25 noviembre 2013

La caída de Teshaner (XVII)

En ese instante, Lor Amant se puso en pie y con voz queda rompió el largo silencio que reinaba en el salón desde la llegada de los tres Lores.
- Muchas gracias a todos ustedes por venir a esta reunión -dijo, las palabras sonaban quebradas en su garganta. Tras este breve saludo el anciano tragó saliva con dificultad y pudo continuar hablando-. Sé que todos estamos muy ocupados, pero la situación de urgencia en que nos encontramos obliga a actuar con la máxima premura. -se detuvo de nuevo y dedicó una larga mirada a todos los invitados. Sus ojos vidriosos y enrojecidos pasaron cansinamente de uno en uno de los consejeros sentados a la mesa-. Hemos pedido vuestra presencia aquí para encontrar una explicación a lo sucedido esta tarde, para saber quién son y de dónde ha salido ese ejército que se ha aposentado a las puertas de la ciudad. Entre todos debemos buscar la verdad y hallar una solución para este grave problema.
El viejo Lor pareció dispuesto a decir algo más, pero tras un instante de duda, acabó sentándose de nuevo en su sillón e hizo un gesto a Lor Omek para que continuara. El joven señor se puso en pie y apoyó las manos sobre la mesa, como tratando de reforzar sus palabras.
- Todos ustedes han visto al numeroso ejército al que nos enfrentamos -dijo con voz pausada, aunque sin poder disimular cierto nerviosismo-. Corren rumores de que la horda de orkos es inmensa, decenas de miles se rumorea. Nuestros observadores nos han asegurado que eso es una exageración; no hay tantos enemigos alrededor de la ciudad.
- ¿Y cuántos son en realidad? -preguntó un rico e influyente mercader desde uno de los extremos de la mesa.
Lor Omek miró al hombre y una mueca de enfado se adivinó en sus finos rasgos.
- No se puede precisar con exactitud –respondió, dejando de mirar al comerciante-. Lo que es seguro es que se trata de un gran ejército, mucho mayor del que podemos hacer frente con nuestra milicia.
Un quedo murmullo recorrió los bancos de los invitados al oír las palabras del Señor.
- Sin embargo, no hay que desesperarse -repuso éste alzando una mano para detener los comentarios-. Las murallas de la ciudad son altas y resistentes, y con nuestros valerosos soldados defendiéndolas serán inexpugnables para esas bestias primitivas y salvajes. -dicho esto, se dirigió hacia Gorka-. Nuestro Capitán, aquí presente, me ha informado que podemos contar con un millar de soldados en plenas condiciones, eso sin tener en cuenta a todos los ciudadanos que ya han pedido unirse a la milicia.
Gorka asintió con la cabeza aprobando las palabras del noble.
- Por desgracia, no podremos resistir eternamente -continuó Lor Omek-. Es por ello que debemos buscar una solución más allá de nuestras murallas. Por suerte, un destacamento de caballeros de Stumlad se encuentra acampado a unos pocos días al oeste. Me gustaría presentarles al Capitán Pendrais de Stumlad.
El noble invitó con un gesto al veterano caballero y éste se levantó de su asiento para realizar una reverencia en señal de saludo.
- Me hubiese gustado presentarme en otras circunstancias -dijo con voz profunda y seca-. Mi presencia aquí es puramente fortuita. En realidad, mi destacamento y yo nos dirigíamos hacia el sur. Al pasar cerca de Teshaner, mi guardia personal y yo nos desviamos para traer unos mensajes de Su Majestad el Rey Edoar para los dirigentes de esta ciudad. -el hombre dirigió una mirada al anciano Lor Amant, quien le respondió con un asentimiento de cabeza-. Pero, tras los graves sucesos acaecidos hoy, he decidido alterar nuestras prioridades. -el caballero realizó una pausa, casi disfrutando de la tensión que sus palabras habían creado entre los asistentes-. Nuestra misión en el sur puede esperar. Por tanto, ordenaré a mis caballeros que se dirijan hacia aquí y nos ayuden a arrasar a esos monstruos.
Todos los invitados no pudieron evitar prorrumpir en gritos de alegría y alivio. Algunos, rompiendo el protocolo y los bueno modales, se pusieron en pie y llegaron incluso a aplaudir.
- ¡Nos ayudarán! -gritó uno.
- ¡Gracias, gracias, gracias! -no paraba de decir otro.
Josuak miró desde su asiento a los enfervorizados hombres. Gorm y Kaliena también mantuvieron la calma y permanecieron en silencio.
- Por favor, por favor. -el caballero Pendrais alzó una mano enguantada en cota de malla para acallar los gritos-. Es nuestra obligación proteger a todos los territorios adheridos a nuestra corona. El honor de Stumlad está en entredicho si hordas de orkos osan atacar a nuestros aliados. Por ello, debo pedir calma y tranquilidad; los caballeros lucharemos y expulsaremos al enemigo.
Nuevamente los gritos renacieron en los bancos. Los hasta hacía un instante asustados asistentes vieron renacer la esperanza en las seguras palabras del caballero.
- ¿Cuándo llegarán los refuerzos? -preguntó una voz anónima desde los bancos.
El capitán apaciguó de nuevo a los invitados con su mano antes de responder.
- Mi destacamento no se haya lejos de aquí, a no más de cuatro o cinco jornadas a caballo.
- ¿Cinco días? ¡Eso es mucho tiempo! -exclamó otro invitado y varios más se quejaron de lo lejos que se encontraba el ejército.
Ante el revuelo desatado, Lor Amant se levantó de su asiento.
- ¡Silencio todos! -bramó, su frágil voz convertida en un chillido. Al momento, el silencio más absoluto se hizo en los bancos. El anciano noble dirigió una furibunda mirada a los asistentes-. Esto no es la plaza del mercado -les recriminó-. Han sido invitados a esta reunión pero no están autorizados a hablar a menos que se les pregunte. A la próxima interrupción haré que los soldados los echen a patadas y así quizás podamos conversar con tranquilidad.
Nadie respondio, nadie osó siquiera levantar la cabeza. Como si de unos niños recibiendo una reprimenda se tratase, los invitados guardaron silencio y esperaron a que el noble dejara de escrutarles con la mirada.
- Puede continuar -dijo entonces Lor Amant al capitán Pendrais.
- Como ya he dicho -repitió el caballero-, mi destacamento se encuentra a tan sólo cinco días de las puertas de la ciudad. Es por ello que enviaré mañana mismo a varios de mis hombres para que avisen al resto de nuestras tropas.
- ¿Cómo dice? -preguntó la señora Selvil, llevándose una rechoncha mano a los labios en señal de preocupación-. ¿Acaso el ejército de los caballeros no conoce la existencia de la horda de orkos?
- Es muy probable que en unos días lo sepan -contestó calmadamente Pendrais-. Sin embargo, no podemos perder el tiempo esperando. Será mejor enviar a varios mensajeros que les alerten y les lleven mi orden de socorrer la ciudad.
La señora Selvil no dijo más, aunque el temor no había desaparecido de sus ojos.
- Todo eso es muy interesante -intervino entonces Lor Amant-. Aunque, antes de decidir cual será nuestro plan de acción, es conveniente que oigamos a algunos invitados que se han encontraron con los orkos anteriormente.
El viejo se volvió hacia los bancos y buscó hasta dar con Kaliena.
- Hay una monje de la hermandad de Korth a quien quiero que escuchen -dijo el anciano Lor-. Es una de los pocos supervivientes del monasterio que había en las montañas. Por favor, hermana Kaliena, levántese y acérquese a la mesa.
Josuak vio cómo Kaliena respiraba profundamente y, con un gesto de extrema seriedad, se levantó y caminó hasta situarse ante la mesa. Una vez allí, esperó a que Lor Amant le hiciera un gesto para iniciar su relato.
- Todo sucedió hace menos de una semana -dijo la mujer con voz átona y evitando mirar directamente a ninguno de los miembros de la mesa-. Varios de mis hermanos y yo misma abandonamos la abadía para descender de las montañas y venir a Teshaner. -a continuación, Kaliena explicó el repentino ataque de los orkos y la caída del monasterio. Los asistentes escucharon en silencio la historia, sin decir ni una palabra y tan sólo realizando algún gesto de preocupación o rabia al oír el trágico fin de muchos de los religiosos.
Josuak escuchó sin mucha atención una historia que ya le era conocida, cuando la mujer explicó algo que le sorprendió.
- No he contado esto antes porque en aquel momento pensé que mis sentidos me habían traicionado –dijo la mujer, bajando la mirada-. Sucedió al dejar atrás el monasterio. Mientras huíamos, sentí un terror irracional, como si una invisible garra se hubiese cerrado sobre mi cuello. Me detuve un instante y me volví para mirar atrás. Por un momento todo pareció quedar en calma. Un instante después, las columnas de humo que se alzaban en el cielo se abrieron y una figura alada se lanzó sobre los restos de la abadía. Apenas pude verlo, y pensé que no era más que una alucinación. Era una criatura de escamas negras y alas membranosas, que abrió unas fauces repletas de colmillos y arrasó con un aliento de fuego a un grupo de clérigos que luchaban en lo alto del campanario. –la mujer hizo una pausa antes de concluir-. Era un dragón.
Un murmullo de asombro resonó en la sala al escuchar las palabras de la muchacha. Varios asistentes protestaron en voz alta, argumentando que era imposible, que los dragones habían desaparecido hacía más de cien años. Kaliena se mantuvo firme y siguió hablando:
- En un principio pensé que no había sido más que un producto de mi imaginación. Sin embargo, quiero que escuchen las palabras de uno de los aventureros que nos ayudaron a escapar de esa matanza. –acto seguido, Kaliena invitó a Josuak a levantarse y tomar la palabra.




2 comentarios:

Morci dijo...

Con cada entrega la historia se vuelve más interesante.

J.L.Lopez Morales dijo...

Muchas gracias, y me alegro que alguien este siguiendo esta historia.