Los orkos avanzaron a la
carrera. La proximidad de sus víctimas y la previsión de la matanza que se
avecinaba les hacían bullir la sangre.
- ¡Retroceded! -gritó
Josuak e hizo un gesto con la mano para hacer recular a los soldados y monjes-.
¡No podemos hacerles frente aquí! ¡Atrás!
Haldik ordenó a varios de
los milicianos que cubrieran a los monjes en la retirada. El resto extrajo las ballestas
que llevaban atadas a la espalda y se dispusieron a encarar la embestida de la
horda.
- ¡En fila! -ordenó
Haldik y los soldados se dispusieron en medio del desfiladero, hincando una
rodilla en la nieve y cargando sus ballestas. Gorm se situó delante de ellos,
agachado para no ser un blanco tentador, esperando el momento de hacer actuar
su hacha.
Josuak miró cómo los monjes,
acompañados de su escolta, empezaban a descender la escarpada pendiente y
desaparecían en la niebla. Entonces reparó en que uno de ellos, la mujer del
pelo azabache, no había huido junto a sus hermanos.
- ¡Huye! -le gritó-. No
puedes quedarte aquí.
La mujer sujetó la recia
vara de madera ante sí y, con los ojos fijos en la oleada de enemigos que se acercaba,
habló con voz serena:
- Soy una monje guerrera;
Me quedaré a luchar.
Los orkos estaban ya muy
cerca, así que Josuak se olvidó de la mujer y se situó junto a Gorm, los dos agazapados
delante de la línea de soldados, cuyas ballestas apuntaban a las sombras que se
acercaban.
Los orkos se encontraban
ya a menos de cincuenta metros. Cargaban desordenadamente, empujándose unos a
otros, emitiendo alaridos horripilantes que cortaban el viento y provocaron un
leve temblor en los humanos que aguardaban en la loma.
- Aún no -susurró Haldik
y retuvo a sus hombres.
Varios de los atacantes
dispararon sus arcos cortos desde la distancia. Las flechas cayeron inofensivas
sobre la nieve a varios metros de donde se encontraban los humanos.
- Aún no -repitió Haldik,
a la vez que desenfundaba lentamente la espada que colgaba de su costado.
Los orkos siguieron su
furiosa carrera, blandiendo las cimitarras y con los ojos inyectados en sangre.
Más flechas volaron y se hundieron silenciosas en la nieve, muy cerca de la
posición de los soldados. El que iba en cabeza de los enemigos, uno
especialmente corpulento, alzó una maza negra y bramó con furia homicida, dispuesto
a atacar.
- ¡Ahora! -gritó Haldik.
Las ballestas chascaron.
Los virotes se elevaron en la noche con un zumbido y cayeron sobre la horda.
Varios de los orkos
gritaron de dolor y se desplomaron al suelo con un proyectil incrustado en el
pecho o el rostro. El resto de monstruos siguió adelante, sin importarles
pisotear a los caídos, cegados por la rabia y deseosos de alcanzar a los
odiados humanos. Los soldados de la milicia cargaron sus ballestas y dispararon
de nuevo. Varios enemigos más cayeron con esta andanada, lo que no evitó que
los más adelantados continuaran su embestida.
Gorm y Josuak se pusieron
en pie al ver llegar al salvaje grupo de orkos.
- Hora de ganarnos el
sueldo -dijo Josuak blandiendo su espada. Gorm respondió con un gruñido gutural
y asió su hacha con ambas manos. A sus espaldas los soldados arrojaron una
última lluvia de proyectiles y se deshicieron de las ballestas para empuñar las
espadas. La mujer de cabello negro susurró una plegaria y se asentó sobre la
nieve con su vara preparada. La horda de seres oscuros cayó sobre ellos como la
noche sobre el día.
Las armas entrechocaron.
El metal golpeó contra el metal. El viento emitió un agudo silbido sobre el
tintineo de las espadas. Josuak detuvo con su arma el ataque del gigantesco
orko que encabezaba el asalto. La maza impactó con fuerza contra su espada,
haciendo vibrar la empuñadura entre las manos del mercenario. El rostro de la
criatura se tensó y sus ojos brillaron con furia carmesí, en tanto su arma
trazaba un nuevo golpe buscando aplastar la cabeza del hombre. Josuak esquivó
echándose hacia atrás y contraatacó con un mandoble que alcanzó al orko en las
piernas. Los huesos de la rodilla se partieron con un chasquido y el monstruo
bramó de dolor mientras caía sobre la nieve. Su sangre, negruzca y viscosa,
tinó el blanco elemento. Al instante, dos enemigos pasaron por encima del
herido, aplastándolo con sus botas y ansiosos de entrar en combate. Josuak se
volvió y evitó una cimitarra que rozó su cabeza. Girando sobre si mismo, detuvo
el tajo descendente de otro rival y continuó hundiendo su espada en el abdomen
de una de aquellas abominaciones. El mercenario extrajo con rapidez el filo del
cadáver justo a tiempo para encarar a un nuevo enemigo.
Gorm blandía su hacha en
círculo, haciéndola girar, y describió un amplio tajo. El acero alcanzó a un
orko en el cuello, decapitándolo. El cuerpo se derrumbó de rodillas y Gorm
prosiguió lanzando otro golpe que desmembró el estómago de otro monstruo. Dos
cadáveres yacían a los pies del gigante, cuando otros tres orkos acometieron
contra él. Gorm desvió con el mango de su arma una de las cimitarras y usó una estocada
horizontal para hacer retroceder a sus rivales. A su lado, dos de aquellas
criaturas derribaron a uno de los soldados. Gorm trató de ayudar al caído, pero
los orkos hundieron sus cimitarras en el pecho del hombre antes de que
alcanzase con su hacha a uno de ellos. El filo partió por la mitad el negro
cráneo como si se tratase de un melón maduro. El gigante desatasco el arma y se
volvió para hacer frente a la acometida de otros tres orkos.
Josuak, tras deshacerse
de un nuevo enemigo, retrocedió sobre la nieve hacia la columna de soldados que
luchaba a la desesperada. Haldik se batía en ese momento contra dos orkos que
le atacaban por los flancos. El hombre acabó con uno de ellos de un rápido
movimiento pero quedó expuesto a la cimitarra del otro.
Josuak apareció entonces
y, de un golpe descendente, abrió en canal la espalda del orko, el cual se estremeció
de dolor y cayó inerte sobre el blanco manto. Haldik dedicó una rápida mirada
de agradecimiento al mercenario y corrió a socorrer a uno de sus soldados que
se defendía desde el suelo. Josuak se volvió y repelió el ataque de un
adversario. El orko realizó un burda finta y Josuak atravesó su defensa con un centelleante
movimiento de espada. Acto seguido, vio que Gorm hacía frente a tres rivales.
El gigante cercenó la pierna de uno de ellos, pero los otros dos aprovecharon
la lentitud de su arma para precipitarse sobre él. Uno de ellos emitió un
alarido de júbilo anticipado al alzar su cimitarra para dar un golpe mortal.
Gorm levantó su pierna
izquierda y le propinó una terrible patada frontal. El grito del orko se cortó bruscamente
cuando el talón del gigante astilló su mandíbula y lo lanzó tres metros atrás
debido al impacto.
Sin embargo, el enorme
mercenario no pudo evitar la estocada del tercer orko. El negro y mellado metal
realizó un corte en el antebrazo del gigante, haciendo brotar la sangre en su
azulada piel. Ajeno al dolor,
Gorm usó ese mismo brazo
para agarrar por la garganta al sorprendido orko. Su manaza se cerró sobre el cuello
y los poderosos dedos apretaron hasta que un horrible crujido sonó al reventar
las vértebras. Gorm soltó su presa y el cuerpo del orko se desplomó sobre la
nieve como un muñeco desmadejado.
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