Josuak terminó por levantarse de la mesa y se acercó a una
de las camareras para abonarle el importe de la cena. Una vez hubo pagado, se
dirigió hacia la puerta y salió a la calle.
Nada más cruzar el umbral, una fría ráfaga de viento
invernal le recibió al dejar atrás el sofocante salón. Josuak cerró la
humedecida puerta de la taberna y se sintió satisfecho al quedar el bullicio
dentro de ella. La calle en cambio estaba silenciosa. La noche era ya cerrada,
con las estrellas y la luna brillando plateadas en el oscuro cielo. La avenida
tan sólo era recorrida por algún solitario Teshanerin que caminaba apresurado
de regreso al hogar. Las pocas antorchas que prendían en los altos postes de
madera sufrían la virulencia del aire y sus llamas se agitaban, frenéticas,
pero sin llegar a apagarse. Josuak se cubrió con su gruesa capa verde y echó la
capucha para protegerse el rostro de las acometidas de la gélida ventisca. Una
vez abrigado, emprendió el camino hacia el norte a lo largo de la desierta
avenida.
La ciudad estaba en calma. La nieve no hacía acto de
presencia aquella noche, pero aún así el ambiente era glacial. Josuak no le
prestó importancia al frío. Al contrarió, el gélido clima le resultaba
reconfortante y le despejaba la cabeza, embotada por el calor, el griterío y la
cerveza de La Buena Estrella. Bajo el azote del fuerte viento, el guerrero
dirigió sus pasos hacia la muralla norte de la ciudad. Sus botas resonaban
sobre los adoquines de piedra y, aparte del silbante aire, era lo único que se
oía en la avenida. Tras cruzar una pequeña plazoleta totalmente desierta,
decidió internarse por una callejuela que llevaba al este. Las casas eran más
rústicas aquí, alineándose una tras otra sin separación entre ellas. Tampoco se
veía a muchos ciudadanos. Josuak recorrió un centenar de pasos cruzándose tan
sólo con un hombre que caminaba encorvado para protegerse del viento. Unos
metros más allá se encontró con una patrulla de soldados de la milicia. Los
guerreros pasaron de largo refunfuñando y quejándose del frío.
Josuak subió una escalinata de piedra que llevaba a una
empinada vía, franqueada por viejas viviendas y antiguas mansiones, cuyas
fachadas se unían formando arcos de piedra por encima de la calzada. El
solitario mercenario pasó bajo uno de estos arcos y observó en la penumbra de
la noche la arquitectura de estas casas: Eran edificaciones de varios pisos de
altura, que nacían en las calles de abajo y se elevaban sobre este ascendente
camino. Bellos miradores adornaban las fachadas y daban un toque de distinción
a las viviendas. Sin embargo, las grises piedras estaban agrietadas por el paso
del tiempo, con manchas de fuego y suciedad que denotaban su abandono. Aquel
había sido un buen barrio, había oído decir Josuak, aunque poco a poco se había
degradado. Las Torres, así era conocido debido a sus altas casas. Ahora era un
lugar poco frecuentado por los opulentos habitantes del centro de la ciudad, quienes
temían la falta de seguridad y a los ladrones que se rumoreaba campaban a sus
anchas por sus calles. Eso era cierto, aceptó Josuak, incluso las patrullas de
vigilancia solían evitar recorrer esa zona, pero él no temía adentrarse en
aquel barrio. Lo hacía con bastante frecuencia y pocas veces había tenido
problemas. Los habitantes de Las Torres eran pobres, sí, pero no había allí más
bandoleros o ladrones que en el resto de la ciudad. En cambio, aquellas casas,
aquellas torres con su belleza perdida, conferían un bonito paisaje que el
mercenario gustaba de disfrutar cuando necesitaba pasear.
Josuak franqueó un último arco y vislumbró el final de la
empinada calle, que desembocaba en las almenas. La cúspide de las murallas era
un amplio paseo que circundaba la ciudad, con varias torres de poca altura
situadas cada cincuenta metros. Eran pequeñas edificaciones con alargados
ventanales que servían como puestos de defensa, aunque sus puertas barradas
señalaban que hacía mucho tiempo que no eran utilizadas.
El largo paseo estaba prácticamente desierto, a excepción de
alguna patrulla de soldados y algún ciudadano que se había aventurado a ir a la
muralla a pesar del inapacible clima. Josuak se acercó a las almenas y
contempló las danzantes luces de las barriadas que rodeaban la urbe, casi una
treintena de metros más abajo. Las chabolas y las cabañas se amontonaban sin
ningún orden y sus callejuelas estaban mucho más concurridas que las de la
ciudad. Diminutas figuras pululaban por aquel laberinto como frenéticas
hormigas.
Al elevar la mirada, vislumbró la negrura que se extendía
desde el punto en que acababan las rústicas viviendas. La oscuridad era
completa más allá; ni la luna ni las estrellas llevaban ninguna luz a aquellos
parajes, como si el mundo terminase con la última de las cabañas. Con un gesto,
apartó esos pensamientos de la cabeza y se volvió hacia el paseo al oír unos
pasos que se aproximaban. Se trataba de otra patrulla de soldados. El
aventurero esperó hasta que los milicianos llegaron junto a él.
-Hace una mala noche para estar aquí -le dijo uno, teniendo
que elevar la voz para imponerse al ulular del viento.
-No creas, Haldik -respondió Josuak y apartó la capucha para
descubrir su rostro.
-¡Josuak! -exclamó el soldado al reconocerle-. ¡No sabía que
eras tú! -exclamó y pasó a estrechar la mano que le tendía el mercenario.
- Sí, hacía tiempo que no coincidíamos -asintió éste,
observando a su antiguo compañero. Haldik era un hombre bastante alto y
corpulento, con el cabello castaño muy corto y una abundante barba negra. Se trataba
de uno de los mejores amigos que Josuak tuvo durante su estancia en la milicia.
A pesar de su marcha, habían mantenido una buena relación.
- Sí, hacía tiempo -dijo Haldik mientras le observaba
también. Los otros tres soldados aguardaron mientras su mando conversaba con el
mercenario-. Estuve un tiempo destinado en la hacienda de los Señores -explicó
con una sonrisa-. Muy aburrido, tan sólo vigilar y procurar no caer dormido
durante la guardia.
-Ya veo, parece un trabajo peligroso -bromeó Josuak. Haldik
respondió con una breve carcajada.
- Sí, mucho más que las aventuras que habrás corrido tú en
este tiempo -dijo-. ¿Sigues trabajando como mercenario?
- Sí, no hay muchos encargos pero pagan buen dinero.
- Tenemos que seguir con la guardia -dijo.
Uno de los soldados se acercó a Haldik.
-Ya va, ya va -le contestó el mando y se volvió de nuevo
hacia Josuak-. Bueno, tengo que irme.
- Espera un momento -le detuvo el mercenario, posando la
mano sobre el hombro de su amigo-. ¿Has oído lo del ataque orko sobre el
poblado leñador de las colinas?
Haldik le miró extrañado.
- ¿El pueblo de los leñadores atacado? -preguntó, incrédulo.
Josuak negó con la cabeza, maldiciendo en voz baja.
- Gorka no os ha contado nada, ¿no?
- Esta es la primera noticia que tengo. ¿Qué ha sucedido?.
- Bueno, -Josuak hizo una pausa y relató brevemente su
encuentro con los lobos y la huida al pueblo abandonado. El soldado le miró
atentamente mientras explicaba el estado de los cadáveres que encontraron en la
cabaña.
-¿Todos los leñadores asesinados? -el rostro de Haldik se
iluminó con la sorpresa.
- Sí, incluso los niños. Nadie escapó a la matanza.
-Bueno, debía tratarse de una horda de orkos realizando una
de sus incursiones -supuso Haldik encogiéndose de hombros.
-No era una horda -le cortó Josuak-. Encontré las huellas de
cientos de ellos.
- ¿Cientos?
- No estoy seguro del número, pero creo que eran más de
trescientos -las palabras de Josuak fueron barridas por el viento. Haldik se
quedó callado, pensativo.
- Esta mañana fui a hablar con Gorka -siguió explicando
Josuak-. Le dije que enviase algunos exploradores a investigar lo sucedido.
Pero veo que no me hizo caso.
- Bueno, Gorka no te tiene mucho aprecio. -Haldik hablaba
mientras observaba el negro paisaje-. De todas formas, es su obligación
comprobar lo sucedido. Veré si puedo enterarme de algo. Si estás en lo cierto, puede
significar una unificación de los clanes orkos de las colinas. -hizo una breve
pausa y miró directamente a los ojos de Josuak-. ¿Estás seguro de lo que viste?
- Sí -afirmó escuetamente el mercenario.
Haldik se volvió hacia los otros centinelas. Estos le
apremiaron con la mirada a que terminara laconversación.
- Bueno, tenemosque irnos -dijo y se apartó de su antiguo
compañero-. ¿Dónde estás alojado? – le preguntó a Josuak mientras los soldados
empezaban a alejarse.
-En La Buena Estrella -respondió el aventurero sin moverse
del mirador.
- Bien, puede que pase a verte y podamos hablar más
tranquilamente. -la patrulla caminó varios pasos, pero Haldik se detuvo y se
volvió de nuevo-. Y no te quedes por aquí a estas horas. Es peligroso -le gritó
antes de seguir en pos de sus compañeros.
Josuak vio desaparecer a los soldados por el largo camino.
Una vez solo se apoyó sobre las frías piedras de las almenas y contempló de
nuevo el negro horizonte. La agitación continuaba en las callejuelas de abajo,
los aldeanos caminando por las tortuosas calles, cubiertas aún por la blanca
nieve caída en los últimos días. El mercenario permaneció varios minutos en la
atalaya, pensativo, sin importarle el azote del viento y su gélido abrazo. El
hombre yacía encorvado hacia adelante y observaba sin atención el espectáculo
que se desarrollaba bajo él. Una disputa estalló a la puerta de una taberna
entre un grupo de diminutas y embriagadas figuras. Uno de los contendientes
recibió un puñetazo y cayó sobre la nieve. Su agresor se arrojó sobre él y
siguió golpeándole en el suelo mientras el resto de presentes gritaba y les
animaba a su alrededor. Josuak alzó la mirada y volvió a escrutar la insondable
negrura. La órbita lunar brillaba blanca y radiante en medio de aquel manto
negro salpicado de innumerables estrellas. El viento había expulsado las nubes
y el cielo despejado mostraba una visión impresionante. Los gritos de la pelea
continuaban a los pies del muro.
Josuak se apartó de la almena y emprendió el camino de
vuelta por la larga muralla. Una vez llegó a la empinada calle por la que había
venido, se introdujo por el desfiladero que formaban los altos y viejo
edificios, salvaguardándose de las agresiones de la fuerte ventisca. En el descenso
por la empedrada calzada se cruzó con una pareja de borrachos mercaderes, que
se tambaleaban agarrados el uno al otro para no caer al suelo. Josuak dio un
rápido vistazo a los dos hombres y descubrió que ninguno llevaba bolsa alguna atada
al cinturón. El barrio de Las Torres hacía honor a su fama; aquellos dos
desgraciados lo comprobarían al despertar y descubrir que habían sido
despojados de su dinero. El aventurero sonrió y tanteó inconscientemente la
pequeña bolsa que llevaba atada a su cinto. Aquel era su dinero, el de Gorm lo
llevaba guardado dentro de la camisa, no era cuestión de ir mostrando dos
bolsas de dinero como si de un vulgar fanfarrón se tratase. Satisfecho, siguió
avanzando a paso vivo, sus finas trenzas negras danzando sobre sus hombros con
cada una de sus amplias zancadas.
-Eh, guapetón -le llamó una voz desde uno de los oscuros
portales que se abrían a los lados. Josuak vislumbró a una mujer en su
interior, apoyada sensualmente sobre la puerta y con el faldón levantado más allá
de la rodilla para mostrar una pierna rolliza y pálida. La mujer tenía el pelo
muy negro y rizado, sonriéndole con descaro mientras volvía a hablar.
- Hace mucho frío ahí fuera, ¿no crees? ¿Por qué no vienes
aquí dentro conmigo?
Josuak se quedó un instante observando a la prostituta.
-Lo siento, chica -dijo, devolviéndole la sonrisa-. Esta
noche no estoy interesado. -y prosiguió su camino.
La mujer le espetó desde el portal.
- Tú te lo pierdes -retumbó el grito en el callejón su voz
ajada.
Las botas del mercenario resonaron sobre la fría piedra
mientras la brillante luz del orbe lunar menguaba lentamente. Josuak vio cómo
las nubes cubrían con su oscuridad el manto de estrellas. Volvió la vista al frente
y recorrió la callejuela pasando bajo los encorvados arcos y sus oscuras
cristaleras. Las viviendas estaban en silencio, el chisporroteo de las
antorchas que iluminaban la calle y el susurro del viento era lo único que se
oía.
En ese momento, una menuda y delgada figura surgió de las
sombras del fondo de la calle. Josuak siguió caminando tranquilamente, pero
acercó con disimulo la mano hacia su espada, tan sólo hasta sentir el contacto
de la empuñadura. El desconocido se acercaba a cortos pasos, mirando las
fachadas de la callejuela, a uno y otro lado, como si buscase una en
particular. Su menudo cuerpo y las pequeñas botas que calzaba delataban que se
trataba de una mujer, de baja clase social a juzgar por la calidad de sus ropajes.
Josuak pasó a su lado y continuó sin detenerse.
- Perdón, señor -le llamó dubitativa la extraña con voz
débil y susurrante.
El mercenario se volvió a mirarla, mientras la encapuchada
daba un par de cortos pasos hacia él.
-Verá, creo que me he perdido -dijo, llegando a su lado. Su
rostro seguía siendo una mancha de oscuridad bajo la capucha -. Estoy buscando
la casa de un hombre... un amigo mío - rectificó y un cierto tono de rubor se
delató en su voz.
- Lo siento, -le cortó Josuak antes de que siguiese
explicándose -la verdad es que no conozco esta zona y no creo que pueda
ayudarle -el mercenario no pudo evitar esbozar una sonrisa al sospechar que se
trataba de una prostituta que buscaba la casa de un cliente.
- Bueno, en ese caso seguiré buscando -dijo ella.
-Buenas noches -respondió Josuak y se dio la vuelta.
Demasiado tarde se dio cuenta de su error. De pronto, algo
furtivo se movió a su espalda y, antes de poder volverse, un puñal relució
sobre su garganta.
- La bolsa -dijo la mujer, su aliento pegado a su oído-.
Dame la bolsa o te abriré una segunda boca - amenazó, el tono de fragilidad
sustituido por uno duro y lleno de seguridad.
- Espera un... -empezó a decir Josuak mientras trataba de
darse la vuelta.
-No te muevas ni un centímetro más -le advirtió la ladrona.
Josuak se quedó quieto. El filo del puñal presionó helado
sobre su piel. Una ágil mano rastreó su cintura hasta dar con su bolsa y la
desprendió de su cinto.
- No puedes hacerme esto -dijo Josuak-. No puedes quitarme
todo el dinero.
-Claro que puedo -dijo la mujer-. Lo estoy haciendo
-sentenció.
Al instante, un terrible porrazo estalló en la nuca de
Josuak. El relámpago recorrió su cráneo y sus rodillas se doblaron, sin fuerza,
incapaces de sostenerlo. El mercenario se derrumbó lentamente sobre el
empedrado, cayendo de espaldas y golpeándose de cabeza contra la dura piedra.
Desde el suelo, a punto de perder la consciencia, vislumbró a su asaltante:
La capucha que cubría el rostro de la ladrona se había
desplazado ligeramente, liberando un torrente de sedoso cabello, tan claro que
relucía plateado bajo la luz de la luna, recogido en una gruesa trenza que caía
más allá de su cintura. Los pálidos y delicados rasgos de la mujer contrastaban
con unos felinos y penetrantes ojos grises, que miraban fijamente al caído,
decidiendo quizás si acabar con su vida allí mismo. En un último instante de
lucidez, Josuak reconoció unos afilados oídos, que asomaban apenas entre la
argentea cabellera de la muchacha. La oscuridad le envolvió entonces, mientras
el aullido del viento resonaba en la estrecha callejuela.
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