TURNO 46 – Siete de
marzo del año 340, Eras-Har.
A la mañana
del día siguiente, el grupo partió de Eras-Har con destino al Bosque de la Araña , acompañados de dos
mercenarios ya conocidos, Daho, el soldado que formaba parte de su patrulla en
la ciudad, y la elfa de los bosques Erisal, con la que Olf había tenido un
encuentro poco afortunado una noche en la posada La Jarra y el Pincho.
El grupo
había decidido aceptar la misión que les propusieron desde la abadía de ir en
busca de los restos del monje desaparecido hace décadas, y fueron a hablar con
el capitán Orlant para comunicárselo. El hombre, que se acababa de reunir con
sus sargentos para reorganizar las patrullas, después de la detención del
sargento Dele’Or, se mostró conforme con que cumplieran ese encargo para la
abadía.
-Es un
lugar peligroso el Bosque de la
Araña –dijo el capitán.
-Sí, el
propio nombre ya indica que nos encontraremos con esas alimañas –respondió Olf
con suficiencia.
-Y cosas
peores –asintió Orlant-. Se dice que entre sus senderos se ocultan entradas a
las galerías por donde los elfos oscuros salen de la infraoscuridad. Debéis
tener cuidado.
Para
ayudarles, les ofrece los servicios de dos mercenarios; por un lado Daho con el
que ya han compartido aventuras, y por otro Erisal, la única que ha estado en
el bosque con anterioridad.
Después, el
grupo fue a la abadía para hablar con el Abad Auril, en busca de información y
remedios curativos para el veneno de araña.
-Descubrí
la historia de Jocan revisando el dietario del tercer abad anterior a mí –les
explicó el viejo religioso-. Parece ser que el monje estaba estudiando una
Tabla de Rezos donde se narraba la historia de la huída de Korth al frente de
los refugiados de Agna-Anor hacia el oeste. Por ello, entró en el bosque para
seguir los pasos de nuestro salvador, pero algo le debió suceder, pues nunca
regresó. Y con él se perdió la
Tabla.
Por otro
lado, Mada, una clérigo experta en alquimia se encarga de ofrecerles remedios
curativos, y el grupo compra 2 antídotos para el veneno de araña gigante y 4
pócimas curativas (curan 1d10+6), por un total de 90 mp.
Así, el
grupo marcha a caballo durante toda la mañana hacia el oeste, cruzan el puente
de piedra sobre el río Durn y llegan al bosque a primera hora de la tarde.
Se trata de una espesa aglomeración
de altos abetos de hoja negra, que ocupa un valle que se abre en las primeras
estribaciones de las montañas Kehalas. Dispuestos a seguir el trayecto que
debío realizar Korth y los refugiados, el grupo se adentra por un sendero del
este hacia el interior del bosque. Se trata de un camino abrupto y
serpenteante, que discurre entre los enormes y altos troncos de los árboles,
mientras que infinidad de nudosas raíces surgen de la tierra y matorrales
plagados de espinas ocupan los márgenes. Una vez se adentran en la frondosidad,
la oscuridad se cierne sobre ellos, ya que en el lecho apenas alcanza la luz
del sol, mientras un silencio sepulcral reina entre las copas.
Tras
avanzar durante un par de horas por un laberinto de senderos, dirigiéndose
hacia el norte del bosque, el grupo llega a un claro. Al ir a investigar
posibles huellas, un ruido les alerta, antes de ser atacados por media docena
de orkos que yacían apostados entre los árboles. Los aventureros acaban con
facilidad con los orkos, y Olf interroga con pocos miramientos al último de
ellos.
-Estamos
siguiendo a unos sucios humanos como vosotros –balbucea el orko en su lengua,
que Erisal conoce-. Se trata de hombres de armadura como tú. -señala al paladín
Fian-. Les perseguimos desde las montañas, donde matamos a muchos y quemamos su
fortaleza. No quedan más de diez y se refugiaron en el bosque y ahora les
estamos cazando…
Tras dar
muerte al orko, el grupo sospecha que algo terrible ha debido pasar en Fuerte
Terain y que quizás son Dobann y sus caballeros los que son perseguidos por los
orkos.
Con esta
información, pasan la noche en el claro, durante la guardia de Olf y Erisal
descubren una luz azulada que se proyecta en el cielo durante unos segundos.
Ninguno de los dos saben lo que es, pero calculan que la luz surgió de unos
pocos kilómetros al norte de su posición. Durante la guardia, Olf charla con la
elfa, y la indiferencia de ella cede ante las palabras de Olf, sobre todo
después de haberle visto masacrando orkos.
Por la
mañana el grupo sigue su búsqueda por el bosque, tratando de llegar al punto
donde habían visto el rayo de luz. Así, tras varias horas recorriendo senderos,
alcanzan un gran claro que se abre alrededor de un gigantesco olmo, de aspecto
milenario y raíces gruesas que sobresalen de la hierba. Entre las gruesas
raíces del olmo, se adivinan unas cavidades oscuras, por donde puede entrar un
hombre.
Orun
investiga las ramas del olmo y descubre varios bulbos que cuelgan de las ramas,
capullos de cría de araña. Él y Olf se adentran en el claro, para investigar
las huellas, y descubren el rastro de unas pisadas livianas, como de elfos. Pero
en ese momento, una araña de un tamaño descomunal se desprende colgando de un
filamento y cae sobre Olf, atrapándole con sus patas peludas y dispuesta a
tirar hacia arriba con su presa. Orun reacciona saltando sobre el cuerpo
hinchado y ponzoñoso de la alimaña, mientras que Fian agarra una de las patas
para evitar que la criatura escape con su amigo. El paladín gracias a su
fuerza, retiene a la araña el tiempo suficiente para que Orun use sus espadas
para cortar el hilo de telaraña. La sabandija cae en el claro y retrocede,
mientras recibe los ataques del grupo y se lanza sobre Fian, clavándole sus
mandíbulas chorreantes de veneno. El paladín retrocede y bebe uno de los
antídotos antes de sufrir los efectos.
En ese
instante, una nueva araña cae de la cúpula arbórea y aprisiona a Mirul.
Mientras acaban con la primera araña, Olf se vuelve y cargando con furia se
lanza sobre la criatura antes de que pueda llevarse a la elfa. El bárbaro
descarga un tremendo hachazo en la cabeza de la araña, que estalla salpicando
con su sangre verdosa alrededor.
En medio
del caos del combate, una tercera araña ataca a Erisal, pero el grupo logra
detenerla, y esta criatura cae bajo los ataques combinados de todos y recibe el
golpe final del bárbaro.
Una vez
terminada la dura lucha, el grupo investiga las oquedades bajo el tronco del
olmo. Allí encuentran un espacio donde hay una pila de huesos y restos de los
pobres desdichados que cayeron bajo las arañas. Entre ellos, encuentran el
hábito de un monje, y entre sus cosas se halla una tablilla de arcilla con
viejas inscripciones. Se trata de la tabla de rezos.
Mientras se
disponen a alejarse de ese lugar, un ruido les alerta. Tres figuras aparecen
por el sendero del norte, resoplando sonoramente. Se trata de tres hombres
vestidos con armaduras, con aspecto agotado y vendajes cubriendo alguna herida.
Al frente camina un hombre que blande una pesada espada de doble puño. Se trata
del capitán Dobann. Su rostro se ilumina por la sorpresa al ver a los
aventureros, pero en vez de saludarles, simplemente les alerta mientras corre
hacia ellos:
-¡Nos
persiguen!
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