Josuak despertó con un horrible dolor de cabeza. En la
completa oscuridad de la habitación, se incorporó de la cama y apretó la sien
con ambas manos, tratando inútilmente de hacer pasar la resaca. Un pitido
zumbaba en sus oídos, constante y monótono, como si su cráneo hubiese sido
utilizado por un herrero a modo de yunque.
Algo se movió a su lado en la gran cama. Se volvió y
descubrió una sombra acostada junto a él. En la penumbra distinguió una rizada
cabellera rubia que caía sobre unos hombros desnudos. Al acariciar suavemente
el bonito cabello, la figura se desperezó, estiró un brazo y se dio la vuelta,
mostrando el rostro de una de las hijas del tabernero, Teena, le pareció a Josuak
que se trataba, aunque no estaba seguro, ya
que le era imposible distinguir a las hermanas entre sí. La
chica abrió apenas un ojo y le miró soñolienta.
-Duerme -le susurró Josuak. Ella obedeció y volvió a cerrar
los ojos.
El aventurero se levantó de la cama con cuidado y buscó sus
ropas por la habitación. Los pantalones, las botas, la capa y demás prendas
estaban esparcidas por el suelo, cada una en un rincón diferente, arrojadas
allí con premura durante el frénesis de la noche anterior. Josuak se vistió en
medio de la oscuridad, guardó su espada en la funda y se dirigió a la puerta
para salir sin hacer ruido al pasillo del tercer piso. La posada estaba en
silencio y sólo el rasposo sonido de alguien que limpiaba el salón llegaba
desde el piso inferior. Se acercó a la puerta contigua y golpeó con los
nudillos en la madera. Nadie contestó. Insistió de nuevo y un gruñido llegó
desde dentro de la habitación. Josuak aporreó con más fuerza. Esta vez unos
pesados pasos se aproximaron haciendo rechinar la madera del suelo. La puerta
se abrió y Gorm apareció en el umbral, desnudo por completo a excepción de su
taparrabos de pieles. Los ojos del gigante le miraron entrecerrados.
-¿Qué pasa? -preguntó mientras se frotaba el rostro.
- Tenemos que irnos. Ya es de día -le respondió en voz baja,
sin ánimo de hacer más ruido y despertar a otros clientes-. Te espero abajo
-concluyó y se volvió hacia la escalera que había al fondo del pasillo. La
puerta se cerró a sus espaldas.
Una vez en la planta baja, Josuak se encontró con otra de
las hijas, también rubia y un poco rolliza, Launa le pareció que era. La chica
limpiaba con un trapo las mesas del salón mientras canturreaba una canción. Al
verle, le dedicó una amplia sonrisa.
-¿Quieres algo de comer? -le preguntó dirigiéndose hacia la
cocina.
- No, gracias, tan sólo un poco de agua -respondió Josuak.
Su estómago estaba demasiado revuelto como para ingerir algo sólido.
- Ahora mismo te la traigo -dijo la chica y reapareció al
cabo de un instante con una jarra de agua. Josuak bebió un largo trago y su
garganta se suavizó un poco. Gorm bajó entonces por las escaleras. Tras
despedirse de la muchacha, los dos aventureros salieron a la calle.
Una fina nevada caía sobre la ciudad a esas primeras horas
de la mañana. La bruma flotaba entre los edificios de piedra y confería un
aspecto tenebroso a la calle, convirtiendo las casas en formas borrosas. Poca
gente transitaba la ciudad, no más que algunos comerciantes que se dirigían
hacia la zona del mercado. El resto de la población permanecía en sus casas a
refugio del gélido clima.
- El peor invierno que recuerdo -les saludó sin detenerse un
hombre mayor, dueño de un puesto de fruta al que solían ir a veces los dos
mercenarios. Josuak devolvió el saludo con un gesto de cabeza, luego se abrigó
con su capa verde y le indicó a Gorm la avenida que se abría hacia el sur. Se
encaminaron por ella, andando bajo el encapotado cielo y con la suave nieve
calándoles las ropas y el ánimo.
Anduvieron sin detenerse hasta llegar al centro de la
ciudad, donde se alzaba el muro de piedra que delimitaba la propiedad de los
Señores de Teshaner, las cuatro familias de nobles que dirigían la ciudad. Su
hacienda ocupaba una amplia extensión, rodeada por una muralla que impedía el
paso a todo aquel que fuese ajeno a la nobleza. Cuatro torres de afiladas
cúpulas se alzaban en las esquinas de la hacienda, cada
una perteneciente
a una familia distinta. Bajo ellas asomaban los techos de las mansiones,
adornados con estatuas y filigranas de piedra. Los Señores llevaban siglos
gobernando la ciudad y su mandato pasaba de una generación a otra sin que la
población pareciese importarle lo más mínimo. Es cierto que
durante todos esos años la región había prosperado, pero también estaba claro
que los más beneficiados habían sido los propios nobles. Un gobernador era
nombrado por las cuatro familias, aunque todo Teshaner sabía que este cargo no
era más que un simple títere para salvar las apariencias. El gobernador hacía
su papel, las familias controlaban todo el comercio exterior y los habitantes
de Teshaner se conformaban con seguir con sus vidas. Los dos aventureros
llegaron a la plaza que se abría ante el muro norte de la hacienda. Era una
gran explanada conocida como Plaza del Pecado debido a que era el lugar donde
se realizaban las ejecuciones de los malhechores. La política de la ciudad era
muy estricta respecto a la delincuencia, por lo que cada semana no era raro
presenciar algún ahorcamiento en la plaza. Mucha gente iba a estas ejecuciones,
e incluso los Señores aparecían en los altos miradores de la muralla, desde los
cuales tenían una visión privilegiada del espectáculo.
La plaza estaba prácticamente desierta en aquella invernal
mañana. El estrado donde pendían las sogas yacía en su centro, cubierto de
nieve y con las cuerdas meciéndose lentamente. Los muros de la hacienda de los
Señores también aparecían desprovistos de cualquier actividad y tan sólo unos
pocos soldados montaban guardia.
Josuak y Gorm se acercaron hacia el barracón de la milicia,
un gran edificio de piedra que se alzaba frente al estrado de las ejecuciones.
Era una construcción sólida y robusta, salpicada de pequeñas ventanas
enrejadas, aunque sin el menor interés por la armonía o la estética. Una gran
puerta reforzada era la entrada principal, coronada por los cuatro estandartes
de los Señores de la ciudad. Ante ella montaban guardia una decena de guerreros
de la milicia, vestidos de blanco y azul, una cota de mallas y armados con espadas
y ballestas. Unos cascos de formas angulosas, y aparentemente incómodos, les
cubrían los rostros, adornados en su parte posterior por una mata blanca de
crin de caballo.
- Buenos días, venimos a hablar con el Capitán Gorka -dijo
Josuak una vez alcanzaron la entrada del edificio.
Los soldados les miraron extrañados; era muy pronto para que
un par de mercenarios pidieran una entrevista con el capitán. Uno de ellos se
adelantó y preguntó con voz desdeñosa sobre las intenciones de los visitantes.
- Traemos importantes noticias del exterior -se limitó a
responder Josuak.
- Habla ahora, nosotros comunicaremos las noticias al
capitán -dijo el soldado.
- Lo siento, pero debo hablar con el capitán en persona.
Decidle que Josuak Eltar quiere verle.
Los soldados se quedaron quietos, sin aparente intención de
llamar al capitán
- Es muy urgente -añadió Josuak.
Tras un instante de duda, el soldado al mando se giró y
gritó a uno de sus compañeros para que fuese a avisar al capitán. A
continuación se volvió hacia Josuak.
-Espero que sea importante -dijo en velada amenaza.
Nadie habló durante los siguientes minutos. Gorm se mantuvo
apoyado sobre su enorme hacha, inmune al frío a pesar de ir prácticamente
desnudo. Josuak aguardó observando con aburrimiento los alrededores. Por fin
regresó el soldado.
- El capitán les recibirá ahora -dijo.
Josuak, sin alterar su serio semblante, se adelantó y se
dispuso a entrar en el edificio. Sin embargo, el primero de los soldados
levantó una mano y le detuvo.
-Tendrás que dejar tu espada aquí, mercenario -su voz se
tiñó de desprecio al pronunciar esta última palabra-. Ningún extraño puede
entrar armado -sentenció.
Josuak se quedó un instante observando al guardia, aunque se
deshizo al momento de la correa que rodeaba su cintura y tendió la enfundada
espada al soldado. Éste hizo una seña a uno de sus hombres para que recogiera
el arma.
- Puedes pasar -dijo haciéndose a un lado.
-¿Y mi amigo? -preguntó Josuak en referencia a Gorm.
- El gigante no entra -negó el soldado y escupió al suelo.
-Pero el Capitán ha dicho que nos recibiría a los dos
-repuso Josuak.
- He dicho que el gigante no entra - repitió hoscamente el
guardia.
- No importa, Josuak -dijo Gorm, apoyándose de nuevo sobre
su arma- Te espero aquí.
El aventurero se quedó mirando un instante a su enorme
compañero, que le indicó con un gesto de cabeza que entrara. Josuak asintió y
se dio la vuelta para seguir a los tres soldados que le condujeron al interior
de los barracones.
El portal llevaba a un pasadizo abovedado, del cual salían
numerosos corredores a izquierda y derecha, para acabar dando a un amplio patio
de armas que se abría en el interior del edificio. A aquella temprana hora,
sólo unos pocos soldados se encontraban en la explanada, realizando unos
cuantos ejercicios de fuerza y resistencia. Los hombres detuvieron su rutina al
ver aparecer a Josuak y su escolta. Al momento, empezaron a murmurar entre
ellos. Josuak siguió a los guardias por el patio hasta otro pasadizo que se
adentraba de nuevo en el edificio. El destino final del cuarteto no era otro
que el comedor de los cuarteles. La gran sala se encontraba abarrotada de
soldados que almorzaban sentados en largas mesas de madera. Josuak y dos
guardias esperaron en la puerta de la cantina mientras el tercer soldado iba en
busca del capitán. Desde el salón llegaba un gran alboroto; el ruido de platos,
cubiertos y estruendosas conversaciones. Josuak se mantuvo impasible escuchando
los gritos y las risas durante los cinco minutos que tardó el capitán en
aparecer.
Gorka era un hombre de unos cuarenta años, alto y
corpulento, de corto pelo en el que empezaban a aparecer estrías plateadas. Su
rostro era duro, de gesto huraño, con una barba canosa cuidada con esmero. El
hombre surgió por la puerta de la cantina limpiándose la boca con un trapo
mientras escuchaba algo que le contaba el soldado. Sus ojos castaños se posaron
sobre Josuak y un leve brillo se distinguió en ellos.
- Vaya, Josuak, cuanto tiempo -dijo con voz ronca y sin
ningún atisbo de alegría.
- Sí, ojalá hubiese sido más -repuso fríamente Josuak.
El capitán dibujó una sonrisa bajo la barba.
- Está bien, acompáñame, hablaremos mientras hago mis
ejercicios matutinos. -sin esperar respuesta, se dirigió hacia el patio de
armas. Josuak le siguió y tras él fueron también los tres soldados.
Una vez en el patio, el capitán Gorka y Josuak emprendieron
una suave marcha alrededor de los márgenes del edificio. El frío ambiente
congelaba los pulmones de Josuak con cada una de sus respiraciones, pero el
cazarecompensas se olvidó de la resaca y el dolor de cabeza, decidido a no
mostrar el menor signo de flaqueza.
- ¿Qué quieres? -preguntó finalmente Gorka después de
completar la primera vuelta.
- Ayer llegamos de las colinas de Terasdur -explicó Josuak,
cuyas palabras eran acompañadas de un leve vaho-. Nos retrasamos y nos fue
imposible alcanzar la ciudad antes de la caída de la noche. -miró de reojo a su
interlocutor. El capitán corría emitiendo profundas respiraciones con la vista
clavada al frente. Josuak dudó de si el hombre le estaba escuchando o si sólo
estaba burlándose de él-. Pensamos en refugiarnos en el poblado leñador que hay
al sur de las colinas -siguió explicando a pesar de todo-. Al llegar,
descubrimos que el pueblo había sido arrasado.
- ¿Arrasado? -preguntó el capitán y la sorpresa se delató en
su rostro.
- Sí, arrasado -confirmó Josuak-. Dentro de una de las
cabañas encontramos los cadáveres mutilados de unas veinte personas. Hombres,
mujeres, niños, nadie escapó a la matanza.
- ¿Alguna pista de quien pudo hacerlo?
- Bueno, toda la zona estaba llena de marcas de botas de
suela metálica.
- ¿Orkos? -preguntó Gorka aminorando el paso.
- Sin ninguna duda.
El capitán detuvo la marcha y ambos continuaron caminando,
recuperando el aliento. Gorka seguía con la vista fija al frente, pensativo.
- Es una lástima -dijo al fin-. Pero ya es habitual que una
horda de orkos surja de las colinas y ataque alguna pequeña población.
-No era una horda, era un ejército -negó Josuak con un tono
tan helado como el aire que se respiraba en el patio.
El capitán se detuvo por completo y miró fijamente al
cazarecompensas.
-¿Un ejército? -preguntó, incrédulo-. ¿Qué quieres decir con
que era un ejército?
-Encontramos rastros de los orkos. Eran muchos, varios
cientos.
-¿Varios cientos de orkos? ¡Eso es una estupidez! -exclamó
el capitán dándose la vuelta y dirigiéndose a paso vivo hacia el interior del
edificio.
- Eran muchos, aunque no puedo decir exactamente cuantos.
-insistió Josuak mientras le seguía dentro del pasadizo-. Y el rastro conducía
hacia el sur, hacia aquí.
El capitán se detuvo.
- ¡¿Varios cientos de orkos?! -le espetó de nuevo, esta vez
a gritos. Su voz resonó en el patio y al instante todos los soldados dejaron
sus ejercicios para observar la escena-. Eso es imposible, una majadería. No
hay orkos en todo Valsorth para formar un ejército así.
- Estoy seguro; eran más de trescientos guerreros -insistió
Josuak.
- Menuda estupidez -negó el capitán y soltó una forzada
carcajada-. Los orkos fueron exterminados hace años. Ya no quedan más que unos
pequeños grupos, escondidos en sus agujeros del norte. No pueden haber reunido
semejante número. Y aunque fuese verdad, ¿acaso unos pocos centenares de orkos
iban a poder atacar nuestra ciudad? Les aplastaríamos con nuestra primera
embestida.
- Sí, tienes razón, pero ¿y si no atacasen la ciudad sino
las poblaciones de los alrededores? -le preguntó el aventurero.
La sonrisa del capitán se quedó helada en su rostro.
- Y lo que es peor -continuó Josuak-. ¿Y si hay más orkos
merodeando? ¿Y si nosotros sólo nos encontramos con un grupo? Si había
trescientos, también puede haber un millar, o más.
El capitán se dio la vuelta y apresuró el paso hacia el
interior del edificio.
- Todo esto es una estupidez. -iba diciendo-. No sé lo que
pretendes con esta historia, pero no quiero oír ni una palabra más. Suficientes
problemas tenemos en la ciudad como para prestar atención a los desvaríos de un
exmiliciano rencoroso. -se detuvo antes de traspasar la entrada-. No puedo
prescindir de mis soldados y enviarlos a las colinas. Eso dejaría desprotegida
la ciudad. Por si no lo sabes, ya tenemos enemigos dentro de las murallas, como
esa maldita cofradía de ladrones de la Mano Silenciosa,
por ejemplo. Sólo en la última semana ha habido más de una decena de asaltos en
el barrio de las Torres.
- No puedes negar la evidencia -le reprendió Josuak-. Envía
alguno de tus exploradores al poblado de leñadores, así verás que no miento.
El rostro del capitán se enrojeció de enfado.
- Deja de decir lo que tengo que hacer -bramó-. No quiero
escuchar ni una sola palabra acerca de un ejército de orkos o tonterías
semejantes. Cómo me entere de que vas por ahí contando esas historias te meteré
en un calabozo y haré que te ahorquen por traición. -el capitán clavó una dura
mirada en Josuak antes de volverse hacia los soldados que esperaban junto al
corredor-. Llevaros a este fullero de aquí -les ordenó y desapareció a toda prisa
por el pasadizo.
- Envía exploradores -le grito Josuak antes de que los
soldados le agarraran por los brazos-. Ellos te demostrarán que no miento
-consiguió añadir mientras los tres hombres lo arrastraban hacia la salida. El
hombre forcejeó y se liberó de sus manos.
- Puedo andar sólo -dijo con tono gélido, y continuó
caminando altivamente hacia el pasadizo por el que habían entrado. Los guardas
le siguieron pegados a su espalda, pero no volvieron a tocarle. Una vez
llegaron a las puertas de entrada, éstas se abrieron sonoramente para dejarles
salir. Fuera aguardaba Gorm
- Vámonos -dijo escuetamente Josuak tras recoger su espada.
Gorm cargó con su hacha al hombro y ambos cruzaron la plaza hacia la avenida
por la que habían venido. Los soldados les observaron en silencio mientras se
alejaban.
2 comentarios:
Me estan gustando los relatos, espero que el de la caida de Teshaner fuera uno de los relatos que tienes terminados, tengo curiosidad por saber si los 2 protagonistas logran sobrevivir al asedio y si apareceran los dragones y el dios cabra.
Veo que estos relatos los escribistes antes de crear la ambientacion oficial del reino de la sombra, porque veo que has cambiado algun detalle, en el libro pone que los lores son 3 y aqui son 4. Tambien tengo un par de dudas, el primer libro de leyenda elfica empieza en otoño y los hechos son posteriores a este relato, donde es invierno, ¿cual es el correcto? ¿El pueblo masacrado es Candereen?
Un saludo y animo!!!!
Pues sí, este relato es muy anterior a Leyenda Élfica, y puede haber algún detalle que no cuadre... no me lo tengáis en cuenta.
Por desgracia, también te digo que no lo he acabado de escribir. Pero quién sabe? Quizás al publicarlo aquí me dé ánimos para acabarlo.
Y sí, el pueblo arrasado es Candereen, o al menos eso recuerdo.
Publicar un comentario