08 julio 2013

La caída de Teshaner (III)



Josuak despertó con un horrible dolor de cabeza. En la completa oscuridad de la habitación, se incorporó de la cama y apretó la sien con ambas manos, tratando inútilmente de hacer pasar la resaca. Un pitido zumbaba en sus oídos, constante y monótono, como si su cráneo hubiese sido utilizado por un herrero a modo de yunque.
Algo se movió a su lado en la gran cama. Se volvió y descubrió una sombra acostada junto a él. En la penumbra distinguió una rizada cabellera rubia que caía sobre unos hombros desnudos. Al acariciar suavemente el bonito cabello, la figura se desperezó, estiró un brazo y se dio la vuelta, mostrando el rostro de una de las hijas del tabernero, Teena, le pareció a Josuak que se trataba, aunque no estaba seguro, ya
que le era imposible distinguir a las hermanas entre sí. La chica abrió apenas un ojo y le miró soñolienta.
-Duerme -le susurró Josuak. Ella obedeció y volvió a cerrar los ojos.
El aventurero se levantó de la cama con cuidado y buscó sus ropas por la habitación. Los pantalones, las botas, la capa y demás prendas estaban esparcidas por el suelo, cada una en un rincón diferente, arrojadas allí con premura durante el frénesis de la noche anterior. Josuak se vistió en medio de la oscuridad, guardó su espada en la funda y se dirigió a la puerta para salir sin hacer ruido al pasillo del tercer piso. La posada estaba en silencio y sólo el rasposo sonido de alguien que limpiaba el salón llegaba desde el piso inferior. Se acercó a la puerta contigua y golpeó con los nudillos en la madera. Nadie contestó. Insistió de nuevo y un gruñido llegó desde dentro de la habitación. Josuak aporreó con más fuerza. Esta vez unos pesados pasos se aproximaron haciendo rechinar la madera del suelo. La puerta se abrió y Gorm apareció en el umbral, desnudo por completo a excepción de su taparrabos de pieles. Los ojos del gigante le miraron entrecerrados.
-¿Qué pasa? -preguntó mientras se frotaba el rostro.
- Tenemos que irnos. Ya es de día -le respondió en voz baja, sin ánimo de hacer más ruido y despertar a otros clientes-. Te espero abajo -concluyó y se volvió hacia la escalera que había al fondo del pasillo. La puerta se cerró a sus espaldas.
Una vez en la planta baja, Josuak se encontró con otra de las hijas, también rubia y un poco rolliza, Launa le pareció que era. La chica limpiaba con un trapo las mesas del salón mientras canturreaba una canción. Al verle, le dedicó una amplia sonrisa.
-¿Quieres algo de comer? -le preguntó dirigiéndose hacia la cocina.
- No, gracias, tan sólo un poco de agua -respondió Josuak. Su estómago estaba demasiado revuelto como para ingerir algo sólido.
- Ahora mismo te la traigo -dijo la chica y reapareció al cabo de un instante con una jarra de agua. Josuak bebió un largo trago y su garganta se suavizó un poco. Gorm bajó entonces por las escaleras. Tras despedirse de la muchacha, los dos aventureros salieron a la calle.
Una fina nevada caía sobre la ciudad a esas primeras horas de la mañana. La bruma flotaba entre los edificios de piedra y confería un aspecto tenebroso a la calle, convirtiendo las casas en formas borrosas. Poca gente transitaba la ciudad, no más que algunos comerciantes que se dirigían hacia la zona del mercado. El resto de la población permanecía en sus casas a refugio del gélido clima.
- El peor invierno que recuerdo -les saludó sin detenerse un hombre mayor, dueño de un puesto de fruta al que solían ir a veces los dos mercenarios. Josuak devolvió el saludo con un gesto de cabeza, luego se abrigó con su capa verde y le indicó a Gorm la avenida que se abría hacia el sur. Se encaminaron por ella, andando bajo el encapotado cielo y con la suave nieve calándoles las ropas y el ánimo.
Anduvieron sin detenerse hasta llegar al centro de la ciudad, donde se alzaba el muro de piedra que delimitaba la propiedad de los Señores de Teshaner, las cuatro familias de nobles que dirigían la ciudad. Su hacienda ocupaba una amplia extensión, rodeada por una muralla que impedía el paso a todo aquel que fuese ajeno a la nobleza. Cuatro torres de afiladas cúpulas se alzaban en las esquinas de la hacienda, cada
una perteneciente a una familia distinta. Bajo ellas asomaban los techos de las mansiones, adornados con estatuas y filigranas de piedra. Los Señores llevaban siglos gobernando la ciudad y su mandato pasaba de una generación a otra sin que la
población pareciese importarle lo más mínimo. Es cierto que durante todos esos años la región había prosperado, pero también estaba claro que los más beneficiados habían sido los propios nobles. Un gobernador era nombrado por las cuatro familias, aunque todo Teshaner sabía que este cargo no era más que un simple títere para salvar las apariencias. El gobernador hacía su papel, las familias controlaban todo el comercio exterior y los habitantes de Teshaner se conformaban con seguir con sus vidas. Los dos aventureros llegaron a la plaza que se abría ante el muro norte de la hacienda. Era una gran explanada conocida como Plaza del Pecado debido a que era el lugar donde se realizaban las ejecuciones de los malhechores. La política de la ciudad era muy estricta respecto a la delincuencia, por lo que cada semana no era raro presenciar algún ahorcamiento en la plaza. Mucha gente iba a estas ejecuciones, e incluso los Señores aparecían en los altos miradores de la muralla, desde los cuales tenían una visión privilegiada del espectáculo.
La plaza estaba prácticamente desierta en aquella invernal mañana. El estrado donde pendían las sogas yacía en su centro, cubierto de nieve y con las cuerdas meciéndose lentamente. Los muros de la hacienda de los Señores también aparecían desprovistos de cualquier actividad y tan sólo unos pocos soldados montaban guardia.
Josuak y Gorm se acercaron hacia el barracón de la milicia, un gran edificio de piedra que se alzaba frente al estrado de las ejecuciones. Era una construcción sólida y robusta, salpicada de pequeñas ventanas enrejadas, aunque sin el menor interés por la armonía o la estética. Una gran puerta reforzada era la entrada principal, coronada por los cuatro estandartes de los Señores de la ciudad. Ante ella montaban guardia una decena de guerreros de la milicia, vestidos de blanco y azul, una cota de mallas y armados con espadas y ballestas. Unos cascos de formas angulosas, y aparentemente incómodos, les cubrían los rostros, adornados en su parte posterior por una mata blanca de crin de caballo.
- Buenos días, venimos a hablar con el Capitán Gorka -dijo Josuak una vez alcanzaron la entrada del edificio.
Los soldados les miraron extrañados; era muy pronto para que un par de mercenarios pidieran una entrevista con el capitán. Uno de ellos se adelantó y preguntó con voz desdeñosa sobre las intenciones de los visitantes.
- Traemos importantes noticias del exterior -se limitó a responder Josuak.
- Habla ahora, nosotros comunicaremos las noticias al capitán -dijo el soldado.
- Lo siento, pero debo hablar con el capitán en persona. Decidle que Josuak Eltar quiere verle.
Los soldados se quedaron quietos, sin aparente intención de llamar al capitán
- Es muy urgente -añadió Josuak.
Tras un instante de duda, el soldado al mando se giró y gritó a uno de sus compañeros para que fuese a avisar al capitán. A continuación se volvió hacia Josuak.
-Espero que sea importante -dijo en velada amenaza.
Nadie habló durante los siguientes minutos. Gorm se mantuvo apoyado sobre su enorme hacha, inmune al frío a pesar de ir prácticamente desnudo. Josuak aguardó observando con aburrimiento los alrededores. Por fin regresó el soldado.
- El capitán les recibirá ahora -dijo.
Josuak, sin alterar su serio semblante, se adelantó y se dispuso a entrar en el edificio. Sin embargo, el primero de los soldados levantó una mano y le detuvo.
-Tendrás que dejar tu espada aquí, mercenario -su voz se tiñó de desprecio al pronunciar esta última palabra-. Ningún extraño puede entrar armado -sentenció.
Josuak se quedó un instante observando al guardia, aunque se deshizo al momento de la correa que rodeaba su cintura y tendió la enfundada espada al soldado. Éste hizo una seña a uno de sus hombres para que recogiera el arma.
- Puedes pasar -dijo haciéndose a un lado.
-¿Y mi amigo? -preguntó Josuak en referencia a Gorm.
- El gigante no entra -negó el soldado y escupió al suelo.
-Pero el Capitán ha dicho que nos recibiría a los dos -repuso Josuak.
- He dicho que el gigante no entra - repitió hoscamente el guardia.
- No importa, Josuak -dijo Gorm, apoyándose de nuevo sobre su arma- Te espero aquí.
El aventurero se quedó mirando un instante a su enorme compañero, que le indicó con un gesto de cabeza que entrara. Josuak asintió y se dio la vuelta para seguir a los tres soldados que le condujeron al interior de los barracones.
El portal llevaba a un pasadizo abovedado, del cual salían numerosos corredores a izquierda y derecha, para acabar dando a un amplio patio de armas que se abría en el interior del edificio. A aquella temprana hora, sólo unos pocos soldados se encontraban en la explanada, realizando unos cuantos ejercicios de fuerza y resistencia. Los hombres detuvieron su rutina al ver aparecer a Josuak y su escolta. Al momento, empezaron a murmurar entre ellos. Josuak siguió a los guardias por el patio hasta otro pasadizo que se adentraba de nuevo en el edificio. El destino final del cuarteto no era otro que el comedor de los cuarteles. La gran sala se encontraba abarrotada de soldados que almorzaban sentados en largas mesas de madera. Josuak y dos guardias esperaron en la puerta de la cantina mientras el tercer soldado iba en busca del capitán. Desde el salón llegaba un gran alboroto; el ruido de platos, cubiertos y estruendosas conversaciones. Josuak se mantuvo impasible escuchando los gritos y las risas durante los cinco minutos que tardó el capitán en aparecer.
Gorka era un hombre de unos cuarenta años, alto y corpulento, de corto pelo en el que empezaban a aparecer estrías plateadas. Su rostro era duro, de gesto huraño, con una barba canosa cuidada con esmero. El hombre surgió por la puerta de la cantina limpiándose la boca con un trapo mientras escuchaba algo que le contaba el soldado. Sus ojos castaños se posaron sobre Josuak y un leve brillo se distinguió en ellos.
- Vaya, Josuak, cuanto tiempo -dijo con voz ronca y sin ningún atisbo de alegría.
- Sí, ojalá hubiese sido más -repuso fríamente Josuak.
El capitán dibujó una sonrisa bajo la barba.
- Está bien, acompáñame, hablaremos mientras hago mis ejercicios matutinos. -sin esperar respuesta, se dirigió hacia el patio de armas. Josuak le siguió y tras él fueron también los tres soldados.
Una vez en el patio, el capitán Gorka y Josuak emprendieron una suave marcha alrededor de los márgenes del edificio. El frío ambiente congelaba los pulmones de Josuak con cada una de sus respiraciones, pero el cazarecompensas se olvidó de la resaca y el dolor de cabeza, decidido a no mostrar el menor signo de flaqueza.
- ¿Qué quieres? -preguntó finalmente Gorka después de completar la primera vuelta.
- Ayer llegamos de las colinas de Terasdur -explicó Josuak, cuyas palabras eran acompañadas de un leve vaho-. Nos retrasamos y nos fue imposible alcanzar la ciudad antes de la caída de la noche. -miró de reojo a su interlocutor. El capitán corría emitiendo profundas respiraciones con la vista clavada al frente. Josuak dudó de si el hombre le estaba escuchando o si sólo estaba burlándose de él-. Pensamos en refugiarnos en el poblado leñador que hay al sur de las colinas -siguió explicando a pesar de todo-. Al llegar, descubrimos que el pueblo había sido arrasado.
- ¿Arrasado? -preguntó el capitán y la sorpresa se delató en su rostro.
- Sí, arrasado -confirmó Josuak-. Dentro de una de las cabañas encontramos los cadáveres mutilados de unas veinte personas. Hombres, mujeres, niños, nadie escapó a la matanza.
- ¿Alguna pista de quien pudo hacerlo?
- Bueno, toda la zona estaba llena de marcas de botas de suela metálica.
- ¿Orkos? -preguntó Gorka aminorando el paso.
- Sin ninguna duda.
El capitán detuvo la marcha y ambos continuaron caminando, recuperando el aliento. Gorka seguía con la vista fija al frente, pensativo.
- Es una lástima -dijo al fin-. Pero ya es habitual que una horda de orkos surja de las colinas y ataque alguna pequeña población.
-No era una horda, era un ejército -negó Josuak con un tono tan helado como el aire que se respiraba en el patio.
El capitán se detuvo por completo y miró fijamente al cazarecompensas.
-¿Un ejército? -preguntó, incrédulo-. ¿Qué quieres decir con que era un ejército?
-Encontramos rastros de los orkos. Eran muchos, varios cientos.
-¿Varios cientos de orkos? ¡Eso es una estupidez! -exclamó el capitán dándose la vuelta y dirigiéndose a paso vivo hacia el interior del edificio.
- Eran muchos, aunque no puedo decir exactamente cuantos. -insistió Josuak mientras le seguía dentro del pasadizo-. Y el rastro conducía hacia el sur, hacia aquí.
El capitán se detuvo.
- ¡¿Varios cientos de orkos?! -le espetó de nuevo, esta vez a gritos. Su voz resonó en el patio y al instante todos los soldados dejaron sus ejercicios para observar la escena-. Eso es imposible, una majadería. No hay orkos en todo Valsorth para formar un ejército así.
- Estoy seguro; eran más de trescientos guerreros -insistió Josuak.
- Menuda estupidez -negó el capitán y soltó una forzada carcajada-. Los orkos fueron exterminados hace años. Ya no quedan más que unos pequeños grupos, escondidos en sus agujeros del norte. No pueden haber reunido semejante número. Y aunque fuese verdad, ¿acaso unos pocos centenares de orkos iban a poder atacar nuestra ciudad? Les aplastaríamos con nuestra primera embestida.
- Sí, tienes razón, pero ¿y si no atacasen la ciudad sino las poblaciones de los alrededores? -le preguntó el aventurero.
La sonrisa del capitán se quedó helada en su rostro.
- Y lo que es peor -continuó Josuak-. ¿Y si hay más orkos merodeando? ¿Y si nosotros sólo nos encontramos con un grupo? Si había trescientos, también puede haber un millar, o más.
El capitán se dio la vuelta y apresuró el paso hacia el interior del edificio.
- Todo esto es una estupidez. -iba diciendo-. No sé lo que pretendes con esta historia, pero no quiero oír ni una palabra más. Suficientes problemas tenemos en la ciudad como para prestar atención a los desvaríos de un exmiliciano rencoroso. -se detuvo antes de traspasar la entrada-. No puedo prescindir de mis soldados y enviarlos a las colinas. Eso dejaría desprotegida la ciudad. Por si no lo sabes, ya tenemos enemigos dentro de las murallas, como esa maldita cofradía de ladrones de la Mano Silenciosa, por ejemplo. Sólo en la última semana ha habido más de una decena de asaltos en el barrio de las Torres.
- No puedes negar la evidencia -le reprendió Josuak-. Envía alguno de tus exploradores al poblado de leñadores, así verás que no miento.
El rostro del capitán se enrojeció de enfado.
- Deja de decir lo que tengo que hacer -bramó-. No quiero escuchar ni una sola palabra acerca de un ejército de orkos o tonterías semejantes. Cómo me entere de que vas por ahí contando esas historias te meteré en un calabozo y haré que te ahorquen por traición. -el capitán clavó una dura mirada en Josuak antes de volverse hacia los soldados que esperaban junto al corredor-. Llevaros a este fullero de aquí -les ordenó y desapareció a toda prisa por el pasadizo.
- Envía exploradores -le grito Josuak antes de que los soldados le agarraran por los brazos-. Ellos te demostrarán que no miento -consiguió añadir mientras los tres hombres lo arrastraban hacia la salida. El hombre forcejeó y se liberó de sus manos.
- Puedo andar sólo -dijo con tono gélido, y continuó caminando altivamente hacia el pasadizo por el que habían entrado. Los guardas le siguieron pegados a su espalda, pero no volvieron a tocarle. Una vez llegaron a las puertas de entrada, éstas se abrieron sonoramente para dejarles salir. Fuera aguardaba Gorm
- Vámonos -dijo escuetamente Josuak tras recoger su espada. Gorm cargó con su hacha al hombro y ambos cruzaron la plaza hacia la avenida por la que habían venido. Los soldados les observaron en silencio mientras se alejaban.

2 comentarios:

:) dijo...

Me estan gustando los relatos, espero que el de la caida de Teshaner fuera uno de los relatos que tienes terminados, tengo curiosidad por saber si los 2 protagonistas logran sobrevivir al asedio y si apareceran los dragones y el dios cabra.

Veo que estos relatos los escribistes antes de crear la ambientacion oficial del reino de la sombra, porque veo que has cambiado algun detalle, en el libro pone que los lores son 3 y aqui son 4. Tambien tengo un par de dudas, el primer libro de leyenda elfica empieza en otoño y los hechos son posteriores a este relato, donde es invierno, ¿cual es el correcto? ¿El pueblo masacrado es Candereen?

Un saludo y animo!!!!

J.L.Lopez Morales dijo...

Pues sí, este relato es muy anterior a Leyenda Élfica, y puede haber algún detalle que no cuadre... no me lo tengáis en cuenta.
Por desgracia, también te digo que no lo he acabado de escribir. Pero quién sabe? Quizás al publicarlo aquí me dé ánimos para acabarlo.
Y sí, el pueblo arrasado es Candereen, o al menos eso recuerdo.