24 febrero 2014

Crónicas de Valsorth - Turno 49

TURNO 49 – Once de marzo del año 340, Eras-Har.

Después de dedicar la tarde a realizar varias tareas, entre ellas aprovisionarse con ingredientes curativos, con los que Mirul elabora una poderosa pócima curativa basada en la planta Etalan, el grupo dedica la noche a descansar.

A la mañana parten junto a Erisal en dirección este, siguiendo río arriba el Durn, y adentrándose en las tierras abandonadas cercanas a las montañas. Durante seis días viajan sin imprevistos, hasta que una tarde, entre la niebla que cubre el nevado paisaje, Orun detecta alguien que se acerca.
Rápidamente, todos se ocultan a un lado entre los árboles, desde donde ven pasar a toda velocidad a un grupo de cuatro hiallus montados por orkos. Las criaturas no les descubren, y siguen su carrera hacia el oeste, mientras su líder les exhorta algo en orkan.
Una vez pasado el peligro, Erisal les explica que el orko gritaba “¡Más rápido! Tenemos que encontrar a ese hombre antes de que escape”.

Sin mayores contratiempos, el grupo corona una colina y tras dejar atrás un bosque de abetos de hoja negra, contemplan los restos de la antigua ciudad de Agna-Anor. Se trata de lo que siglos atrás debió ser una majestuosa urbe, de altos edificios de piedra gris, desmoronadas por el paso del tiempo y la guerra. Torres y cúpulas se alzan todavía sobre los restos de las casas, aunque sus piedras erosionadas les otorgan un aspecto fantasmal. El centro de la ciudad se encuentra anegado por las aguas del río Durn que baja desde las montañas, inundando las calles centrales y con un grupo de edificios sobresaliendo como una isla en medio de su cauce.
Ya está anocheciendo cuando se acercan a los restos de las desmoronadas murallas, momento en que se topan con cuatro caballeros que aparecen entre los edificios y les apuntan con arcos, dándoles el alto. Tras identificarse, los caballeros les dejan pasar y les guían al interior, hacia el campamento de los caballeros. Durante la marcha entre las calles derruidas, uno de los caballeros les explica el curso de la guerra.
- La situación es desesperada. Hemos luchado durante meses contra los orkos que ocupan la parte oriental de la ciudad, y los habíamos mantenido a raya sin demasiados problemas. Pero hace una semana cambió todo. El enemigo lanzó un ataque a gran escala, y al frente de las tropas iban una decena de titanes, criaturas altas como un edificio que arrasaban con todo a su paso. Decenas de compañeros murieron ese día, mientras que sólo conseguimos derribar a uno de ellos. Así, nos vimos obligados a retroceder y ahora sólo controlamos una cuarta parte de la ciudad.
El grupo llega a la plaza del mercado, que aún conserva los edificios donde estaban los puestos y tiendas. En la actualidad, estos edificios son el refugio de los caballeros de Stumlad, siendo casi veinte locales y tiendas donde se han instalado catres, armerías y almacenes. Al Nordeste de la plaza, en el gran torreón de piedra, tiene sus dependencias el capitán Caust, así como sus sargentos y los miembros de su guardia. Se trata de un edificio de cinco plantas de altura, que ha permanecido indemne al paso del tiempo. El Capitán ocupa la planta superior, y allí se dirige el grupo para entregar el mensaje del capitán Dobann de Eras-Har.
El capitán es un veterano guerrero enfundado en la pesada coraza de la orden de Stumlad. Tiene el cabello corto ya salpicado por las canas, y sus ojos azules han perdido el brillo de la juventud. Con gesto hastiado, lanza el pergamino al fuego de la chimenea y maldice.
- Necesitamos tropas y simplemente recibo una nota en que me plantean la posibilidad de abandonar la ciudad y regresar a Eras-Har. ¿Para eso hemos luchado tanto? –niega con la cabeza-. En fin, mañana tendré una respuesta, pues debo departir con mis sargentos. Hasta entonces, quedaros en el campamento y seguir las órdenes. Recordad que estamos en guerra.
Mientras, Olf habla con un clérigo que ofrece una misa a los caballeros en medio de la plaza y le pregunta sobre la tabla de rezos que han venido a buscar, y donde puede estar la antigua biblioteca. El clérigo no sabe nada al respecto, y dice que no ha visto ninguna biblioteca en las ruinas.
Fian reflexiona al respecto y considera que la biblioteca debe estar en algún lugar protegido, pues antiguamente los libros eran objetos aún más valiosos y se guardaban a salvo de los elementos y otros peligros.
Al ir a pasar la noche, el grupo decide repartirse y Mirul, Fian y Erisal van a la torre del campanario para ayudar en la vigilancia, mientras que Orun y Olf se quedan en el campamento. Las dos elfas y el paladín se apostan en lo alto de la torre y ayudan en las guardias.
Durante el turno de Mirul, la elfa le parece ver una torre que se mueve en las cercanías, alerta a sus compañeros y uno de los caballeros duda en dar la alarma. Al final, Mirul tira de la cuerda y la campana resuena en la noche, justo cuando un grupo de orkos surge entre las calles sale a la carrera hacia la torre. Al frente avanza una criatura enorme, de casi diez metros de altura y de amplia constitución, abultado estómago y fuertes brazos que blanden un tronco de árbol a modo de garrote. Tiene la cabeza calva y el rostro grotesco, adornado con aros de hierro y macabros pendientes, mientras viste con largas pieles y sus poderosas piernas pisotean con rabia haciendo temblar el terreno a medida que avanza.

La elfa reacciona conjurando uno de sus hechizos y un proyectil brillante cruza la noche, para impactar de pleno en el gigante y llenar la calle de llamas, matando a varios de los orkos. A pesar del fuego, el enemigo sigue avanzando bajo el ataque de las flechas, y alcanza la torre donde se enfrentan a los caballeros. El titán describe un tremendo golpe con su garrote que alcanza a Fian, aplastándolo y dejándolo moribundo. Después se vuelve y destroza a otro caballero de un golpe que lo lanza al vacío. Mirul aparta a Fian del combate y le aplica la pócima curativa que había creado, salvándole la vida. Justo en ese momento aparecen los refuerzos que llegan del campamento, con Olf y Orun al frente. El bárbaro carga contra el titán, cortándole los tendones de la pierna de un terrible hachazo. El gigante se desploma como un árbol talado y cae muerto entre los cascotes.

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