02 diciembre 2013

La caída de Teshaner (XVIII)

El mercenario se aclaró la garganta y pasó a relatar de forma breve su expedición al norte y el hallazgo del arrasado pueblo de leñadores. No omitió detalle sobre el horror que allí encontraron Gorm y él, ni sobre la fosa común repleta de huesos que había dentro de una de las cabañas.
Los rostros de los asistentes se tiñeron de pesar al oír la trágica historia. Alguno de ellos llegó incluso a susurrar una oración al escuchar el horrible destino que habían sufrido los leñadores y sus familias.
Únicamente el capitán Gorka se mantuvo impasible y se limitó a murmurar al oído de uno de sus ayudantes una vez Josuak acabó de narrar su historia.
- ¿Qué tienes esto que ver con lo que ha explicado la mujer? –se quejó un hombre.
- Muchas de las cabañas habían sido calcinadas –replicó Josuak-. También encontramos varias marcas de garras, de un tamaño demasiado grande para pertenecer a un animal común. En ese momento no supe qué podía haber causado esa destrucción. Después de oír las palabras de Kaliena empiezo a pensar que pudo ser un dragón.
El mercenario, tras decir la última palabra, se dispuso a retirarse a su puesto. Sin embargo, el caballero de Stumlad le detuvo.
- Esperad, me gustaría haceros una pregunta -dijo Pendrais.
Josuak miró al veterano caballero y aguardó a que éste formulara sus inquietudes.
- Veréis, hay alguna cosa que no entiendo en vuestra historia -dijo Pendrais, haciendo una larga pausa de forma que sus palabras atrajeron la atención de todos los asistentes. Un silencio absoluto se hizo en el amplio salón y sólo se rompió cuando caballero volvió a hablar-. Si regresasteis de las colinas hace más de una semana -hizo una nueva pausa y clavó su mirada en los ojos de Josuak-, ¿cómo es que no informasteis de lo que encontrásteis? Sin duda era una clara señal de alerta y vuestro deber era comunicarlo a la milicia de la ciudad.
- Así lo hice -repuso Josuak con tono gélido.
- ¿Cómo? -el caballero miró hacia Lor Amant-. ¿Sus señorías los Lores conocían estas noticias y no me informaron? -preguntó sin disimular cierto agravio en su voz.
- No, yo no sabía nada de todo ésto hasta hoy mismo -negó el viejo noble.
Todos los ojos se volvieron hacia Josuak, incluidos los del capitán Gorka, que brillaban con odio contenido. El mercenario sostuvo brevemente la mirada del mando de la milicia, pero al instante se dirigió de nuevo hacia Lor Amant.
- Nada más volver de nuestra expedición -explicó sin variar su frío tono-, mi compañero y yo fuimos a los cuarteles de la milicia para informar de lo que habíamos encontrado. Yo mismo expliqué al capitán Gorka todo lo que aquí acabo de contar.
Josuak no dijo más. La atención de los asistentes se centró entonces en el capitán de la milicia, que como un resorte se puso en pie y empezó a bramar lleno de indignación.
- ¡Mentira, eso es mentira! -gritó, los ojos inyectados en sangre y su cuello tenso por la furia-. No fui informado por este vagabundo -dijo con despecho-. No recibí ningún informe sobre este tema, pues en caso de haberlo hecho, hubiese corrido a alertar a sus señorías los Lores. Repito que todo es una gran burla de este harapiento mercenario, que trata de ocultar su cobardía echando la culpa sobre la milicia de la ciudad.
Un revuelo de voces y gritos se elevó en el salón. El capitán Gorka pareció dispuesto a saltar sobre Josuak y empezar una reyerta allí mismo. Varios de sus hombres que aguardaban junto a la mesa lo retuvieron. El mercenario permaneció en calma, de pie ante la mesa, sin que los insultos alterasen su serio semblante.
- ¡Basta! -gritó Lor Amant, aporreando la mesa para imponer su voz-. ¡Silencio he dicho!
Una tensa espera se formó en la estancia. Las miradas se entrecruzaron, interrogantes unas, otras reflejando odio. Josuak sostuvo sin pestañear el silencioso desafío de Gorka, quien acabó echándose hacia atrás en su sillón, sin dejar de mesarse con mano nerviosa la barba.
Lor Amant volvió a hablar, esta vez dirigiéndose al capitán de la milicia.
- Capitán Gorka, ¿estáis seguro de que este hombre no avisó a alguno de vuestros soldados? Puede ser que hablara con un miliciano y que éste no os informase de ello.
- No, señor -negó Gorka con un hablar respetuoso que contrastaba con el enfado de un momento antes-. Ninguno de mis hombres recibió a este vagabundo, ya que en caso de haber sido así, yo hubiese sido el primero en enterarme.
- Bien, gracias capitán. -el Lor se volvió hacia Josuak. Sus ojos cristalinos escrutaron al hombre, como si con ellos pudiese vislumbrar su interior-. Habéis realizado una acusación, una acusación muy grave sobre el máximo dirigente de la milicia de la ciudad. -el anciano pronunció las palabras con lentitud, demostrando con ello su importancia-. ¿Seguís afirmando que avisasteis a la milicia sobre la masacre del pueblo de leñadores?
Josuak no dudó un instante en responder:
- Así es, informé en persona al capitán Gorka -dijo sin mirar siquiera al mando de la milicia.
Los murmullos renacieron en los bancos de los invitados. Lor Amant alzó la mano para detenerlos y evitar que un nuevo tumulto estallase en el salón.
- ¿Tenéis algún testigo que confirme vuestras palabras? -preguntó el Lor a Josuak.
- Varios miembros de la milicia nos vieron en los cuarteles -afirmó éste-. Aunque cuando hablé con el capitán nadie más oyó nuestra conversación.
- ¡Lo ven, no es más que una mentira! -Gorka se puso en pie, colérico, y se encaró con el mercenario-. ¡Todo esto no es más que una sarta de embustes! -uno de los soldados agarró del brazo a su mando para que no saltara por encima de la mesa.
- ¡Basta! -Lor Amant cortó la disputa volviendo a golpear la mesa. Su mandato detuvo a Gorka, que permaneció en pie sin atreverse a llevar más allá su enfado. Una vez restablecido el silencio, el noble anciano se dirigió hacia Josuak, quien aguardaba frente a la mesa sin exteriorizar ninguna emoción.
- No es momento de discutir este asunto –dijo el noble-. La ciudad tiene otros problemas más acuciantes. Puede retirarse.
- ¡¿Cómo?! -protestó Gorka desde su puesto-. ¡Este asunto ha de resolverse ahora!
Lor Amant no prestó atención a las quejas del capitán e indicó con la mano a Josuak que se alejara. El mercenario se despidió con una reverencia y retrocedió hasta el banco donde se sentó al lado de Gorm.
Al ver la indiferencia del Lor, Gorka cesó en su empeño y volvió a ocupar su asiento, eso sí, bufando y sin dejar de murmurar con gesto hosco. Josuak, por su parte, se relajó un poco al recuperar el anonimato entre los invitados.
- Has hablado bien -le dijo Gorm en voz baja.
El aventurero miró sorprendido a su compañero; el musculoso gigante aparecía grande como una montaña entre los humanos. La serenidad que transmitía su rostro era total, contrastando con los crispados rostros del resto de asistentes.
- Gracias -respondió en un susurró, sin poder evitar bosquejar una sonrisa. Sí, el gigante era el más calmado de la asamblea, quizás porqué era al único al que nada de todo aquello le importaba. Gorm sabía todo lo que tenía que saber: Había un ejército alrededor de la ciudad, la guerra empezaría pronto y él lucharía contra sus odiados orkos. Eso era lo único que le importaba.

r con� q � ��� �� itando mirar directamente a ninguno de los miembros de la mesa-. Varios de mis hermanos y yo misma abandonamos la abadía para descender de las montañas y venir a Teshaner. -a continuación, Kaliena explicó el repentino ataque de los orkos y la caída del monasterio. Los asistentes escucharon en silencio la historia, sin decir ni una palabra y tan sólo realizando algún gesto de preocupación o rabia al oír el trágico fin de muchos de los religiosos.

Josuak escuchó sin mucha atención una historia que ya le era conocida, cuando la mujer explicó algo que le sorprendió.
- No he contado esto antes porque en aquel momento pensé que mis sentidos me habían traicionado –dijo la mujer, bajando la mirada-. Sucedió al dejar atrás el monasterio. Mientras huíamos, sentí un terror irracional, como si una invisible garra se hubiese cerrado sobre mi cuello. Me detuve un instante y me volví para mirar atrás. Por un momento todo pareció quedar en calma. Un instante después, las columnas de humo que se alzaban en el cielo se abrieron y una figura alada se lanzó sobre los restos de la abadía. Apenas pude verlo, y pensé que no era más que una alucinación. Era una criatura de escamas negras y alas membranosas, que abrió unas fauces repletas de colmillos y arrasó con un aliento de fuego a un grupo de clérigos que luchaban en lo alto del campanario. –la mujer hizo una pausa antes de concluir-. Era un dragón.
Un murmullo de asombro resonó en la sala al escuchar las palabras de la muchacha. Varios asistentes protestaron en voz alta, argumentando que era imposible, que los dragones habían desaparecido hacía más de cien años. Kaliena se mantuvo firme y siguió hablando:
- En un principio pensé que no había sido más que un producto de mi imaginación. Sin embargo, quiero que escuchen las palabras de uno de los aventureros que nos ayudaron a escapar de esa matanza. –acto seguido, Kaliena invitó a Josuak a levantarse y tomar la palabra.




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