23 diciembre 2013

La caída de Teshaner (XXI)

La primera acometida se produjo contra la puerta norte. Josuak, Gorm y el resto de la guarnición contemplaron desde las almenas cómo las tropas orkas cargaron contra los muros. Los arqueros recibieron a los atacantes con una lluvia de flechas. Muchos orkos cayeron heridos o muertos, pero el resto prosiguió su alocado avance hasta alcanzar la base de la muralla. Las saetas siguieron cruzando el cielo y provocando más bajas. Los orkos se agolparon contra los muros en busca de protección. Otros dispararon sus arcos contra las almenas, aunque sus flechas quedaban cortas y se quebraban contra la piedra muchos metros por debajo de las posiciones de los milicianos, quienes seguían repartiendo muerte desde su aventajada posición.
A pesar de que los orkos caían a decenas, más y más enemigos cruzaban las chabolas de los alrededores de la ciudad, guareciéndose en ellas para alcanzar las murallas. Escalas de cuerda volaron sobre los muros. Más silbidos de flechas, más gritos de muerte; el caos se desató en aquella sección de la muralla. Los arqueros no pudieron evitar que los orkos más rápidos treparan hasta la cima. La lucha se recrudeció entonces. Los milicianos se batieron a espadazos, expulsando a los invasores, pero sin poder evitar que varios de los suyos cayeran al vacío junto a los orkos.
Josuak contempló a los defensores resistir el asalto y hacer retroceder a los orkos. A su lado, los hombres de la guarnición prorrumpieron en gritos de júbilo y alegría. Los ánimos renacieron entre el destacamento de soldados y campesinos, confiando en que quizás las altas murallas podrían detener a la negra marea que se les venía encima.
Entonces, cortando los cantos de alegría, tres escuadrones de soldados orkos arrancaron desde la retaguardia y se dirigieron hacia la sección que ellos defendían.
- ¡Ya vienen! -alertó innecesariamente uno de los vigías.
Los orkos se internaron a la carrera entre el laberinto de casuchas, prendiéndolas en llamas. La humareda se elevó en el cielo justo en el momento en que los arcos de los soldados empezaron a chascar. Las flechas cruzaron el grisáceo amanecer y muchos de los bramidos de los atacantes se quebraron en breves alaridos de dolor. Los orkos recibieron la fatal lluvia arremolinándose en la base de la muralla, desde donde empezaron a lanzar cuerdas hacia lo alto. Los garfios aparecieron por todas partes, aferrándose a cualquier saliente que encontraran. Los soldados recorrían el baluarte cortando cuerdas y lanzando a muchos orkos hacia una muerte segura. Sin embargo, las cuerdas seguían cayendo sobre la muralla.
Josuak se apresuraba en cortar todos los cabos que encontraba a su alrededor. Los arqueros disparaban una y otra vez en un intento de detener a los trepadores que ya se encontraban cerca de las almenas. Gorm arrancó con la mano uno de los garfios y dejó que la cuerda se escurriera como una veloz serpiente hacia el abismo. El gigante se giró para ver aparecer a los primeros enemigos que alcanzaron la cumbre, portando las cimitarras entre los dientes y con los ojos rojizos refulgiendo con salvajismo.
Gorm se apresuró en hacerles frente. Describiendo un amplio tajo con su hacha, alcanzó en el pecho a uno, arrojando con el impulso a otros dos fuera de la muralla. Josuak se situó al lado del gigante y de una estocada envió a otro orko hacia las piedras de abajo.
La batalla estalló en la muralla. Los milicianos aferraron las espadas y se enzarzaron en una lucha cuerpo a cuerpo con los atacantes. Un soldado fue arrojado por el borde, un orko graznó de dolor con una profunda herida en el cuello, las flechas silbaron por encima de los combatientes. Gorm rugió con furia y, de un hachazo, abrió en canal la cabeza de un enemigo. Josuak detuvo con su escudo una cimitarra y lanzó una estocada a las piernas de su rival. El orko se desplomó entre lloriqueos, ocasión que aprovechó el mercenario para acabar con él. Seguidamente, cortó dos nuevas cuerdas que habían aterrizado en la muralla. Una vez hecho esto, se acercó al borde para expulsar a dos atacantes. Pateó a uno por la espalda y amputó la mano del otro de un tajo. El orko chilló de dolor y perdió el equilibrio, siguiendo a su compañero en la caída. Josuak pudo entonces mirar por encima de las almenas y ver cómo se desarrollaba la batalla en el exterior.
Las hordas de orkos atacaban ya toda la muralla norte. El fuego arrasaba los alrededores de la ciudad y la humareda se alzaba en fluctuantes columnas negras. El grueso del combate se desarrollaba en las inmediaciones de la gran puerta, cuyos rastrillos de acero permanecían bajados e impedían el paso. Los soldados de la milicia repelían una tras otra las oleadas de asaltantes, enviando cientos de cadáveres de vuelta a las afueras de la ciudad. Josuak descubrió entonces un movimiento en las filas de los ejércitos orkos que aguardaban en los alrededores: Varios escuadrones se dispersaron hacia diferentes puntos de la muralla, tirando con cuerdas de unos artilugios que la distancia impedía precisar.
Nuevos enemigos surgieron ante Josuak en ese momento. El mercenario mató de un sorpresiva estocada al primero y con el escudo evitó el ataque del segundo. Retrocediendo varios pasos, logró contraatacar y hundir su espada en el estómago del orko. Gorm apareció entonces y agarró por la espalda al tercero, levantándolo con sus poderosos brazos y arrojando al aterrado orko al vacío. El cuerpo rebotó duramente contra la piedra, arrastrando a varios escaladores con él.
- Tenemos problemas -le gritó Josuak al gigante, recuperando su posición en las almenas y señalando a los lejanos grupos de orkos que proseguían su lenta aproximación-. Mira aquello -añadió como única explicación.
La distancia era menor ahora, de modo que pudieron distinguir los grandes aparatos que los orkos arrastraban con cuerdas. Eran pesados carros de madera, de grandes ruedas y del tamaño de una vivienda.
En su centro, en un complejo entramado de cuerdas, reposaba un alargado brazo acabado en una cesta de metal.
- Catapultas -anunció Josuak.
Gorm no contestó. Tras sacudir la cabeza para olvidarse de las catapultas, se lanzó sobre los orkos que coronaban la cumbre de la muralla. Josuak, tras echar un último vistazo abajo, se adentró en la caótica batalla. Un orko apuñaló por la espalda a un desprevenido soldado. Josuak se deslizó a su lado y vengó al caído de un espadazo, esquivando a continuación el ataque de otro enemigo. Tras darle muerte, prosiguió avanzando entre los luchadores, distinguiendo brevemente a Hilnek. El mando y varios soldados protegían el torreón de un numeroso grupo de orkos. Uno de los defensores recibió una estocada en el estómago. El orko no pudo disfrutar de su victoria, ya que otro soldado le atravesó con su espada. Josuak apareció a la espalda de uno de los monstruos y, agarrándole el cuello con el brazo del escudo, le abrió la garganta en un sangrante corte. Dándose la vuelta, describió otro tajo y acabó con el último de los enemigos.
- ¡Hilnek, se acercan catapultas! -gritó Josuak al veterano soldado, que yacía encorvado hacia delante mientras recuperaba el aliento. Éste levantó los ojos y le miró sorprendido.
- ¡Catapultas! -repitió Josuak señalando con la mano hacia el exterior-. ¡Los orkos traen catapultas!
Hilnek miró hacia donde indicaba el mercenario y su semblante quedó lívido. Los otros soldados reconocieron también la poderosa maquinaria de guerra y un velo de desesperanza cubrió sus miradas.
- ¡No puede ser! -negó Hilnek asomándose a la almena, obviando la lucha que seguía desarrollándose a su alrededor-. ¡No puede ser, esos salvajes no saben construir catapultas! -gritó sin poder creer lo que estaba viendo.

Josuak no se molestó en responder. Los escuadrones orkos se habían alienado ya a un centenar de pasos de la muralla y se apresuraban en preparar las catapultas para lanzar la primera andanada.

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