Con la llegada de la noche, Josuak consiguió que Gorm
guardara reposo en su habitación. El gigante había protestado ante los cuidados
de una de las posaderas, quejándose como un niño cuando le aplicaron los ungüentos
curativos sobre las heridas que salpicaban su corpachón.
- ¡No son más que rasguños! -bramaba, insistiendo en que no
necesitaba tantas atenciones. Josuak logrado convencer a su compañero para que
dejase hacer a la muchacha. Una vez Gorm dejó de protestar, Josuak salió de la
habitación y bajó al salón.
Pocos clientes se habían congregado aquella noche en la
posada, no más que una decena de solitarios y taciturnos hombres que bebían
ensimismados en sus propios pensamientos. El crepitar de la hoguera era el único
sonido que se oía. Incluso las camareras permanecían calladas con gesto serio,
sin rastro de la habitual alegría que iluminaba sus sonrisas.
Josuak ocupó una de las mesas y pidió algo de vino caliente.
La muchacha le sirvió una humeante taza de barro y Josuak la abarcó con ambas
manos para calentárselas. No le había dicho nada a Gorm, pero una idea
revoloteaba en su mente desde hacía días. No podía dejar de pensar en la noche
en que salió a dar un paseo por a muralla y fue asaltado por aquella ladrona encapuchada.
Desde entonces, no había día en que un sentimiento de resquemor le abrasase el
estómago al recordar el suceso. Aquella ladrona le había tomado el pelo como si
fuese un vulgar palurdo de pueblo. Eso le enfurecía a Josuak. De una forma u
otra, iba a encontrar a aquella bribona para recuperar el dinero que le había
robado, y de paso restablecer su dignidad.
Dio un lento trago de vino y tomó una decisión. Sin avisar a
nadie, recogió su capa, su espada, depositó una moneda sobra la mesa y abandonó
la posada poco antes de que el tañido de las campanas sonara en la ciudad
anunciando la medianoche. Una vez fuera, cerró la puerta y el cálido confort
del salón fue reemplazado por el inclemente viento invernal. La noche era
oscura, las estrellas eclipsadas por negros nubarrones que vertían una copiosa
nevada sobre la ciudad. Josuak se arrebujó en su capa verde y echó la capucha
para protegerse el rostro. Tras echar una mirada a un lado y otro de la
desierta calle, emprendió un rápido paseo en dirección al barrio viejo de la
ciudad.
Recorrió la larga avenida sin encontrarse más que unos pocos
soldados que bajaban de las murallas tras terminar su turno de vigilancia.
Josuak abandonó entonces la vía principal y se internó por los empinados callejones
del barrio viejo. Caminó encorvado para protegerse del viento que soplaba en la
estrecha calle, internándose entre los adornados arcos que formaban los viejos
edificios. Los pocos fanales que pendían de los muros iluminaban tenuemente los
pasos del mercenario, que caminaba decidido hacia el lugar donde la misteriosa
ladrona le había asaltado pocos días antes.
Una vez alcanzó la empinada callejuela donde se había
producido el asalto, el mercenario se arrimó a la fachada de una de las
antiguas casas y se refugió en las sombras que se abrían bajo una balconada de piedra.
Desde allí tenía un buen ángulo de visión de toda la calle y nadie que pasase
por ella repararía en él.
Aguardó en su escondite durante lo que le pareció una
eternidad. El viento silbaba alrededor y le golpeaba con fuertes ráfagas. La
nieve se colaba bajo su capa, empapándole las ropas. Se arrimó aún más a la
pared aunque poco podía hacer para protegerse de la fría noche. Por la calle
apenas discurrieron algunos milicianos que volvían de las murallas y un par de
hombres que regresaban con prisa a sus hogares. Josuak se frotó las enguantadas
manos, tratando inútilmente de calentarlas, y volvió a examinar la calle, sin
ver más movimiento que el danzante brillo de las antorchas. Se maldijo una y
otra vez por estar allí pasando frío y perdiendo el tiempo en vez de
descansando en la posada. Su tozudez le iba a costar una pulmonía y puede que
eso lo pagase muy caro en la batalla del día siguiente. Pasaron largos minutos
sin que nadie apareciera por la callejuela. Josuak renegó de nuevo y soltó un
bufido. Ya estaba harto, aquello era una estupidez, sería mejor darse por
vencido y olvidarse de aquella ladrona y de la bolsa de monedas de oro que le
había robado.
Resignado, se apartó de la fría piedra del edificio y se dispuso
a regresar a la posada. En ese preciso instante, una figura apareció en lo alto
de la cuesta, surgiendo de una callejuela lateral. Josuak reaccionó
instintivamente y regresó a la oscuridad que le ofrecía el balcón. Contuvo el
aliento para que el cálido vaho de sus pulmones no delatara su posición y
contempló cómo la figura, alta y de delgada constitución, se encaminaba a pasos
ligeros a lo largo de la calle, evitando exponerse a los claros de luz que se
abrían bajo los fanales. A pesar de la penumbra que reinaba en la calleja,
Josuak pudo distinguir los ropajes que vestía el nocturno caminante. Los
reconoció al momento; una liviana capa de tela azul con la capucha echada y
ocultando el rostro. Eran las mismas ropas que llevaba la ladrona, aunque este
misterioso personaje parecía algo más corpulento. Con tan poca luz era difícil
apreciarlo.
El mercenario aguardó en su escondite mientras la
encapuchada figura se deslizaba calle abajo, sin dejar de echar nerviosas
miradas a su espalda para asegurarse de que nadie le seguía. Josuak se mantuvo
en tensión, preparado para salir de improviso y atraparle antes de que el desconocido
pudiese reaccionar. El misterioso personaje se detuvo tras dar unos pocos pasos
más y se volvió de nuevo para investigar la callejuela que había dejado atrás.
Josuak se dispuso a lanzarse sobre él, cuando un tenue brillo iluminó fortuitamente
el rostro que se ocultaba bajo la capucha. No era una mujer, sus rasgos eran
estilizados y lampiños, pero mostraban claramente que se trataba de un joven
varón. Josuak refrenó su impulso y se guareció en la sombra, temeroso de que el
extraño le hubiese descubierto.
El encapuchado dejó de investigar la callejuela y
reemprendió su rápido caminar por la cuesta. Josuak dejó que la sombra azulada
se alejara unos cuantos metros antes de abandonar el escondrijo y seguir sus
pasos.
No se trataba de la ladrona que él conocía, pero los ropajes
eran los mismos, de eso estaba seguro, y el hecho de pasearse por la misma zona
a esas altas horas de la noche y vistiendo de igual manera le parecían demasiadas
coincidencias. Seguiría al encapuchado para descubrir que relación tenía con la
ladrona.
Josuak avanzó hasta la esquina que la azulada capa acababa
de doblar. Se asomó con cuidado y descubrió al encapuchado internarse por un
nuevo callejón que llevaba hacia el norte. Con sigilosos movimientos, el mercenario
corrió sobre el manto de nieve en pos de su predecesor. Al asomarse a la
esquina, vislumbró fugazmente el revoloteo de la capa justo antes de doblar un
nuevo recodo y perderse por otro callejón. Josuak recorrió la calle y espió con
precaución. Su sorpresa fue mayúscula al descubrir que el encapuchado había
arrancado a correr, pudiendo apenas verle desaparecer tras una nueva esquina. Josuak
maldijo en un murmullo antes de salir corriendo tras su presa. De alguna manera,
el extraño se había percatado de que le seguía y había decidido dejarle atrás.
El mercenario cruzó la calle a máxima velocidad, sin importarle ya que sus
pasos resonasen en la silenciosa noche, preocupado tan sólo por no perder de
vista al hombre de la capa azul. Tras girar el recodo resbalando en la fina
nieve, siguió corriendo por la nueva callejuela, sin ver a nadie en ella, por
lo que temió haber perdido el rastro de su presa. Entonces descubrió una figura
que trepaba ágilmente por encima de una de las verjas que se abrían a un lado
del callejón. El extraño salvó el obstáculo antes de perderse al otro lado.
Josuak corrió raudo y saltó para encaramarse sobre las rejas, cuidando de no
herirse con las afiladas puntas que la coronaban. Al caer al otro lado,
reemprendiendo la persecución del encapuchado, que huía a la carrera. Josuak
sonrió satisfecho al comprobar que la distancia con su presa se había reducido.
A ese ritmo no tardaría en darle alcance.
El fugitivo se desvió nuevamente a un margen de la calle y
trepó a un voluminoso montón de heno que había apilado a un lado. Desde allí
saltó para encaramarse al tejado de la casa. Una vez en lo alto del edificio,
echó una fugaz mirada abajo. Josuak, sintiendo la mirada del encapuchado sobre
él, imitó sus movimientos y salto sobre el montón de heno. El mercenario se
aferró con sus enguantas manos al helado borde y trepó al tejado para descubrir
que el encapuchado corría hacia el otro lado.
La persecución prosiguió por encima de los tejados. El
hombre de la capa azul corría con asombrosa velocidad sobre el resbaladizo
piso, saltando ágilmente de un edificio a otro. Josuak tuvo que emplearse a fondo
para no quedar atrás. Recorrió a largas zancadas el tejado de la primera casa y
se lanzó al vacío por encima de uno de los estrechos callejones, aterrizando
con una voltereta al otro lado. Incorporándose con rapidez, cruzó el tejado,
desde donde saltó hasta el siguiente edificio. Voló en la oscuridad de la noche
y cayó con ambos pies para continuar su carrera, vislumbrando brevemente al
encapuchado, que atravesaba en ese instante uno de los arcos que cruzaban la
calle. Tras superar el puente, el misterioso hombre se detuvo para echar un
rápido vistazo atrás y comprobar que su perseguidor había reducido considerablemente
la distancia que les separaba. Entonces, sus manos se ocultaron bajo sus
ropajes para reaparecer sujetando un par de alargados puñales. Asiendo uno en
cada mano, se situó sobre el abombado arco de piedra y adoptó una posición de
guardia.
Josuak detuvo su carrera nada más pisar el arco en cuyo
extremo opuesto le esperaba el fugitivo. Con un gesto, el mercenario echó atrás
la capucha, dejando al descubierto sus rasgos y clavando una dura mirada sobre
su oponente. Durante un instante, ambos contendientes se observaron en
silencio, mientras el viento hacía revolotear sus capas.
- No es a ti a quien busco. -Josuak habló con voz pausada-.
Mi objetivo es una mujer, una chica de pelo largo y claro, que viste una capa
muy similar a esa que llevas -dijo mientras avanzaba lentamente hasta alcanzar
el centro del arco de piedra-. Ella y yo tenemos un asunto pendiente y estoy
seguro de que tú podrías decirme dónde encontrarla.
Como toda respuesta, el encapuchado dio un paso al frente,
alzó ambas manos y cruzó los puñales ante la sombra que era su rostro. El filo
de las armas relució plateado en la oscuridad de la noche en silencioso desafío.
- Entonces será por las malas -dijo Josuak y, con un rápido
movimiento, desenvainó su espada.
2 comentarios:
Hola.
Me gustaria saber donde puedo encontrar una breve descripción de la ciudad de Liriam.
Gracias.
Hola. Pues Liriam sale definida en el suplemento que acompañará la pantalla del DJ, así que pronto tendrás más información sobre esta ciudad. Siento no poder ayudarte más.
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