TURNO 49
– Once de marzo del año 340, Eras-Har.
Después
de dedicar la tarde a realizar varias tareas, entre ellas aprovisionarse con
ingredientes curativos, con los que Mirul elabora una poderosa pócima curativa
basada en la planta Etalan, el grupo dedica la noche a descansar.
A
la mañana parten junto a Erisal en dirección este, siguiendo río arriba el
Durn, y adentrándose en las tierras abandonadas cercanas a las montañas.
Durante seis días viajan sin imprevistos, hasta que una tarde, entre la niebla
que cubre el nevado paisaje, Orun detecta alguien que se acerca.
Rápidamente,
todos se ocultan a un lado entre los árboles, desde donde ven pasar a toda
velocidad a un grupo de cuatro hiallus montados por orkos. Las criaturas no les
descubren, y siguen su carrera hacia el oeste, mientras su líder les exhorta
algo en orkan.
Una
vez pasado el peligro, Erisal les explica que el orko gritaba “¡Más rápido!
Tenemos que encontrar a ese hombre antes de que escape”.
Sin
mayores contratiempos, el grupo corona una colina y tras dejar atrás un bosque
de abetos de hoja negra, contemplan los restos de la antigua ciudad de
Agna-Anor. Se trata de lo que siglos atrás debió ser una majestuosa urbe, de
altos edificios de piedra gris, desmoronadas por el paso del tiempo y la guerra.
Torres y cúpulas se alzan todavía sobre los restos de las casas, aunque sus
piedras erosionadas les otorgan un aspecto fantasmal. El centro de la ciudad se
encuentra anegado por las aguas del río Durn que baja desde las montañas,
inundando las calles centrales y con un grupo de edificios sobresaliendo como
una isla en medio de su cauce.
Ya
está anocheciendo cuando se acercan a los restos de las desmoronadas murallas,
momento en que se topan con cuatro caballeros que aparecen entre los edificios
y les apuntan con arcos, dándoles el alto. Tras identificarse, los caballeros
les dejan pasar y les guían al interior, hacia el campamento de los caballeros.
Durante la marcha entre las calles derruidas, uno de los caballeros les explica
el curso de la guerra.
-
La situación es desesperada. Hemos luchado durante meses contra los orkos que
ocupan la parte oriental de la ciudad, y los habíamos mantenido a raya sin
demasiados problemas. Pero hace una semana cambió todo. El enemigo lanzó un
ataque a gran escala, y al frente de las tropas iban una decena de titanes,
criaturas altas como un edificio que arrasaban con todo a su paso. Decenas de
compañeros murieron ese día, mientras que sólo conseguimos derribar a uno de
ellos. Así, nos vimos obligados a retroceder y ahora sólo controlamos una
cuarta parte de la ciudad.
El
grupo llega a la plaza del mercado, que aún conserva los edificios donde
estaban los puestos y tiendas. En la actualidad, estos edificios son el refugio
de los caballeros de Stumlad, siendo casi veinte locales y tiendas donde se han
instalado catres, armerías y almacenes. Al Nordeste de la plaza, en el gran
torreón de piedra, tiene sus dependencias el capitán Caust, así como sus
sargentos y los miembros de su guardia. Se trata de un edificio de cinco plantas
de altura, que ha permanecido indemne al paso del tiempo. El Capitán ocupa la
planta superior, y allí se dirige el grupo para entregar el mensaje del capitán
Dobann de Eras-Har.
El
capitán es un veterano guerrero enfundado en la
pesada coraza de la orden de Stumlad. Tiene el cabello corto ya salpicado por
las canas, y sus ojos azules han perdido el brillo de la juventud. Con gesto
hastiado, lanza el pergamino al fuego de la chimenea y maldice.
- Necesitamos tropas y simplemente recibo una nota en que me plantean
la posibilidad de abandonar la ciudad y regresar a Eras-Har. ¿Para eso hemos
luchado tanto? –niega con la cabeza-. En fin, mañana tendré una respuesta, pues
debo departir con mis sargentos. Hasta entonces, quedaros en el campamento y
seguir las órdenes. Recordad que estamos en guerra.
Mientras, Olf habla con un clérigo que ofrece una misa a los
caballeros en medio de la plaza y le pregunta sobre la tabla de rezos que han
venido a buscar, y donde puede estar la antigua biblioteca. El clérigo no sabe
nada al respecto, y dice que no ha visto ninguna biblioteca en las ruinas.
Fian reflexiona al respecto y considera que la biblioteca debe
estar en algún lugar protegido, pues antiguamente los libros eran objetos aún
más valiosos y se guardaban a salvo de los elementos y otros peligros.
Al
ir a pasar la noche, el grupo decide repartirse y Mirul, Fian y Erisal van a la
torre del campanario para ayudar en la vigilancia, mientras que Orun y Olf se
quedan en el campamento. Las dos elfas y el paladín se apostan en lo alto de la
torre y ayudan en las guardias.
Durante
el turno de Mirul, la elfa le parece ver una torre que se mueve en las
cercanías, alerta a sus compañeros y uno de los caballeros duda en dar la
alarma. Al final, Mirul tira de la cuerda y la campana resuena en la noche,
justo cuando un grupo de orkos surge entre las calles sale a la carrera hacia
la torre. Al frente avanza una criatura enorme, de casi diez metros de altura y
de amplia constitución, abultado estómago y fuertes brazos que blanden un tronco
de árbol a modo de garrote. Tiene la cabeza calva y el rostro grotesco, adornado
con aros de hierro y macabros pendientes, mientras viste con largas pieles y
sus poderosas piernas pisotean con rabia haciendo temblar el terreno a medida
que avanza.
La
elfa reacciona conjurando uno de sus hechizos y un proyectil brillante cruza la
noche, para impactar de pleno en el gigante y llenar la calle de llamas,
matando a varios de los orkos. A pesar del fuego, el enemigo sigue avanzando
bajo el ataque de las flechas, y alcanza la torre donde se enfrentan a los
caballeros. El titán describe un tremendo golpe con su garrote que alcanza a
Fian, aplastándolo y dejándolo moribundo. Después se vuelve y destroza a otro
caballero de un golpe que lo lanza al vacío. Mirul aparta a Fian del combate y
le aplica la pócima curativa que había creado, salvándole la vida. Justo en ese
momento aparecen los refuerzos que llegan del campamento, con Olf y Orun al
frente. El bárbaro carga contra el titán, cortándole los tendones de la pierna
de un terrible hachazo. El gigante se desploma como un árbol talado y cae
muerto entre los cascotes.
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