04 agosto 2013

La caída de Teshaner (VI)



Alguien golpeaba un mazo sobre su cabeza una y otra vez. Con cada impacto una sacudida recorría el cerebro de Josuak y estallaba en una explosión cegadora. Otro golpe, su sien ardió y un murmullo de negación surgió de los labios del mercenario.
- ¿Josuak? -una voz pronunció su nombre.
Otra llamarada de dolor; su cráneo era aplastado por los cascos de un caballo galopando en furiosa estampida.
- ¿Josuak, me oyes? -volvió a llamarle la voz, grave y profunda, pronunciando cada una de las sílabas muy lentamente y sin ninguna entonación.
Los ojos del hombre se abrieron involuntariamente. Sus párpados pesaban toneladas y unas espesas telarañas se habían formado sobre ellos, haciendo del hecho de abrirlos un gran esfuerzo.
La oscuridad dio paso a una imagen. Un techo de madera se alzaba ante él, los travesaños bañados en una penumbra borrosa e irreal.
- ¡Josuak, despierta de una vez! -bramó la voz, ahora más potente y con un timbre que empezaba a serle conocido.
Una luz mortecina se filtraba a través del ventanuco que había en la pared y sus rayos grises se extendían por la estancia. Josuak tardó en reconocer la habitación; su dormitorio de la posada.
Alguien llamó con furia a la puerta, aporreándola.
- ¡Josuak! -gritó de nuevo la voz.
El cazarrecompensas sacudió la cabeza tratando de hacer pasar el embotamiento que cubría sus sentidos.
- ¡Voy a tirar la puerta abajo!
Por fin reconoció la voz.
- Ya va -respondió con la garganta reseca y se incorporó con dificultad hasta quedar en pie. La habitación daba vueltas como si estuviese en la cubierta de un barco. Una vez asegurado el equilibrio, se dirigió hacia la puerta para abrirle el paso a Gorm, que esperaba impacientemente fuera.
- ¡¿Qué demonios... -el gigante detuvo su maldición al ver el estado de su amigo.
- ¿Qué sucede? No me mires así -le dijo el hombre mientras se pasaba una mano por la nuca. Un nuevo fogonazo le hizo emitir un gemido de dolor.
- ¿Qué te ha pasado? -preguntó Gorm y se acercó a su compañero para observarlo de cerca.
El rostro de Josuak estaba pálido, casi amoratado, los ojos brillaban enrojecidos. El gigante giró a su alrededor y descubrió en la nuca de su amigo una marca azulada que indicaba el lugar de una fuerte contusión.
- Fue anoche -se anticipó Josuak a la siguiente pregunta de Gorm, evitando así que su ronca voz le traspasara el cerebro-. Me asaltaron mientras volvía de dar un paseo por la muralla –explicó, dejándose caer sobre la cama.
- ¡¿Te asaltaron?! -la voz de Gorm atronó en la habitación.
- Así es -admitió Josuak y se echó cuidadosamente de espaldas hasta quedar tumbado-. Me cogió por la espalda, desprevenido. Antes de darme cuenta ya tenía plantada una daga bajo la garganta.
- ¿Quién fue?
- No lo sé -negó el hombre cerrando los ojos. Una imagen difusa se formó en la negrura: El rostro pálido, los felinos ojos grises, el cabello largo de un imposible gris plateado, recogido en una gruesa trenza que caía
hasta más allá de la cintura. La ladrona sonreía mientras examinaba su bolsa, justo antes de ponerse la capucha y desaparecer en la oscuridad.
- Fue una mujer -dijo finalmente.
Los ojos de Gorm se abrieron ante la sorpresa.
- ¡¿Una mujer?! -bramó-. ¿Te ha asaltado una mujer? -repitió, sus gritos llenaron la habitación.
- Sí, una mujer -respondió Josuak en tono más calmado-. Pero era rápida como un rayo y silenciosa como un gato. Me engañó por completo, y antes de poder hacer nada me golpeó en la nuca. Caí aturdido al suelo y tan sólo pude verla durante un instante antes de quedar inconsciente.
- ¡¿Una mujer?! -siguió preguntando a gritos Gorm, incrédulo.
- Sí, sí, una mujer -asintió Josuak mientras le indicaba al gigante con un gesto que bajase el tono de voz-. Una ladrona, una pícara, una bribona -continuó mientras cerraba los ojos y se presionaba las sienes con ambas manos-. Caí en su trampa como un vulgar pueblerino. Pero tranquilo -abrió los ojos y se encontró el rostro de Gorm mirándole con atención-, tan sólo me robaron mi bolsa, la tuya la llevaba escondida. -dicho
esto, alargó una mano y buscó en la capa que yacía sobre una silla-. Toma, cógela -añadió y le arrojó la pequeña bolsa de piel. El gigante la agarró y el saquito desapareció en su enorme manaza.
- ¿Y tú dinero? -preguntó.
- Me lo han robado. -Josuak estuvo a punto de increpar a su amigo por sus estúpidas preguntas, pero se contuvo-. Lo he perdido todo –dijo, forzándose a serenar la voz-. Aunque no te preocupes, me las arreglaré.
- Podemos compartir mi dinero -Gorm extendió su mano abierta, mostrando el saco de monedas en la palma.
Josuak se quedó mirando al gigante y esbozó una cansada sonrisa.
- Gracias, amigo -dijo simplemente. Era inútil negarse, no tenía otra opción que aceptar el ofrecimiento de su compañero.
- No, no gracias. Nada de gracias -Gorm dejó la bolsa en la cama y se dio la vuelta, dirigiéndose hacia la puerta de la habitación. La abrió y pasó agachándose bajo el marco. Desde el pasillo volvió a mirar a Josuak- Es ya mediodía -le dijo-. Tienes que levantarte. Ahora que no tenemos dinero tendremos que buscar trabajo.
- Sí, ahora me levanto -respondió Josuak incorporándose.
- Bien. -Gorm cerró la puerta y las sonoras pisadas de sus pies descalzos se alejaron por el pasillo de madera.
- Y se supone que yo soy el más inteligente de los dos -murmuró Josuak mientras se desperezaba y empezaba a buscar sus ropas por el suelo de la habitación.

El atardecer trajo a la ciudad unas nubes espesas provenientes del norte. Un gélido viento huracanado arremetió entre las calles de la ciudad mientras los primeros copos de nieve caían sobre el empedrado. El sol, que se había mantenido oculto tras una fina neblina durante toda la jornada, desapareció por completo y su débil luminosidad fue eclipsada por los nubarrones. La luz desapareció y una insondable oscuridad se apoderó de la ciudad a pesar de que aún faltaban un par de horas para la noche. Los faroles de las calles
fueron encendidos con adelanto, pero las furiosas ráfagas de viento apagaban las llamas y hacían del hecho de prenderlos una tarea casi imposible. Así, las avenidas de la ciudad quedaron a oscuras y con las luces de las ventanas como única y débil fuente de iluminación.
La Buena Estrella bullía de agitación en la fría noche. Los aldeanos entraban en la abarrotada taberna maldiciendo el invierno tan duro que estaban soportando y se aproximan al salón y a la gran chimenea en busca de un poco de calor. El clima era el tema de conversación principal esa noche en la sala. Todo el mundo se preguntaba del porqué de aquel frío y esas nubes tan compactas. Empezaban a llegar rumores de
que los pasos del norte habían quedado cerrados por la nieve y que varias expediciones de mercaderes habían sido atrapadas en los desfiladeros. Se decía incluso que alguna horda de orkos había descendido de las montañas huyendo del temporal. Todos y cada uno de los clientes que se congregaba aquella noche en la posada tenía su particular teoría sobre la causa del inhóspito clima.
Había quienes aventuraban la posibilidad de un alargamiento del invierno como contrapunto al caluroso verano del año anterior. Otros argumentaban la implicación de poderes malignos que se proponían sumir todo Valsorth en un invierno eterno. Un mercader explicaba a gritos la supuesta aparición de una estrella roja en el firmamento, señal inequívoca de que algo terrible iba a suceder. Los lugareños discutían a voces,
vaciando sus jarras en sedientos y nerviosos tragos. La ciudad había pasado en unas pocas horas del júbilo por la llegada de los caballeros de Stumlad al pánico y el temor de los últimos rumores.
Gorm y Josuak escuchaban las conversaciones en la atestada sala de la posada, caldeada por el hogar central y por la aglomeración de clientes. A su alrededor se sucedían las discusiones a gritos y las explicaciones enojadas. Josuak bebía pausadamente de su jarra de cerveza mientras el gigante jugueteaba con un hueso de pollo a modo de mondadientes.
- Los caballeros están aquí por alguna razón -gritaba un hombre en una mesa cercana.
- Jamás se había visto semejante invierno -razonaba otro.
- Una caravana fue arrasada por una horda de orkos.
- Un viajero me contó que el grueso del ejército Stumladiano se encuentra a apenas dos días de las murallas. ¿Qué estarán haciendo tan al este de Stumlad?
Las discusiones prosiguieron y nuevos lugareños se unieron a la algarabía, a pesar de que esto pareciese imposible. Ya no quedaban mesas ni sillas libres, pero más y más clientes entraban al salón. Uno de los recién llegados se abrió paso hasta la apartada mesa de Josuak y Gorm. Los dos mercenarios vieron a un hombre envuelto en una capa oscura que no conseguía ocultar del todo los ropajes de miliciano de la ciudad que vestía debajo.
- ¡Haldik! -le saludó Josuak con una sonrisa al ver a su amigo.
El soldado se pasó una rápida mano por la humedecida frente y miró a sus espaldas hacia la sala donde continuaban las acaloradas discusiones.
- Parece que hay bastante animación hoy aquí –sonrió mirando a Josuak.
- Sí -asintió éste-, la gente se aburre y viene a la posada a discutir y a disfrutar de la cerveza de Burk.
Haldik rió y sus ojos repararon en los de Gorm.
- Este es Gorm -le presentó Josuak-. Haldik, soldado de la ciudad.
El hombre y el gigante se saludaron con un rápido apretón de manos.
- Busca una silla y tómate una cerveza con nosotros -le animó seguidamente Josuak.
- No, no puedo. Tengo prisa. Tan sólo quería hablar contigo. -el hombre comprobó que nadie de las mesas adyacentes le prestaba atención y siguió hablando-. Esta tarde me reuní con el capitán Gorka y le comenté lo que me explicaste anoche.
- ¿Qué es lo que ha dicho ese idiota?
- Ha aceptado enviar una patrulla a las colinas. Pero no hasta que se hayan ido los caballeros de Stumlad.
- ¿Qué? -Josuak se incorporó airado, sin poder creer lo que estaba oyendo-. ¡Eso puede retrasar la salida hasta dentro de diez días! Para entonces no quedará ningún rastro en los montes y los orkos pueden haberse alejado decenas de millas.
- El capitán ha dicho que no quiere alarmar a los caballeros. Le horroriza pensar que corra el rumor de hordas de monstruos que se dedican a atacar enclaves humanos.
- ¡Es increíble! -Josuak se dejó caer en su silla y se quedó mirando las jarras vacías.
- Tan sólo quería contártelo -dijo Haldik-. Me he ofrecido voluntario para dirigir la expedición al norte.
- Con suerte aún no habrá acabado el invierno para cuando partáis -dijo con tono duro Josuak. Al momento sacudió la cabeza y miró a su antiguo compañero-. Lo siento, Haldik, es que no puedo entender cómo alguien tan estúpido como Gorka puede estar al mando de la milicia de la ciudad. -el mercenario hizo una
pausa y tendió una mano hacia su amigo-. De todas formas, muchas gracias por haber ido a hablar con Gorka. Quizá cuando vayáis a las colinas encontréis algún rastro o pista de los orkos.
- Ahora me tengo que ir -dijo el soldado estrechando su mano-. Ya nos veremos. -se dio la vuelta y se internó entre la masa de clientes.
- ¡Eso no puede ser verdad! -gritó escandalizado uno de ellos.
- ¡Los caballeros de Stumlad están aquí para protegernos!
- ¡Nadie puede cruzar los pasos con este temporal!
El alboroto del salón fue en aumento. Más clientes llegaron, las mesas estaban abarrotadas, la gente discutía en pie, las camareras luchaban para abrirse paso en aquel infierno. Josuak y Gorm permanecieron en silencio. Había demasiado ruido como para intentar hablar. El hombre apuró su gran jarra de cristal y meditó el retirarse a su habitación. El tumulto de voces, el ruido de las copas y los vasos, las danzantes luces de las lámparas, los rostros embriagados y furiosos, todo le daba vueltas en la cabeza y empezaba a no encontrarse muy bien. Una dolorosa punzada en la nuca le recordó el golpe que había recibido la noche anterior. Se frotó el cuello y volvió a ver el rostro de la mujer que le atacó, de la pícara de claros ojos que le había robado la bolsa. El dolor aumentó y Josuak se puso en pie dispuesto a irse de aquel demencial salón.
- Creo que me voy a la habitación -dijo dándose la vuelta hacia Gorm, quien descansaba echado hacia atrás en la pequeña silla.
- ¿Te encuentras bien? -preguntó el gigante, con una mueca de preocupación dibujada en el rostro.
- Sí, es sólo... que estoy cansado. -Josuak se frotó el cuello.
- Parece que por fin les encuentro –sonó en ese momento una voz a sus espaldas.
Josuak se volvió para encontrarse con un hombre rollizo, vestido con una túnica de cuero anudada a su cintura por una simple cuerda. La cabeza del hombre era redonda, calva por completo, con unos mofletes abultados entre los que se escondían unos ojillos ligeramente enrojecidos a causa de la bebida.
Josuak tardó unos segundos en reconocer al monje de Korth con el que habían coincidido unos días antes a la entrada de la ciudad.
- He oído hablar de ustedes y creo que necesito sus servicios -siguió el monje sin deshacer la sonrisa.
- ¿Quién le ha hablado de nosotros? -preguntó Josuak, de pie, mirando desde arriba al hombrecillo.
- Oh, mucha gente, pero especialmente mi buen amigo el Canciller Real. -sus ojillos se abrieron un poco-. Me dijo que erais unos exploradores excelentes.
Josuak se volvió hacia Gorm y ambos intercambiaron una fugaz mirada. Al final, Josuak regresó a su asiento y ofreció una de las pocas sillas vacías al monje.
- Gracias -dijo éste mientras hacía reposar con gesto cansado sus anchas posaderas-. Tengo los pies ardiendo de tanto caminar. Imagínense que llevo todo el día recorriendo la ciudad, sin un sólo instante de descanso. Esta ciudad es grande, grande como ninguna otra. Uno puede deambular por sus calles durante horas y seguir encontrando tiendas y gentes de lo más interesantes.
- ¿Qué quiere de nosotros? -preguntó Josuak interrumpiendo la alegre cháchara del hombrecillo.
- Bueno -el monje borró la sonrisa y su tono de voz se hizo más grave-, la verdad es que estoy muy preocupado. Temo por la seguridad de unos hermanos míos que se encuentran de viaje hacia aquí.
Gorm se incorporó para poder oír las palabras del monje. Josuak aguardó en silencio y esperó a que el religioso continuara hablando.
- Un grupo de miembros de mi orden salió del monasterio hace dos jornadas. Habíamos esperado el fin del invierno para dejar las montañas y descender hasta la ciudad. Yo partí primero, tres jornadas antes que ellos, para traer a nuestro rebaño al mercado de la ciudad. No tuve problemas para completar el viaje, ya que el paso del Cuenco estaba despejado cuando yo lo atravesé. Sin embargo, las últimas noticias hablan de
fuertes nevadas y hay rumores de que el paso ha quedado cerrado, atrapando en su interior a numerosos viajeros. Temo que entre las caravanas atascadas se encuentren mis hermanos. -el hombre hizo una breve pausa para tragar saliva-. Son hombres y mujeres fuertes, y quizás consigan seguir adelante, pero no puedo quedarme aquí esperando sin hacer nada. Así que he decidido ir en su busca. Hablé con el Canciller y me ha
ofrecido una decena de soldados de la milicia. Sin embargo, necesito alguien que conozca esa región y que sepa cómo atravesar un paso colapsado por la nieve.
El monje acabó su discurso. Gorm y Josuak le miraron gravemente. El gigante habló al cabo de un instante:
- Es peligroso -dijo simplemente.
- Sí, es muy arriesgado viajar hacia el norte con este tiempo -corroboró Josuak.
El monje negó con la cabeza.
- No tengo elección. No puedo quedarme aquí sin hacer nada. He de intentar ayudarles.
Josuak cruzó una rápida mirada con Gorm. Su compañero le respondió con un leve gesto de afirmación.
- Está bien -dijo Josuak-. Le acompañaremos.
- Oh, gracias. -los ojos del monje volvieron a abrirse, esperanzados-. No saben cuanto se lo agradezco.
- Serán trescientas monedas de oro. Seiscientas cuando regresemos con sus amigos -repuso con tono frío Josuak.
- De acuerdo, de acuerdo. -el monje se puso en pie-. Mañana al amanecer partiremos hacia el paso del Cuenco. Les esperaré en la puerta norte junto a los soldados que nos acompañarán. -el hombrecillo hablaba rápida y atropelladamente-. Debemos viajar a buen ritmo y llegar antes del anochecer al desfiladero.
- No se preocupe -respondió Josuak-. Al amanecer estaremos en la puerta norte.
- Muy bien, muy bien. -el monje se dio la vuelta, aunque, antes de marcharse, volvió a mirar a los dos mercenarios-. Ah, por cierto, qué poca educación por mi parte; ni si quiera me he presentado –dijo sonriendo-. Mi nombre es Sebashian.
Los dos mercenarios se presentaron a su vez.
- De ese modo, nos vemos mañána. -dicho esto, el monje se dio la vuelta y desapareció en el mar de clientes.
- ¿Qué piensas? -preguntó Gorm una vez el religioso se hubo marchado.
- Sólo sé que necesito ese dinero -respondió Josuak-. Después de que aquella ladrona me robara la bolsa tengo que aceptar cualquier cosa que me ofrezcan. Pero tú -miró los ojos grises del gigante-, no es necesario que vengas si no quieres.
- Sí que quiero -replicó Gorm.
- Va a ser muy peligroso. La nieve de las montañas estará blanda, recién caída. Además, no puedo dejar de pensar en los orkos que vagan por las colinas. Espero que no nos topemos con ellos.
- Me necesitarás en ese caso.
- Si nos encontramos con ese ejército de orkos de poco servirá que estés con nosotros. Si nos atrapan fuera de la ciudad estaremos muertos. -Josuak se levantó de la silla-. Yo perdí el dinero, me toca a mí recuperarlo
-dijo, en pie, con la vociferante masa de aldeanos discutiendo a su espalda.
- Voy a ir contigo -repitió tercamente Gorm, levantándose a su vez.
El hombre suspiró cansado, sabiendo que sería imposible hacer cambiar de opinión a su amigo.
- Entonces será mejor que nos vayamos a dormir -dijo mientras recogía la capa que yacía sobre la silla-. Mañana será un día muy duro.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Un relato muy entretenido. Un ejemplo clásico del principio de una aventura.

Pablo Carbonero dijo...

Estais entregas de la historia por fascículos... Me encanta, más, más!!!!

J.L.Lopez Morales dijo...

Vaya, me alegro que esta historia os parezca bien. Hoy, para compensar lo de la semana pasada, saldrá el capítulo normal.