Alguien golpeaba un mazo sobre su cabeza
una y otra vez. Con cada impacto una sacudida recorría el cerebro de Josuak y
estallaba en una explosión cegadora. Otro golpe, su sien ardió y un murmullo de
negación surgió de los labios del mercenario.
- ¿Josuak? -una voz pronunció su nombre.
Otra llamarada de dolor; su cráneo era
aplastado por los cascos de un caballo galopando en furiosa estampida.
- ¿Josuak, me oyes? -volvió a llamarle la
voz, grave y profunda, pronunciando cada una de las sílabas muy lentamente y
sin ninguna entonación.
Los ojos del hombre se abrieron
involuntariamente. Sus párpados pesaban toneladas y unas espesas telarañas se
habían formado sobre ellos, haciendo del hecho de abrirlos un gran esfuerzo.
La oscuridad dio paso a una imagen. Un
techo de madera se alzaba ante él, los travesaños bañados en una penumbra
borrosa e irreal.
- ¡Josuak, despierta de una vez! -bramó
la voz, ahora más potente y con un timbre que empezaba a serle conocido.
Una luz mortecina se filtraba a través del
ventanuco que había en la pared y sus rayos grises se extendían por la
estancia. Josuak tardó en reconocer la habitación; su dormitorio de la posada.
Alguien llamó con furia a la puerta,
aporreándola.
- ¡Josuak! -gritó de nuevo la voz.
El cazarrecompensas sacudió la cabeza
tratando de hacer pasar el embotamiento que cubría sus sentidos.
- ¡Voy a tirar la puerta abajo!
Por fin reconoció la voz.
- Ya va -respondió con la garganta reseca
y se incorporó con dificultad hasta quedar en pie. La habitación daba vueltas
como si estuviese en la cubierta de un barco. Una vez asegurado el equilibrio,
se dirigió hacia la puerta para abrirle el paso a Gorm, que esperaba
impacientemente fuera.
- ¡¿Qué demonios... -el gigante detuvo su
maldición al ver el estado de su amigo.
- ¿Qué sucede? No me mires así -le dijo
el hombre mientras se pasaba una mano por la nuca. Un nuevo fogonazo le hizo
emitir un gemido de dolor.
- ¿Qué te ha pasado? -preguntó Gorm y se
acercó a su compañero para observarlo de cerca.
El rostro de Josuak estaba pálido, casi
amoratado, los ojos brillaban enrojecidos. El gigante giró a su alrededor y
descubrió en la nuca de su amigo una marca azulada que indicaba el lugar de una
fuerte contusión.
- Fue anoche -se anticipó Josuak a la
siguiente pregunta de Gorm, evitando así que su ronca voz le traspasara el
cerebro-. Me asaltaron mientras volvía de dar un paseo por la muralla –explicó,
dejándose caer sobre la cama.
- ¡¿Te asaltaron?! -la voz de Gorm atronó
en la habitación.
- Así es -admitió Josuak y se echó
cuidadosamente de espaldas hasta quedar tumbado-. Me cogió por la espalda,
desprevenido. Antes de darme cuenta ya tenía plantada una daga bajo la
garganta.
- ¿Quién fue?
- No lo sé -negó el hombre cerrando los
ojos. Una imagen difusa se formó en la negrura: El rostro pálido, los felinos
ojos grises, el cabello largo de un imposible gris plateado, recogido en una
gruesa trenza que caía
hasta más allá de la cintura. La ladrona
sonreía mientras examinaba su bolsa, justo antes de ponerse la capucha y
desaparecer en la oscuridad.
- Fue una mujer -dijo finalmente.
Los ojos de Gorm se abrieron ante la
sorpresa.
- ¡¿Una mujer?! -bramó-. ¿Te ha asaltado
una mujer? -repitió, sus gritos llenaron la habitación.
- Sí, una mujer -respondió Josuak en tono
más calmado-. Pero era rápida como un rayo y silenciosa como un gato. Me engañó
por completo, y antes de poder hacer nada me golpeó en la nuca. Caí aturdido al
suelo y tan sólo pude verla durante un instante antes de quedar inconsciente.
- ¡¿Una mujer?! -siguió preguntando a
gritos Gorm, incrédulo.
- Sí, sí, una mujer -asintió Josuak
mientras le indicaba al gigante con un gesto que bajase el tono de voz-. Una
ladrona, una pícara, una bribona -continuó mientras cerraba los ojos y se
presionaba las sienes con ambas manos-. Caí en su trampa como un vulgar
pueblerino. Pero tranquilo -abrió los ojos y se encontró el rostro de Gorm
mirándole con atención-, tan sólo me robaron mi bolsa, la tuya la llevaba
escondida. -dicho
esto, alargó una mano y buscó en la capa
que yacía sobre una silla-. Toma, cógela -añadió y le arrojó la pequeña bolsa
de piel. El gigante la agarró y el saquito desapareció en su enorme manaza.
- ¿Y tú dinero? -preguntó.
- Me lo han robado. -Josuak estuvo a
punto de increpar a su amigo por sus estúpidas preguntas, pero se contuvo-. Lo
he perdido todo –dijo, forzándose a serenar la voz-. Aunque no te preocupes, me
las arreglaré.
- Podemos compartir mi dinero -Gorm
extendió su mano abierta, mostrando el saco de monedas en la palma.
Josuak se quedó mirando al gigante y
esbozó una cansada sonrisa.
- Gracias, amigo -dijo simplemente. Era
inútil negarse, no tenía otra opción que aceptar el ofrecimiento de su
compañero.
- No, no gracias. Nada de gracias -Gorm
dejó la bolsa en la cama y se dio la vuelta, dirigiéndose hacia la puerta de la
habitación. La abrió y pasó agachándose bajo el marco. Desde el pasillo volvió
a mirar a Josuak- Es ya mediodía -le dijo-. Tienes que levantarte. Ahora que no
tenemos dinero tendremos que buscar trabajo.
- Sí, ahora me levanto -respondió Josuak
incorporándose.
- Bien. -Gorm cerró la puerta y las
sonoras pisadas de sus pies descalzos se alejaron por el pasillo de madera.
- Y se supone que yo soy el más
inteligente de los dos -murmuró Josuak mientras se desperezaba y empezaba a
buscar sus ropas por el suelo de la habitación.
El atardecer trajo a la ciudad unas nubes
espesas provenientes del norte. Un gélido viento huracanado arremetió entre las
calles de la ciudad mientras los primeros copos de nieve caían sobre el
empedrado. El sol, que se había mantenido oculto tras una fina neblina durante
toda la jornada, desapareció por completo y su débil luminosidad fue eclipsada
por los nubarrones. La luz desapareció y una insondable oscuridad se apoderó de
la ciudad a pesar de que aún faltaban un par de horas para la noche. Los
faroles de las calles
fueron encendidos con adelanto, pero las
furiosas ráfagas de viento apagaban las llamas y hacían del hecho de prenderlos
una tarea casi imposible. Así, las avenidas de la ciudad quedaron a oscuras y
con las luces de las ventanas como única y débil fuente de iluminación.
La Buena Estrella bullía de agitación en
la fría noche. Los aldeanos entraban en la abarrotada taberna maldiciendo el
invierno tan duro que estaban soportando y se aproximan al salón y a la gran
chimenea en busca de un poco de calor. El clima era el tema de conversación
principal esa noche en la sala. Todo el mundo se preguntaba del porqué de aquel
frío y esas nubes tan compactas. Empezaban a llegar rumores de
que los pasos del norte habían quedado
cerrados por la nieve y que varias expediciones de mercaderes habían sido
atrapadas en los desfiladeros. Se decía incluso que alguna horda de orkos había
descendido de las montañas huyendo del temporal. Todos y cada uno de los
clientes que se congregaba aquella noche en la posada tenía su particular
teoría sobre la causa del inhóspito clima.
Había quienes aventuraban la posibilidad
de un alargamiento del invierno como contrapunto al caluroso verano del año
anterior. Otros argumentaban la implicación de poderes malignos que se
proponían sumir todo Valsorth en un invierno eterno. Un mercader explicaba a
gritos la supuesta aparición de una estrella roja en el firmamento, señal
inequívoca de que algo terrible iba a suceder. Los lugareños discutían a voces,
vaciando sus jarras en sedientos y
nerviosos tragos. La ciudad había pasado en unas pocas horas del júbilo por la
llegada de los caballeros de Stumlad al pánico y el temor de los últimos
rumores.
Gorm y Josuak escuchaban las
conversaciones en la atestada sala de la posada, caldeada por el hogar central
y por la aglomeración de clientes. A su alrededor se sucedían las discusiones a
gritos y las explicaciones enojadas. Josuak bebía pausadamente de su jarra de
cerveza mientras el gigante jugueteaba con un hueso de pollo a modo de
mondadientes.
- Los caballeros están aquí por alguna
razón -gritaba un hombre en una mesa cercana.
- Jamás se había visto semejante invierno
-razonaba otro.
- Una caravana fue arrasada por una horda
de orkos.
- Un viajero me contó que el grueso del
ejército Stumladiano se encuentra a apenas dos días de las murallas. ¿Qué
estarán haciendo tan al este de Stumlad?
Las discusiones prosiguieron y nuevos
lugareños se unieron a la algarabía, a pesar de que esto pareciese imposible.
Ya no quedaban mesas ni sillas libres, pero más y más clientes entraban al
salón. Uno de los recién llegados se abrió paso hasta la apartada mesa de
Josuak y Gorm. Los dos mercenarios vieron a un hombre envuelto en una capa
oscura que no conseguía ocultar del todo los ropajes de miliciano de la ciudad
que vestía debajo.
- ¡Haldik! -le saludó Josuak con una
sonrisa al ver a su amigo.
El soldado se pasó una rápida mano por la
humedecida frente y miró a sus espaldas hacia la sala donde continuaban las
acaloradas discusiones.
- Parece que hay bastante animación hoy
aquí –sonrió mirando a Josuak.
- Sí -asintió éste-, la gente se aburre y
viene a la posada a discutir y a disfrutar de la cerveza de Burk.
Haldik rió y sus ojos repararon en los de
Gorm.
- Este es Gorm -le presentó Josuak-.
Haldik, soldado de la ciudad.
El hombre y el gigante se saludaron con
un rápido apretón de manos.
- Busca una silla y tómate una cerveza
con nosotros -le animó seguidamente Josuak.
- No, no puedo. Tengo prisa. Tan sólo
quería hablar contigo. -el hombre comprobó que nadie de las mesas adyacentes le
prestaba atención y siguió hablando-. Esta tarde me reuní con el capitán Gorka
y le comenté lo que me explicaste anoche.
- ¿Qué es lo que ha dicho ese idiota?
- Ha aceptado enviar una patrulla a las
colinas. Pero no hasta que se hayan ido los caballeros de Stumlad.
- ¿Qué? -Josuak se incorporó airado, sin
poder creer lo que estaba oyendo-. ¡Eso puede retrasar la salida hasta dentro
de diez días! Para entonces no quedará ningún rastro en los montes y los orkos
pueden haberse alejado decenas de millas.
- El capitán ha dicho que no quiere
alarmar a los caballeros. Le horroriza pensar que corra el rumor de hordas de
monstruos que se dedican a atacar enclaves humanos.
- ¡Es increíble! -Josuak se dejó caer en
su silla y se quedó mirando las jarras vacías.
- Tan sólo quería contártelo -dijo
Haldik-. Me he ofrecido voluntario para dirigir la expedición al norte.
- Con suerte aún no habrá acabado el
invierno para cuando partáis -dijo con tono duro Josuak. Al momento sacudió la
cabeza y miró a su antiguo compañero-. Lo siento, Haldik, es que no puedo
entender cómo alguien tan estúpido como Gorka puede estar al mando de la
milicia de la ciudad. -el mercenario hizo una
pausa y tendió una mano hacia su amigo-.
De todas formas, muchas gracias por haber ido a hablar con Gorka. Quizá cuando
vayáis a las colinas encontréis algún rastro o pista de los orkos.
- Ahora me tengo que ir -dijo el soldado
estrechando su mano-. Ya nos veremos. -se dio la vuelta y se internó entre la
masa de clientes.
- ¡Eso no puede ser verdad! -gritó
escandalizado uno de ellos.
- ¡Los caballeros de Stumlad están aquí
para protegernos!
- ¡Nadie puede cruzar los pasos con este
temporal!
El alboroto del salón fue en aumento. Más
clientes llegaron, las mesas estaban abarrotadas, la gente discutía en pie, las
camareras luchaban para abrirse paso en aquel infierno. Josuak y Gorm
permanecieron en silencio. Había demasiado ruido como para intentar hablar. El
hombre apuró su gran jarra de cristal y meditó el retirarse a su habitación. El
tumulto de voces, el ruido de las copas y los vasos, las danzantes luces de las
lámparas, los rostros embriagados y furiosos, todo le daba vueltas en la cabeza
y empezaba a no encontrarse muy bien. Una dolorosa punzada en la nuca le
recordó el golpe que había recibido la noche anterior. Se frotó el cuello y
volvió a ver el rostro de la mujer que le atacó, de la pícara de claros ojos
que le había robado la bolsa. El dolor aumentó y Josuak se puso en pie
dispuesto a irse de aquel demencial salón.
- Creo que me voy a la habitación -dijo
dándose la vuelta hacia Gorm, quien descansaba echado hacia atrás en la pequeña
silla.
- ¿Te encuentras bien? -preguntó el
gigante, con una mueca de preocupación dibujada en el rostro.
- Sí, es sólo... que estoy cansado.
-Josuak se frotó el cuello.
- Parece que por fin les encuentro –sonó
en ese momento una voz a sus espaldas.
Josuak se volvió para encontrarse con un
hombre rollizo, vestido con una túnica de cuero anudada a su cintura por una
simple cuerda. La cabeza del hombre era redonda, calva por completo, con unos
mofletes abultados entre los que se escondían unos ojillos ligeramente
enrojecidos a causa de la bebida.
Josuak tardó unos segundos en reconocer
al monje de Korth con el que habían coincidido unos días antes a la entrada de
la ciudad.
- He oído hablar de ustedes y creo que
necesito sus servicios -siguió el monje sin deshacer la sonrisa.
- ¿Quién le ha hablado de nosotros?
-preguntó Josuak, de pie, mirando desde arriba al hombrecillo.
- Oh, mucha gente, pero especialmente mi
buen amigo el Canciller Real. -sus ojillos se abrieron un poco-. Me dijo que
erais unos exploradores excelentes.
Josuak se volvió hacia Gorm y ambos
intercambiaron una fugaz mirada. Al final, Josuak regresó a su asiento y
ofreció una de las pocas sillas vacías al monje.
- Gracias -dijo éste mientras hacía
reposar con gesto cansado sus anchas posaderas-. Tengo los pies ardiendo de
tanto caminar. Imagínense que llevo todo el día recorriendo la ciudad, sin un
sólo instante de descanso. Esta ciudad es grande, grande como ninguna otra. Uno
puede deambular por sus calles durante horas y seguir encontrando tiendas y
gentes de lo más interesantes.
- ¿Qué quiere de nosotros? -preguntó
Josuak interrumpiendo la alegre cháchara del hombrecillo.
- Bueno -el monje borró la sonrisa y su
tono de voz se hizo más grave-, la verdad es que estoy muy preocupado. Temo por
la seguridad de unos hermanos míos que se encuentran de viaje hacia aquí.
Gorm se incorporó para poder oír las
palabras del monje. Josuak aguardó en silencio y esperó a que el religioso
continuara hablando.
- Un grupo de miembros de mi orden salió
del monasterio hace dos jornadas. Habíamos esperado el fin del invierno para
dejar las montañas y descender hasta la ciudad. Yo partí primero, tres jornadas
antes que ellos, para traer a nuestro rebaño al mercado de la ciudad. No tuve
problemas para completar el viaje, ya que el paso del Cuenco estaba despejado
cuando yo lo atravesé. Sin embargo, las últimas noticias hablan de
fuertes nevadas y hay rumores de que el
paso ha quedado cerrado, atrapando en su interior a numerosos viajeros. Temo
que entre las caravanas atascadas se encuentren mis hermanos. -el hombre hizo
una breve pausa para tragar saliva-. Son hombres y mujeres fuertes, y quizás
consigan seguir adelante, pero no puedo quedarme aquí esperando sin hacer nada.
Así que he decidido ir en su busca. Hablé con el Canciller y me ha
ofrecido una decena de soldados de la
milicia. Sin embargo, necesito alguien que conozca esa región y que sepa cómo
atravesar un paso colapsado por la nieve.
El monje acabó su discurso. Gorm y Josuak
le miraron gravemente. El gigante habló al cabo de un instante:
- Es peligroso -dijo simplemente.
- Sí, es muy arriesgado viajar hacia el
norte con este tiempo -corroboró Josuak.
El monje negó con la cabeza.
- No tengo elección. No puedo quedarme
aquí sin hacer nada. He de intentar ayudarles.
Josuak cruzó una rápida mirada con Gorm.
Su compañero le respondió con un leve gesto de afirmación.
- Está bien -dijo Josuak-. Le
acompañaremos.
- Oh, gracias. -los ojos del monje
volvieron a abrirse, esperanzados-. No saben cuanto se lo agradezco.
- Serán trescientas monedas de oro.
Seiscientas cuando regresemos con sus amigos -repuso con tono frío Josuak.
- De acuerdo, de acuerdo. -el monje se
puso en pie-. Mañana al amanecer partiremos hacia el paso del Cuenco. Les
esperaré en la puerta norte junto a los soldados que nos acompañarán. -el
hombrecillo hablaba rápida y atropelladamente-. Debemos viajar a buen ritmo y llegar
antes del anochecer al desfiladero.
- No se preocupe -respondió Josuak-. Al
amanecer estaremos en la puerta norte.
- Muy bien, muy bien. -el monje se dio la
vuelta, aunque, antes de marcharse, volvió a mirar a los dos mercenarios-. Ah,
por cierto, qué poca educación por mi parte; ni si quiera me he presentado
–dijo sonriendo-. Mi nombre es Sebashian.
Los dos mercenarios se presentaron a su
vez.
- De ese modo, nos vemos mañána. -dicho
esto, el monje se dio la vuelta y desapareció en el mar de clientes.
- ¿Qué piensas? -preguntó Gorm una vez el
religioso se hubo marchado.
- Sólo sé que necesito ese dinero
-respondió Josuak-. Después de que aquella ladrona me robara la bolsa tengo que
aceptar cualquier cosa que me ofrezcan. Pero tú -miró los ojos grises del
gigante-, no es necesario que vengas si no quieres.
- Sí que quiero -replicó Gorm.
- Va a ser muy peligroso. La nieve de las
montañas estará blanda, recién caída. Además, no puedo dejar de pensar en los
orkos que vagan por las colinas. Espero que no nos topemos con ellos.
- Me necesitarás en ese caso.
- Si nos encontramos con ese ejército de
orkos de poco servirá que estés con nosotros. Si nos atrapan fuera de la ciudad
estaremos muertos. -Josuak se levantó de la silla-. Yo perdí el dinero, me toca
a mí recuperarlo
-dijo, en pie, con la vociferante masa de
aldeanos discutiendo a su espalda.
- Voy a ir contigo -repitió tercamente
Gorm, levantándose a su vez.
El hombre suspiró cansado, sabiendo que
sería imposible hacer cambiar de opinión a su amigo.
- Entonces será mejor que nos vayamos a
dormir -dijo mientras recogía la capa que yacía sobre la silla-. Mañana será un
día muy duro.
3 comentarios:
Un relato muy entretenido. Un ejemplo clásico del principio de una aventura.
Estais entregas de la historia por fascículos... Me encanta, más, más!!!!
Vaya, me alegro que esta historia os parezca bien. Hoy, para compensar lo de la semana pasada, saldrá el capítulo normal.
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