En ese instante, Lor
Amant se puso en pie y con voz queda rompió el largo silencio que reinaba en el
salón desde la llegada de los tres Lores.
- Muchas gracias a todos
ustedes por venir a esta reunión -dijo, las palabras sonaban quebradas en su garganta.
Tras este breve saludo el anciano tragó saliva con dificultad y pudo continuar
hablando-. Sé que todos estamos muy ocupados, pero la situación de urgencia en
que nos encontramos obliga a actuar con la máxima premura. -se detuvo de nuevo
y dedicó una larga mirada a todos los invitados. Sus ojos vidriosos y enrojecidos
pasaron cansinamente de uno en uno de los consejeros sentados a la mesa-. Hemos
pedido vuestra presencia aquí para encontrar una explicación a lo sucedido esta
tarde, para saber quién son y de dónde ha salido ese ejército que se ha
aposentado a las puertas de la ciudad. Entre todos debemos buscar la verdad y
hallar una solución para este grave problema.
El viejo Lor pareció
dispuesto a decir algo más, pero tras un instante de duda, acabó sentándose de
nuevo en su sillón e hizo un gesto a Lor Omek para que continuara. El joven
señor se puso en pie y apoyó las manos sobre la mesa, como tratando de reforzar
sus palabras.
- Todos ustedes han visto
al numeroso ejército al que nos enfrentamos -dijo con voz pausada, aunque sin poder
disimular cierto nerviosismo-. Corren rumores de que la horda de orkos es
inmensa, decenas de miles se rumorea. Nuestros observadores nos han asegurado
que eso es una exageración; no hay tantos enemigos alrededor de la ciudad.
- ¿Y cuántos son en
realidad? -preguntó un rico e influyente mercader desde uno de los extremos de
la mesa.
Lor Omek miró al hombre y
una mueca de enfado se adivinó en sus finos rasgos.
- No se puede precisar
con exactitud –respondió, dejando de mirar al comerciante-. Lo que es seguro es
que se trata de un gran ejército, mucho mayor del que podemos hacer frente con
nuestra milicia.
Un quedo murmullo
recorrió los bancos de los invitados al oír las palabras del Señor.
- Sin embargo, no hay que
desesperarse -repuso éste alzando una mano para detener los comentarios-. Las murallas
de la ciudad son altas y resistentes, y con nuestros valerosos soldados
defendiéndolas serán inexpugnables para esas bestias primitivas y salvajes.
-dicho esto, se dirigió hacia Gorka-. Nuestro Capitán, aquí presente, me ha
informado que podemos contar con un millar de soldados en plenas condiciones,
eso sin tener en cuenta a todos los ciudadanos que ya han pedido unirse a la
milicia.
Gorka asintió con la
cabeza aprobando las palabras del noble.
- Por desgracia, no
podremos resistir eternamente -continuó Lor Omek-. Es por ello que debemos
buscar una solución más allá de nuestras murallas. Por suerte, un destacamento
de caballeros de Stumlad se encuentra acampado a unos pocos días al oeste. Me
gustaría presentarles al Capitán Pendrais de Stumlad.
El noble invitó con un
gesto al veterano caballero y éste se levantó de su asiento para realizar una reverencia
en señal de saludo.
- Me hubiese gustado
presentarme en otras circunstancias -dijo con voz profunda y seca-. Mi
presencia aquí es puramente fortuita. En realidad, mi destacamento y yo nos
dirigíamos hacia el sur. Al pasar cerca de Teshaner, mi guardia personal y yo
nos desviamos para traer unos mensajes de Su Majestad el Rey Edoar para los
dirigentes de esta ciudad. -el hombre dirigió una mirada al anciano Lor Amant,
quien le respondió con un asentimiento de cabeza-. Pero, tras los graves
sucesos acaecidos hoy, he decidido alterar nuestras prioridades. -el caballero
realizó una pausa, casi disfrutando de la tensión que sus palabras habían
creado entre los asistentes-. Nuestra misión en el sur puede esperar. Por
tanto, ordenaré a mis caballeros que se dirijan hacia aquí y nos ayuden a arrasar
a esos monstruos.
Todos los invitados no
pudieron evitar prorrumpir en gritos de alegría y alivio. Algunos, rompiendo el
protocolo y los bueno modales, se pusieron en pie y llegaron incluso a
aplaudir.
- ¡Nos ayudarán! -gritó
uno.
- ¡Gracias, gracias, gracias!
-no paraba de decir otro.
Josuak miró desde su
asiento a los enfervorizados hombres. Gorm y Kaliena también mantuvieron la
calma y permanecieron en silencio.
- Por favor, por favor.
-el caballero Pendrais alzó una mano enguantada en cota de malla para acallar
los gritos-. Es nuestra obligación proteger a todos los territorios adheridos a
nuestra corona. El honor de Stumlad está en entredicho si hordas de orkos osan
atacar a nuestros aliados. Por ello, debo pedir calma y tranquilidad; los
caballeros lucharemos y expulsaremos al enemigo.
Nuevamente los gritos
renacieron en los bancos. Los hasta hacía un instante asustados asistentes
vieron renacer la esperanza en las seguras palabras del caballero.
- ¿Cuándo llegarán los
refuerzos? -preguntó una voz anónima desde los bancos.
El capitán apaciguó de
nuevo a los invitados con su mano antes de responder.
- Mi destacamento no se
haya lejos de aquí, a no más de cuatro o cinco jornadas a caballo.
- ¿Cinco días? ¡Eso es
mucho tiempo! -exclamó otro invitado y varios más se quejaron de lo lejos que
se encontraba el ejército.
Ante el revuelo desatado,
Lor Amant se levantó de su asiento.
- ¡Silencio todos!
-bramó, su frágil voz convertida en un chillido. Al momento, el silencio más
absoluto se hizo en los bancos. El anciano noble dirigió una furibunda mirada a
los asistentes-. Esto no es la plaza del mercado -les recriminó-. Han sido
invitados a esta reunión pero no están autorizados a hablar a menos que se les
pregunte. A la próxima interrupción haré que los soldados los echen a patadas y
así quizás podamos conversar con tranquilidad.
Nadie respondio, nadie
osó siquiera levantar la cabeza. Como si de unos niños recibiendo una
reprimenda se tratase, los invitados guardaron silencio y esperaron a que el
noble dejara de escrutarles con la mirada.
- Puede continuar -dijo
entonces Lor Amant al capitán Pendrais.
- Como ya he dicho
-repitió el caballero-, mi destacamento se encuentra a tan sólo cinco días de
las puertas de la ciudad. Es por ello que enviaré mañana mismo a varios de mis
hombres para que avisen al resto de nuestras tropas.
- ¿Cómo dice? -preguntó
la señora Selvil, llevándose una rechoncha mano a los labios en señal de preocupación-.
¿Acaso el ejército de los caballeros no conoce la existencia de la horda de orkos?
- Es muy probable que en
unos días lo sepan -contestó calmadamente Pendrais-. Sin embargo, no podemos perder
el tiempo esperando. Será mejor enviar a varios mensajeros que les alerten y
les lleven mi orden de socorrer la ciudad.
La señora Selvil no dijo
más, aunque el temor no había desaparecido de sus ojos.
- Todo eso es muy
interesante -intervino entonces Lor Amant-. Aunque, antes de decidir cual será
nuestro plan de acción, es conveniente que oigamos a algunos invitados que se
han encontraron con los orkos anteriormente.
El viejo se volvió hacia
los bancos y buscó hasta dar con Kaliena.
- Hay una monje de la
hermandad de Korth a quien quiero que escuchen -dijo el anciano Lor-. Es una de
los pocos supervivientes del monasterio que había en las montañas. Por favor,
hermana Kaliena, levántese y acérquese a la mesa.
Josuak vio cómo Kaliena
respiraba profundamente y, con un gesto de extrema seriedad, se levantó y
caminó hasta situarse ante la mesa. Una vez allí, esperó a que Lor Amant le
hiciera un gesto para iniciar su relato.
- Todo sucedió hace menos
de una semana -dijo la mujer con voz átona y evitando mirar directamente a ninguno
de los miembros de la mesa-. Varios de mis hermanos y yo misma abandonamos la
abadía para descender de las montañas y venir a Teshaner. -a continuación,
Kaliena explicó el repentino ataque de los orkos y la caída del monasterio. Los
asistentes escucharon en silencio la historia, sin decir ni una palabra y tan
sólo realizando algún gesto de preocupación o rabia al oír el trágico fin de
muchos de los religiosos.
Josuak escuchó sin mucha
atención una historia que ya le era conocida, cuando la mujer explicó algo que
le sorprendió.
- No he contado esto
antes porque en aquel momento pensé que mis sentidos me habían traicionado
–dijo la mujer, bajando la mirada-. Sucedió al dejar atrás el monasterio.
Mientras huíamos, sentí un terror irracional, como si una invisible garra se
hubiese cerrado sobre mi cuello. Me detuve un instante y me volví para mirar atrás.
Por un momento todo pareció quedar en calma. Un instante después, las columnas
de humo que se alzaban en el cielo se abrieron y una figura alada se lanzó
sobre los restos de la abadía. Apenas pude verlo, y pensé que no era más que
una alucinación. Era una criatura de escamas negras y alas membranosas, que abrió
unas fauces repletas de colmillos y arrasó con un aliento de fuego a un grupo
de clérigos que luchaban en lo alto del campanario. –la mujer hizo una pausa
antes de concluir-. Era un dragón.
Un murmullo de asombro
resonó en la sala al escuchar las palabras de la muchacha. Varios asistentes protestaron
en voz alta, argumentando que era imposible, que los dragones habían
desaparecido hacía más de cien años. Kaliena se mantuvo firme y siguió
hablando:
- En un principio pensé
que no había sido más que un producto de mi imaginación. Sin embargo, quiero
que escuchen las palabras de uno de los aventureros que nos ayudaron a escapar
de esa matanza. –acto seguido, Kaliena invitó a Josuak a levantarse y tomar la
palabra.
2 comentarios:
Con cada entrega la historia se vuelve más interesante.
Muchas gracias, y me alegro que alguien este siguiendo esta historia.
Publicar un comentario