancha grisácea en medio de la nevada explanada.
            - Teshaner -susurró.
Estaba atardeciendo cuando por fin alcanzaron las inmediaciones de la ciudad. Una fantasmagórica bruma sumía la planicie en una fina niebla que distorsionaba el contorno de la ciudad amurallada. Teshaner era una gran urbe, protegida por enormes muros de piedra gris de más de cien pies de altura, sobre los que asomaban decenas de afiladas torres que conformaban el centro de la ciudad. Alrededor de la gran muralla se extendía una maraña de cabañas, chozas y terrenos de cultivo, hogar de las clases más pobres. Entre los nevados campos, una carretera de piedra conducía hasta la puerta norte de la ciudad, un grandioso portalón protegido por tres rejas de acero negro. La entrada de la ciudad estaba custodiada por una veintena de soldados, pertenecientes a la milicia, que se encargaban de registrar las mercancías que llegaban a la vez que impedían la entrada de indeseables. Una larga fila de carruajes, carromatos, animales de carga y viajeros esperaba ante la gran puerta para poder entrar en la ciudad antes de la caída del sol. Al llegar ese momento, la puerta se cerraba y nadie podía cruzarla, ni para entrar ni para salir. Quien se quedaba fuera no tenía más opción que esperar la llegada del nuevo día en alguna de las posadas que florecían en los alrededores de la ciudad. Sin embargo, estos albergues eran de pésima calidad, atestados de bandidos y donde era usual despertar sin una sola moneda de oro en el bolsillo o con el carromato saqueado.
Gorm y Josuak se sumaron a la larga fila, detrás de un gordo monje de Korth que arrastraba con él una decena de ovejas. Saludaron educadamente al religioso y esperaron. El viento soplaba helado, haciendo que tanto los viajeros como los soldados resoplaran y se frotaran las manos sin cesar, en un fútil intento de entrar en calor.
            - Menudo invierno hace -les saludó el monje con una sonrisa-. Hacía años que no pasaba tanto frío trayendo a las ovejas desde el monasterio.
            - Tiene toda la razón -dijo Josuak, sin muchas ganas de hablar con él.
            - Las nieves han cubierto por completo el camino hasta el monasterio -siguió el monje-. Si esto sigue así, tendremos que salir con palas a despejar el paso. Y eso si tenemos la suerte de no quedar aislados.
            - Sí, vaya invierno -respondió Josuak y maldijo entre dientes por la lentitud con la que avanzaba la cola. El monje cesó en su intento por entablar conversación y se volvió hacia adelante.
            - ¿Dónde vamos después de entrar? -preguntó Gorm sin dejar de observar el centenar de personas que se alineaban ante él- ¿A cobrar el dinero?
            - Puede que sea demasiado tarde  -respondió Josuak-. A este paso tardaremos un par de horas en poder pasar y ya será de noche cuando lo hagamos. No, será mejor ir mañana  a primera hora.
Discurrieron largos minutos. La fila avanzaba muy lentamente.
            - Vamos, vamos -se impacientó Josuak al ver que no alcanzaban las puertas y que la luz del sol iba menguando por momentos-. Daros prisa, no quiero dormir en estas pocilgas - gritó a los viajeros que aguardaban ante él, pero nadie pareció hacerle caso. Pasados unos instantes, la cola se movió y Gorm y él dieron una decena más de pasos. Siguieron esperando. Los minutos pasaron muy lentos. Por fortuna, cuando la luna se mostraba en todo su esplendor, llegaron ante las puertas de la ciudad donde aguardaban los soldados. Al no llevar ningún cargamento, los guardias pusieron pocos inconvenientes en dejarles entrar. De todas formas, Josuak y el gigante eran bastante conocidos en la ciudad y era habitual verles entrando y saliendo por la gran puerta del norte.
Sin mayor dilación, cruzaron el amplio túnel bajo las tres enormes rejas que pendían del techo. Al salir al otro lado, los dos cazarecompensas se encontraron en una pequeña plaza rectangular. Las casas se amontonaban justo sobre la superficie de los altos muros, las fachadas también de piedra, con unos pequeños ventanucos y espesos techos de pizarra. El suelo de gruesos adoquines estaba cubierto por los restos de la última nevada, que yacían apilados en los rincones. Las danzantes llamas de las antorchas que pendían de las casas conferían un aspecto sombrío a la entrada de la ciudad, de la que surgían varias calles, entre las que destacaba una amplia avenida que conducía directa hacia el sur, sin que ninguna edificación se interpusiera en su camino. A lo lejos, se distinguía incluso las altas y afiladas torres del centro de la ciudad. Poca gente deambulaba por las calles a aquellas horas de la noche, tan sólo algunos viajeros recién llegados que buscaban algún lugar para dormir o algún hombre que se había entretenido y regresaba con rapidez hacia el hogar.
            - ¿Dónde vamos? -preguntó Gorm, frotándose la cabeza con su manaza-. Tenemos que contar lo que hemos visto. Hemos de decirles a los soldados lo del ataque en el poblado de leñadores.
            - Sí, tienes razón -respondió Josuak viendo como los soldados empezaban a retirarse de la entrada de la ciudad. Al momento, las grandes verjas empezaron a descender muy lentamente, las cadenas metálicas de su mecanismo chirriando en el silencio nocturno-. Pero no ahora - siguió Josuak sin dejar de observar las grandes barras de acero negro que conformaban el entramado de las rejas-. Ahora sólo quiero ir a alguna taberna y sentarme a beber una buena jarra de cerveza. -acto seguido se dio la vuelta y miró con complicidad a su compañero. El gigante mostró una enorme sonrisa.
            - Sí, cerveza -aprobó Gorm.
Ambos se encaminaron por la desierta avenida en dirección al centro de la ciudad, en busca de alguna de las tabernas que permanecían abiertas hasta altas horas de la madrugada.
La Buena Estrella era el mejor hospedaje que uno podía encontrar en todo Teshaner. Era conocida como la taberna de mayor categoría, con un buen servicio, buena comida y bebida, y unas habitaciones amplias y acogedoras. La posada era un gran edificio de piedra, de tres pisos de alto y un enorme salón. Un gran fuego ardía durante toda la noche en esta estancia y el humo surgía en una alta columna por la chimenea que se abría en el tejado. Sobre la puerta de entrada pendía el cartel que anunciaba el nombre de la posada, bajo el dibujo de un cerdo asado sobre la forma de una estrella.
Nada más abrir la puerta, el calor del salón les recibió agradablemente. La gran sala estaba abarrotada de gente y un murmullo constante de voces y gritos impedía oír la música de un trovador que, sentado en una de las numerosas mesas, continuaba tocando inútilmente su laúd. La mayoría de los clientes eran hombres, que bebían grandes jarras de cerveza entre estruendosas conversaciones. Había risas, gritos, hasta una pareja de clientes ya mayores se pusieron a cantar con voces desafinadas una canción algo picante sobre un campesino y diez ninfas de los bosques. Josuak sonrió al escuchar la última estrofa de la canción mientras buscaba con la mirada una mesa vacía en la que poder sentarse. En ese momento apareció a su lado una muchacha de pelo rubio y generosas carnes que portaba una bandeja repleta de jarras.
            - Hola, Josuak, hacía tiempo que no te veíamos por aquí -saludó la chica y le dedicó una breve sonrisa antes de dirigirse a una mesa donde estaban sentados cinco mercaderes extranjeros. Josuak la siguió con la mirada, pero se olvidó de la chica al encontrar una mesa libre en uno de los rincones. Él y Gorm cruzaron el gran salón, se sentaron a la mesa y esperaron a que una de las cuatro camareras viniera a atenderles. El gigante se movió intranquilo en su silla mientras refunfuñaba sobre el tamaño de los asientos. Una de las chicas apareció por fin, Josuak pidió dos jarras de cerveza y algo para comer. La chica se fue contoneándose hacia la cocina. La bebida tardó poco en llegar. Josuak y Gorm alzaron sus jarras y las hicieron entrechocar violentamente.
            - Por el dinero fácil -brindó el hombre.
            - ¡Por el dinero! -gritó el gigante.
Ambos dieron un largo trago de sus respectivas jarras y las dejaron caer con fuerza sobre la mesa de madera.
            - ¡Cómo echaba esto de menos! -dijo Josuak y pasó la manga de su camisa por la boca, secándola-. Sólo han sido unos pocos días, pero parece que hiciese años desde que no estábamos en un lugar acogedor.
            - Sí, parece mucho tiempo -asintió Gorm y observó el alboroto reinante en el salón. Josuak contempló también el centenar largo de personas que había en la taberna. La mayoría eran desconocidos para él, aunque distinguió algunas caras conocidas. Un hombre joven, de frondosa barba rubia, le saludó desde una mesa alejada. Josuak alzó su jarra como respuesta y sonrió.
            - Allí está Bield -le dijo a Gorm tras beber de la jarra-. Ese maldito mercenario se pasa la vida bebiendo en este sitio. ¿Es qué nunca trabaja? -preguntó para sí mismo mientras observaba aliviado que el rubio guerrero no se levantaba de su mesa para venir a hablar con él.
Los dos cazarrecompensas acabaron sus bebidas y pidieron nuevas jarras. La camarera estuvo de vuelta con la cerveza y con una bandeja de costillas de cerco asadas. Josuak y Gorm se lanzaron hambrientos sobre la carne. Apenas habían comido en los días que habían pasado en las colinas, no más que las escasas e insípidas raciones de viaje, así que las costillas les parecieron un manjar digno de reyes. Devoraron las costillas cogiéndolas con las manos y por unos minutos se dedicaron exclusivamente a llenar el estómago. Una vez saciado el apetito, se recostaron en sus sillas y disfrutaron tranquilamente de la cerveza. La bandeja yacía vacía sobre la mesa.
            - ¿Cuándo iremos a hablar con la milicia? -preguntó Gorm, acabando de un largo trago su jarra.
            - Mañana -respondió escuetamente Josuak.
            - Debemos alertar a los soldados -siguió el gigante-. Debemos avisarles de que hay orkos cerca de la ciudad.
            - Mañana -repitió Josuak tratando de zanjar el tema.
            - Eran muchos. Pueden ser un peligro. Debemos ir a avisar a los soldados.
            - ¡Mañana te he dicho! -exclamó Josuak elevando el tono de voz. Al momento volvió a controlarse y habló más pausadamente-. Mañana a primera hora iremos a hablar con el capitán Borka. Pero ahora sólo quiero emborracharme -concluyó Josuak y realizó un gesto a una de las camareras para que trajese otro par de jarras.
Josuak vio entonces a un hombre entrando en el salón a través de la puerta de la cocina. Al momento muchos de los clientes empezaron a saludarle y a estrecharle la mano. El hombre era bastante corpulento, con una prominente barriga bajo el delantal blanco que vestía. Su cara era redonda, con una incipiente calva coronándola, en la cual destacaba un cuidado bigote oscuro y unas grandes cejas sobre unos ojos pequeños. Era Burk, el dueño de la posada y el padre de las cuatro camareras que servían las bebidas en el salón. El posadero continuó saludando a los clientes y fue acercándose hacia la mesa donde Josuak y Gorm continuaban bebiendo de sus respectivas cervezas.
            - ¡Hombre, Josuak, tú por aquí! -exclamó el posadero al descubrir al guerrero.
            - Sí, amigo mío, yo por aquí -contestó Josuak y esbozó una sonrisa.
            - ¡Y también está Gorm! -siguió Burk-. ¿Cómo estás grandullón?
            - Bien, gracias Burk -respondió Gorm con dificultades para pronunciar las palabras. Josuak comprobó que el gigante empezaba a presentar las primeras señales de embriaguez. Gorm era muy grande, pero no estaba acostumbrado a beber demasiado alcohol.
            - ¿Dónde habéis estado? -preguntó el orondo tabernero-. ¿Hacía días que no os veía?
            - Tuvimos un encargo fuera de la ciudad -respondió Josuak.
Burk estalló en una carcajada.
            - Oh, pobre del desgraciado que haya sido vuestra presa -dijo entre risas-. No le deseo semejante destino ni al peor de mis clientes. -volvió a reír-. Bueno, supongo que os quedareis a dormir esta noche. Hace demasiado frío para volver a salir.
            - Sí, Burk, necesitamos un par de habitaciones -dijo Josuak.
            - Tranquilo, yo me encargo de todo. Le diré a mi hija Teena que prepare vuestras habitaciones. Nos vemos más tarde. -dicho esto, el hombre desapareció entre el gentío que abarrotaba la sala.
Josuak y Gorm pidieron más cerveza. La camarera trajo las jarras al poco tiempo.
            - Gracias, preciosa -le dijo Josuak con una maliciosa sonrisa.
La chica le dedicó una furtiva mirada mientras regresaba a la cocina. Josuak bebió de la cerveza, Gorm le imitó. Observando el espectáculo que ofrecía la sala, los dos mercenarios se recostaron en sus sillas y dejaron las horas pasar. Mañana ya avisarían a la milicia.