El mercenario se aclaró
la garganta y pasó a relatar de forma breve su expedición al norte y el
hallazgo del arrasado pueblo de leñadores. No omitió detalle sobre el horror
que allí encontraron Gorm y él, ni sobre la fosa común repleta de huesos que
había dentro de una de las cabañas.
Los rostros de los
asistentes se tiñeron de pesar al oír la trágica historia. Alguno de ellos
llegó incluso a susurrar una oración al escuchar el horrible destino que habían
sufrido los leñadores y sus familias.
Únicamente el capitán
Gorka se mantuvo impasible y se limitó a murmurar al oído de uno de sus
ayudantes una vez Josuak acabó de narrar su historia.
- ¿Qué tienes esto que
ver con lo que ha explicado la mujer? –se quejó un hombre.
- Muchas de las cabañas
habían sido calcinadas –replicó Josuak-. También encontramos varias marcas de garras,
de un tamaño demasiado grande para pertenecer a un animal común. En ese momento
no supe qué podía haber causado esa destrucción. Después de oír las palabras de
Kaliena empiezo a pensar que pudo ser un dragón.
El mercenario, tras decir
la última palabra, se dispuso a retirarse a su puesto. Sin embargo, el
caballero de Stumlad le detuvo.
- Esperad, me gustaría
haceros una pregunta -dijo Pendrais.
Josuak miró al veterano
caballero y aguardó a que éste formulara sus inquietudes.
- Veréis, hay alguna cosa
que no entiendo en vuestra historia -dijo Pendrais, haciendo una larga pausa de
forma que sus palabras atrajeron la atención de todos los asistentes. Un
silencio absoluto se hizo en el amplio salón y sólo se rompió cuando caballero
volvió a hablar-. Si regresasteis de las colinas hace más de una semana -hizo
una nueva pausa y clavó su mirada en los ojos de Josuak-, ¿cómo es que no
informasteis de lo que encontrásteis? Sin duda era una clara señal de alerta y vuestro
deber era comunicarlo a la milicia de la ciudad.
- Así lo hice -repuso
Josuak con tono gélido.
- ¿Cómo? -el caballero
miró hacia Lor Amant-. ¿Sus señorías los Lores conocían estas noticias y no me informaron?
-preguntó sin disimular cierto agravio en su voz.
- No, yo no sabía nada de
todo ésto hasta hoy mismo -negó el viejo noble.
Todos los ojos se
volvieron hacia Josuak, incluidos los del capitán Gorka, que brillaban con odio
contenido. El mercenario sostuvo brevemente la mirada del mando de la milicia,
pero al instante se dirigió de nuevo hacia Lor Amant.
- Nada más volver de
nuestra expedición -explicó sin variar su frío tono-, mi compañero y yo fuimos
a los cuarteles de la milicia para informar de lo que habíamos encontrado. Yo
mismo expliqué al capitán Gorka todo lo que aquí acabo de contar.
Josuak no dijo más. La
atención de los asistentes se centró entonces en el capitán de la milicia, que
como un resorte se puso en pie y empezó a bramar lleno de indignación.
- ¡Mentira, eso es
mentira! -gritó, los ojos inyectados en sangre y su cuello tenso por la furia-.
No fui informado por este vagabundo -dijo con despecho-. No recibí ningún
informe sobre este tema, pues en caso de haberlo hecho, hubiese corrido a
alertar a sus señorías los Lores. Repito que todo es una gran burla de este
harapiento mercenario, que trata de ocultar su cobardía echando la culpa sobre
la milicia de la ciudad.
Un revuelo de voces y
gritos se elevó en el salón. El capitán Gorka pareció dispuesto a saltar sobre
Josuak y empezar una reyerta allí mismo. Varios de sus hombres que aguardaban
junto a la mesa lo retuvieron. El mercenario permaneció en calma, de pie ante
la mesa, sin que los insultos alterasen su serio semblante.
- ¡Basta! -gritó Lor
Amant, aporreando la mesa para imponer su voz-. ¡Silencio he dicho!
Una tensa espera se formó
en la estancia. Las miradas se entrecruzaron, interrogantes unas, otras reflejando
odio. Josuak sostuvo sin pestañear el silencioso desafío de Gorka, quien acabó
echándose hacia atrás en su sillón, sin dejar de mesarse con mano nerviosa la
barba.
Lor Amant volvió a
hablar, esta vez dirigiéndose al capitán de la milicia.
- Capitán Gorka, ¿estáis
seguro de que este hombre no avisó a alguno de vuestros soldados? Puede ser que
hablara con un miliciano y que éste no os informase de ello.
- No, señor -negó Gorka
con un hablar respetuoso que contrastaba con el enfado de un momento antes-. Ninguno
de mis hombres recibió a este vagabundo, ya que en caso de haber sido así, yo
hubiese sido el primero en enterarme.
- Bien, gracias capitán.
-el Lor se volvió hacia Josuak. Sus ojos cristalinos escrutaron al hombre, como
si con ellos pudiese vislumbrar su interior-. Habéis realizado una acusación,
una acusación muy grave sobre el máximo dirigente de la milicia de la ciudad.
-el anciano pronunció las palabras con lentitud, demostrando con ello su
importancia-. ¿Seguís afirmando que avisasteis a la milicia sobre la masacre
del pueblo de leñadores?
Josuak no dudó un
instante en responder:
- Así es, informé en
persona al capitán Gorka -dijo sin mirar siquiera al mando de la milicia.
Los murmullos renacieron
en los bancos de los invitados. Lor Amant alzó la mano para detenerlos y evitar
que un nuevo tumulto estallase en el salón.
- ¿Tenéis algún testigo
que confirme vuestras palabras? -preguntó el Lor a Josuak.
- Varios miembros de la
milicia nos vieron en los cuarteles -afirmó éste-. Aunque cuando hablé con el capitán
nadie más oyó nuestra conversación.
- ¡Lo ven, no es más que
una mentira! -Gorka se puso en pie, colérico, y se encaró con el mercenario-. ¡Todo
esto no es más que una sarta de embustes! -uno de los soldados agarró del brazo
a su mando para que no saltara por encima de la mesa.
- ¡Basta! -Lor Amant
cortó la disputa volviendo a golpear la mesa. Su mandato detuvo a Gorka, que permaneció
en pie sin atreverse a llevar más allá su enfado. Una vez restablecido el
silencio, el noble anciano se dirigió hacia Josuak, quien aguardaba frente a la
mesa sin exteriorizar ninguna emoción.
- No es momento de
discutir este asunto –dijo el noble-. La ciudad tiene otros problemas más
acuciantes. Puede retirarse.
- ¡¿Cómo?! -protestó
Gorka desde su puesto-. ¡Este asunto ha de resolverse ahora!
Lor Amant no prestó
atención a las quejas del capitán e indicó con la mano a Josuak que se alejara.
El mercenario se despidió con una reverencia y retrocedió hasta el banco donde
se sentó al lado de Gorm.
Al ver la indiferencia
del Lor, Gorka cesó en su empeño y volvió a ocupar su asiento, eso sí, bufando
y sin dejar de murmurar con gesto hosco. Josuak, por su parte, se relajó un
poco al recuperar el anonimato entre los invitados.
- Has hablado bien -le
dijo Gorm en voz baja.
El aventurero miró
sorprendido a su compañero; el musculoso gigante aparecía grande como una
montaña entre los humanos. La serenidad que transmitía su rostro era total,
contrastando con los crispados rostros del resto de asistentes.
- Gracias -respondió en
un susurró, sin poder evitar bosquejar una sonrisa. Sí, el gigante era el más
calmado de la asamblea, quizás porqué era al único al que nada de todo aquello
le importaba. Gorm sabía todo lo que tenía que saber: Había un ejército
alrededor de la ciudad, la guerra empezaría pronto y él lucharía contra sus
odiados orkos. Eso era lo único que le importaba.
Josuak escuchó sin mucha
atención una historia que ya le era conocida, cuando la mujer explicó algo que
le sorprendió.
- No he contado esto
antes porque en aquel momento pensé que mis sentidos me habían traicionado
–dijo la mujer, bajando la mirada-. Sucedió al dejar atrás el monasterio.
Mientras huíamos, sentí un terror irracional, como si una invisible garra se
hubiese cerrado sobre mi cuello. Me detuve un instante y me volví para mirar atrás.
Por un momento todo pareció quedar en calma. Un instante después, las columnas
de humo que se alzaban en el cielo se abrieron y una figura alada se lanzó
sobre los restos de la abadía. Apenas pude verlo, y pensé que no era más que
una alucinación. Era una criatura de escamas negras y alas membranosas, que abrió
unas fauces repletas de colmillos y arrasó con un aliento de fuego a un grupo
de clérigos que luchaban en lo alto del campanario. –la mujer hizo una pausa
antes de concluir-. Era un dragón.
Un murmullo de asombro
resonó en la sala al escuchar las palabras de la muchacha. Varios asistentes protestaron
en voz alta, argumentando que era imposible, que los dragones habían
desaparecido hacía más de cien años. Kaliena se mantuvo firme y siguió
hablando:
- En un principio pensé
que no había sido más que un producto de mi imaginación. Sin embargo, quiero
que escuchen las palabras de uno de los aventureros que nos ayudaron a escapar
de esa matanza. –acto seguido, Kaliena invitó a Josuak a levantarse y tomar la
palabra.
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