21 mayo 2012

Crónicas de Valsorth - Turno 8

TURNO 8 – Diez de enero del año 340, montañas Kehalas.


Al caer la noche, Fian se reúne con sus compañeros y el grupo decide ayudar a la abadesa Ruala e ir en busca del ermitaño Gurnia. Primero, pasan a ver al capitán de la milicia local, Ulkir, al que intentan convencer para que algún soldado les acompañe.
- No tengo apenas hombres como para mantener el orden en el pueblo –les responde con gesto hosco-. Y mucho menos para enviarlos a buscar a Gurnia. Ruala me ha dicho que os ha contratado, así que cumplid vuestra misión, yo ya tengo suficientes problemas con los bárbaros.
Fian le dice que podría hacer que alguno de los bárbaros que están encerrados en los barracones vaya con ellos, y que así aprenderían la lección.
- Ahora tenemos a Conlak, el hijo del líder Olmak, encerrado en las mazmorras –responde el capitán-. Ese chico montó un jaleo en la posada, y tuve que intervenir, pero el muy desgraciado se atrevió a golpearme. No –niega tajante-, se quedará en la celda y así verá donde está su lugar.
Sin más, el grupo se retira a su casa, donde Fian ejecuta sus poderes curativos para paliar las heridas de Orun.

Por la mañana, el grupo parte hacia Pico Jiria, en cuya falda se encuentra la cabaña del ermitaño. En un día soleado y tranquilo, avanzan por las nevadas lomas, sin mayor peligro que el encuentro con un lobo extraviado, y llegan a la cabaña, o lo que queda de ella. Se trata de un amasijo de madera quemada y humeante que ha ardido hasta los cimientos. Buscando en los alrededores, el salvaje Orun descubre unas huellas en la nieve. El bárbaro Olf se arrodilla para examinarlas y descubre que se trata de un grupo que llegó hace apenas un día, atacaron la cabaña y huyeron al norte, arrastrando un cuerpo con ellos. Las huellas son de goblins, un grupo de más de 10 guerreros, que sube por la montaña y se dirige al paso junto al pico montañoso. Temiendo que el ermitaño haya sido hecho prisionero por los goblins, el grupo asciende por la ladera y sigue el rastro durante un par de horas, hasta llegar a unas ruinas.
Se trata de los restos de un antiguo fuerte de piedra, con una torre derruida y los muros resquebrajados. Al acercarse, Olf descubre a un par de goblins que vigilan los muros, y el grupo se oculta en un bosquecillo. Tras comprobar que no hay más de tres o cuatro vigías, Orun y Olf se escabullen hacia el muro, pero Olf es demasiado lento y el goblin le descubre. Orun, cubierto junto al muro, agarra al goblin y trata de apuñalarlo, pero falla. Cuando el goblin se dispone a dar la alarma, Olf arroja con rapidez una de sus hachas y le alcanza en el rostro. El goblin muere con un gorgoteo y cae del muro.
Tras comprobar que nadie echa en falta al vigilante, el bárbaro y el salvaje recorren a cubierto el muro para eliminar a los otros vigías, mientras Fian y Mirul entran en el fuerte, donde otros dos goblins discuten. Hay un edificio de piedra, desde donde se oyen los ronquidos de más goblins, así que Mirul ejecuta uno de sus conjuros para bloquear mágicamente la puerta de ese edificio. Por su parte, Fian escucha la discusión de los goblins, que se quejan de unos orkos que han tomado el mando de la tribu y los maltratan.
Actuando de manera coordinada, ejecutan a los vigias y a los dos goblins. Uno de ellos consigue escapar y corre hacia el edificio de piedra, donde intenta inútilmente abrir la puerta y muere de un mazazo en la cabeza.
Tras comprobar que no hay nadie más vigilando, el grupo descubre la entrada a una cueva que se abre en el suelo de uno de los edificios derruidos. Las huellas que entran y salen indican claramente que se trata de la guarida de los goblins, y donde puede ser que tengan al ermitaño. Sin tiempo que perder, y aprovechando que los goblins duermen durante el día, se internan por la gruta.
Tras avanzar por un angosto corredor durante más de cien metros, llegan a una gran caverna, en la que reina el hedor a excrementos y cosas peores. Una treintena de goblins duermen hacinados en el suelo, mientras que dos pasajes laterales se abren a los lados. Tras ponerse de acuerdo en susurros, Mirul empieza a realizar uno de sus poderosos conjuros, dibujando una runa en la entrada de la sala, mientras que Orun y Olf cruzan la sala en sigilo para seguir por el pasillo del este, donde entre las pisadas de los goblins encuentran el reguero dejado por un cuerpo arrastrado. Tras recorrer otra larga galería, llegan a unas toscas celdas donde están encerrados varios goblins, al igual que un humano malherido que yace en el suelo. Tras liberar al hombre, comprueban que debe ser el ermitaño Gurnia, y Orun carga con su cuerpo inconsciente. De vuelta a la sala de los goblins, tratan de volver a pasar, pero en ese instante varios de los monstruos empiezan a despertarse. A la carrera, el grupo huye galería arriba, a la vez que Mirul activa su Glifo custodio y una tremenda explosión retumba en la caverna, haciendo saltar en pedazos a una decena de goblins.
Con los agudos gritos resonando a su espalda, el grupo huye hasta el exterior, donde se apostan en la salida de la caverna. Fian logra curar las heridas más graves del ermitaño, quien recupera la consciencia. Tras un momento de aturdimiento, Orun le pregunta por si ve una manera de bloquear la cueva. El sabio observa con ojos vidriosos las ruinas, pero descubre rápidamente que el edificio que rodea la cueva está en muy mal estado, y que una explosión sepultará la entrada.
Olf y Fian reciben los ataques de los primeros goblins que surgen por la cueva, mientras Orun explica a Mirul la necesidad de derribar el edificio. La elfa asiente y, a pesar de tener sus poderes mágicos muy maltrechos, empieza a preparar un nuevo glifo. Pero necesita tiempo, así que sus compañeros repelen la embestida de una marea de goblins. Tras eliminar a varios enemigos, un rugido furioso se escucha desde la cueva y un gran orko aparece increpando a los goblins. El orko ataca con su espadón contra Olf, pero el bárbaro esquiva su ataque y cercena el brazo del monstruo de un tajo de su hacha. Por su parte, Fian pide a Korth su bendición para que una luz brillante ilumine su escudo, y carga contra los enemigos. Estos, al ver caer a su líder y encontrarse con tan formidables enemigos, retroceden y huyen por la caverna entre chillidos.
En ese instante, Mirul acaba de completar la preparación, así que se apartan y una explosión sacude la ladera, derribando el edificio y cubriendo de cascotes la cueva. El grupo entonces se encarga de los pocos goblins que quedan entre las ruinas, y capturan con vida al último de ellos, con la intención de interrogarlo más adelante. Un rápido registro del edificio les permite encontrar también una bolsa con 5 monedas de plata.

Sin tiempo que perder, regresan hacia el pueblo de Roca Valle, donde llegan antes del anochecer. La abadesa Ruala les recibe con agradecimiento y abraza a Gurnia al saber por el tormento que ha pasado el ermitaño. La mujer les paga el dinero convenido y se retira a hablar con Gurnia.
Agotados por un largo día, el grupo tira de la cuerda con la que llevan al goblin, que gimotea en el suelo y pide piedad en un tosco idioma común.





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